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fidel castro

Laureano Márquez P. Sep 11, 2019 | Actualizado hace 1 mes
Nikolai Madurotov

ES SU VERDADERO NOMBRE y es un misterio el lugar de su nacimiento, lo que se sabe a ciencia cierta, por pruebas de ADN realizadas al cadáver momificado de Josif Stalin, es que es efectivamente hijo suyo (el parecido es evidentísimo). Claro que usted, acucioso lector, se estará preguntando, cómo puede ser hijo del llamado “padrecito” por los soviéticos, si éste  pasó a mejor vida en 1953, y el otro nació 1962. La respuesta es muy sencilla y compleja a la vez, como una matrioska.

En los últimos años de su vida, Stalin concibió un ambicioso proyecto de expansión del modelo soviético por todo el mundo, con especial interés en promoverlo en los países más atrasados. Al contrario de Marx, que pensaba que el socialismo venía luego del desarrollo del capitalismo, Stalin concebía la tesis -enteramente suscrita por el régimen de Venezuela-  de que mientras peor, mejor. El proyecto se adelantaba a su tiempo porque incluía ideas como la clonación, la fecundación in vitro y la utilización -en vez de células madre- “células padrecito” para literalmente, fabricar un clon de su madre.

Para tal fin, el médico personal del líder soviético, el Dr. Mirón Vovsi, asesinado luego por una purga (las purgas en la URSS siempre fueron muy peligrosas, si pican una rata y luego la rata pica al humano, se produce la peste que acaba con mucha gente). El caso es que, antes de ser purgado, Vovsi tomó diversas muestras del ADN de el líder de la URSS, también del esculapio mitocondrial y por supuesto de su semen, en este último caso con el auxilio de la renombrada enfermera Kira Argounova. Encargado del departamento de reproducción asistida de la universidad Patricio Lumumba o Morochito Hernández (no recuerdo muy bien cuál), Mirón guardó las muestras en una cápsula de peltre de origen colombiano en un sótano congelado en Gorky Park, que queda saliendo del Kremlin a mano derecha como quien va hacia el río Moscova por el llamado paseo de Catalina la grande.

Allí, la simiente del hijo de Yekaterina Gueladze, permaneció oculta durante muchos años, quedando en el olvido. Cuando Stalin Fue denunciado en el XX congreso del PCUS,  Nikita desconocía la existencia del sótano oculto, cuya entrada quedó cubierta de hiedra (hedera canariensis). Ahora bien: ¿Qué sucedió entre ese momento al nacimiento de Nikolai? y ¿cómo llegó el material genético al laboratorio de la universidad de La Habana? Material que sería  descongelado y utilizado para la fecundación de un óvulo donado por La Pasionaria durante su estancia en la URSS y que había llegado a Cuba, años antes, a bordo de un barco chino, como regalo de Mao al Comandante. La explicación es sencilla: en 1960 el hijo mayor de Fidel Castro, con mucho esfuerzo, consiguió una beca para estudiar física y matemáticas en el Instituto de Energía Atómica de Moscú. Trotando una mañana por Gorky Park, Fidel Castro Díaz Balart, descubrió en una puerta oxidada un cartel que ponía: “Центральный Парк Культуры и Отдыха”, así como lo oyen (es decir, como lo leen) Fidelito, quedó estupefacto ante lo que decía el cartel, especialmente porque no entendía nada de ruso, sin embargo, no pudo contener la curiosidad científica y se adentro en el oscuro pasillo que conducía a unas escaleras que descendían a un laboratorio lleno de frascos, frasquitos y frascasos que se abolpaban en aquel reducido espacio congelado en el tiempo. Entre ellos, encontró algo que llamó su atención: la cápsulas de peltre con una etiqueta que ponía “Stalin” y  “sólo para fines procreativos” entre paréntesis. Fidelito guardó el hallazgo en el congelador de su residencia estudiantil y en su siguiente viaje a Cuba para la celebración de la Semana Santa, se lo entregó a su padre. El resto de la historia es conocida, Fidel tuvo muchos planes para apoderarse de Venezuela, lo que no se sabía es que uno de ellos fue el de crear una especie de clon del “padrecito” para controlar a Venezuela, cuando las condiciones fuesen propicias. 

El resultado está a la vista. No solo es el parecido físico, también sus acciones políticas se asemejan. Es evidente que lo lleva en los genes. Fidel trató de mantener en secreto su proyecto “el stalin tropical”. Sin embargo, el entonces director de la KGB, Vladimir Putin tuvo conocimiento del plan y ahora exige la parte que a Rusia le toca en el reparto del país, porque si su nación puso la materia prima, también tiene -según él- derecho a la materia prima venezolana. Es lo que hace hoy como zar de todas las rusias, incluida la venezolana.

Quizá ahora entienda el lector por qué hay soldados rusos vistiendo uniformes del ejercito venezolano.

 

@laureanomar

 

Herencia maldita, por Sebastián de la Nuez

EL POETA CUBANO MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ, quien hoy en día vive tranquilo en una casa frente al mar de Las Palmas de Gran Canaria, sabe de las torturas del gobierno castrista. Las sabe porque vivió el régimen desde una atalaya cultural que lo mantenía en contacto con la realidad. Asistió de cerca, además, al caso Heberto Padilla (1968). El poeta, ahora con 83, se asombró ante las declaraciones públicas del portugués José Saramago en diciembre de 1999, inmortalizadas por la agencia EFE. Saramago fue designado Premio Nobel de Literatura en 1998. En aquellas declaraciones reconocía, aun siendo hombre de izquierdas, la existencia de torturas y presos políticos en Cuba. Agregaba el autor de Ensayo sobre la ceguera que tales asuntos los trataría en su siguiente visita a la isla, faltaría más.

Cuando estuvo frente a Fidel Castro no dijo ni pío. Ni después. Dijo, eso sí, que los problemas cubanos deberían ser tratados por los cubanos. El flamante Nobel de entonces, recuerda Díaz Martínez en su obra autobiográfica Solo un breve rasguño en la solapa, «olvidó todo lo que había dicho días atrás por la radio lisboeta y se apresuró a mostrar su mejor cara a la dictadura». 

Por cierto, ¿han abierto sus boquitas el poeta Luis Alberto Crespo, el escritor Luis Britto García, el periodista Earle Herrera, el comentarista Roberto Hernández Montoya, para referirse a los casos muy recientes de Rafael Acosta Arévalo y Rufo Chacón? ¿Lo habrán hecho y uno sin enterarse? 

No digamos el fiscal, cuyo nombre no vale la pena citar. Su envilecimiento no conoce, a estas alturas, frontera alguna. 

El exlíder polaco antisoviético, Lech Walesa, se muestra muy asombrado en unas declaraciones de hace pocos días por el carácter inédito del régimen venezolano, un caso que no se le parece a nada, una novedad digna de estudio para la Historia a futuro puesto que se trata de un país secuestrado (no sometido propiamente a una dictadura) por una pandilla criminal. En su carácter único lo compara con el nazismo.

No le falta razón pero los métodos siguen siendo los mismos de cuando Gómez o Pérez Jiménez. Los mismos del castrismo. En realidad, por mucho que se asombre el señor Walesa, no hay grandes innovaciones bajo el sol.

Beatriz Catalá es (o quizás fue, no se sabe) chavista. Hija del gran editor y luchador adeco José Agustín Catalá, vio muy de cerca los efectos de la tortura en tiempos de Pérez Jiménez. Su padre, estando confinado, le pidió que escribiera a los presos, con la intención de que así obtuvieran algún aliento y supieran noticias del exterior. Desde los 15 años, la joven se había colocado en la cigarrera Bigott. Eran cinco en la casa. Su mamá, además de atender a la muchachera, cosía para una fábrica de ropa interior. Beatriz, trabajando en la Bigott, conseguía cigarrillos para los reclusos.

Comenzó a cartearse, siguiendo las indicaciones del padre, con varios reos de la dictadura, entre ellos Jesús Faría y Ramón J. Velásquez —aunque este llegó ya hacia el final—; también con José Vicente Abreu. Abreu se convertiría en el amor de su vida. El preso político le escribió un poema desde el encierro, «Canto a Beatriz». Así empezó la relación. 

Salió de la cárcel al exilio en septiembre de 1957. Ahí fue cuando lo vio personalmente, por unos breves instantes. 

Abreu retrató su sufrimiento en el libro Se llamaba SN. 

Beatriz lleva en su seno, o al menos llevaba hasta hace unos años, esas torturas aun no habiéndolas sufrido directamente. Las llevaba como pegadas a su piel junto a la memoria vívida y lacerante. Una vez que permitieron visita —recordó en Caracas, antes de marchar al exterior gracias al gobierno chavista— en la Cárcel Modelo, fueron formados los presos en media luna, en un salón muy grande. Estuvo allí. Narró:

«Todos estaban recién torturados; a mi papá no lo podían tocar ni siquiera para saludarlo, las manos muy hinchadas, muy enrojecidas… Él no habla de eso, pero sufrió horrores. Eran rin y latigazos. Todavía tiene marcas en el cuerpo, cicatrices de esa época (…). Él no lloraba, él es muy llorón pero en esa oportunidad no. Todo el mundo callaba. Aquello parecía un entierro. En Ciudad Bolívar nunca permitieron visitas.»

¿No suena todo esto como demasiado vigente, como una herencia maldita que ha permanecido latente durante años pero que ha vuelto a resurgir con unos bríos sorprendentes?

En cuanto a José Vicente Abreu, Beatriz pensaba, mientras aún no lo conocía sino por carta, que debía de ser un gigante «con ese nombre tan grande y además periodista: ¡José Vicente Abreu Rincones!» El exreo regresaría a Caracas, tras el exilio obligado, el 29 de enero de 1958 e inmediatamente le propuso matrimonio. «Eso era una época de mucho romanticismo. Yo estaba muy enamorada de él». Dejó a un novio con quien llevaba cuatro años y se comprometió con Abreu, contra la voluntad de José Agustín Catalá. El 7 de febrero se casaron. «Mi papá no quería que me casara con él, decía que había sido muy torturado, que quizás había quedado hasta estéril».

Pues sí se casaron y Beatriz conoció de cerca a un atormentado. Recordaba algo en especial. Cuando le tocó volver a imprimir Se llamaba SN, se acostaba en el suelo en posición fetal. Todas las marcas de la tortura le revivían. Lo habían quemado con cigarrillos, le había aplicado electricidad…

«Tener que corregir pruebas para Se llamaba SN era terrible. Se acostaba en el estudio y de ahí no se podía parar, hasta se hacía pipí. Se ponía como en la prisión, como si lo estuvieran torturando. Todas las marcas se le volvían a recrudecer. Llegó un momento en que se lo dije a mi papá».

Por otra parte, Beatriz también recordaba a su padre al regresar en 1957 a la casa familiar en El Silencio. No reconocía a miembros de su propia familia, el primer día:

«Para todos era un choque emocional muy fuerte. Había todo tipo de emociones, desde el amor más grande hacia el padre hasta la sorpresa de verlo así y la interrogante del qué va a pasar».

Abreu estuvo preso después, de nuevo, en la cárcel de Ciudad Bolívar, durante el periodo de Rómulo Betancourt por haber participado en El Carupanazo. Allí se reencontró con sus exverdugos, ahora compañeros de prisión. Con esas formas irónicas juega el destino de los hombres. 

Y ahora, en 2019, ¿cuántas experiencias habrá para llenar una cantidad inmensa de volúmenes semejantes a Se llamaba SN? Puede que el madurismo tenga características inéditas, pero sus métodos son los mismos de siempre, elevados, eso sí, a la quinta potencia por la banalidad del mal. 

Por eso, este viernes 5 de julio, todos a la calle.

 

@sdelanuez
www.hableconmigo.com

ACTO I

 

Cuando todo estaba perdido y los militares se disponían a entrar al Palacio de la Moneda; cuando quienes resistieron unas horas comenzaban a rendirse, Patricio de la Guardia ordenó a sus subalternos: “vamos a evacuar, según el plan trazado, espérenme que voy a acompañar al presidente». Los hombres se reunieron en el lugar convenido para iniciar el escape de aquella batalla desigual y al cabo de un rato regresó De la Guardia: “El presidente está muerto, luchó como un valiente, vámonos …»

Este es el relato que dieron a sus colegas, los guardaespaldas cubanos del “Compañero Presidente» Salvador Allende, destacados allí por Fidel Castro y aceptados gustosamente por el presidente chileno. Todo veraz, aunque no incluía la escena correspondiente al encuentro entre Patricio de la Guardia y un desesperado Allende, quien según testigos se comportó muy valiente pero al ver todo perdido clamaba a esa hora por una tregua de cinco minutos, según algunos “para negociar la rendición”.

De la escena INT. DESPACHO PRESIDENCIAL – DIA dieron cuenta años después dos agentes cubanos que desertaron en Europa: Dariel Alarcón Ramírez (a) “Benigno» y Juan Vives, quienes se lo contaron al periodista francés Alain Ammar para el libro Cuba Nostra, Los Secretos de Estado de Fidel Castro. El propio De la Guardia se los habría narrado a ellos, a su regreso a La Habana luego de su bien planeado escape del Palacio Presidencial de Santiago de Chile.

Estos serían los hechos: Patricio De la Guardia entró al despacho de Allende, quien muy angustiado ordenaba solicitar la tregua para negociar la rendición, entonces él lo tomó por los hombros, lo hizo sentar en un sofá y le espetó: “Los presidentes revolucionarios no se rinden» y seguidamente le arrojó una ráfaga de su ametralladora. Luego colocó en manos del cadáver el fusil personal que le había obsequiado Fidel Castro, el mismo con el que aparece Allende en otras fotos del mismo día.

Las instrucciones del alevoso magnicidio le fueron dadas telefónicamente al militar por el propio Castro, en términos tales como: “Patricio, no podemos permitir que Allende se rinda o asile en una embajada, el presidente tiene que morir como un héroe… la revolución chilena necesita un final heroico”. En la lógica tanática de Fidel Castro, y en su arrogancia triunfalista que no admite fisuras en la infalibilidad comunista, un proceso político a cuya polarización él apostó tanto no debería tener el infeliz desenlace de una rendición.

Recordemos cómo el dictador cubano –a través de sus secuaces chilenos, de sus propios agentes infiltrados y de su presencia agitadora personal durante 23 días, insólita duración para una visita de Estado-trabajó activamente para profundizar el conflicto chileno y hacer imposible todo curso pacífico como el propuesto inicialmente por Allende y la mayoría de los partidos que lo apoyaban.

Castro no podía permitir que el proyecto socialista chileno naufragara en su propio fracaso. Una premisa de todos los totalitarismos –Hitler y Mussolini incluidos- es la negación a toda salida pacífica, y mucho menos electoral, de su poder. Porque una salida de ese tipo evidencia que la supuesta “revolución popular”, encabezada por el proletariado y apoyada por las “mayorías depauperadas”, ha sufrido el abandono por parte del pueblo debido a su imposibilidad esencial para cumplir con las promesas de redención que las llevaron al poder. En tal sentido, la revolución no fracasa, ella sólo finaliza como producto de la acción demoníaca del opresor imperialista y sus lacayos.

 

ACTO II

 

Cuando en julio de 2011 comienzan a aparecer los primeros síntomas de una dolencia física en el cuerpo del presidente Hugo Chávez, era automático que el primero en saberlo sería Fidel Castro, tal era el grado de control que ya había instalado ese maligno político sobre todos los aspectos del poder en Venezuela. Los médicos, guardaespaldas, asesores de mayor confianza y hasta ciertas amantes del líder respondían directamente al régimen cubano. Chávez fue examinado en Cuba a fines de ese verano y Castro conoció el diagnóstico primero que él: su gravedad, posibilidades de recuperación, posibles tratamientos, etc.

Así que Castro tuvo la oportunidad de evaluar opciones y escenarios, antes que el propio dueño del cuerpo en peligro. Pronto concluyó que estaba ante un dilema: o salvar la vida de Chávez o salvar el proceso revolucionario venezolano, que desde hacía 12 años fungía de única tabla de salvación para una isla hundida en la peor de las miserias por obra del siempre ruinoso socialismo más la corrupción e incompetencia de él y su corte. El dilema estaba fundado en la proximidad de las elecciones presidenciales de Venezuela, previstas para diciembre de 2012; de modo que, para someter  a Chávez a los tratamientos requeridos que efectivamente curasen, o al menos detuviesen por unos cuantos años el cáncer que crecía dentro de él, tendría que retirarse de la presidencia y de la política activa por al menos 18 meses. Y esos plazos no cuadraban con la participación de Chávez como candidato presidencial ante una oposición que se veía crecer unificada, mientras que en el campo chavista no existía una figura de reemplazo que, en tan poco tiempo, pudiera garantizar una victoria electoral.

Con la capacidad de seducción y manipulación que lo hizo famoso, Castro entró en acción. Y con el apoyo del cuerpo médico cubano, y hasta de santeros y paleros en los que Chávez tanto confiaba, logró convencerlo de que su mal no tenía remedio, que a él le correspondía librar su última batalla, perder la vida y ganar la eternidad, como el líder revolucionario que dio su vida por la felicidad de su pueblo. Sólo habría que adelantar las elecciones un par de meses, para garantizar que él llegara con fuerza hasta ese momento.

Chávez aceptó su destino y su misión; y vaya que la cumplió con creces, hay que reconocerlo. Baste no más recordar el acto de cierre de campaña, en octubre de 2012, cuando habló un buen rato con su energía habitual y bajo un aguacero, hasta caer desmayado en el vehículo donde prácticamente lo arrojaron luego de recorrer un buen tramo de la multitud. La historia siguiente la conocemos: Chávez ganó la elección de 2012 –la ganó, dejémonos de pendejadas- y le salvó la mesada a Fidel Castro por seis años más.

 

ACTO III

 

Los acontecimientos recientes permiten ahorrarnos el recuento y caer en el neto presente, sin mayores descripciones: la dictadura de Maduro se encuentra en una posición insostenible, todo el mundo sabe que el régimen no podrá librarse de este nuevo desafío y que es cuestión de días, a lo más semanas, para que sea echado del poder por el pueblo venezolano, su dirección política y una poderosa coalición internacional a la que estaremos históricamente agradecidos. Ante una situación que no admite dudas, las voces más sensatas del mundo le piden a Maduro que negocie ya su salida; existen diferencias sobre el tono, la forma y las condiciones de esa salida, pero no queda nadie que le pida mantenerse.

Salvo Cuba y su decreciente corte de gobiernos satélites y un puñado de mohicanos individuales. Para ellos resulta indispensable que la salida de Maduro y su pandilla ocurra por una vía violenta, lo más parecida que se pueda a una invasión imperialista con víctimas civiles, mejor si se presentan algunos bombardeos y toda la escenografía victimizada para la ocasión. Si eso ocurriese, no importan las condiciones en que sea provocado, quedaría salvado el tesoro más preciado de esta gentuza: El Relato, la posibilidad de mantener viva la salvaje mentira de que “el socialismo es la mejor vía para la felicidad de los pueblos”. Un sueño milenario que, cuando está a punto de fructificar es truncado por los malvados burgueses e imperialistas.

Hasta ahora la premisa de resistir como Numancia les ha funcionado. Aunque todo el mundo sensato sabe que el ensayo de un “socialismo electoral y pacífico” en Chile fracasó miserablemente, un sector del mundo -minoritario pero muy eficaz y ruidoso para la propaganda- mantiene la tesis del pueblo marchando unido hacia su felicidad, arrebatada por la diabólica «derecha», representada por «la burguesía aliada con el Imperio».

 

EPÍLOGO

 

Lo dicho, sumado a todo lo que hemos visto desde 1999 y particularmente en estos días, me lleva a pensar que Maduro y su corte más íntima resistirán hasta lo indecible, incluso poniendo su vida en ello. No tengo dudas de que Raúl Castro le ha pedido eso a Maduro y que ha ordenado las medidas para que un final como ese se produzca, aun cuando Maduro se eche para atrás a última hora.

Corresponde a nuestro pueblo, a su dirección política y a los gobiernos de la coalición aliada, hacer los mayores esfuerzos para que el designio del comunismo internacional no se produzca de nuevo en Venezuela. No regalarles fácilmente el relato. Tales esfuerzos se han hecho y se siguen haciendo, hay que reconocerlo.

Por supuesto, tampoco podemos regalarles por ello un tiempo más en el poder. Si el afán castro-chavista de que esto termine de un modo violento se hace muy difícil de sortear, y si por ello resulta muy costoso sacarlos por medios pacíficos, no dudo en aprobar que los complazcamos en su obsesión.

Que salgan entonces con las patas por delante.

 

@TUrgelles

Alejandro Armas Ene 11, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
Sumisión ideológica

LEVANTÉ LA MIRADA POR ENCIMA DEL LIBRO en mis manos. Desde un banco en Central Park mis ojos se dirigieron hacia los rascacielos imponentes de Manhattan. No pude evitar preguntarme en ese momento si fue en uno de los edificios de la zona donde el autor del texto que leía decidió poner fin a su vida hace casi 30 años. Tras unos segundos, mis pupilas volvieron a posarse sobre Antes que anochezca, la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas. Mis primeras luces sobre la naturaleza del régimen castrista se remontan a una edad en mi niñez que no puedo precisar, cuando mis padres me hablaron de una isla de la que nadie puede salir sin permiso del gobierno, lo cual me impresionó mucho. Desde hace mucho tiempo sé qué tipo de gobierno es ese, pero leer el desgarrador relato de Arenas sobre un Estado policial y represor, la absoluta intolerancia a la crítica, la persecución de intelectuales disidentes y de homosexuales (como él) y el trato brutal a los presos políticos me ha permitido comprender aún mejor cuán horrorosa ha sido la experiencia estalinista en el Caribe.

El triunfo de la  Revolución Cubana acaba de cumplir seis décadas. La extrema izquierda mundial, y sobre todo la latinoamericana, lo celebra por todo lo alto, sin ninguna consideración a lo expuesto en el párrafo anterior, ni a la pobreza que hoy sigue embargando a la inmensa mayoría de los cubanos. El régimen venezolano, aliado número uno de La Habana desde el colapso del bloque soviético, no se iba a quedar atrás. Los mensajes conmemorativos estuvieron a la orden del día a lo largo y ancho del aparato propagandístico oficialista, incluyendo loas a Fidel Castro, un extranjero, por parte de representantes del alto mando militar venezolano. Es como si la victoria de los barbudos en el 59 fuera una efeméride nacional más, igual que la renuncia de Vicente Emparan o la firma del Acta de Independencia. La elite oficialista, tan dada a denunciar “ataques imperialistas contra la soberanía”, celebra con desparpajo el proceso político responsable de la más grave arremetida contra esa misma soberanía desde el bloqueo de 1902. No ve nada de malo en el hecho de que Arnaldo Ochoa, el mismo al que Castro mandó a fusilar por supuestos vínculos con el narcotráfico, estuvo entrenando guerrilleros en los alrededores de El Tocuyo para derrocar gobiernos electos democráticamente por los venezolanos. Tampoco considera repudiable el tosco desembarco de cubanos en Machurucuto con el mismo propósito.

Ahora bien, ¿a qué se debe esa adicción tan fuerte al régimen cubano? Para empezar, podemos hablar de una suerte de sumisión ideológica. Buena parte de la elite oficialista está compuesta por militantes de la extrema izquierda más rancia y recalcitrante, aquella que nunca valoró verdaderamente la democracia como garantía de participación libre ciudadana en la génesis de  gobiernos y de debate civilizado entre intereses e ideologías opuestos. Esa izquierda que, a diferencia de dirigentes lúcidos como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, nunca dejó de ver la lucha armada como forma legítima de tomar el poder. Una izquierda que en Latinoamérica ha idealizado a Fidel Castro y al Che Guevara como sus máximos héroes, por su apego a la ortodoxia marxista-leninista y por su habilidad para mantenerse en el poder por décadas. Esto nos lleva a una segunda explicación de las relaciones entre el castrismo y el chavismo. Sencillamente, los guerrilleros de Sierra Maestra y sus sucesores han demostrado ser unos verdaderos maestros en el arte de gobernar sin límites y sin oposición efectiva, un know-how irresistible para los jerarcas venezolanos.

A menos que aún no haya superado a su predecesor, Maduro es sin duda el mandatario venezolano que más viajes ha acumulado en tal condición. En estos recorridos suele estar acompañado por su esposa, lo cual significa que incluso más personas deben viajar para atender a la pareja y garantizar su seguridad, algo que choca con la austeridad que se esperaría de un país que no puede satisfacer su demanda de medicamentos por culpa de un “bloqueo imperial”. Sin embargo, una revisión de las trayectorias del avión presidencial en cielos extranjeros muestra claramente La Habana como el destino más frecuente, por amplio margen.

Esto no es cosa nueva. Chávez también fue un visitante bastante frecuente de la isla. Incluso antes de ser Presidente, con poco tiempo de haber salido de la cárcel de Yare, fue a Cuba, donde Castro lo recibió como si de un jefe de Estado se tratara. Mientras el cáncer lo consumía, Chávez encomendó su cuerpo a quirófanos cubanos y, según algunos reportes, rechazó ofertas de otros países. Así fue hasta el capítulo final de su vida, y para cuando volvió de su último viaje al otro lado del Caribe, su voz se había apagado para siempre. Maduro, quien recibió formación política (se imaginarán de que tipo) en Cuba en la segunda mitad de los años 80, mantuvo o exacerbó la tendencia de su antecesor. Solo en 2015, realizó cinco viajes a la isla, uno de ellos con el pretexto de celebrar el cumpleaños de Fidel Castro, como si un Estado que para ese momento acumulaba severas dificultades económicas pudiera darse el lujo de gastar en  los jolgorios onomásticos de un extranjero. Como si fuera pagar por el taxi de ida y vuelta para asistir a la fiesta de un amigo al otro lado de la ciudad.

En fin, estos recurrentes viajes de Chávez y Maduro no han tenido equivalencia por parte de sus homólogos cubanos. Obviemos desde luego las visitas de Fidel Castro en el 59 y el 89, y limitémonos a los últimos 20 años. Durante todo ese lapso las estadías en Venezuela del líder de la revolución, su hermano Raúl y Miguel Díaz-Canel han sido significativamente menos numerosas. Por supuesto, un estudio detallado del tema tendría en cuenta muchos más factores de los que caben en esta columna, pero si nos atenemos a la diferencia en la cantidad de viajes, es evidente a qué parte de la relación le interesa más mantenerse en contacto.

Comparados con Chávez y Maduro, los seis mandatarios del período democrático fueron viajeros internacionales mucho menos asiduos. Para el aparato propagandístico oficialista, aquellos presidentes fueron todos “vasallos del imperio yanqui”.  Pero estos vasallos al parecer no tenían mucho interés en ir al castillo albo a orillas del Potomac a besar el anillo de sus señores anglosajones. El total de visitas de presidentes venezolanos a Estados Unidos durante cuarenta años de democracia es muchísimo más bajo que el de vuelos de sus sucesores socialistas a Cuba. Rómulo Betancourt, particularmente vilipendiado por la versión chavista de la historia venezolana, hizo un solo viaje a Washington durante su quinquenio. Ah, y hay otro detalle: la reciprocidad equilibrada. John F. Kennedy ya había estado antes en Venezuela.

La relación estrecha con la Cuba castrista es uno de los aspectos más turbios y oprobiosos del proceso político que se ha apoderado de Venezuela. Ver a los miembros de la elite oficialista festejar la Revolución Cubana desnuda la sumisión ideológica y el desprecio por la historia venezolana. Estudiar nuestro pasado, así como los testimonios sobre la vida en Cuba y Venezuela bajo sus respectivas revoluciones más allá de la propaganda es la mejor forma de preservar nuestro pensamiento crítico ante el poder que siempre pretende imponerse en ambas naciones. Por eso, a seis décadas de la irrupción de Castro en La Habana, alzo un vaso de ron y brindo, no por su memoria, sino por la de Reinaldo Arenas y otros que nos permiten tal estudio. ¡Salud!

 

@AAAD25 

Las barbudos del diablo, Asdrúbal Aguiar

 

En mi precedente columna – La mano de Dios – señalo como vertebral que “Venezuela no tendrá siglo XXI sin redescubrir su auténtico ethos. Uno que le hable y nos hable de civilidad en el espacio de lo compartido, como patrimonio intelectual de lo venezolano”, consistente con el ideario liberal de nuestros verdaderos padres fundadores.

Ahora agrego que, en esa empresa de grave enmienda histórica pendiente, ajena a las reescrituras, no pueden entremeterse los barbudos del diablo; ello, si se entiende que los barriales que le dan forma a nuestra actual tragedia tienen una causa mediata de la que somos culpables todos, a menos que optemos por negar a nuestros mayores o creernos, en lo personal, ínsulas de un desierto sin historia.

Una foto de 1959 que tropiezo en las redes es reveladora. De un avión de Cubana de Aviación, posado en el aeropuerto de Maiquetía, se bajan Fidel Castro y la camada de guerrilleros que le acompañan, entre otros, Celia Sánchez, Pedro Miret, Paco Cabrera, Violeta Casals, Luis Orlando Rodríguez. Multitudes de venezolanos los cercan y celebran. Repiten el asombro y la exaltación que hacen presa de nuestros antepasados ante la llegada de Cristóbal Colón a las costas de Paria, al Paraíso Terrenal.

El presidente de la Junta de Gobierno, Contralmirante Wolfgang Larrazábal – reseña María Fernanda Muñoz teniendo como fuente los archivos de la embajada de la isla en Caracas – antes le ha hecho un obsequio de armamentos y pertrechos al visitante “ilustre”. Esta vez el jefe del Apostadero Naval de La Guaira le entrega como homenaje un rifle FAL. Allí se encuentran las representaciones de AD y de URD, encabezadas por Luis B. Prieto Figueroa y Jóvito Villalba.

Hace 60 años, pues, precedido de los discursos laudatorios y encendidos de Gustavo Machado por el partido comunista, del mismo Jóvito, y de los dirigentes adecos José González Navarro y Jesús Ramón Carmona, un Castro exultante deja su huella cancerígena sobre el cuerpo de nuestra balbuceante democracia civil. Desde la Plaza O’leary, en Caracas, nos traza un catecismo. Hugo Chávez Frías lo perifonea más tarde, en la hora apropiada, como último eslabón de una larga cadena. Es apenas un ingenioso muñeco de ventrílocuo.

“De Venezuela solo hemos recibido favores. De nosotros nada han recibido los venezolanos…; hicieron llegar el bolívar hasta la Sierra Maestra, divulgaron por toda la América las trasmisiones de Radio Rebelde, nos abrieron las páginas de sus periódicos y algunas cosas más (¿?) recibimos de Venezuela”, confiesa el recién bajado de la Sierra Maestra.

Su mira sobre nuestras Fuerzas Armadas y la envidia de nuestra economía petrolera destacan en él desde esa hora germinal. Su despropósito lo deja colar, como ejemplaridad y para quienes le oyen sin ánimo crítico: “Se decía que era imposible una revolución contra el ejército, que las revoluciones podían hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, e hicimos una revolución contra el ejército. Se decía que, si no había una crisis económica, si no había hambre, no era posible una revolución y, sin embargo, se hizo la Revolución”.

Miguel Ángel Bastenier dirá bien que “El fantasma de Bolívar es siempre el espectro más fácilmente conjurable en la memoria del pueblo venezolano”. Castro, desde antes, sabe cómo usarlo y exprimirlo, anhelante ya, en aquél 23 de enero de 1959, de expandir su épica destructora hacia América Latina, tal y como lo denuncia Rómulo Betancourt en 1964.

“Los hijos de Bolívar tienen que ser los primeros seguidores de las ideas de Bolívar. Y que el sentimiento bolivariano está despierto en Venezuela lo demuestra este hecho, esta preocupación por las libertades de Cuba, esta extraordinaria preocupación por Cuba. ¿Qué es eso, sino un sentimiento bolivariano? … ¿Y por qué no hacer con relación a otros pueblos lo que se hace con relación a Cuba?”, pregunta este Almirante descubridor redivivo a quienes le miran pasmados, embelesados, y se apretujan en medio de los edificios de El Silencio caraqueño.

Cuando el citado Bastenier, desde El País de España, editorializa en 1989 sobre “La coronación de Carlos Andrés Pérez” lo hace, transcurridos 30 años desde el memorable discurso de Castro, para destacar los hechos protuberantes, a saber, “la apabullante figura del líder cubano” y el constatar que “lo más visible de la opinión venezolana se le ha entregado hipnotizada”.

“Yo no pretendo trazarle pautas a este pueblo, …” dice éste a los venezolanos para despedir su maratónica perorata a un año de la caída de Marcos Pérez Jiménez y para justificar, zorrunamente, su mefistofélico providencialismo: “Yo no he hecho más que hablarles a ustedes como les he hablado a mis compatriotas [pues] llevo dentro de mí toda esa fe que las multitudes son capaces de inyectarles a los hombres. Ojalá que … puedan ser entendidas [estas palabras mías] en todo su hondo sentido, …,”.

Castro, al término, presenciando la toma de posesión de CAP en el Teresa Carreño no hace sino celebrar el momento de madurez de su accionar germinal. Tanto que, transcurridos los 25 días abre las puertas del infierno y su primera llamarada se engulle a varios centenares de inocentes, durante El Caracazo. Lo demás es cosa sabida, realidad sufrida hasta el despellejamiento, por ausencia de memoria.  

 

@asdrubalaguiar

correoaustral@gmail.com     

Con furia al pasado, pero recordando, por Armando Martini Pietri

 

Enfrentamos una tiranía inútil e incompetente, vacía por dentro, en abandono, anticuada y rancia; que ha llevado a Venezuela hacia una situación desastrosa nunca experimentada en nuestra historia. Tienen razón los antagonistas en oponerse al estilo y acciones de Maduro, con la obediencia dócil y complicidad fiel de funcionarios militares y civiles que llevan la ejecución de un programa que, aunque con nefastos resultados para la ciudadanía, no es improvisación.

Para entender un poco observemos con atención lo sucedido en los últimos años, porque estamos chapoteando en lodos de arenas movedizas que empezaron a sumarse desde entonces, e incluso antes.

Error garrafal es pensar que el fallecido Hugo Chávez, y el heredero, son simples golpistas con suerte. Aquél estilo dicharachero del difunto que poco a poco fue recuperando su vestimenta militar, caudillo impulsivo, original, y los aparentes alardes, de quien ahora manda porque lo nombró sucesor, no son casualidades. Formas de expresarse sí, albures nunca. Es una tontería creer que Chávez se hizo fidelista y por consecuencia comunista, aquél fatídico día cuando todavía sin mando, fue recibido con honores por Fidel y luego conducido a una estruendosa aclamación en la Universidad de La Habana. Estaba calculado y premeditado.

No existen dudas sobre la veneración del comandante venezolano hacia el dictador cubano, pero tuvo iniciativas propias le gustasen o no a Castro. El revolucionario isleño no inventó al insurrecto, entendió cuando tuvo que hacerlo, era la oportunidad en su aspiración a las riquezas venezolanas. Pensar en la formación de la amplia conspiración y en un programa a desarrollar, para asegurarse el petróleo y en lo político la llamada “patria grande”, transformación de Latinoamérica en un comunismo con Fidel a la cabeza, aunque sus pupilos se sentían, cada uno en lo suyo, regentes.

En Venezuela Chávez, Argentina los Kirchner, Brasil “Lula” Da Silva, Bolivia Evo Morales, Uruguay José “Pepe” Mujica, Chile Michelle Bachelet, Ecuador Rafael Correa, y muchos otros, con formas diferentes de pensar y actuar, pero fidelistas de corazón, admiración y pensamiento. Entendían cercano el sueño la patria grande, estaban claros en el peso específico de sus naciones.

Chávez dejó con audacia y picardía que trasnochados pro-castristas endógenos y La Habana lo entendieran como uno de ellos, pero siempre actuó para ser él. Se convenció que mejor era el poder a través de elecciones democráticas y no mediante la subversión. Esa fue su carrera, trayectoria y logro. La corrupción y sus dificultades vinieron después. Fue instruido en los principios comunistas, desde tiempos barinenses, cultivó con entusiasmo la poesía emocional y los cantares llaneros, se apasionó con aquella “Venezuela Heroica”, obra del escritor venezolano Eduardo Blanco, que narra en forma romántica las batallas más importantes de la Independencia de Venezuela. Aspiró y se propuso conquistar el poder, pero sobre una base primordialmente militar: golpe, nuevo Gobierno integrado por una Junta cívico-militar y el absoluto control de una fuerza armada filtrada. Después vendría la anulación de los poderes públicos, Asamblea Constituyente todopoderosa, elecciones y, con ayuda de especialistas electorales sumisos y comprometidos, resultar cómoda y constitucionalmente electo.

Reforma de la Constitución, reelección indefinida, en lo económico programación social creada y ejecutada por el Estado. Todo eso y más se hizo, la situación de protestas, el vacío de poder para algunos, golpe de estado para otros en 2002; huelga petrolera de técnicos y profesionales en 2003, fueron sólo accidentes en el camino.

Lo astuto y malicioso de Chávez, infiltrado como otros jóvenes marxistas en el sector militar, fue seguir las instrucciones de acallar su orientación comunista, incluso negarla y sumar voluntades sembrando la idea de tomar el poder para frenar la corrupción y desigualdad, promover la inclusión y otorgar los beneficios del petróleo al pueblo, según un tergiversado pensamiento bolivariano, adueñándose de la frase inventada por Heinz Dieterich “socialismo del siglo XXI”, término que adquirió difusión mundial cuando fue mencionado en un discurso del presidente Chávez, en el Foro Social Mundial -2005- y que sirvió para cubrir cualquier sospecha extremista.

Adolescentes liceístas adoctrinados que a posterior serian chavistas, fueron conducidos a la Academia Militar. Ya dentro y de forma clandestina, prosiguió el adoctrinamiento. Sus mentores civiles, comunistas y exguerrilleros fidelistas, fueron escuchados, pero mantenidos a distancia, sin que sospecharan que no eran controladores de los moceríos castrenses.

Maduro fue ubicado al lado de Chávez, ficha castrista poco original, pero adoctrinado. No llegó al sindicato del Metro porque estuviera buscando trabajo, fue puesto ahí, para desarrollar labores políticas. No fue obra de la casualidad sino el desarrollo de un plan para infiltrar el entorno social elaborado por comunistas.

Chávez no fue el típico político. Practicaba béisbol, entonaba y canturreaba temas llaneros, recitaba, habilidad natural que, sumada a la oratoria y su capacidad de expositor y animador, lo hicieron protagonista desde sus tiempos en la Escuela Militar. Además, ayudaron contradicciones y errores entre el Presidente Pérez y sus altos jefes militares, el fracasado golpe del 4F y su “por ahora”, lo proyectó como nuevo caudillo, adicional al creciente y evidente desprestigio de los partidos políticos. Su candidatura electoral fue una clara victoria.

Lo que no pudieron pronosticar Fidel ni otros gestores del chavismo, fue la muerte prematura con el planteamiento socialista iniciado, pero no profundizado. Maduro un emergente propuesto por los Castro, siempre fue su ficha, limitado y gris, pero fiel y obediente.

El gran error de Chávez, que insiste porfiado Maduro en cometer, fue seleccionar sus funcionarios sólo por subordinación y observancia absoluta sin considerar el conocimiento. Hoy ese socialismo del siglo XXI está roído por la incompetencia y corrupción.

El régimen se sostiene sobre fuerza y represión, ha cumplido con la sed insaciable de petróleo y recursos para Cuba, pero han sido tan poco eficientes que lograron un milagro: desvalijaron y arruinaron una de las más importantes industrias petroleras del mundo y saquearon un país rico.

Continúan los programas -migajas y dadivas- sociales, pero faltan recursos. Han caído en la peor trampa de la economía, la hiperinflación. Y claramente no saben qué hacer. Aquellas arenas de engaño e hipocresía y comunismo disimulado se les ha convertido en fango pestilente en el cual se hunden sin posibilidad ni remedio.

@ArmandoMartini

MEDIO
LOS EGOS:
Si perdemos el territorio se cumplirá el deseo de Fidel inoculado a Chávez en aquella reunión de Caricom en La Habana y de la que tanto he venido insistiendo con los años. Castro tenía una deuda con la Guyana de Chedi Jagan tras haber servido como territorio de reaprovisionamiento de los aviones y de descanso a sus tropas en la guerra de Angola. Chávez quería el apoyo de Caricom para llegar al Consejo de Seguridad. Pasan los años y el tal apoyo de esos países no es ya tal. Hasta votaron contra Maduro en la OEA y en el Grupo de Lima. No sirvió para nada doblegarnos ante Cuba para beneficiarlos. Y hoy en la zona en reclamación están EXXON y la china CNOOC unidas explotándola bajo la mixta Stabroek. Recordemos cuando un oficial al mando de una patrullera de la Armada venezolana se trajo detenida a la tripulación de un barco de exploración petrolera de Anadarko Petroleum en 2013. Fue preso en vez de ascendido …
D. Blanco Jun 14, 2018 | Actualizado hace 6 años
Títeres de Fidel, por José Domingo Blanco

 

Mi papá era un ávido lector y coleccionista de las Selecciones: las famosas revistas de Reader′s Digest que en sus páginas presentaban una gran variedad de temas. Algo así como el internet de la época; pero, de tinta y papel. Las adquiría religiosamente. Lo hizo desde que salió a la venta la primera. Las leía completicas sentado en su estudio y luego guardaba el ejemplar en su biblioteca, en el estante destinado a esa publicación, donde todavía hoy reposan intactas, y se acumulan años de la colección. Posiblemente, de él heredé el hábito de ojear las páginas de Selecciones. Incluso en estos tiempos de web, portales de noticia online y redes sociales, subo a su estudio, reviso su biblioteca y escojo cualquiera de las revistas para contrastar las realidades de ayer con las de hoy.

 

Así fue como me topé con una cuya portada atrapó mi atención. “El Último Comunista”, resaltaba en letras amarillas el título. Mi instinto –o quizá la ilusión de que fuera un ejemplar reciente, que vaticinaba con gran acierto el futuro cercano de Venezuela-  me hizo buscar rápidamente la fecha de la publicación: agosto de 1991. Por supuesto, como era de esperarse, el trabajo se centraba en Fidel y Cuba. En los años en los que Chávez, imagino, se sentaba debajo del Samán de Güere, con otros militarcitos como él, a planificar su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, ese grupo clandestino que en el 92 se alzó en armas y pretendió -fallidamente- derrocar a CAP.

 

El redactor del trabajo ahondaba en la vida de Fidel antes de que su nombre y apellido generaran rechazo o adoración. El retrato del Fidel obsesionado por el poder, su verdadero amor, que le obligó a ocultar su pasado para poder lograr sus objetivos. El de las múltiples personalidades en sus años de juventud. El contestatario, el arrogante, el belicoso, el trasgresor, el rencoroso, el mentiroso, el astuto, el embaucador, el timador…el que supo calar en la esperanza de un pueblo para, luego de cautivarlo, fusilarlo con sus propias manos de ser necesario. El que, para la fecha de publicación del reportaje, celebraba tan sólo treinta años de su revolución. Tres décadas, a las que hoy –en pleno siglo XXI- se le suman tres décadas más de autoritarismo, miseria e ideologización.

 

Independientemente de cuál de los Castro se encargó de gobernar, o de si Miguel Díaz-Canel –su actual presidente, salido de las bases del Partido Comunista- le dará algún viraje al país; el asunto es que el comunismo en Cuba no murió con Fidel. Ni tampoco murió cuando, a finales de los ochenta y principios de los noventa, Castro y su ideología se quedaban solos. El modelo comunista cubano no desapareció a pesar de ser cada vez más aborrecido por esas masas que, al principio de la revolución, lo aceptaban.

 

A finales de los ochenta, principios de los noventa, Cuba radicalizó su comunismo a pesar de que Fidel ya no contaba con países aliados: Fidel, sin el apoyo de Panamá, la de Noriega, esa que los americanos invadieron, impidiendo, entre otras cosas, que Castro siguiera recibiendo, vía contrabando, tecnología, medicinas y otros bienes de consumo. El Fidel que se quedaba sin las armas que le enviaba la extinta Checoslovaquia, la que se transformó en República Checa y Eslovequia. El Fidel que ya no podría enviar a sus esbirros a Alemania Oriental a recibir adiestramiento militar. Fidel, uno que quiero imaginar iracundo y abatido al mismo tiempo, frente a un Gorbachov que, con su glasnot y la perestroika, iniciaba una serie de reformas que marcarían el fin de la Unión Soviética.

 

Y a pesar de todo, del aislamiento y los bloqueos, el comunismo de Cuba no pereció. Es más, me atrevo a asegurar que recibió un nuevo impulso vital. Uno que le llegó, quizá, cuando en el año 92 soplaron vientos favorables a su causa. El año cuando las noticias provenían de su botín más apetecido: Venezuela. Un año en el que, muy probablemente, comenzó a preguntar quién era ese, el que se llamaba Chávez, el militar alzadito y con bríos, que se rindió y dijo “por ahora”; pero que, sin duda, pretendió emular su gesta.

 

No, Fidel no fue el último comunista. Ni Cuba la única nación que por culpa del modelo estalinista se hundió en la miseria. Fidel pudo clavarle sus afilados colmillos, impregnados con el mortal veneno comunistoide, al fantoche que, después de la mordida, le entregó el control y las riquezas de Venezuela. No, Fidel Castro no fue el último comunista de esta era. Tuvo un segundo aire que le proporcionó los recursos que necesitaba para seguir haciendo de su modelo opresor una escuela. Por la que desfilaron los artífices -pichones de dictadores, los títeres de Fidel- que hoy devastan nuestra tierra.

 

@mingo_1

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