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Gran Sabana

Preescolares entre tepuyes y minas: la odisea de estudiar en el paraíso
En la distante frontera de Venezuela hacia el Brasil, en la Gran Sabana, la educación de la primera infancia surge como el prisma desde el cual mirar la crisis venezolana. La dinámica económica de esta región amazónica, devenida en zona minera, impone particulares desafíos

Morelia Morillo

Alma camina de prisa los 150 metros que separan la Unidad Educativa “Fe y Alegría de Manak Krü” -donde da clases de una materia a ocho secciones de bachillerato- al preescolar donde también ejerce su profesión de docente: el Centro de Educación Inicial “Manak Krü” de Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana hacia Brasil, a 1.258,4 kilómetros de Caracas. Es junio de 2023 y, por suerte, no llueve. Pero, faltando 20 minutos para las 10:00 de la mañana, el cielo es una pantalla blanca. El sol, entre nubes, abrasa, enceguece. 

En la misma ciudad está el Centro de Educación Inicial “Santa Elena” que luce sobre el marco de una puerta un letrero, hecho a mano, que ofrece tareas dirigidas. Con certeza, las clases las dicta una maestra como parte de su estrategia de sobrevivencia

La caminata apurada de Alma y el letrero en el CEI “Santa Elena” expresan la urgencia de dos mujeres, docentes, por subsistir. Tanto sus salarios como los ingresos de padres y madres son precarios. Sin embargo, de esos adultos depende el funcionamiento de los preescolares y el bienestar de niños y niñas menores de seis años.

 

 

Los maestros, papás y mamás sobreviven estresados, los planteles carecen de mobiliarios y materiales adecuados; pocos niños y niñas asisten con regularidad porque en casa no hay para el desayuno o para comprar sus uniformes; las sedes no cuentan con juegos didácticos, parques, patios ni especialistas para atender a los estudiantes que se ubican dentro del espectro autista.

Los preescolares de Santa Elena de Uairén, la única ciudad venezolana en la frontera con Brasil, en la Gran Sabana, son espacios en donde la crisis venezolana recrudece y permea hacia la primera infancia. De nada vale que este sea el centro urbano de una región en donde se aceleró la economía minera y la importación de alimentos brasileños que entran por esta frontera y van hacia los yacimientos y al resto del país.

El municipio Gran Sabana se asemeja al paraíso, estudiar aquí debería ser maravilloso. Es un área amazónica conformada por 90% de Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (ABRAES), por su belleza o valor ambiental. Tiene ríos, morichales, selvas, sabanas y unos cerros de cimas planas llamados tepui.

Pero la crisis -esa mixtura deforme de inflación, devaluación, corrupción, conflicto político y sanciones internacionales- alcanzó la economía local: el turismo, el transporte de pasajeros y el comercio, que ocupaban a la población, apenas existen. La mayoría escarba en ríos, sabanas y montañas procurando unos puntos, milésimas partes de gramos de oro, para comer; mientras que los menos se sirven de poderosas máquinas, compran y venden el mineral o invierten en alimentos brasileños que colocan en el interior del país o en las minas. En marzo de 2023, Juan Méndez, director estatal del Ministerio del Poder Popular para el Transporte, dijo a Primicia, que pasaban 500 unidades de carga diarias por la Troncal 10, la vía que conecta al límite fronterizo con el resto del territorio nacional.

 

 

Acá, cualquier pago, por pequeño que sea, se hace en reales brasileños o en oro

¿Cómo se vive así? ¿Cómo son los preescolares en esta frontera? ¿Qué papel juegan los padres? ¿Y los niños? ¿Cómo afecta durante la primera infancia el vivir al cuidado de padres y maestros bajo presión?

Los preescolares dependen de la ayuda de los padres. Pero, para evitar sanciones, en esos espacios ni se habla ni se formaliza la contribución. En cambio, se usan definiciones como “Una gotita de amor”. De ese amor de gota a gota depende incluso el pago de los suplentes, el desinfectante y el papel sanitario.

En esta ciudad, localizada a 15 kilómetros de la frontera, quien puede pagar transporte (60 dólares mensuales), inscribe a sus hijos en Pacaraima, la localidad brasileña fronteriza con Venezuela, especialmente para iniciar la escuela primaria y a veces, desde preescolar.

Conoce la historia de Alma y de los centros públicos de educación inicial de Santa Elena de Uairén y Pacaraima en el especial: Preescolares entre tepuyes y minas: la odisea de estudiar en el paraíso

preescolares entre tepuyes y minas

 

Movimiento de la Gran Sabana pide la reactivación del sector turismo
El Movimiento Gran Sabana señaló que su objetivo es generar conciencia en la sostenibilidad del producto y la calidad de la oferta

 

El Movimiento de la Gran Sabana emitió un comunicado este martes para exhortar al Gobierno se haga la reactivación del sector turismo, el más afectado por la pandemia del COVID-19 y la crisis económica que se vive en en el país desde hace varios años.

«Nos urge el apoyo para que el turismo sea un elemento estratégico de los planes Nacionales de recuperación y resiliencia, solicitando la armonización de los protocolos y restricciones del viaje con un plan de rescate en la Gran Sabana, basándonos en la Ley de Fomento de Turismo Sostenible como actividad comunitaria y social», se lee en el texto.

El Movimiento Gran Sabana señaló que su objetivo es generar conciencia en la sostenibilidad del producto y la calidad de la oferta.

«Pretendemos ser el espacio para la colaboración y dialogo para la reapertura del turismo, en nuestro Municipio, convencidos del papel proactivo, convirtiéndonos en los protagonistas del cambio y apoyando las acciones de nuestros predecesores de lucha como lo son los miembros de ASOCANAIMA», señalaron. 

Lea el manifiesto completo: 

Manifiesto Gran Sabana by Yeannaly Fermin

Orlando Viera-Blanco Jun 16, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Érase una vez Venezuela
La distancia no importa cuando existe un motivo, y ese motivo es Venezuela, que está en nuestras memorias. Reminiscencias que se nutren de inconmensurables recuerdos que son amor patrio.

@ovierablanco 

La Venezuela en la que crecí era un país soñado y soñador. De niño estaba muy vivo en nuestro imaginario llegar a la adultez (cuando sea grande, quisiera ser tal y cual) para emular a nuestros padres. Un continuo de anhelos posibles y normales cuando vives en un ambiente de pujanza, orden y oportunidades, por lo que la mente puede visualizar tiempos mejores, como los vividos…

Las reminiscencias

Retener el pasado también conduce a querer un futuro mejor como los disfrutados en nuestra infancia, nuestra adolescencia. Es común escuchar historias de connacionales de sus recuerdos, de dónde vienen y cómo vivían.

Lo común: anécdotas entre tierra, mar, asfalto, burros y montañas, donde nacieron todas las travesuras y fuimos inmensamente felices.

En Caracas fui un niño peligrosamente feliz. Una de nuestras “aventuras” era ir a la montaña trasera de casa en La Trinidad a buscar orquídeas. Había que trepar un árbol cuyo tallo enfilaba hacia un desfiladero. La inocencia de un crío que aún no llegaba a la pubertad, impedía pensar que ese desafío podría arrojarnos a todos al vacío: orquídeas, árbol y «trepadores» juntos. Pero al inocente lo protege Dios… quienes al sobrevivir la pericia, salíamos a vender las epifitas Cattleyas gaskellianas a 5 bolívares la unidad.

Nuestros columpios eran péndulos de una grúa abandonada que vaya usted a saber si el óxido de aquellos colgantes nos hubiesen disparado como catapultas en guerras espartanas. Y nuestras madrigueras eran cuevas frías y oscuras que para llegar a ellas saltábamos como aves sobre caídas libres. «Jugar a ser grandes» suponía ser valientes desde niños como lo eran nuestros padres. Unos gigantes de la vida que cada día llegaban a casa después de su faena de trabajo con un «hola, Dios te bendiga», felices de haber cumplido lo que les gustaba hacer, para lo cual estudiaron, trasnocharon y tuvieron oportunidades.

Papá llegaba siempre bien trajeado de su ambulatorio o de la clínica, bata blanca impoluta con su nombre grabado en el pecho, Dr. Orlando Viera-Acosta, escrito en rojo relieve, o de paltó Monte Cristo, orgullosamente comprado en la fábrica de San Martín…

Adiós papá... El Roble

Adiós papá... El Roble

Ahí (en San Martín) mis padres me buscaron mi primer traje para asistir a mis primeros quince años. Festejo muy vigilado por Mocho Brujo, un exboxeador venezolano que se convirtió en el peaje más difícil y afamado para entrar a cada agasajo en Caracas…

Con elocuencia el cubano que me empotró mi primer traje de tres piezas (el Monte Cristo), y me juró que sería el mejor vestido de la fiesta. Pero sirvió de poco. De los quince años solo escuché el vals. Me devolvieron de la entrada. No pasé el examen de Mocho Brujo. A cabalgata pura y dura nos mandaron por donde vinimos.

Sin embargo, un mejor destino me esperaba. A la hermosa quinceañera le conocería meses más tarde en el colegio. Y un poco después sería, quien aún es, mi esposa… Así soñábamos. Así nos hacíamos «grandes» e hicimos sueños, realidades, hogares, familia…

El distinguido y memorable Monte Cristo aún lo conservo. Cumplió 40 años. En él no cabe ¡ni una pierna de este servidor!

Claro como el agua del Valle del Lozoya

Son legendarias las aguas del Valle del Lozoya. Venidas de sus picos nevados, se derriten y viajan por largos cauces hasta lagunas que en la lejanía se presentan difusas. Pero al apreciarlas de cerca, su quietud, silencio, apartado y distancia, hace de aquellas aguas cristalinas de la Sierra de Guadarrama embalses misteriosos y enigmáticos.

Así somos. Como la naturaleza de la madre patria. Difusos a lo lejos, transparentes en la proximidad. Como las aguas de la laguna de Mucubají en la Sierra Nevada de Mérida. Prístinas y puras, propio de la nobleza de nuestro gentilicio. No por casualidad Mérida es un pueblo bueno, regio y decente, como sus frailejones.

A decir del positivista francés Hippolyte Taine, los pueblos son reflejo de su abundancia, a su vez representada por el talento de sus pintores y escultores. Esto es tan cierto, que recuerdo la edición del Festival Des Films du Monde donde resultó ganadora la opera prima venezolana La distancia más larga.

Al final del debut, le comenté a su directora “Sabes lo que has representado en tu película? Pues te lo quiero decir. Es la inmensidad de un país retratado en sus tepuyes y la Gran Sabana, es la potencia de una nación pintada en la regia urbe de Caracas y es la belleza de un niño que se encuentra entre la inmensidad bucólica del Amazonas y la ciudad, que apela al perdón de su abuela catalana para reducir esa larga distancia llamada Venezuela”. Claudia Pinto Emperador no pudo  responder. El llanto le impedía hablar. Y el mío no me dejó decir más…

Venezuela en la distancia   

Esa es la Venezuela pura y libre que debemos rescatar. La distancia más larga no es la política, no es la que otros recorren. Es la que caminamos todos, incansablemente.

La distancia no importa cuando existe un motivo, y ese motivo es Venezuela, que está en nuestras memorias.

Reminiscencias que se nutren de inconmensurables recuerdos que son amor patrio. No podemos abandonarla. Todo lo que Venezuela ha hecho por nosotros hace que nosotros hagamos todo por ella. Venezuela nos hizo libres y felices. Devolvamos esa alegría y libertad. Aún muchos no lo han sido. Merecen serlo. Plácidos como el agua clara del Valle de Lozoya, que cae pura, potente y sin fatiga. ¡Como fue Venezuela! 

* Embajador de Venezuela en Canadá.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Kumarakapay: las huellas de una masacre contra un pueblo en resistencia
A un año de la matanza del Ejército contra los pemones de la Gran Sabana, Runrun.es reconstruye lo sucedido a partir de las voces de quienes se quedaron en el pueblo y de los que han vuelto a pesar del miedo

@loremelendez

 

La casa donde vivían Zoraida Rodríguez y Rolando García con sus cinco hijos está llena de cicatrices. La fachada contuvo decenas de disparos de armas largas que hoy están cubiertos con cemento gris. Los boquetes se ven detrás de los móviles que la familia hacía para vender a los turistas que pasaban por Kumarakapay. Son círculos del tamaño de un limón y destacan en medio del verde pastel que cubre las paredes de la vivienda. Uno de los muros laterales quedó atravesado por la grieta que dejó un balazo. Muy cerca de allí, cayó Zoraida con tres tiros en el pecho. Su esposo Rolando se desplomó a pocos metros, justo cuando avanzaba para ayudar a un familiar a quien también lo habían alcanzado los proyectiles. Ambos fueron víctimas fatales de la masacre que el 22 de febrero de 2019 por primera vez manchó de sangre a la Gran Sabana, en el sector oriental del Parque Nacional Canaima.

Desde aquella mañana, cuando decenas de efectivos del Ejército arremetieron a tiros contra sus habitantes, Kumarakapay nunca volvió a ser la misma. Tres de sus pobladores murieron y otros 14 fueron baleados. Los lesionados que se quedaron en el pueblo son hoy los únicos heridos de bala que han vivido en Kumarakapay desde que se fundó, a inicios de 1930. A varios de ellos se les reconoce porque cojean. Otros, como Onésimo Fernández, quedaron postrados en sus camas.

Los pobladores de la comunidad indígena, conocida también como San Ignacio de Yuruaní y situada muy cerca de las famosas “cataratas” del mismo nombre, aseguran que al menos 80 de sus hermanos huyeron a Brasil para escapar de la persecución que se desató luego de la masacre. Ese número representa alrededor de 5% de  1.500 habitantes. Los hijos de Zoraida y Rolando están entre los que se fueron.

José, de 23 años y el mayor de los cinco hijos, ya se había ido de Kumarakapay antes de la balacera. Llevaba varios meses en un pueblo del Arco Minero del Orinoco, a donde se fue a explotar oro para poder mantener a su esposa y tres hijos. Pero cuando sucedió la masacre, estaba de visita en la casa de sus padres. Fue testigo de cómo Zoraida y Rolando fueron arrasados por las balas, al igual de Clíver, su primo, quien también murió por el ataque de aquella mañana. La primera en caer fue su mamá.

Zoraida acostumbraba a levantarse alrededor de las 4:30 am para meterse en la cocina y preparar las empanadas que ofrecía a los viajeros que estaban de paso por Kumarakapay. Ese 22 de febrero hizo lo mismo: se despertó y preparaba todo para comenzar la faena en la cocina grande que tenía al lado de su casa: un galpón con medias paredes de color pálido que sirvió de comedor tiempo atrás, cuando los pemones de la Gran Sabana podían vivir exclusivamente del turismo. Cerca de las 6:00 am, llegaron los convoyes militares al puesto de la guardia pemón que los indígenas habían montado en plena carretera: la Troncal 10, la misma que conecta a Venezuela con Brasil. José, al escuchar el ruido, se levantó.

No era la primera vez que los vehículos militares intentaban pasar por allí. Alrededor de las 3:00 am, hicieron lo mismo. Un testigo recuerda que buena parte de Kumarakapay esperaba la llegada de la ayuda humanitaria y que, por esa razón, en el punto de control de los guardianes pemones se conminó a los uniformados a regresar. Los efectivos se devolvieron, pero solo 4 kilómetros: los convoyes se quedaron en el desvencijado puente metálico sobre el río Yuruaní. Un par de horas después, volvieron con más tropa y dispuestos a disparar.

“Mamá estaba rastrillando cuando llegaron los militares”, rememora José, quien se levantó para ayudarla. Fue Zoraida quien le confirmó que habían comenzado a pasar los convoyes. Eran cerca de las 6:00 am. 

Tres de los camiones cargados de militares ignoraron el punto de control pemón y pasaron hasta estar casi al frente de la casa de Zoraida y Rolando. Uno se quedó atrás y los indígenas obligaron a sus conductores a bajarse. Desde los otros vehículos militares respondieron con fuego.

“El Ejército vino a tomar todo y la gente trancó la calle. Les dijeron que no respetaban a la comunidad”, acota José. Uno de los uniformados era un pemón de otra comunidad. Los guardianes indígenas intentaron mediar en la situación y discutieron en el punto de control. 

Zoraida no corrió a esconderse. “Mi mamá se quedó afuera y empezó a reclamarles a los militares de los convoyes que estaban frente a su casa. ‘¿Por qué ustedes apoyan la sinvergüenzura?, ¿ustedes no ven la realidad?, la frontera está llena de venezolanos, ¿no les da pena?’, les decía”, cuenta José. Luego de confrontarlos, se volteó para seguir hacia la cocina. En ese momento, dispararon de nuevo. Cuando ella volteó, tres balazos se clavaron en sus senos. Las manos le quedaron llenas de la masa que había manipulado poco antes para hacer los pasteles que pensaba vender más tarde aquella mañana. En el sitio donde la hirieron, nacieron flores amarillas silvestres.

La actitud de Zoraida frente al poder siempre había sido frontal y eso, explica José, se debía en parte a que era adventista: insumisos, protestantes. La otra parte le venía de familia. “Mamá tenía el carácter de mi abuelo y por eso decía las cosas directamente. No se callaba, siempre decía lo que pensaba”.

José corrió para auxiliar a su mamá cuando se desplomó y logró llevársela a la cocina en donde ella preparaba las empanadas. “Hijo, saca a los niños, váyanse de aquí”, le dijo ella cuando pudo hablar. Cuando logró alzar la cabeza en medio del tiroteo, José vio cómo caían otros de sus paisanos, entre ellos, su primo Clíver Pérez, la segunda víctima fatal de la masacre de Kumarakapay. 

Poco después de aquella escena, quien cayó fue su padre, Rolando, que había salido de la casa para ayudar a Alfredo, uno de sus cuñados que también había sido herido. Pero mientras andaba, lo alcanzó un disparo en el torso. “Yo vi que mi papá corrió. Cuando me volteo, venía agarrado (presionando su abdomen) y gritando. Pensé que iba a aguantar porque era alto y gordo”, comenta José.

Rolando era guía turístico y también llevaba las riendas de su conuco, donde sembraba yuca y batata, entre otros tubérculos. Su hijo José lo recuerda como un líder en su familia, porque incluso sus cuñados seguían sus decisiones y consejos. Era él quien laboraba junto a ellos en cada conuco que sembraban.

“Papá era un hombre de autoridad. Él decía que el que trabajaba, comía, y el que no, que buscara qué hacer. A pesar de eso, era cariñoso con nosotros, compartía mucho con la familia de mi mamá, porque la suya estaba en Brasil. Son pemones brasileños”, apunta José.

Si algo sorprendió al pueblo de Kumarakapay, fue la actitud de los militares. “Venían ya como para no perdonar”, señala Pablo Delfonso, un primo de Rolando y ex capitán de Kumarakapay (2006-2008), que vivía a pocos metros de su casa. A él lo despertaron los balazos de las 6:00 am, pero más temprano había estado despierto por el movimiento de convoyes que hubo a las 3:00 am. El sonido de los tiros lo tomó por sorpresa, no entendía lo que pasaba. Cuando salió de su casa, ya Rolando y Zoraida estaban en el suelo. A otros de sus paisanos también los habían baleado.

Otro testigo, a quien lo despertó el bullicio del trancón, vio cómo se armaron los uniformados. Justo antes de llegar a la carretera, observó una fila de militares que disparaba con sus fusiles al aire. Sin embargo, los pemones que estaban cerca comenzaron a caer por los balazos. A la moto en la que iba la impactaron tres proyectiles. Él corrió a refugiarse.

“Ya nos están matando, nos están matando –pensé- porque ninguno de nosotros tenía armamento para defenderse, no teníamos nada. Vi a la gente cayendo, llorando a las mujeres, a las señoras, niños, niñas, todos. La gente gritando que nos estaban matando”, relata. 

Detrás de aquellos uniformados, había más: otros efectivos se habían escondido tras del convoy. Asegura el testigo que estos fueron quienes dispararon directamente a los indígenas. Los mismos que lo balearon en la pierna cuando él, al pensar que el fuego había cesado, se movió para refugiarse en otro lugar. Le dieron cerca del glúteo, y le perforaron el fémur. Para salvarse, debió arrastrarse hasta un restaurante a donde estaban llevando a todos los heridos. En el suelo vio los cuerpos heridos de decenas de sus pemones.

Al cabo de unos minutos, vino por fin la calma. Los convoyes continuaron su camino hacia la frontera. Había pemones heridos de bala a lo largo de la carretera. A todos los reunieron en un restaurante a orillas de la vía y de allí los llevaron al ambulatorio de Kumarakapay. Zoraida murió poco tiempo después de ingresar. 

Un camión 350 trasladó a los otros heridos al Hospital Rosa Vera Zurita de Santa Elena de Uairén, a casi una hora de distancia. De ellos, solo Rolando, su primo Cliver Pérez y Onésimo Fernández fueron llevados a un hospital en Boa Vista, Brasil, a más de cinco horas y media de Kumarakapay. Seis días después murió Clíver. El 2 de marzo murió Rolando lejos de sus hijos y su casa.

En esos días, los hijos de Zoraida y Rolando corrieron a refugiarse. Se fueron montaña adentro, a donde sabían que los militares no los buscarían. Lo mismo hicieron muchas familiar de Kumarakapay, porque los militares regresaron aquel 22 de febrero, en horas de la noche, para allanar las viviendas.

“Caminábamos de noche hacia los cerros para escondernos cuando nos buscaban y solo nos regresábamos al siguiente día. El Cicpc vino para acá al siguiente día, después de la masacre. Ellos fueron quienes taparon los huecos de la casa”, cuenta José.

Pablo Delfonso, quien también es profesor de la Escuela Técnica Agropecuaria de Kumarakapay, recuerda los días posteriores a la masacre. “Esas semanas fueron una burla a nuestros hermanos, porque nadie se podía mover de Kumarakapay. No podían ir al conuco porque todo estaba cercado por los militares. Como autoridad legítima lo hemos dicho, ellos (los uniformados) no pueden hacer eso. Tienen que informar, porque de repente alguien va a su conuco y lo detienen o tirotean”, indica quien había quedado esos días como capitán encargado de la comunidad. 

El acoso de los militares obligó a muchos a no regresar. “Después de la masacre, tuvimos que dispersarnos. Yo no hallaba cómo defender a mis hermanos. Tenía que defenderlos. Yo soy el mayor y tenía que pensar cómo manejar a una familia. Nos tuvimos que dividir: mis hermanos (de 17, 16, 13 y 12 años, en aquel entonces) se fueron a Brasil y yo, con mis hijos y mi esposa, me fui al Cuyuní”, relata José.

Los hijos de Zoraida y Rolando viven en la frontera brasileña junto a sus tíos, los hermanos de su padre. Ellos le dieron techo, mientras que el gobierno de esa nación les fijó una pensión en tanto estuviesen en su territorio. Ocho meses después, volvieron a su casa en Kumarakapay, pero solo para pasar vacaciones. Saben que quedarse no es seguro, aunque añoran el hogar que tenían junto a sus padres y la vida en la Gran Sabana.

En Kumarakapay poco se ha recuperado. El turismo, que ya había bajado con la crisis, disminuyó todavía más y eso ha incidido negativamente en la vida económica de la comunidad que depende de esta actividad. Pablo cuenta que el acoso de los militares ha bajado. “Pero los primeros, venían con actitud amenazante, por eso lo denunciamos a sus generales y superiores en el Fuerte Luepa (el Batallón de Infantería que fue asaltado el 22 de  diciembre de 2019 por un grupo de pemones)”, reclama. 

Pablo sostiene que el ataque tiene su origen en el interés que tiene el gobierno de invadir las tierras de los pemones para aprovechar sus minerales. Ya en el Sector Occidental del Parque Nacional Canaima, había ocurrido meses antes el asalto de los efectivos de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) a los mineros pemones que extraen oro en el río Carrao, que dejó un indígena muerto y otros dos heridos. En noviembre de 2019, ocho personas murieron cuando una presunta banda armada disparó contra ocho mineros de la comunidad indígena de Ikabarú, donde se explota oro y diamantes desde hace décadas. Los pobladores de la zona, sin embargo, aseguran que los autores de la matanza son las fuerzas de seguridad del Estado. 

Lo sucedido hace un año en Kumarakapay dejó tras sí refugiados, pérdidas, desconfianza, miedo. Sin embargo, nada de esto ha amilanado a muchos de los pemones que se quedaron en el pueblo. Hay quienes, como Pablo, lo ven como una oportunidad para unirse ante un destino que parece inexorable. “Lo que pasó más bien ha fortalecido nuestra lucha como pueblo pemón, porque el que lucha tiene que morirse. Es así”, sentencia. 

Miembros del Ejército venezolano habrían incursionado durante cuatro horas en territorio brasileño la noche de este martes 24 de diciembre, en busca de los militares que se sublevaron el 22 de diciembre en el Batallón 513 Mariano Montilla de Luepa en la Gran Sabana.

El Pitazo tuvo acceso a un audio difundido por el teniente José Rodríguez Araya, uno de los líderes de la operación Wey pa’ka, con la que pretendían tomar control del fuerte Escamoto, ubicado a unos 10 kilómetros de la frontera de Venezuela con Brasil, y desde allí llamar a uniformados de diferentes estados a unirse al alzamiento.

El 22 de diciembre los rebeldes, que estaban acompañados por 30 pemones pertenecientes a la reserva del Ejército, tomaron el fuerte de Luepa, de allí sustrajeron 120 fusiles. Luego fueron a Kumarakapay donde se llevaron de la estación policial cinco pistolas y un chaleco antibalas.

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El ministro de Defensa del régimen de Nicolás Maduro, Vladimir Padrino López, afirmó este domingo 22 de diciembre que fueron detenidos los primeros sujetos involucrados en el asalto al Batallón 513 Mariano Montilla, ubicado en Luepa, municipio Gran Sabana del estado Bolívar.

«En este momento los detenidos están aportando información de interés criminalístico. La FANB y demás organismos de seguridad del Estado están activados en persecución del resto de los terroristas», indicó López.

 

 

Señaló que el hecho ocurrió esta madrugada. El grupo asaltó la unidad militar y sustrajo un lote de armas. Padrino López los identificó de inmediato como «sectores extremistas de la oposición».

«Las unidades militares y policiales de la región se activaron de manera inmediata. Hicieron armas contra los asaltantes. Iniciaron una persecución contra estos grupos. Se detuvieron los primeros sujetos y lograron recuperar todas las armas», aseguró.

 

 

Padrino López rechazó estas acciones en nombre de la FAN y afirmó que con ellas «buscan mantener en zozobra al pueblo de Venezuela». También afirmó que permanecer la alerta ante cualquier amenaza contra el país.

Militares y reservistas indígenas se sublevaron en la Gran Sabana

Santa Elena de Uairén. Militares del batallón 513 Mariano Montilla, apoyados por 30 indígenas reservistas del Ejército, se sublevaron la madrugada de este domingo 22 de diciembre y van camino de la frontera de Venezuela con Brasil.

Los oficiales tomaron como rehén al comandante de este fuerte, que está ubicado en Luepa, municipio Gran Sabana, el mismo lugar donde indígenas pemones denunciaron a inicios de este mes que rusos instalaron radares de última tecnología para presuntamente extraer minerales.

Faltando cinco minutos para las 5:00 am, estos funcionarios asaltaron la estación policial de Kumarakapay. Se llevaron cinco pistolas y un chaleco antibalas.

 

«Hacemos un llamado al Ejército Libertador para que inicie el cese de la usurpación», fue el mensaje enviado por los militares sublevados a través de mensajes de texto y Whatsapp a compañeros de armas y a la población de la Gran Sabana.

 

A través de una grabación a la que tuvo acceso El Pitazo, un hombre que no se identifica confirma la sublevación a un coronel. Detalla además que los militares alzados se llevaron 122 fusiles del fuerte de Luepa. Simultáneamente, intentaron ingresar en el fuerte Roraima de Santa Elena de Uairén, pero se vieron obligados a retroceder, luego de activarse «el Plan de reacción».

El hombre agrega en el sonido que en la alcabala de la policía de San Francisco de Yuruaní desarmaron a los funcionarios y se llevaron cuatro pistolas. «Fueron unas personas identificadas como Dgcim«, añade.

Civiles armados identificados como tupamaros irrumpieron a tiros en el fuerte de Luepa. Sostuvieron un enfrentamiento armado con los militares sublevados. El Pitazo está por confirmar el asesinato de un soldado.

Autoridades del pueblo pemón denuncian ante instancias nacionales e internacionales la masacre de Ikabarú
Los indígenas exigen respeto a su territorio y una investigación sobre lo ocurrido en Ikabarú
Exhortan al Gobierno a llevar a cabo una investigación conjunta con la Jurisdicción Especial Indígena

Las autoridades del pueblo indígena pemón del sector VI denuncian ante instancias nacionales e internacionales, la masacre de Ikabarú, donde fueron asesinadas 8 personas, entre ellos un indígena de la comunidad Manak Krü.

En un comunicado recordaron que la Constitución establece en su artículo 119 el reconocimiento por parte del Estado de los pueblos indígenas.

Igualmente reclaman que su dignidad es violada constantemente, “cuando se nos trata como raza inferior en documentos, investigación social, trabajos periodísticos, noticias infamantes, así como también autorizan sin nuestro consentimiento la ejecución de obras o incursión militar, turismo nacional e internacional, tomar fotografías en nuestras viviendas con fines comerciales y pretenden sacar todo tipo de beneficio personal y económico en nombre nuestro”.

Exhortan al Gobierno a llevar a cabo una investigación conjunta con la Jurisdicción Especial Indígena. Por eso señalaron que el artículo 132 de la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas, da la potestad a los indígenas de investigar, decidir y ejecutar las decisiones en cuanto a controversias o conflictos que susciten en su territorio.

Las autoridades del pueblo pemón también rechazaron la militarización del aeropuerto y la instalación de una alcabala móvil antes del 5102 Escamoto, cerca del puente dirección La Línea (Brasil)- Santa Elena de Uairen.

Repudian el amedrentamiento por parte de efectivos militares hacia su cuerpo de seguridad indígena “y la incursión que se pretende realizar en las comunidades indígenas de algún órgano de seguridad”.

Por lo tanto los indígenas piden que el Estado cumpla y aplique todos los instrumentos internacionales sobre Derechos Humanos y lo que se refiere a los pueblos indígenas.