“Februa” para el recuerdo del Caracazo, por Armando Armas
Alejandro Armas Mar 02, 2018 | Actualizado hace 3 semanas
“Februa” para el recuerdo del Caracazo

caracazo

 

En cuanto al significado de fechas históricas nacionales se refiere, pareciera que febrero no sale muy bien parado entre sus otros 11 hermanos. Claro, está la celebración de la Batalla de La Victoria con sus loas al coraje juvenil. Pero también están en la memoria la devaluación del bolívar y la imposición de un control de cambio nefasto, un tanque intentado tomar por asalto el Palacio de Miraflores y una oleada de disturbios y saqueos que conmocionó a Caracas como pocos eventos antes lo lograron. Así como el artículo de la semana pasado estuvo dedicado a los 35 años del primero de estos tres eventos, hoy será abordado el último.

El llamado Caracazo está cerca de cumplir tres décadas. De todos los hechos que anunciaron el fin de una etapa en el accidentado devenir cronológico criollo, este ha de haber sido el más traumático. Tan es así que desde aquellas jornadas fatídicas, en Venezuela cada vez que el descontento se extiende entre las masas pululan las especulaciones sobre la posibilidad de que una vez más “bajen los cerros”.

Es por ello que el fantasma del Caracazo hoy es empleado, por un lado, por ciudadanos opositores para cuestionar el entorno actual, en el sentido de que no se entiende cómo ante un escenario infinitamente más adverso que el de 1989 no se produce un estallido social igual o peor. Por el otro, voceros del oficialismo lo usan de forma inversa para dar a entender que es imposible que las condiciones de vida de los pobres actualmente sean más desfavorables.

¿Qué pasa entonces? ¿En verdad Venezuela no está tan mal como hace 29 años? El esfuerzo necesario para responder esta pregunta es de hecho mínimo. Claro que el país está anonadantemente peor. Servicios básicos como luz y agua, aunque a menudo deficientes en barrios urbanos y zonas rurales, no estaban entonces en el foso; la criminalidad iba en aumento, pero no había una violencia delictiva que bañara en sangre las calles de la nación impunemente todos los días y nos colocara entre los rincones del planeta más peligrosos; las personas no morían por enfermedades relativamente sencillas de tratar, puesto que los hospitales funcionaban y estaban dotados de los insumos que hoy brillan por su ausencia; los venezolanos no huían desesperados a tierras donde ni siquiera tenían un techo asegurado, sino que, al contrario, desde Colombia nos llegaban oleadas masivas de inmigrantes que buscaban refugiarse de la pobreza y de la violencia perpetrada por guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes.

Pero dado que el detonante de los disturbios de febrero tardío fue específicamente un aumento en el pasaje de autobús, dentro de un marco mucho más general de rechazo al incremento de precios, enfoquémonos en los contrastes económicos. Ciertamente, los productos de primera necesidad se habían vuelto de difícil acceso para una creciente población que llevaba años empobreciéndose poco a poco. Sin embargo, a diferencia de ahora, con mucho esfuerzo era posible adquirirlos, ya que los bienes sí estaban en el anaquel. Y ello sin depender de importaciones, ya que el aparato productivo nacional no estaba completamente asfixiado, a pesar de que había controles de precios y se acababa de salir de seis años de regulaciones cambiarias (el alcance y profundidad de estos mecanismos eran mucho menores que los de hoy). Las cifras son elocuentes: antes del Caracazo, Venezuela tuvo cuatro años seguidos de crecimiento del producto interno bruto, el cual tanto en 1986 como en 1988 estuvo en torno a un nada despreciable 6%. En cambio, 2017 fue un cuarto año consecutivos de contracción económica y es casi seguro que el presente será el quinto. Esto nunca antes había ocurrido desde que existen registros al respecto. Para colmo, por misterios de la ciencia revolucionaria, aunque el Gobierno insiste en que vivimos mucho mejor que antes, el Banco Central de Venezuela no cumple con su deber de informar al país sobre el desempeño económico con datos que corroborarían las proclamas de Miraflores. Lo que se sabe es gracias a estimaciones hechas por entes privados o internacionales.

En cuanto a las variaciones de los precios, una vez más los números esclarecen mucho. 1989 fue el segundo peor año de toda la mal llamada “cuarta república” en cuanto a inflación. El indicador subió a un tétrico 81%. Sin duda, se debe tener en cuenta el efecto del levantamiento de un control de cambio que duró un sexenio y de varias regulaciones de precios de muy vieja data. También hay que considerar que, como el Caracazo fue en febrero, conviene revisar la inflación del año anterior para entender de qué escenario venía la gente cuando se desató el caos. En 1987 el incremento generalizado de precios ya estaba en un muy preocupante 40%, y la de 1988 fue solo un poco menor. Sin embargo, todos estos guarismos se quedan en pañales frente al monstruo hiperinflacionario que hoy se desayuna los sueldos de la ciudadanía. De nuevo mediante cálculos ajenos al silencioso BCV se sabe que este esperpento fue de más de 2.000% el año pasado, y quien sabe cuántos dígitos se sumarán en 2018. De hecho, la inflación de los últimos meses ha estado en torno al mismo nivel alcanzado a lo largo de todo 1989.

Zanjada la cuestión sobre en qué momento estaban los venezolanos pasando más roncha, queda la pregunta sobre por qué los eventos de hace 29 años no se repiten. Hay una falla de origen en la mera interrogante. Las sociedades son fenómenos mucho más complejos que una forma aritmética. Es una equivocación suponer que habrá el mismo resultado si se conjugan en un determinado momento los mismos factores que en otro, por demás distante, generaron cierto evento. En otras palabras, aquello de que la historia se repite, como dijo Hegel y luego Marx comentó con añadiduras dramáticas suyas, no es del todo cierto.

En segundo lugar, suponer que en Venezuela no ha habido ningún estallido social recientemente es no tener ni la más remota idea de dónde se está parado. Solo en el primer mes de este año hubo 714 protestas en todo el territorio nacional, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social. De estas, 287 (40,2%) fueron para exigir alimentos. En el mismo mes del año pasado en cambio hubo 96. A esto se añade el perturbador dato de 141 saqueos, que se dieron en 19 de las 24 entidades federales. Ese mismo indicador en enero de 2017 fue de 19 robos masivos. A diferencia del Caracazo, que fue un fenómeno restringido a la capital y sus alrededores, estos disturbios se han dado casi todos en las diferentes regiones. No me parece algo digno de celebrar, pero los eventos fuera de Caracas siempre llaman menos la atención nacional e internacional que sus equivalentes dentro de ella.

Espero que con estas líneas se entienda un poco más la necesidad de hacer consideraciones sobre contextos y en la medida de lo posible tener datos a la mano a la hora de hacer comparaciones entre el Caracazo y lo que sucede en la actualidad. Así debe ser en cualquier intento por tender puentes entre una época y otra. A manera de cierre me permito señalar que el rey romano Numa Pompilio llamó al segundo mes del calendario latino februarius en atención a la Februa, un ritual realizado con el propósito de purgar la urbe de malos espíritus. Sirvan este y otros ejercicios para purgar de manipulaciones y símiles espurios a nuestro recuerdo de hechos acaecidos en febrero… Y en todo el año.

@AAAD25