Del populismo usurpador al clientelismo engañador, por Antonio José Monagas
Del populismo usurpador al clientelismo engañador, por Antonio José Monagas

 

La intención de fraguar un sistema político democrático luego de la caída del régimen autoritario del Gral. Marcos Pérez Jiménez, en Enero de 1958, no logró levantarse con la magnificencia para entonces procurada. El modelo político-económico implantado, resultó caracterizarse por marcadas contradicciones determinadas por el populismo que fungió de marco fáctico para encubrir pretensiones reunidas alrededor de una retórica política que sólo apuntaba a exaltar el nacionalismo, las luchas contra las oligarquías y la igualdad social.

El país político prefirió enrumbar su praxis política ateniéndose a lo que representaba un modelo de “estatismo partidizado”. Particularmente, por cuanto los intereses que campeaban en torno al manejo de la gestión de gobierno, que desde 1959 se emprendía, parecían rendir más réditos políticos y provecho económico que lo pautado por criterios de desarrollo social, ordenamiento territorial y mejoramiento cultural.

Los partidos políticos cuyo arrojo fue protagonista de eventos que determinaron la defenestración del despotismo militar, comenzaron a monopolizar la mediación política entre el Estado y la sociedad civil. Ello, por supuesto, devino en una degradación de conceptos que exaltaban la democracia como función de las libertades y derechos alcanzados históricamente. Tan contrariado comportamiento, permitió que se controlaran medios de comunicación. Y peor aún, mecanismos de dirección del Estado los cuales, desde los mismos inicios de lo que se denominó “período democrático”, desfiguraron la concepción del Estado venezolano. Tendencia ésta que igualmente asintió la redacción de la Constitución del 1961. Fundamentalmente, cuando algunos de sus preceptos reglamentan el sistema político con disfrazados visos de centralismo, presidencialismo y paternalismo.

De esa forma, se instituyó una normativa que velaba por la organización del Estado. Bajo la misma, fue posible establecer un control político por “fideicomiso”. Es decir, se instauró una especie de intervención de la administración de entidades gubernamentales a través de gremios, grupos politizados o partidos políticos. Todo ello con la intención de controlar o penetrar políticamente instancias administrativas correspondientes al manejo del Estado con el fin de hacerse del dominio de las mismas. Así, engrosaban la burocracia en su propio beneficio mediante groseras prácticas clientelares.

Sin embargo, las realidades políticas siguen apegándose a prácticas que persisten en continuar con tales preferencias. ¿Y por qué no decirlo? Estas prácticas se observan depuradas en términos de lo que significa el aprovechamiento político en beneficio personal de quienes gozan de sus bondades. Y que si bien, este tipo de prácticas puede caracterizarse como expresión del clientelismo, no califican exactamente como razón del populismo. Aunque el populismo es fuente del clientelismo. Tanto como de mañas o actitudes que conducen a la perversión y corrupción del ejercicio de la política.

Del populismo, pueden hacerse múltiples referencias que dan cuenta de la desvergüenza que acompaña sus distintas manifestaciones. Aunque debe reconocerse que ha servido a generar un alto grado de apoyo político a todo gobierno que base su gestión en promesas de interminables condicionamientos. De ahí que, a corto plazo el populismo acrecienta el fervor por el proyecto político que sirve a gobiernos ha adelantar parte de su oferta. No obstante, a mediano y largo plazo, deja relucir sus debilidades. Su condición usurpadora. Sobre todo, porque fomenta meras ilusiones de igualdad social lo cual no es óbice para que el populismo sea entienda como razón de ascenso -relativamente rápido- de individuos y grupos sociales.

Dicho de otro modo, la condición demagógica del populismo lo lleva a diferir soluciones a problemas que pueden lucir impopulares. Pero también, actúa como factor conciliador. Aunque en situaciones de apremio por lo que apela a paliativos, indistintamente de sus consecuencias. Fundamentalmente, por cuanto todo régimen populista sólo se interesa en adelantar una gestión pública capaz de ganar el espacio político necesario que asegure el enquistarse en el poder político. Esta consideración hace ver que el populismo no busca amarrarse a doctrinas políticas dado su carácter enteramente pragmático. O sea que al alimentarse del rechazo a las ideologías, su praxis no se verá sometida por concepciones políticas doctrinarias.

En el caso Venezuela, donde se habla de socialismo como fundamento doctrinario del actual proyecto de gobierno, se infiere o que el mentado socialismo no es tal conceptualmente, o que el populismo es apenas la fachada de un régimen que tiene trabado sus mecanismos de intervención social y económica. Por tanto, lo que intenta el populismo acometer sólo obedece a un ideario político supeditado a las circunstancias imperantes. Improvisado o diseñado bajo un esquema totalmente oculto.

Por su parte, el clientelismo, al fin como secuela del populismo en tanto modo de acentuar el desarreglo que plantea dada su naturaleza fáctica, actúa como canal de desviación del proceder político-administrativo sobre le cual se soporta todo régimen. Por más que se precie de mantener impoluta su gestión publica, la misma es profundamente engañadora. Su propensión a la prevaricación o corrupción, permite a los detentadores del poder político relacionarse clientelarmente con el estamento que administra los bienes públicos. Pero si estos no se administran según la lógica imparcial de la ley sino bajo una apariencia legal, se da paso al intercambio de favores permitiéndose la concesión de prestaciones por parte de quienes ostentan cargos públicos con manejos dispendiosos del poder.

Es el problema que exactamente padece Venezuela toda vez que a su gobierno lo caracteriza un sistema  clientelar dirigido a favorecer condiciones a instancias de la corrupción campante. La manera de cómo el cliente político busca compensar el favor recibido, pudiera explicar la razón de la cual se ha valido el régimen para intentar perpetuarse en el poder. O bien, mediante la amenaza ejercida al momento de utilizar esa misma capacidad de decisión para afectar a quienes no se presten a colaborar con la coerción que aplica el régimen en aras de conservar su hegemonía política. Por eso el partido de gobierno, financiado en buena medida con recursos del fisco, se convirtió en una piedra angular del clientelismo político venezolano.

El régimen “socialista” se ha valido del hecho de desvalijar en lo posible al venezolano para que así se vea en la forzosa necesidad de conectarse con sitiales que le permitan hacerse de una vida más cómoda. Por eso, el régimen ha ideado mecanismos de compensación social, como las cajas CLAP y los distintas dádivas o bonos alimentarios a manera de crear en los venezolanos vías de salida rápida o atajos para paliar su hambre. Pero también, para saltarse barreras sociales que envalentonen con el apoyo gubernamental brindado.

De ahí que no resulta complicado advertir que la causa que sirvió de retén al gobierno militarista venezolano para enroscarse en el poder, fue transitar truculenta y “exitosamente” del populismo usurpador al clientelismo engañador.

 

@ajmonagas