Herencia maldita, por Sebastián de la Nuez - Runrun
Herencia maldita, por Sebastián de la Nuez

EL POETA CUBANO MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ, quien hoy en día vive tranquilo en una casa frente al mar de Las Palmas de Gran Canaria, sabe de las torturas del gobierno castrista. Las sabe porque vivió el régimen desde una atalaya cultural que lo mantenía en contacto con la realidad. Asistió de cerca, además, al caso Heberto Padilla (1968). El poeta, ahora con 83, se asombró ante las declaraciones públicas del portugués José Saramago en diciembre de 1999, inmortalizadas por la agencia EFE. Saramago fue designado Premio Nobel de Literatura en 1998. En aquellas declaraciones reconocía, aun siendo hombre de izquierdas, la existencia de torturas y presos políticos en Cuba. Agregaba el autor de Ensayo sobre la ceguera que tales asuntos los trataría en su siguiente visita a la isla, faltaría más.

Cuando estuvo frente a Fidel Castro no dijo ni pío. Ni después. Dijo, eso sí, que los problemas cubanos deberían ser tratados por los cubanos. El flamante Nobel de entonces, recuerda Díaz Martínez en su obra autobiográfica Solo un breve rasguño en la solapa, «olvidó todo lo que había dicho días atrás por la radio lisboeta y se apresuró a mostrar su mejor cara a la dictadura». 

Por cierto, ¿han abierto sus boquitas el poeta Luis Alberto Crespo, el escritor Luis Britto García, el periodista Earle Herrera, el comentarista Roberto Hernández Montoya, para referirse a los casos muy recientes de Rafael Acosta Arévalo y Rufo Chacón? ¿Lo habrán hecho y uno sin enterarse? 

No digamos el fiscal, cuyo nombre no vale la pena citar. Su envilecimiento no conoce, a estas alturas, frontera alguna. 

El exlíder polaco antisoviético, Lech Walesa, se muestra muy asombrado en unas declaraciones de hace pocos días por el carácter inédito del régimen venezolano, un caso que no se le parece a nada, una novedad digna de estudio para la Historia a futuro puesto que se trata de un país secuestrado (no sometido propiamente a una dictadura) por una pandilla criminal. En su carácter único lo compara con el nazismo.

No le falta razón pero los métodos siguen siendo los mismos de cuando Gómez o Pérez Jiménez. Los mismos del castrismo. En realidad, por mucho que se asombre el señor Walesa, no hay grandes innovaciones bajo el sol.

Beatriz Catalá es (o quizás fue, no se sabe) chavista. Hija del gran editor y luchador adeco José Agustín Catalá, vio muy de cerca los efectos de la tortura en tiempos de Pérez Jiménez. Su padre, estando confinado, le pidió que escribiera a los presos, con la intención de que así obtuvieran algún aliento y supieran noticias del exterior. Desde los 15 años, la joven se había colocado en la cigarrera Bigott. Eran cinco en la casa. Su mamá, además de atender a la muchachera, cosía para una fábrica de ropa interior. Beatriz, trabajando en la Bigott, conseguía cigarrillos para los reclusos.

Comenzó a cartearse, siguiendo las indicaciones del padre, con varios reos de la dictadura, entre ellos Jesús Faría y Ramón J. Velásquez —aunque este llegó ya hacia el final—; también con José Vicente Abreu. Abreu se convertiría en el amor de su vida. El preso político le escribió un poema desde el encierro, «Canto a Beatriz». Así empezó la relación. 

Salió de la cárcel al exilio en septiembre de 1957. Ahí fue cuando lo vio personalmente, por unos breves instantes. 

Abreu retrató su sufrimiento en el libro Se llamaba SN. 

Beatriz lleva en su seno, o al menos llevaba hasta hace unos años, esas torturas aun no habiéndolas sufrido directamente. Las llevaba como pegadas a su piel junto a la memoria vívida y lacerante. Una vez que permitieron visita —recordó en Caracas, antes de marchar al exterior gracias al gobierno chavista— en la Cárcel Modelo, fueron formados los presos en media luna, en un salón muy grande. Estuvo allí. Narró:

«Todos estaban recién torturados; a mi papá no lo podían tocar ni siquiera para saludarlo, las manos muy hinchadas, muy enrojecidas… Él no habla de eso, pero sufrió horrores. Eran rin y latigazos. Todavía tiene marcas en el cuerpo, cicatrices de esa época (…). Él no lloraba, él es muy llorón pero en esa oportunidad no. Todo el mundo callaba. Aquello parecía un entierro. En Ciudad Bolívar nunca permitieron visitas.»

¿No suena todo esto como demasiado vigente, como una herencia maldita que ha permanecido latente durante años pero que ha vuelto a resurgir con unos bríos sorprendentes?

En cuanto a José Vicente Abreu, Beatriz pensaba, mientras aún no lo conocía sino por carta, que debía de ser un gigante «con ese nombre tan grande y además periodista: ¡José Vicente Abreu Rincones!» El exreo regresaría a Caracas, tras el exilio obligado, el 29 de enero de 1958 e inmediatamente le propuso matrimonio. «Eso era una época de mucho romanticismo. Yo estaba muy enamorada de él». Dejó a un novio con quien llevaba cuatro años y se comprometió con Abreu, contra la voluntad de José Agustín Catalá. El 7 de febrero se casaron. «Mi papá no quería que me casara con él, decía que había sido muy torturado, que quizás había quedado hasta estéril».

Pues sí se casaron y Beatriz conoció de cerca a un atormentado. Recordaba algo en especial. Cuando le tocó volver a imprimir Se llamaba SN, se acostaba en el suelo en posición fetal. Todas las marcas de la tortura le revivían. Lo habían quemado con cigarrillos, le había aplicado electricidad…

«Tener que corregir pruebas para Se llamaba SN era terrible. Se acostaba en el estudio y de ahí no se podía parar, hasta se hacía pipí. Se ponía como en la prisión, como si lo estuvieran torturando. Todas las marcas se le volvían a recrudecer. Llegó un momento en que se lo dije a mi papá».

Por otra parte, Beatriz también recordaba a su padre al regresar en 1957 a la casa familiar en El Silencio. No reconocía a miembros de su propia familia, el primer día:

«Para todos era un choque emocional muy fuerte. Había todo tipo de emociones, desde el amor más grande hacia el padre hasta la sorpresa de verlo así y la interrogante del qué va a pasar».

Abreu estuvo preso después, de nuevo, en la cárcel de Ciudad Bolívar, durante el periodo de Rómulo Betancourt por haber participado en El Carupanazo. Allí se reencontró con sus exverdugos, ahora compañeros de prisión. Con esas formas irónicas juega el destino de los hombres. 

Y ahora, en 2019, ¿cuántas experiencias habrá para llenar una cantidad inmensa de volúmenes semejantes a Se llamaba SN? Puede que el madurismo tenga características inéditas, pero sus métodos son los mismos de siempre, elevados, eso sí, a la quinta potencia por la banalidad del mal. 

Por eso, este viernes 5 de julio, todos a la calle.

 

@sdelanuez
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