Cuando se tiene un alumno... Se tiene un hijo, por Antonio José Monagas
Cuando se tiene un alumno… Se tiene un hijo, por Antonio José Monagas

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Qué difícil es definir el papel de docente. Su dificultad estriba en cómo iniciar la respuesta, tanto como en terminarla. No hay valores que puedan desprenderse de la concatenación correspondiente toda vez que entre los valores que envuelven tan hermoso oficio, se arma una continuidad tan íntima que no hay forma de juzgarlos por separado. Aun cuando es posible asentir que según cómo se estructura esa secuencia, asimismo puede ordenarse la sociedad en la que se circunscribe la vida en todas sus manifestaciones. Es decir, social, cultural, económica y política. También en lo moral, lo cívico y lo ético.

 

Coincidentemente, el concepto de “patria” tiene en su ascendencia algo de la fuente que sirve de razón a la relación que se establece entre el maestro y el alumno. Porque cuando hay que enseñarle al alumno cómo sortear los avatares de la vida, rebotan motivos que obligan al educador a aprender de la misma manera. O quizás, con mayor aprehensión. La conjugación de tan importantes enfoques, constituye la esencia sobre la cual descansa la idea de “patria”. Sobre todo, desde la perspectiva que puede brindar la idea de familia cuando de la vinculación maestro-alumno se deparan sentimientos de amistad, cooperación, solidaridad y tolerancia. Y que para el caso, equivale a construir sociedad. Y por lógica progresión, ha de corresponderse con la cimentación de territorio, nación, país y hasta de Estado.

 

Pero como nada parece más hermoso que enseñar, formar y educar, igualmente nada suele contener más responsabilidad que moldear valores dignidad y principios en cada hombre. Especialmente, cuando vive el proceso enseñanza-aprendizaje. En la esencia de tan maravillosa experiencia, se hallan razones que exhortan el significado de la vida. Por eso, el aula, sin que necesariamente sea un lugar encerrado por cuatro paredes, representa el espacio donde se abona el desarrollo de una nación. Pero también, de la persona misma cuando vive su papel de estudiante.

 

Por eso, la vida de un docente, maestro o de un educador, hace ver al mundo de modo diferente. Lo ve desde lo más alto que puede permitir arribar a la cumbre del Everest o del Aconcagua. Porque desde arriba se observa el camino desde su comienzo hasta donde termina. O lo que equivale a percibir el desarrollo de la vida a lo largo de su travesía. Es por eso que cuando se tiene un alumno de corazón abierto y de pensamiento diligente, se tiene un hijo de alma noble y de sublimes ideas.

 

En el contexto de esta Venezuela sacudida por la gestión de un gobierno indolente, irónico, engañoso y represivo, la violencia desatada a consecuencia de las protestas que con legítimo derecho vienen ocupando los días y espacios del país, enlutó expectativas maravillosas que, la dinámica de la vida, había perfilado en provecho de su gente y sus esperanzas.

 

Casi medio  centenar de bajas de jóvenes, todos comprometidos con el futuro nacional, en escasos 50 días de enardecidas protestas, además reconocidas por la Carta Magna en sus artículos 333 y 350 como derechos constitucionales, perdieron la vida en manos de hordas salvajes y asesinas promovidas por la desesperación de un gobierno obstinado por causa del miedo a ser defenestrado por los excesos y delitos cometidos. Tanta maldad, tiene nombre propio: un ordenamiento jurídico inventado con la oscura pretensión de reivindicar el amarre del régimen al poder.

 

Todo esto apunta a lucir un país profundamente conmocionado por hechos cargados de la más deliberada injusticia, saña y crueldad. Sólo por el afán de seguir enganchado al poder contrariando valores, principios y garantías democráticas, así como menoscabando derechos humanos. Al día de hoy, lo visceral se convirtió en criterio de gobierno. Más, cuando las balas y gases lacrimógenos son utilizadas como recursos de persuasión, pero sin estimar contemplaciones ni medir consecuencias. Arrasan con lo que estorbe a los planes del régimen.

 

Ahora, las aulas de colegios, liceos y universidades llorarán el vacío que provocará la ausencia de venezolanos en cuya hoja de ruta no estaba la muerte como hecho a cumplir inoportunamente. La maligna animadversión de un gobierno que desconoce derechos y libertades, que se conduce a ciegas en el plano del Derecho Positivo, apagó la vida de tantos muchachos de combativos ideales y de inmenso corazón que hasta las calles extrañarán su marcha. A tantos estudiantes de meritorio andar en compañía de lápices, libros y cuadernos. Pero también, suprimió el aire a tantos alumnos de promisorias vidas y fulgurantes iniciativas. En cada joven se fue un pedazo de Venezuela, aunque con ello llegó más sed de democracia.

 

Así que desde hoy, estos muchachos representarán las libertades que sus cuerpos alcanzaron cuando en el momento crítico, la sanguinaria y enceguecida represión, hizo que sus ojos avistaran una nueva dimensión. Ésta, pletórica de Luz Divina. Pero lo que jamás el desenfreno gubernamental podrá obstruir, impedir o derogar, serán las ideas que los labios de estos venezolanos convirtieron en palabras que en adelante surcarán el horizonte nacional. Aunque en medio de cualquier situación de cruda violencia. Violencia que ahora la matizan con trozos de cabilla, metras y balines empleados como perdigones. Además, con potes contentivos de gases lanzados como proyectiles a quemarropa por quienes forman filas en el producto libertino, indigno y depravado de la otrora honorable Guardia Nacional.

 

No habrá recuerdo más excelso que lo que Andrés Eloy Blanco, en su hermoso poema Canto de los hijos en marcha, describe. “Y una palabra: Justicia, escriban sobre la tumba”. Porque ciertamente, tan hermosa deferencia encubre una gran razón para pensar que cuando se alinean los ideales justos y necesarios, vuelan alto las razones de libertad y justicia. Pero también, por eso mismo, puede sentirse que cuando se tiene un alumno…se tiene un hijo.

 

@ajmonagas