Salami de Budapest en Caracas, por Alejandro Armas - Runrun
Salami de Budapest en Caracas, por Alejandro Armas

BASTÓ Y SOBRÓ QUE JUAN GUAIDÓ diera por agotada y clausurada la mesa de negociación auspiciada por Noruega para que el régimen chavista convocara a un grupo de políticos a la antigua residencia presidencial que da a la Plaza Bolívar, para firmar un acuerdo por el que las partes se comprometen a un supuesto diálogo. El tufo a “Plan B” no lo disimuló ni el mejor desodorante (porque, claro, los jerarcas del régimen sí tienen acceso a este producto higiénico, a menudo vedado para las masas bien sea por la escasez o por la inflación). De esa forma aspira el chavismo a desacreditar la presión internacional que se cierne sobre sus nada atléticos (ni “atlásticos”) hombros y estimular las ya amargas divisiones en la oposición.

No es nada que deba sorprendernos de la cúpula roja. La atención más bien se la llevaron los copartícipes del pacto, los señores Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Felipe Mujica y Luis Augusto Romero (en representación del partido de Henri Falcón). Ardió la Troya caribeña con acusaciones de traición y colaboracionismo. No me sumé, ni me sumaré por ahora, al coro airado. No me consta que estos sujetos, y las organizaciones políticas que representan, estén actuando motivados por ofertas materiales hechas por el régimen. Ni siquiera sé si a cambio de sus autógrafos les prometieron una cuota de poder (el chavismo siempre ha sido notablemente mezquino hasta con aliados como el Partido Comunista de Venezuela). Tampoco descarto que, aunque sea una posición ruidosamente absurda, crean que esta es la mejor forma de avanzar hacia la recuperación de Venezuela. El tiempo irá aclarando esos pormenores, aunque no hay que extrañarse si vemos cosas peores, como reza el pasaje popular del libro de Ezequiel.

Una posible explicación de las fuerzas macabras que operan detrás de esta jugada política puede ser ilustrada con un bien alimenticio que usted verá en cualquier charcutería (bueno, quizá no en las de Venezuela). A saber, un salami. “Táctica salami” es el nombre que se le da a una modalidad del viejo truco “divide et impera”. Se atribuye la expresión al líder comunista húngaro Mátyás Rákosi. Estamos hablando de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, cuando los fieles de Marx estaban consolidando sus respectivas dictaduras en Europa del Este. Pese al apoyo absoluto del tío Stalin desde Moscú, estos fueron procesos que no se llevaron a cabo de la noche a la mañana. Acabar con la oposición y establecer regímenes de partido único tomó tiempo.

En la tierra de los magiares, Rákosi hizo uso de una herramienta retórica que sonará familiar a los venezolanos. Empezó a acusar sistemáticamente a sus detractores de ser fascistas. Un señalamiento sensible para un país ocupado poco antes por nazis. Por temor a ser percibida como muy radical, la disidencia marginó a su ala más derechista. Pero Rákosi no paró. Luego la oposición hizo lo mismo con su grupo más cercano al centro y, finalmente, con los militantes de la izquierda no comunista. En palabras del propio Rákosi, los rebanó como un salami. Al final solo quedó una dizque oposición incapaz de disentir efectivamente. Así, los comunistas se adueñaron del poder absoluto y establecieron una de esas mal llamadas “repúblicas populares”.

El chavismo entiende perfectamente que una oposición fraccionada es más débil, sobre todo si, además de no coincidir en nada, los sectores se hacen la guerra entre ellos. Sus maniobras para fomentar el disenso no son pocas y ahora pudieran haberse leído el manual del camarada Rákosi. Después de todo, en lo que va de año han hecho guiños reiterados a las organizaciones políticas que no son parte de su coalición pero tampoco se sumaron a la estrategia encabezada por Juan Guaidó. Quienes sí lo hicieron, en la verborrea chavista, son unos facinerosos tan desesperados por obtener el poder, que se lanzaron a una aventura demencial. De esa gente, insisten en Miraflores, el país no puede esperar nada, pues su intento de epopeya no tiene otro destino que el fracaso. En cambio, agregan, los opositores que no respaldaron el dislate son personas sensatas que entienden que el poder lo tienen las autoridades chocantes pero legítimas y que si va a haber un cambio será de acuerdo con sus reglas. Este ha sido el mensaje desde enero.

No es ningún secreto que la euforia que siguió al acto apoteósico en Chacao ha sido en buena medida desplazada por la decepción y la angustia ante el hecho de que el régimen sigue en pie, mientras la calamidad socioeconómica muerde. Así que probablemente los señores Falcón, Fermín y demás pensaron que en efecto es una tontería radical lo que Guaidó está haciendo. De ser ese el caso, pudo resultarles tentador presentarse como los que sí ponen soluciones (que no opciones) sobre la mesa, aunque para ello tuvieran que pactar con el régimen.

Pero estas “soluciones” son un espejismo. Cambiar las autoridades del Consejo Nacional Electoral a mi juicio no devolverá al ciudadano común la confianza en el sistema. Pueden sacar a Tibisay Lucena y poner a quien quieran como árbitro. Muy pocos serán lo que crean que cualquier selección en la que participe un chavismo que no ha dado absolutamente ninguna señal de estar dispuesto a dejar el poder evitará los abusos y trampas de los procesos comiciales anteriores. Es más, ya una vocera del régimen, Gladys Requena, dijo que solo reemplazarán a los rectores con período vencido. Por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia emitida en 2016, el número de rectores con plazo vencido es cero, como advirtió el periodista Eugenio Martínez. Es decir, si el chavismo no modifica su propia narrativa, no habrá ningún cambio.

En cuanto al planteamiento de establecer un programa de intercambio de petróleo por alimentos, otro punto en el pacto con el régimen, me remito a las impresiones del economista Francisco Rodríguez, quien ha hecho propuestas similares. Rodríguez señaló que esta iniciativa no es viable sin el visto bueno de Guaidó y del Gobierno norteamericano. Añadió que en las actuales circunstancias, la comida obtenida por esa vía caería en las mecanismos de distribución del chavismo, claramente politizados. Sería como otro CLAP.

Vemos entonces que, aunque hayan actuado sin intereses oscuros, es poco o nada lo que los cosignatarios del acuerdo con el régimen conseguirán. En cambio, pienso que es mucho lo que pierden por haberse dejado rebanar como una salchicha curada. Desde 2017 he hecho exhortos constantes a que todos los sectores de la oposición se unan en torno a una estrategia compartida con miras al cambio político que tanto urge. Eso incluye al sector que gira en torno a María Corina Machado y Antonio Ledezma, aquel que sigue más o menos amalgamado como Mesa de la Unidad Democrática o Frente Amplio y, por último, a los que firmaron el acuerdo en la Casa Amarilla. Pues bien, sea cual sea su intención, al haberse integrado a un sabotaje contra los esfuerzos del grueso de la oposición y el plan con mayores posibilidades de éxito, cruzaron una línea (no podía ser de otro color) roja. A partir de ahora, aunque se retracten, quedarían descalificados para volver a los esfuerzos mancomunados de democratización de Venezuela, puesto que no hay razón para concederles confianza. Triste final para una vida política. Si sus decisiones fueron desinteresadas, les deseo lo mejor en otro ámbito, caballeros.

 

@AAAD25