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Frontera Colombia Venezuela

Duque dice no caerá en “tentación” de cerrar frontera con Venezuela

COLOMBIA NO CAERÁ EN «LA TENTACIÓN» de cerrar su frontera con Venezuela pese a la llegada masiva de migrantes que huyen de la crisis en este último país, afirmó este lunes el presidente Iván Duque en presencia del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi.

Duque, que ejerce una fuerte presión internacional sobre la “dictadura” de Nicolás Maduro, destacó “el ejemplo” que está dando Colombia en esta emergencia que Caracas niega abiertamente.

Esto implica “no caer en las tentaciones ni de la xenofobia ni de cerrar fronteras”, sostuvo el mandatario en una declaración a los medios, al término de una reunión con el enviado de Naciones Unidas.

De su lado Grandi, quien habló con Duque antes de proseguir su gira regional en Argentina, aplaudió el proceso colombiano de regularización temporal de unos 820.000 venezolanos.

“Es un ejemplo para toda la región y ACNUR continuará apoyando estos esfuerzos para llevar a cabo el registro y documentación que aseguren la estadía legal de todas las personas venezolanas en el país”, aseguró el funcionario de Naciones Unidas.

El mandatario colombiano retomó las palabras de Grandi para referirse al éxodo como una “crisis monumental” e insistió en que, pese a ello, su gobierno seguirá actuando con apego a los “derechos humanos” y con respeto “a las personas que están siendo perseguidas por las dictaduras”.

El domingo Grandi visitó la frontera colombo-venezolana y afirmó haber constatado personalmente el “flujo complejo” de migrantes.

La ONU calcula que cerca de 1,9 millones de personas han dejado Venezuela desde 2015, la mayoría hacia países de la región, debido a la difícil situación económica y política.

Solo Colombia estima un flujo migratorio de un millón de personas por su territorio.

En una reciente declaración en Ginebra, Grandi precisó que “unas 5.000 personas abandonan Venezuela cada día actualmente”, en “el mayor movimiento de población en la historia reciente de América Latina”.

Reacio a admitir la crisis migratoria, el presidente de Venezuela ha pedido a la ONU “sincerar” las estadísticas, al tiempo que desmiente la emergencia humanitaria que denuncian otros gobiernos a raíz de la hiperinflación y la escasez crónica de alimentos y medicinas.

Entre agosto de 2015 y agosto de 2016, Maduro cerró la frontera, luego de un ataque de supuestos paramilitares colombianos contra una patrulla militar venezolana.

Almagro visitó frontera con Colombia para atender crisis de migrantes

Un grupo de diplomáticos internacionales y trabajadores de los derechos humanos encabezados por el secretario general de la OEA, Luis Almagro, visitaron el viernes 14 de septiembre la zona fronteriza entre Colombia y Venezuela para analizar formas para resolver la crisis de migrantes venezolanos.

Almagro dijo que todos los países americanos deben trabajar juntos para ayudar a los miles de migrantes venezolanos que huyen de la hiperinflación y la escasez de alimentos y medicinas en su país.

Un día antes, Almagro calificó al gobierno venezolano de «dictadura» y dijo que la crisis sólo se resolverá si se restablece la democracia.

El grupo de trabajo se reunió con funcionarios del gobierno y grupos de ayuda en la ciudad colombiana de Cúcuta y examinar formas de proporcionar ayuda a los migrantes.

El ex alcalde del municipio El Hatillo David Smolansky también visitó el puente Simón Bolívar de San Antonio junto a Almagro y el director para las Américas de Human Rights Watch José Miguel Vivanco.

Smolansky aseguró que se reunió con alcaldes y gobernadores de municipios y departamentos fronterizos con Venezuela.  «Vamos a articular esfuerzos con estas autoridades desde el Grupo de Trabajo de la OEA para promover campañas en contra de la xenofobia», afirmó el dirigente de Voluntad Popular en el exilio.

*Con información de Associated Press.

EE UU enviará buque hospital a Colombia para ayudar a migrantes venezolanos

El Pentágono se está preparando para enviar un buque hospital a Colombia y posiblemente a otras partes de Sudamérica para ayudar a los sistemas de salud sobrecargados por la crisis de refugiados venezolanos, anunció el viernes el secretario de Defensa, Jim Mattis.

“Es una misión humanitaria, definitivamente”, dijo Mattis a reporteros que regresaban con él a Washington tras una gira de seis días por Sudamérica en la que visitó Brasil, Argentina, Chile y Colombia.

Mattis no dijo cuándo arribaría el buque hospital USNS Comfort a las costas de Colombia, pero aparentemente no será en las próximas semanas. Dana W. White, portavoz en jefe del Pentágono, dijo que sería “en el otoño”, sin dar datos más específicos.

Como resultado de la situación económica de su país, un creciente número de venezolanos han decidido cruzar las fronteras.

Las Naciones Unidas dijeron a principios de la semana que aproximadamente 2,3 millones de venezolanos habían huido de su país hasta junio, principalmente a Colombia, Ecuador, Perú y Brasil.

El presidente colombiano Iván Duque aceptó la propuesta del buque durante conversaciones sostenidas el viernes en la mañana en Bogotá, afirmó Mattis.

“No sólo estuvieron de acuerdo en principio, sino que proporcionaron detalles sobre cómo podríamos maniobrar el navío a través de la región”, agregó.

Aún no se han resuelto algunos detalles del plan para enviar al USNS Comfort desde Norfolk, Virginia, señaló Mattis. Dijo que el barco podría visitar otros países sudamericanos que también enfrentan las secuelas del problema de los refugiados.

“Vamos a ir a donde haya más necesidad”, indicó, pero Venezuela no está incluida.

El Comfort tiene 12 quirófanos totalmente equipados, un hospital de 1.000 camas, servicios radiológicos digitales, un laboratorio médico, una farmacia, un laboratorio de optometría, un aparato de tomografía axial computarizada y dos plantas productoras de oxígeno.

El buque también está equipado con un helipuerto con capacidad para helicópteros militares grandes, así como una compuerta lateral que le permite a la tripulación recoger pacientes en el mar.

Cúcuta: Salida de Emergencia | El vuelo de Jesús

LA CRISIS ECONÓMICA DE VENEZUELA LLEVÓ A GUSTAVO LONGA a desplazarse todos los días hacia Cúcuta, en Colombia, para trabajar como lustrabotas. Muchas veces, su acompañante en esa travesía es su hijo Jesús, de 10 años, quien cruza el puente Simón Bolívar con su papá los días que le suspenden sus clases de 5° grado de primaria; situación cada vez más frecuente debido al éxodo de profesores venezolanos.

Mientras su papá está trabajando en alguna calle de Villa del Rosario, localidad fronteriza, el niño lo espera en una carpa ubicada en el área de migración, donde una organización defensora de Derechos Humanos ofrece abrigo y educa, académicamente y en valores, a los hijos de los venezolanos que cruzan hacia el vecino país.

Los dos hacen parte de un grupo denominado como “migrantes pendulares”, porque cruzan la frontera continuamente. Se estima que actualmente hay 1,3 millones de venezolanos en esta situación. Este tipo de migrantes no busca establecerse en Colombia. Atraviesan la frontera con un objetivo muy claro: suplir necesidades básicas como la compra de alimentos o la atención médica, para luego regresar a su país.

De estos 1,3 millones de migrantes pendulares, 51% son hombres y 49% mujeres, la mayoría entre los 18 y los 39 años, según el informe Radiografía Migratoria 2017, emitido por el Ministerio de Relaciones Exteriores colombiano.

También hay niños, como Jesús. Migración Colombia registró hasta diciembre del 2017 un poco más de 141 mil menores de edad que entran y salen del país todos los días. Esta es la historia de uno de ellos.

Mira el especial “Cúcuta: Salida de emergencia“.

Puente Simón Bolívar: el testigo de una crisis

DOS VECES POR SEMANA SUJEY CHACÓN RECORRE con su hijo cerca de una hora y media, desde San Cristóbal, Venezuela, hasta La Parada, en Colombia, para alimentarse en un comedor popular. Oddy Benítez pasa al menos 12 horas en un autobús con cuatros woks a cuestas hasta cruzar a Cúcuta, donde prepara y vende salsas, y compra productos asiáticos para revender en Venezuela. Yolimar Galvis atraviesa el puente para que sus gemelas de dos años, que carga en brazos, sean vacunadas en Colombia. Los hijos de Juan Gamboa cruzan diariamente el paso binacional, de madrugada, vistiendo sus uniformes escolares para ir a la escuela en el país de sus abuelos. Tiany Piñeros atraviesa el puente con su bebé de un año, y su vida empacada en unas cuantas maletas, para dejar atrás a su Punto Fijo natal e irse rumbo a Quito, Ecuador, donde la espera su esposo.  

Todos estos venezolanos soportan el sol, la brisa arenosa y los empujones mientras atraviesan los 315 metros del Puente Internacional Simón Bolívar: el mismo que hace décadas era llamado la “frontera más dinámica de América Latina”, el mismo que el presidente Nicolás Maduro cerró al paso vehicular hace casi tres años; el punto donde se cruzan sus historias y las de otras 25.000 personas que pasan diariamente a pie, huyendo de la crisis que vive una Venezuela desabastecida de comida, medicinas y futuro.

Este también es el mismo puente que dos demócratas inauguraron el 24 de febrero de 1962 bajo un toldo a rayas, y con la brisa del río Táchira golpeando el micrófono en el que pronunciaban sus discursos. Rómulo Betancourt por Venezuela, y Alberto Lleras Camargo por Colombia, abrieron el paso de la estructura de hormigón y acero que las dos naciones construyeron. Eran ellos los mandatarios que habían tomado las riendas de sus países luego de años dictaduras. El nuevo puente fue un símbolo de apertura e integración porque, como afirmó Betancourt ese día, la frontera no separaba “ni las ideas ni los anhelos de justicia”.

Gustavo Gómez Ardila, secretario general de la Academia de Historia del Norte de Santander, dice que cuando habla del puente recuerda una frase del escritor tachirense Pedro Pablo Paredes: “La línea fronteriza no se hizo para dividir sino para unir”. En su infancia, este experto fue testigo de la Venezuela próspera de los años 50, que él y su familia visitaban con frecuencia sin ningún tipo de barrera. Eran los tiempos de una nación que comenzaba a disfrutar de los réditos del petróleo, con nuevas y modernas vías de comunicación, con proyectos de infraestructura firmados por arquitectos afamados y con mostradores repletos de productos Made in USA.

“Siempre me llevaban mis papás a San Antonio a comprar todo lo de Navidad (…) Uno tenía la idea de que, a través del puente, llegaba al paraíso, a la abundancia (…) Los papás de uno decían: ‘si pierde el año, no vamos a Venezuela’. Ir era un premio y el puente era un punto de unión para llegar a la tierra prometida”, rememora.

Pero lejos de aquella bonanza del siglo XX, la Venezuela de hoy obliga a sus habitantes a huir de hambre, como lo hizo Sujei y tantos más – pues según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) en el 2017 al menos 87% de la población no podía cubrir sus gastos en alimentos- otros, como Yolimar y su bebé, atraviesan el puente en busca de la atención médica que Venezuela no les provee: de acuerdo con el Ministerio de Salud, el año pasado aumentó la mortalidad materna en 66%, la malaria creció 76% y reapareció la difteria. Hay unos que se van buscando seguridad, huyendo del país donde en 2017 asesinaron a 26.616 personas según el Observatorio Venezolano de Violencia. Y muchos otros más, corren de la hiperinflación: el Fondo Monetario Internacional calcula que sólo en el 2018 los precios habrán subido un 14.000%.

Primera estación: San Antonio no tiene quien le compre

Si no fuese por las miles de personas que transitan a diario por la avenida Venezuela de San Antonio del Táchira, esa que conduce directamente al puente internacional Simón Bolívar, el pueblo luciría desolado. Las tiendas de aquel tradicional enclave económico tienen hoy los portones abajo. Hay locales abiertos sin mercancía, tiendas que cambiaron de naturaleza para poder sobrevivir, panaderías sin pan y restaurantes sin clientes en pleno mediodía.

Un viernes de mayo, cerca de la hora del almuerzo, la venta de pollos en brasa más cercana a la aduana, Tío Rico, está completamente vacía. Solo tres empleados –uno en la cocina, otra en la caja y otro más sentado frente a una de las mesas– ocupan el lugar de sillas de fórmica y metal, mientras que las presas, ya doradas, giran junto al fuego. No hay un solo comensal en la escena.

 

San Antonio era conocido por las ventas de artículos de cuero. Las calles principales, entre los años ochenta y noventa, tenían tiendas que ofrecían carteras, chaquetas, zapatos. Uno de esos locales era Variedades Elena, donde hoy se venden los mismos productos pero en lona. En la frontera se acabaron los clientes que compraban pieles.

Eso es lo que dice Larry, quien aguarda al próximo cliente detrás de la caja registradora de su negocio. Un televisor encendido, encajado en una esquina, lo distrae en esa espera. Allí rememora los tiempos en que miles de viajeros iban a hacer compras a Cúcuta y, de regreso, se detenían en San Antonio para llevarse artículos de cuero. Hoy lo más popular de su tienda son los morrales mochileros y bolsos de viajeros, que compran los que emigran.

Segunda estación: 315 metros

La gente marcha hacia la frontera en silencio, sin detenerse, con el paso redoblado y los documentos a la mano. El cruce se hace en medio de maletas que pesan, el sol que quema, equipajes que atropellan; uniformados que importunan, revisan y retrasan; y un vallado metálico que estrecha el espacio. A la derecha, caminan los que salen de Venezuela y a la izquierda, los que ingresan. En el amplio medio, los militares de ambos países vigilan el movimiento mientras deambulan de un lado a otro con sus fusiles en las manos. Por allí también pasan, cuando los dejan, quienes van con ancianos o niños pequeños.

A la mitad del recorrido, la caminata se ralentiza, los codos se rozan, los pasos se arrastran. Se empiezan a alzar las manos con pasaportes, cédulas o carnets fronterizos. Montados sobre las vallas, los de verde oliva verifican los documentos sin mirar con detenimiento cada papel que muestra la marea de manos.

 

Quizá muchos de los que hicieron ese recorrido se inscribieron ya en el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia (RAMVD), el censo que hace el Gobierno colombiano para medir la diáspora que se queda en su territorio. Solo en el primer mes se comprobó que 203.989 personas, pertenecientes a 106.476 familias venezolanas, están asentadas en la nación. Se sabe que al menos 23% del total está en el departamento Norte de Santander. Y ahí no se cuentan los que andan indocumentados.

Después del puente viene La Parada, el sector del municipio de Villa del Rosario que recibe a los recién llegados a Colombia, con un enjambre de vendedores ambulantes de cualquier cosa que pueda aliviar a quien acaba de estar apretujado en el paso. Ahí también se gritan los nombres de destinos de viaje: Cúcuta, Medellín, Bogotá… Ecuador, Argentina. A viva voz se escucha a quienes compran dólares, bolívares, oro, tablets, teléfonos móviles, cabello… Todo, todo lo que se pueda convertir en pesos colombianos.

“La Parada siempre fue muy movida porque era a donde llegaba el contrabando. Ahora está así por la cantidad de emigrantes”, dice Gómez Ardila, el historiador. El editor de Domingo del diario La Opinión, John Jácome, es más severo cuando habla de la zona. “Difícilmente se saca algo bueno de allí”, recalca, y luego lanza una cifra roja: entre agosto de 2017 y mayo de 2018, hubo más de 30 balaceras en la frontera propiciadas por las mafias que quieren controlar el negocio del tráfico de mercancías.

Tercera estación: La nueva Parada

Allí, del otro lado, las cosas también han cambiado a raíz de la crisis y el cierre de la frontera. En las aceras, el paisaje lo dominan las casas de cambio, abastos, farmacias y confiterías con ventas al mayor. La mayoría de los negocios comenzaron a operar cuando empezaron a llegar los venezolanos en busca de lo más básico: alimentos y medicinas.

Un antiguo taller mecánico se convirtió en una próspera venta de cauchos que maneja Fabio Lazarazo, un colombiano que antes del cierre de la frontera viajaba a diario a San Antonio para trabajar en una compañía de neumáticos. Este nuevo local, dice, es también un negocio de la crisis: la mayoría de sus clientes son venezolanos que van por cauchos chinos de segunda mano, que son muy costosos en su país.

 

Una cuadra más adelante comienza el área de las hosterías: un puñado de edificios pequeños con recepciones de cemento, paredes de cerámica y sillas plásticas. Marta Higuera, que lleva 15 años de servicio en el Hotel Unión, relata que allí, donde antes dormían los gandoleros que tramitaban los papeles en la aduana, descansan hoy los migrantes mientras esperan que su autobús parta hacia su próximo destino.

Pero la parada no es sólo ventas y bullicio. Detrás de las calles tomadas por el comercio, están las casas modestas de quienes durante décadas han vivido a menos de un kilómetro del otro país. Allí, algunos venezolanos que cruzan el puente se han establecido en posadas improvisadas y residencias que arriendan habitaciones por noche.

En uno de estos cuartos duerme Leyla González, una valenciana robusta y de cabello ensortijado, quien llegó los primeros días de mayo a Villa del Rosario junto a su cuñada y tres vecinos. Con apenas dos millones y medio de bolívares, equivalentes a 2,5 dólares americanos, salió de su casa rumbo a la frontera y dejó a sus tres hijos menores de 10 años con su madre. “Yo vine a probar suerte, porque allá trabajas y no te alcanza para nada. Trabajas para medio comer”, relata la morena de caderas anchas y rostro pálido. Lo poco que tenía, producto de la liquidación de su empleo, lo invirtió en un boleto de autobús que la llevó hasta San Antonio. El resto lo cambió a pesos colombianos al pasar la frontera. Con eso, pagó dos noches de habitación y compró maltas para revender en el puente o en alguna calle de la zona. Lo único que espera es que la aventura le sirva para enviarle pronto plata a quienes dejó en Venezuela.

 

La incertidumbre del futuro de La Parada, del puente, de la frontera, se palpa en los testimonios. También se cuela la desesperanza. “Siempre, entre Colombia y Venezuela, ha habido momentos de mucha hermandad, como en la Independencia. Ahí en Villa del Rosario, antes de llegar al puente, hubo un congreso donde se reunieron delegados de los gobierno de Venezuela, Ecuador y Colombia y formaron la Gran Colombia. Ese era el sueño de Bolívar. Pero también ha habido momentos muy difíciles. Sucede como en las familias: los hermanos se pelean a veces, se agarran. Pero esta vez, yo no sé en qué irá a parar todo esto”, dice el historiador Gómez Ardila con un tono de desazón.

A Ingrid Rodríguez, otra habitante de Villa del Rosario, le preocupan las condiciones en las que llegan los que emigran. “Es demasiado el venezolano que llega a diario, que duerme y cocina en la calle, con bebecitos. La Parada se ha vuelto un desastre”. A metros de su casa, una mujer con un niño fríe unas tajadas de plátano en un fogón improvisado.

 

Endry Báez se queja de lo mucho que ha cambiado su barrio. Para ella, el arribo de los vecinos profundizado el desempleo y la inseguridad. Dice que los propietarios ya no quieren arrendar sus casas, porque se han escuchado historias de venezolanos que hasta han llegado a matar a sus caseros. Desaprueba que crucen el puente solo para vacunar a los niños.

“Uno procura no hablarles. A veces llegan a la puerta pidiendo agua o comida, pero uno procura no darles nada, o solo agua. Yo lo hago pero sin abrirles la reja porque me da miedo. A mí, personalmente, me da tristeza. No todos son malos, los buenos también vienen para acá a buscar trabajo”, comenta.

Hay unas palabras del escritor tachirense Pedro Pablo Paredes, que ayudan a explicar esas sensaciones y contradicciones que expresan algunos habitantes de La Parada frente a la crisis migratoria. Cuenta el historiador Gómez Ardila, que a Paredes solían decirle que parecía más colombiano que de su tierra. “Y él contestaba: es que somos la misma cosa. Llevamos la misma sangre de allá y de acá. Nos dividieron, por las razones que sea nos dividieron, pero ahora somos nosotros quienes estamos contribuyendo a esa división”.

Consulta el reportaje completo en este enlace.

Mira el especial «Cúcuta: Salida de emergencia«.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, reafirmó este viernes el compromiso de su Gobierno para apoyar a Colombia ante la llegada de refugiados venezolanos que huyen de la crisis que azota su país, en una conversación telefónica con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.

La portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, informó en un comunicado que Pompeo “reconoció la gran compasión de Colombia con los venezolanos que huyen de esa crisis provocada y destacó el compromiso de EEUU, por apoyar los esfuerzos de Colombia en ese sentido”.

.Pompeo y Santos hablaron también de los comicios presidenciales celebrados el 20 de mayo en Venezuela, en las que el presidente Nicolás Maduro fue reelegido para gobernar hasta 2025.

“El secretario Pompeo y el presidente Santos hablaron de las fraudulentas elecciones celebradas el 20 de mayo en Venezuela y sobre la importancia de mantenernos juntos, como naciones democráticas en apoyo al pueblo venezolano y la restauración de su democracia”, informó Nauert.

Cinco muertos y 13 heridos en ataque armado a billar de la frontera

Homicidios

Cuatro hombres y una mujer fueron asesinados y otras 13 personas resultaron heridas, luego que cuatro personas, a bordo de motocicletas, atacaran a tiros a las personas que se encontraban en un establecimiento nocturno ubicado en la parroquia El Palotal del municipio Bolívar del estado Táchira, en la frontera con Colombia.

De acuerdo con la información conocida, los pistoleros arribaron al billar La Gallera entre las 9:30 pm y 10:00 pm de este sábado y sin mediar palabra accionaron sus armas de fuego contra quienes estaban en el sitio. Luego escaparon con rumbo desconocido.

Según las informaciones conocidas en fuentes policiales, los fallecidos fueron identificados como José de los Santos Borges, Franklin Francisco Parra, Juan Carlos Puche y Leonardo Efrén Jaimes, todos de nacionalidad venezolana y Yuleidy Zambrano, indocumentada. Trascendió que al menos los hombres asesinados tenían residencia en la parroquia El Palotal.

Más información en El Nacional.

Organizaciones de DD HH advierten sobre presencia del ELN en la frontera

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Representantes de organizaciones de defensa de derechos humanos en el estado Táchira y el departamento Norte de Santander, advirtieron que los grupos irregulares se están enfrentando por el dominio del territorio en la zona de frontera de Colombia y Venezuela.

Wilfredo Cañizarez, coordinador de la Fundación Progresar, cuestionó durante un foro realizado en Cúcuta en el que participaron funcionarios de gobierno, las labores de los organismos de seguridad de su país ante estas acciones subversivas.

“En la frontera hemos denunciado que existe un grupo que se llama Ejército Paramilitar de Norte de Santander, al frente del cual está alias ‘Gochas’, que está en Villa del Rosario desde 2012, controlando esta frontera. Pero mientras acá las autoridades sigan diciendo que los problemas que existen son en territorio venezolano aquí no hay nada que hacer”, señaló Cañizarez.

Javier Tarazona, presidente del Colegio de Profesores en Táchira y director de la Fundación REDES, aseguró que los elenos dominan la frontera común entre Venezuela y Colombia

“El ELN se ha fortalecido en la frontera colombo venezolana. El caos que ha generado el microtráfico, el narcotráfico y el contrabando tiene en la guerrilla colombiana del ELN un grupo armado que se moviliza con el apoyo del régimen de Nicolás Maduro. Son los brazos de la extorsión fronteriza. En los últimos días, este grupo ha logrado desplazar a otros grupos irregulares e incluso a la propia FANB. La estructura del ELN viene haciendo una disputa por tierras para cobrar la vacuna”, dijo Tarazona.

Más información en El Nacional.