1957-2016: Encuentro de pensamiento y alma, por Armando Martini Pietri
1957-2016: Encuentro de pensamiento y alma, por Armando Martini Pietri

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Vino a visitarnos llegando por La Guaira un 18 de febrero de 1906, llegó a ser uno de los más queridos y populares Arzobispos de Caracas, y se fue por Barcelona para no volver, en septiembre de 1959. Otro recibió la tradicional palmada y vio luz en Montalbán, Estado Carabobo, el 17 de mayo de 1939, y aún entre nosotros como Arzobispo de Cumana, y, además, presidente del Consejo Episcopal Venezolano, pensamiento, voz plena y oficial de la Iglesia Católica de Venezuela.

Líderes, guías del catolicismo, y por referencia de todo el cristianismo, ambos, en representación y como voz de esa clara posición, estremecieron gobiernos injustos. Uno y otro prelado parecen encontrarse en pensamiento y alma en 2016, cuando sus inquietudes sociales, ese inmenso e incontrolable amor y deseo de ayudar a los más necesitados, la firme creencia católica, las enseñanzas de la Biblia y Evangelios, fieles a la fe cristiana, con reconocimiento de la autoridad y primacía del Papa, Obispo de Roma; coinciden, se encuentran, se inspiran, se funden en el llamado de alerta en los acontecimientos, que aunque distintos, en diferentes épocas, y disímiles circunstancias, son similares, parecidos en su concepción y acepción.

El guaireño se dejó llevar por sus inquietudes y sensibilidades sociales que lo llevaron a cuestionar, enfrentarse al gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, motivo por el que fue conocido como el Arzobispo de la Resistencia. Eran tiempos de tiranía absoluta, cuando nadie podía siquiera murmurar pues se jugaba la libertad, la integridad física y la vida.

Monseñor Rafael Arias Blanco, en esa época dura de 1957, cuando por mucha resistencia que hubiera –la había, principalmente de adecos y comunistas, perseguidos, torturados, asesinados, presos, exiliados, moviéndose como podían entre sombras y escondites, pero sin ceder un ápice ante un Gobierno que lo tenía casi todo controlado-, era Arzobispo de Caracas.

A la estructura –ayer como hoy y siempre- de la Iglesia, párrocos, asesores espirituales, maestros civiles y religiosos, capellanes, a todos llegaban las quejas, los miedos, las rebeldías, las injusticias, las violaciones de derechos humanos; y toda esa información era redirigida a los obispos y, fundamentalmente, al prelado Arias Blanco. Obviamente, la Iglesia hacía gestiones, intercedía por unos, investigaba por otros, pero la dureza de la dictadura dejaba los esfuerzos en sólo detalles, rasguños.

Monseñor resolvió fortificar la posición de la resistencia como expresión popular, decidió en aquellos tiempos en los cuales ni se soñaba con redes sociales ni internet, hacerle una seria, razonada y dura advertencia al oficialismo, la Seguridad Nacional, sus investigadores y torturadores. El Gobierno de las grandes obras públicas y al mismo tiempo de cárceles atiborradas de presos políticos y países vecinos llenos de exiliados, con mando férreo de la prosperidad y pies enterrados en barro de sangre y dolor, recibió un durísimo golpe público.

El 1° de mayo de 1957, para más detalle domingo, los sacerdotes leyeron palabra a palabra, la Carta Pastoral que estremeció al régimen desde Miraflores hasta la más recóndita jefatura civil, porque por encima del siempre mesurado tono, escrita en lenguaje sobrio pero enérgico como es característico de la Iglesia, decía verdades de enorme peso y se analizaba la creciente oposición popular al régimen.

Enumeró con estadísticas y observaciones propias, el proceso de empobrecimiento de los trabajadores venezolanos, condenó el latrocinio, los atropellos y el allanamiento con armas en las manos y patadas en las puertas de miles de hogares por parte de la Seguridad Nacional.

Asimismo, en la pastoral se abogaba por la defensa de la clase obrera, afirmando entre otras contundentes verdades: «Para mejorar la condición de los trabajadores, nuestra legislación social debe proponerse: la consagración del salario vital obligatorio y la institución igualmente nacional de una política de prestaciones familiares, pues se trata de dos conquistas logradas ya en muchas naciones cristianas del mundo occidental…»

En definitiva la pastoral leída en los púlpitos aquel agitado 1 de mayo confontó el ánimo y la moral de la resistencia popular y muchos aseguran que aceleró el proceso que se vitalizó y extendió en el segundo semestre de 1957 y culminó el 23 de enero de 1958. Nunca lo sabremos con certeza absoluta, pero lo cierto es que abrió mentes y almas para que el venezolano de entonces entendiera desde otra perspectiva la gravedad de la situación, y comenzara el proceso doloroso pero maravilloso hacia la libertad individual y colectiva de todos a una nación que estaba encarcelada en su propio país.

En conclusión, para una ciudadanía enferma de férrea represión, fue un grito de libertad, un gran campanazo que espabiló la conciencia y resquebrajó la censura que el régimen usaba como muro de contención, ruborizó e incomodó a empresarios y a militares.

Todo eso significó, en aquel año en el cual Pérez Jiménez se disponía a unas elecciones arregladas en las cuales se auto reelegiría, un gran suceso, -esa alarmante sirena en mitad de la noche- era precisamente la Carta Pastoral del arzobispo Rafael Arias Blanco. Y nos viene a la mente porque este 7 de julio de 2016 de nuevo se produce un hecho notable, desapercibido, insignificante reseñado, nada considerado y poco analizado. El mensaje de la Conferencia Episcopal leído por Monseñor Diego Rafael Padrón Sánchez, Arzobispo de Cumaná.

Después de los saludos protocolares de rigor y dar la bienvenida Monseñor entra en materia eclesiástica y dice, entre otras precisiones, que: “A pesar de los problemas de toda índole que agobian a todos los que vivimos en este país, la Iglesia en Venezuela, como institución, goza de buena salud espiritual” y así continuó sus palabras tratando temas relacionados con la iglesia, los sacramentos y el mensaje siempre sabio, consolador, conciliador e inteligente del Papa Francisco.

Luego Monseñor Padrón disertó como la Iglesia, con respeto y realismo describe sin titubeos ni palabras vagas el panorama nacional. Citamos textualmente: “No me detendré a describir la situación del país, (…) A más de que el sistema que nos gobierna ya está agotado, los actuales gobernantes manifiestan incapacidad para solucionar los urgentes problemas.”; “Los intereses del gobierno no son los intereses del país, de sus gentes y sus instituciones (…) Percepción que genera al mismo tiempo incertidumbre, desesperanza, depresión, rabia y violencia social.”; “Un gobierno que no ha podido (…) dar alimentos y medicinas al pueblo, aún más, negado a permitir que instituciones religiosas o sociales presten su concurso para aliviar las penurias y dolencias del pueblo, carece de autoridad moral para llamar al diálogo y a la paz (…) El diálogo, del cual habla el gobierno, comienza por el reconocimiento de la gravedad de la situación en todos los órdenes y la manifestación de la voluntad mediante signos visibles, de querer cambiar positivamente o transformar la situación. El incremento del poder militar no solucionará los problemas éticos y sociales. Un diálogo político sin metas precisas, sin fases definidas y sin resultados previstos es inútil (….) Los Obispos no somos ni oficialistas ni opositores (…) Nosotros no somos profetas del desastre. Somos pastores y profetas de la esperanza (…) Como tarea urgente, ratificamos públicamente nuestra solicitud de que se permita la entrada de medicamentos que necesitan muchos venezolanos urgidos de una atención sanitaria de altura.”

Y concluye Monseñor con una oración: “Ruego al Padre Misericordioso e invoco la protección de María de Coromoto a fin de que estas reflexiones que expresan el sentir no sólo de la Conferencia Episcopal sino el anhelo de la inmensa mayoría del pueblo venezolano, que espera una solución pronta y definitiva, a la crisis que vivimos, encuentren un camino pacífico y democrático.”

Ciertamente de los textos y su lectura, se podrá observar que ambos Monseñores logran regiamente narrar, describir y relatar con acuciosa agudeza la triste y lamentable situación que hoy, al igual que ayer, vivimos los venezolanos.

 Las crisis son cíclicas, la económica nos afecta el bolsillo y la calidad de vida pero la moral y la ética nos aqueja el alma, y ése es la trance más agudo que hoy vivimos los venezolanos. La doble moral, el doble discurso y la impunidad nos están cercenando, mutilando el espíritu. 

Difícil esclarecer lo que en aquellos tiempos muchos pensaron sobre las palabras de Monseñor Arias, pero sí de tomar riesgo se trata, está claro que Monseñor Padrón ha fracturado las compuertas que concluirán dando al traste con esta ignominia que a pesar de intereses de unos y esfuerzos de otros en darle largas, buscando oxígeno e indagando alternativas, los ciudadanos decentes con valores y principios no permitirán, ni están en disposición, ni tendrán la tolerancia o paciencia para que algunos politiqueros se burlen de la voluntad y del mandato popular. Recuerdo siempre, los tiempos de hambre no son los mismos que los tiempos políticos.

 

@ArmandoMartini