El imperialismo es un tigre de papel, por Julio Castillo Sagarzazu - Runrun
El imperialismo es un tigre de papel, por Julio Castillo Sagarzazu

ESTA FRASE DE LA PROPAGANDA Maoísta de mediados del siglo pasado, fue estandarte de miles de organizaciones de la izquierda bochinchera y sesentosa, la mayoría de cuyos integrantes había chocado contra el imperialismo solo en los debates de cafetín universitario y en los foros que se realizaban en Sala E de la UCV, adonde concurría todo bicho con uña que se respetara como militante de esa fauna.

A decir verdad, tampoco Mao, se enfrentó nunca directamente contra el imperialismo yankee, sino contra el expansionismo japonés para lo cual contó con el apoyo del más grande partido nacionalista chino, el Kuomintang, dirigido por un señor respetable, el Dr. Sun Yat Tse, a quien, como suelen hacer los comunistas con todos “los compañeros de ruta”, despacho cuando ya se sintió fuerte para tomar el poder y les obligo a refugiarse en Formosa, ahora conocida como Taiwán.

Esta estupenda operación propagandística, anido en las mentes y corazones, como ya dijimos, de militantes de la izquierda del mundo entero, al punto que sentó una suerte de doctrina de la época.

¿Pero es esto cierto? Como todas las preguntas de caracterizaciones históricas y políticas, debemos responderla con un “depende”. Si, con un “depende” de ¿en cuál momento? ¿en cuales casos?

Por ejemplo, la guerra de Vietnam suele citarse como un hito en la derrota del imperialismo norteamericano y es cierto, los gringos tuvieron que salir guindados de las patas de los helicópteros, cuando el Vietcong, se hallaba a pocas cuadras de la embajada norteamericana. Ahora bien, ¿sería justa la afirmación de acuerdo con la cual, señalamos que los Estados Unidos perdieron esa guerra “on the ground”? Radicalmente, la respuesta es, ¡no! Esa guerra no la perdieron en los arrozales vietnamitas, ni en las maravillosas extensiones del delta del Mekong, esa guerra la perdieron en las calles de Washington, de Nueva York, de Paris, de Tokio e incluso de Caracas. La perdieron en las portadas de los diarios y con las horripilantes imágenes que retrataron el horror de una guerra (de todas las guerras) en un mundo donde ya las pantallas de televisión te hacían pensar que las bombas estallaban en la sala de la casa y que los niños quemados por el napalm, eran tus vecinos o tus hijos.

Los vietnamitas sabían eso y por ello dilataron las conversaciones de paz en Paris, con necedades como la forma de la mesa de discusiones y los puestos de los negociadores. Por eso lanzaron la ofensiva del Tet y obligaron a Nixon a bombardear Hanoi. Sabían que, mientras pasaba el tiempo, la guerra se hacía más impopular y sus muchachones en el mundo harían el trabajo que sus soldados y guerrilleros nunca habrían podido hacer. Con esa política derrotaron al tigre de papel.

Por cierto, los norteamericanos perdieron la guerra, pero ganaron la paz. La imagen casi surrealista de la caravana presidencial de Trump por Hanói, pasando frente un Mac Donald, nos hace preguntarnos, si las hamburguesas no son más potentes para ganarse una sociedad que el napalm y las bombas. En fin, ese es otro debate.

Lo que ciertamente nos demuestra el ejemplo de Vietnam y para lo cual es válido en el caso venezolano, es que el imperialismo no es un tigre de papel y que puede ser malo y feroz cuando quiere, pero que puede ser derrotado cuando no la juega bien.

Hoy, cuando de manera inexplicable, un sector de la dirigencia política democrática venezolana se enzarza en una discusión sobre si Guaidó o la AN deben invocar la aplicación del artículo 187 de la Constitución, valdría la pena recordar la trillada afirmación de uno de los más brillantes estrategas militares de toda la historia, el barón Von Clausewitz, quien nos decía que “La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”. Hay que aclarar que, como dice el evangelio, “no se enciende un candil para ponerlo debajo de la mesa, sino para que alumbre para todos”, es decir, que no se va a invocar la presencia de una coalición militar extranjera para que no venga, sino para que comience una guerra.

¿Nos hemos hecho la pregunta, o hemos leído, más bien, las declaraciones del gobierno de Colombia, de Bolsonaro, del Grupo de Lima, de la Unión Europea y hasta de Elliot Abrahams, el supuesto halcón americano, sobre la voluntad de iniciar una guerra en Venezuela? ¿Dígannos, por favor, donde piden que Guaidó invoque el 187 para ellos venir a actuar? Es probable que lo hayan dicho y nos haya agarrado un apagón y no nos enteramos.

En realidad, son temas muy serios, para andar debatiéndolos en los cafetines, como la izquierda sesentosa en torneos que no tendrán ninguna relevancia para los actores reales de un tal evento. Cada cosa en la política y la diplomacia tiene su momento. Si Guaidó debe tomar una iniciativa en este terreno seguramente lo hará, pero será en el Areópago, porque estas cosas de Areópago no son.

La política y la diplomacia tienen sus tiempos, también los tiene los pueblos que sufren como el nuestro. Nuestro papel, es hacer que coincidan, que la desesperación no nos lleve a un pandemónium social, antes que se produzcan los eventos que la comunidad internacional, con su ciertamente endemoniada parsimonia, pone en obra para salir de Maduro.

No comamos casquillo con los rusos y sus aviones. Rusia es una potencia de tercera categoría cuya economía es más pequeña que la de Texas y Venezuela no es Ucrania donde, lanzando piedras pueden alcanzar el palacio presidencial y los chinos no comen restaurantes chinos y menos con uniforme militar.

Como suelo decir a los lectores, no emborronamos cuartillas buscando popularidad ni simpatía, por eso, concluyo con una anécdota que me conto el Padre Rivolta, ese hombre polémico y fantástico, que partió hace unos años. Me decía que el feminismo le había ayudado mucho en su trabajo pastoral, porque cuando estaba recién ordenado e iba una señora a consultarle qué debía hacer con un marido irresponsable que le hacía pasar trabajo y la maltrataba, el respondía, “hija, esa es la cruz que Dios te mando, tienes que aceptarla…” Ahora, si digo eso, me pegan la cruz por la cabeza.

Pues bien, corriendo el riesgo de que me peguen este articulo por la cabeza, concluyo en que esta cruz en la que nos metimos por que una mayoría de venezolanos voto por Chávez, debemos cargarla con inteligencia, pero que esta no es una cruz en la que moriremos clavados. Que Maduro no tiene ningún chance de salirse de este hoyo. Que los grandes poderes fácticos del mundo y las democracias decentes, decidieron no calárselo más y están trabajando para ello.

Que a nosotros nos toca, como nos dijo Guaidó, “armar nuestro, peo” que, de resto, la boa sigue apretando donde hay que apretar, que deseo no empreña y que no por mucho madrugar amanece más temprano.

Y finalmente, que “todo cuanto hay bajo el sol tiene su hora.”

 

@juliocasagar