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Ángel Oropeza

Ángel Oropeza Feb 21, 2017 | Actualizado hace 7 años
Viviendo a medias, por Ángel Oropeza

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Como todo organismo vivo, los países van siempre cambiando. La mayoría de ellos lo hace hacia adelante, mejorando las condiciones de vida de sus habitantes. Otros pocos cambian lamentablemente hacia atrás, haciendo más infelices a sus poblaciones. De este último y reducido grupo, Venezuela tiene el penoso deshonor de ser, en términos sociales y políticos, el país de la mayor y más rápida involución contemporánea del planeta.

En apenas un año, Venezuela se ha tribalizado. En lo político, el anterior modelo chavecista de “autoritarismo competitivo” ha migrado a un modelo madurocabellista de “autoritarismo hegemónico”, lo cual es simplemente una dictadura de nuevo cuño. Mientras el chavecismo originario llegó al poder con la consigna de la “democracia participativa y protagónica”, el gran logro de su involución madurocabellista es haber anulado toda participación y protagonismo del pueblo, al cerrar la puerta –por ahora y hasta que logremos lo contrario- al elemento mínimo que separa los regímenes democráticos de los dictatoriales, como lo es el sufragio.

En lo social, ya el calificativo de “fallido” es para el Estado venezolano una categoría benevolente. El viernes pasado, la UCAB, la UCV y la USB, dieron a conocer los resultados del último Estudio Nacional de Condiciones de Vida de los venezolanos (Encovi 2016), La profundidad y extensión de los resultados supera por supuesto las limitaciones de espacio de este artículo, y la invitación de nuestras tres universidades es precisamente a conocer, difundir y discutir estos hallazgos y sus implicaciones. Pero lo cierto es que la radiografía social que desnudan los datos revela un país en situación de extrema vulnerabilidad.

Sólo a manera de ejemplo, la pobreza de ingreso en nuestro país alcanza la escandalosa cifra de 82% de las familias. Y todavía más grave, la pobreza extrema se ubica en 52%. En palabras sencillas, poco más de la mitad de los hogares venezolanos tiene, desde el punto de vista del ingreso, severas dificultades para alimentar a sus miembros. Esto nos convierte hoy por hoy, en términos de pobreza de ingreso, en el país más pobre de América Latina.

Es conveniente recordar que la clase política que se hizo del poder en 1999, logró engañar a medio mundo con el falso mito de 80% de pobreza que habían provocado los gobiernos de la era democrática. Lo científicamente cierto y demostrable es que en 1998, último año de la república civil, la pobreza de ingreso se presentaba en 45% de las familias: 55% de los hogares venezolanos para ese año no eran pobres, 26,3% eran pobres moderados y 18,7% eran pobres extremos. Ello indudablemente es bastante, pero es la mitad del mito fundacional de la república militarista, y en términos de pobreza extrema, tres veces menor de lo que ésta última ha creado, a pesar de contar con muchos mayores recursos y bonanza económica.

No es de extrañar entonces –otro dato del Estudio– que el número de personas que ingiere dos o menos comidas al día se haya incrementado de 12,1% en 2015 a 32,5 % en 2016, lo cual significa que aproximadamente 9,6 millones de venezolanos ingiere dos o menos comidas al día. Y también que 74, 3% de nuestros compatriotas señalen que en el último año han perdido en promedio 8,7 kg de manera involuntaria. Mientras tanto, más de 63% de la población no tiene ningún tipo de seguros de atención médica (10% de aumento con respecto a 2015), y se registran hoy en el país las peores condiciones de desprotección de salud desde principios del siglo XX.

Los venezolanos de 2017 están, política y socialmente, sólo viviendo a medias. Y aunque para algunos esta lacerante realidad les provoque llorar, para otros enfrentarla y superarla es justamente el reto que les mantiene trabajando y luchando. Porque la peor tragedia no es vivir a medias, sino acostumbrarse a ello. Y el cambio se inicia cuando la gente decide que ni es normal ni aceptable que su máxima aspiración cotidiana sea sólo sobrevivir. Cuando ello ocurre, oligarcas temblad.

@AngelOropeza182

El Nacional

Estamos en 2003. Otra vez, por Ángel Oropeza

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No sé si es verdad aquello de que los venezolanos somos un pueblo de corta memoria, pero hay algunos hechos que parecieran confirmarlo.

Corría el año 2003. El gobierno se encontraba en su punto más bajo de acompañamiento popular. Se afirmaba que en ese momento el oficialismo era incapaz de ganar cualquier elección.

Los dirigentes de la oposición de esa época estaban convencidos de que ya el trabajo estaba hecho, y que el gobierno se hallaba casi de salida. Por lo tanto, el esfuerzo de algunos no fue tanto procurar que ello realmente se materializara, porque al fin y al cabo ya estaba caído, sino que cayera en su patio particular, y no en el de cualquier otro “hermano” de la entonces unidad opositora.

Por tanto, se descuidó el trabajo político aguas abajo, y la necesaria micropolítica, esa que se adentra puerta por puerta en las entrañas del país de verdad, dio paso a la “política” burocrática desde Caracas. La agenda social fue desplazada por la agenda de la polarización, sin reparar que se estaba cayendo justamente en el juego que al oficialismo le interesaba.

Mientras tanto, el gobierno, sabiendo de su precariedad electoral, se refugió en sus fortalezas institucionales, como el control sobre el CNE, para postergar la elección a la que se tenía que someter. Necesitaba tiempo para hacer algo. Y se diseñó entonces un excelente mecanismo de control social llamado “Misión Identidad”, se inventó un programa de asistencia llamado “Barrio Adentro”, y se aprovechó el aumento de los precios del petróleo en 2004, año en el cual finalmente aceptaron ir a elecciones, y las ganaron.

¿Qué de distinto está haciendo esa misma clase política, pero en 2017? Pues, no mucho. Hoy se refugian ya no sólo en su CNE, sino además en esa cosa disfrazada de institución llamada TSJ para postergar cualquier elección, ante la convicción de perderla de manera abrumadora. Hoy el mecanismo de control social no se llama Misión Identidad, sino “carnet de la patria”, y el programa de asistencia no es Barrio Adentro sino los “Clap”. El precio del crudo tiende a subir, con un calculado promedio anual de 50 dólares frente a 35 dólares del año pasado, lo que por supuesto no va a mejorar la economía del país, pero sí le dará mayor caja al gobierno.

¿Hay diferencias? Claro. Para empezar, Maduro no tiene el carisma que tenía el presidente de entonces. La economía marcha hoy mucho peor, y las demandas de cambio son mayores y mucho más generalizadas. Pero la estrategia que una vez les resultó es la que se está intentando aplicar, ahora frente a una eventual elección de gobernadores.

Las encuestas muestran que si tales elecciones se dieran hoy, y la oposición acude unida, pudiera hacerse hasta de 20 gobernaciones. Pero divididos, eso puede reducirse apenas a 8 o 10 estados. Además, recordemos que la mitad de la población venezolana habita en localidades con menos de 150.000 habitantes. Y allí el control político y de coacción sobre la ciudadanía para obligarla a votar a favor del gobierno es mucho mayor. Esto para quienes se burlan o todavía preguntan para qué es el carnet de la patria.

2017 se parece mucho a un remake de 2003. ¿Alguien puede garantizar que no les resultará? Ojalá, pero lo que está en juego es tan grave que no puede depender de apuestas o simples deseos. Lo cierto es que no es descartable que aquello del oficialismo caído e imposibilitado de ganar ninguna elección nos aleje de la estrategia que combina organización y direccionalidad política de la protesta popular y sectorial, debilitamiento sistemático del gobierno, y socavamiento de sus bases institucionales de apoyo, y que por errores y omisiones propias, nos estemos quejando mañana –como el viejo bolero mexicano– de lo que pudo haber sido y no fue.

Decía Marx que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. En nuestro caso, el peligro es que la tragedia se repita igual dos veces. Todavía estamos a tiempo de evitar ese desastre. Pero para ello, la unidad es indispensable. Y quizás nunca tanto como ahora.

 

@AngelOropeza182

El Nacional

 

Cómo combatir la estrategia madurista, por Ángel Oropeza

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Se ha dicho reiteradas veces pero sigue siendo necesario repetirlo. Como corresponde a un régimen indigente de apoyo popular, que descansa sólo en su poder de represión y en una obscena capacidad de maniobra económica y mediática, la gran estrategia oficialista es sembrar desaliento y confusión en el inmenso país que se le opone. Sin pueblo pero con poder, la última carta del gobierno es esperar que la gente caiga en su juego de generar desesperanza. Es la única batalla que siente que puede ganar.

Dado lo anterior, pocas tareas son hoy tan importantes para el cambio político como evitar que esa estrategia triunfe. Y para ello, existen cuatro sugerencias para ser aplicadas tanto individualmente como en nuestro entorno social de influencia.

La primera es justamente desnudar la estrategia de la oligarquía oficialista. Si la mayoría de la población se convence que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación, sin necesidad de recurrir más a la represión o al uso de la fuerza, comienza a echar raíces y a ser percibido como irreversible.

No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos. Esta estrategia está desarrollada en los famosos manuales de guerra psicológica (“psy-war”), tan utilizados por los organismos de inteligencia de los regímenes fascistas, según la cual la población debe ser “sometida psicológicamente” mediante la generación progresiva desde el gobierno de 4 estadios emocionales: incertidumbre (frente al rumbo de los acontecimientos y de su propio futuro), angustia (que provoca paralización), desesperanza (convencimiento de que no hay nada que hacer) y, finalmente, resignación y entrega. Desnudar esta estrategia y hacerla pública es un primer paso necesario.

Una segunda tarea es insistir en la nula credibilidad de los generadores de desesperanza. Los mismos que hoy afirman que no habrá revocatorio y que el gobierno está más fuerte que nunca, son los mismos que decían que Chávez estaba entrenando para retomar el poder, que “como sea” ganaban el 6-D, que si la oposición ganaba correrían ríos de sangre o que la Asamblea en manos del pueblo nunca se podría instalar. Con todo el respeto del caso, quienes todavía les creen son de una irredenta e imperdonable ingenuidad, o son los aliados involuntarios y útiles que todo régimen necesita.

Lo tercero es simplemente abrir los ojos. Por más que grite y amenace, el de Maduro es un gobierno de extrema debilidad: sin gente, fracturado a lo interno, con una oposición unida desarrollando una paciente y exitosa estrategia, internacionalmente cuestionado, electoralmente sin vida y con una asfixiante presión popular de casi todo un país demandando cambio. Si alguien sigue diciendo que “aquí no pasa nada”, seguramente no ha levantado la vista del propio ombligo.

Finalmente, el último y mejor antídoto contra la desesperanza es activarse y participar. El gran Václav Havel solía decir que esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la creencia que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido y que vale la pena luchar por él. Por eso la esperanza no es un aguardar pasivo, sino una actitud de construcción, de labrar lo que se busca conseguir e insistir en ello hasta el final. No es sentarse a esperar y “ligar” que algo pase, sino levantarse y hacer todo lo que hay que hacer para obtener y lograr lo que se quiere.

Así como la única forma de aprender a caminar es caminando, la esperanza se desarrolla en la acción. La historia nos está brindando el privilegio de ser testigos y protagonistas de momentos de transformación. En vez de preguntarnos “qué va a pasar”, inquiramos qué podemos hacer y cómo podemos contribuir y participar en la construcción del cambio que se está edificando.

@AngelOropeza182

El Nacional 

Ángel Oropeza Jun 28, 2016 | Actualizado hace 8 años
Los dos relojes por Ángel Oropeza

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Si uno clasificara a Venezuela en tres esferas de su realidad –la económica, la social y la política– el diagnóstico no es igual para todas. Lo económico marcha mal, y amenaza con ponerse peor. Lo social involuciona a un ritmo de deterioro tan vertiginoso como inédito. Solo en el campo político están ocurriendo cosas en dirección contraria. La clave, sin embargo, está en que estos tres mundos se mueven a velocidades diferentes.

Esta inevitable diferencia de ritmos ha venido a convertirse hoy en una severa amenaza. Porque existe el riesgo de que la tragedia social avance a un paso tan acelerado de pauperización que no dé chance a que las soluciones que se están construyendo desde la esfera política arrojen los frutos deseados. De hecho, no existe hoy en el país un peligro mayor y más temible que el riesgo de que lo social pueda desbordarse y no espere las respuestas que afanosamente se trabajan desde el campo de batalla político.

Frente a esta peligrosa amenaza, se le presentan tanto a la Mesa de la Unidad Democrática como al resto de los venezolanos algunos retos cruciales. En el caso de la alianza, lo primordial –aunque es más fácil escribirlo que hacerlo– es intentar darle norte claro y cauce inteligente al inmenso sentimiento nacional de cambio. Al mismo tiempo, hacer lo posible para que esa demanda de cambio no se frustre o se desvíe contra la propia gente, bien sea por desesperación o por caer involuntariamente en las trampas de un gobierno agónico necesitado de errores contrarios que le den oxígeno.

Hoy por hoy, el partido político más grande del país es el partido de los descontentos. Y la principal fortaleza de la MUD es actuar como cara política del país en demanda de cambio, como vanguardia política del descontento. Desde esa posición de vanguardia, su preocupación prioritaria es cómo conectar con su base de apoyo, que es precisamente la inmensa legión de descontentos y sufrientes.

No se trata de la ingenua conseja de intentar dirigir la conflictividad social, que es precisamente la expresión conductual del descontento. Ello no solo es políticamente inconveniente sino además inútil, pues la conflictividad tiene su propia y autónoma dinámica. Se trata de concebir y hacer funcionar la Unidad como el instrumento político de la lucha social de los descontentos. Y eso pasa, entre otras cosas, por evitar que algunos sectores de la población perciban, equivocadamente, que hay dos luchas distintas: la política y la del descontento callejero. La lucha es una sola, y es lograr la canalización política del descontento, tanto para lograr el cambio de régimen como para generar las condiciones políticas que permitan la gobernabilidad y estabilidad de la transición.

El resto de los venezolanos tenemos también varias tareas frente a la asincronía de los relojes político y social. La primera es perseverar, que es muy distinto a simplemente tener paciencia. La segunda es confiar en sus propias capacidades, fortalecidas en el duro crisol de las adversidades. Y la tercera es no caer en las trampas del gobierno, interesado en exacerbar a la población buscando reacciones que justifiquen reprimir con un mínimo de justificación y legitimidad. A este respecto, lo sucedido hace pocos días en Cumaná levanta toda clase de suspicacia.

Los cumaneses hablan de cómo sujetos identificados con el oficialismo iniciaron y dirigieron los saqueos, lo que provocó la inmediata militarización de la ciudad. El resultado de ambas tragedias –saqueos y represión militar– ha sido la aparición de un manto de temor colectivo que intenta arropar las expresiones de legítima indignación y protesta. Si esta jugada no fue ideada en los oscuros laboratorios del fascismo gobernante, lo cierto es que le ha caído de perlas.

Esto es precisamente lo que hay que evitar: que la presión social sea utilizada para voltearla contra la propia gente, y servir así a los propósitos de un gobierno desesperado por cualquier excusa que le permita escapar de lo que el pueblo le tiene preparado.

 

@AngelOropeza182

El Nacional 

Ángel Oropeza May 31, 2016 | Actualizado hace 8 años
Ayudando a Maduro

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Todo buen asesor comienza su trabajo con lo más básico, que es identificar las debilidades y fortalezas de su cliente. Supongamos por un momento que usted ha sido contratado para formar parte del muy bien pagado grupo de asesores del señor Maduro. ¿Qué le diría a su angustiado cliente?

Lo primero es revisar los activos. ¿Dónde es fuerte el señor Maduro? ¿En lo económico? Ciertamente, y mucho. El suyo es un gobierno multimillonario sentado sobre un país en crisis humanitaria. ¿En lo institucional? Pues sí, dado que controla a placer 5 de los 6 poderes del Estado. ¿En lo mediático? También, al punto que si quiere lanzar la mentira del día o amenazar a alguien, le basta con encadenar toda la red radioeléctrica del país. ¿En capacidad de represión? Sin duda, ya que a su conocida indolencia se le suma el control de al menos una parte de la Fuerza Armada y de los aparatos represivos del Estado. Si éstas son sus fortalezas, ¿dónde están entonces sus debilidades?

Las principales debilidades son tres. Las dos primeras son su imagen internacional, muy deteriorada y con cada vez mayor dificultad para conseguir apoyo y comprensión de otros países, y las inmensas fracturas internas que sufre hoy el oficialismo. Pero la tercera debilidad es la mayor y más preocupante: su muy precaria base de apoyo popular y electoral, al punto que Maduro, cada vez más solo y rechazado, perdería de manera abierta cualquier elección que se convocase hoy en Venezuela.

Dada esta correlación entre fortalezas y debilidades, lo lógico es que los asesores instruyan a Maduro para que huya despavorido de cualquier escenario que contemple enfrentarse en el terreno electoral. ¿Qué debe hacer entonces? Pues imponer al CNE que obstaculice y prorrogue al máximo los pasos para el Referendo Revocatorio, ordenar al TSJ para que tranque todas las salidas pacíficas a la crisis, y exasperar a la población con la agudización intencional de sus problemas. ¿Qué persigue con todo esto?

Por una parte, apostar a la postergación de lo que más teme, que es al referendo revocatorio. Pero, por la otra, intentarprecipitar la crisis para intentar capitalizarla a su favor, provocando o una respuesta equivocada de sectores opositores o una reacción popular de tal magnitud y rabia que le dé la excusa para reprimir e intentar hacerse de mayores cuotas de poder. Si le va bien en la jugada, tendría un pretexto de legitimación para aplicar con mayor reciedumbre su radicalismo e intimidación. Si le va mal, y la situación lo desborda, se colocaría como el principal agredido y, se intentaría colocar como la primera opción de un eventual retorno al poder. Una estrategia que implica jugar con la paz del país sólo para cuidar un puesto.

Enfrentar esta estrategia supone inteligencia, perseverancia, y sobre todo no errar el objetivo. Ello pasa, por ejemplo, por no prestarse al juego del gobierno y caer en la estupidez de torpedear la necesaria unidad de los factores de oposición. La mejor forma de ayudar hoy a Maduro es sumarse al coro de algunos “opositores”, siempre tan útiles al gobierno, aquellos que admiraban el “radicalismo” de Escarrá, de Ricardo Sánchez o de William Ojeda, y que gritan otra vez que la MUD es “colaboracionista” por insistir en luchar contra el gobierno justo allí donde éste es más débil, que aquí no hay salida electoral, y que hay que olvidarse de dar la pelea en el único terreno al que el gobierno le tiene pavor.

Es difícil imaginarse una mejor forma de ayudar a un régimen en fase terminal que enfilando las baterías no contra él, sino contra quienes han sido exitosos en la estrategia de cercarlo, arrinconarlo, quitarle pueblo y obligarle a agotar sus últimas cartas de represión y amenaza, a punta de organización popular y avance electoral, que es la única estrategia que funciona. La única que, como dice Machado, pone la vela donde sopla el aire.

 

@angeloropeza182

El Nacional

¿Puede el madurocabellismo huir del 6-D? por Ángel Oropeza

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La decisión –desproporcionada e ineficiente– de decretar un estado de excepción en la frontera con Colombia, ha vuelto a traer al tapete la pregunta de si el madurocabellismo, aterrado como está ante lo que se anuncia como una derrota aplastante, que daría inicio a un ciclo de cambios políticos y sociales imprescindibles para el país, estaría realmente considerando la posibilidad de huir de las elecciones de diciembre. A pesar que los “estados de excepción” no permiten constitucionalmente suspensión de elecciones, la propia Mesa de la Unidad Democrática alertó sobre esto en un comunicado titulado “Estado de excepción, globo de ensayo del régimen para intentar suspender elecciones ante su derrota inminente”.

En política, como en otras muchas cosas de la vida, el hacer algo está asociado con sus consecuencias y sus costos. El gobierno en teoría “puede”. Es más, estoy seguro de que lo desea. Pero una cosa es querer y otra poder. Porque tal decisión está asociada con unos costos políticos muy caros, en especial de cara a tres audiencias claves:

1) La comunidad internacional, ante la cual el régimen perdería la última “hoja de parra” democrática que cubre su desnudez autoritaria; 2) la propia militancia oficialista, que observaría con estupor cómo la formidable fuerza electoral del pasado queda reducida a un ratoncito asustado que no puede ni siquiera contarse; y 3) la Fuerza Armada, la cual se vería forzada a revisar su conducta frente a un gobierno que pasaría a ser abiertamente ilegítimo y sin apoyo popular.

¿Qué ayudaría al gobierno a que estos costos no sean tan altos? Pues, que la decisión de no contarse sea percibida como inevitable o necesaria (por ejemplo, para la paz del país). En otras palabras, el éxito de su estrategia, que consistiría en huir de las elecciones sin pagar el costo por eso, radica en ocultar la intencionalidad política de esa jugada, y camuflarla bajo otras supuestas intenciones más aceptables.

Frente a esto, la mejor forma de combatir tal estrategia es desnudándola antes de que ocurra. La alianza opositora ya ha comenzado a alertar de estos planes. Ahora bien, ¿qué puede hacer usted, como venezolano angustiado, ante la pérdida acelerada de su país? Pues bien, la tarea es ayudar a elevarle el costo político al madurocabellismo de querer huir cobardemente de las elecciones y no contarse.

Esto pasa por dos conductas concretas, a ser asumidas por cada uno: 1) dejar de plantear la posibilidad de que el gobierno se escabulla de las elecciones en términos de adivinanza sumisa o de anticipación resignada de futuro, y limitarse a ver si tal predicción se cumple o no. Es el proceder de quienes sueltan frases como: “Yo creo que ellos no se van a contar”, con actitud de profetas amateurs. Esta postura –la de plantear la huida electoral del régimen como algo que simplemente puede pasar, “porque así son ellos”– es la menor manera de legitimar por adelantado la obscena jugada del gobierno, y de quitarle la importancia de escándalo que tendría que tener si ocurriese.

2) Por el contrario, debemos desde ya, en todas las instancias de nuestro acontecer diario, plantear que cualquier suspensión de las elecciones es absolutamente inaceptable, y que si ello llegase a ocurrir, la única explicación –por más que se busquen otros disfraces argumentales– es el cobarde terror del madurocabellismo a contarse. Que la equivalencia suspensión de elecciones = pánico político sea la única matriz perceptual posible para la opinión pública. Insistir, propagar, comunicar, hasta que esta sea la explicación popular dominante. Si el gobierno sabe que la gente no le va a comprar ningún cuento basado en ridículos “estados de excepción”, cursis alusiones a la “soberanía amenazada” u otros inventos por el estilo, lo pensará más de una vez antes de lanzarse por ese barranco.

En síntesis: el régimen puede verse tentado a una medida extrema como esta solo si sus costos son bajos. Es tarea de todos elevarles el precio político de siquiera intentarlo.

 

@AngelOropeza182

El Nacional 

Ángel Oropeza Feb 24, 2015 | Actualizado hace 9 años
Hay que hacer algo por Ángel Oropeza

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Frente a la crisis económica que azota a casi todos los venezolanos, hay para el gobierno sólo 3 opciones posibles. Una, negarla. Otra, reconocerla y buscar la forma de superarla. Y la tercera, inventar otra crisis que le compita.

La primera opción ya la intentó, pero el tamaño de las penurias de la gente sobrepasó cualquier pretensión de desconocerlas. La segunda es imposible, pues requeriría que el gobierno haga cosas que simplemente no sabe hacer. Dada su mentalidad primitiva, había que optar por la tercera.

Así, la única forma de atenuar los impactos y el descontento por la crisis económica y social, era generando una crisis política que compitiera con aquella. Y nada mejor que jugar a proscribir a la Oposición democrática, encarcelando y amenazando a varios de sus principales dirigentes, no sólo para darle algo de credibilidad al fabricado cuento del golpe de estado, sino para buscar que la política se juegue en el único terreno donde el gobierno no es hoy débil: el de la confrontación violenta. Porque esto hay que repetirlo: el oficialismo pierde hoy en votos y en pueblo, pero no en fuerza bruta. Por eso su insistencia en provocar que la Oposición abandone el camino de la organización popular para que caiga en el único espacio –el de la violencia-  donde se concentra su fortaleza. Caer en ese juego no es sólo poco inteligente, sino criminal.

Sin embargo, la legítima indignación clama por “hacer algo”. Por supuesto, esta  exigencia por “algo” encubre el desconocimiento, la mayoría de las veces involuntario, sobre las cosas que se hacen todos los días en los barrios, pueblos y caseríos del país en términos de organización popular y acompañamiento ciudadano. Aquí, el bloqueo informativo que ha impuesto el gobierno a la mayoría de los medios de comunicación ha cumplido con creces su objetivo. Pero, reconozcámoslo, lo que falta por hacer supera en mucho lo que se ha hecho. Ciertamente entonces, hay que hacer algo más. Y la respuesta a ese “hay que hacer algo” está en que todos, sin excepción, tomemos la calle. Ahora bien, ¿eso qué significa en la práctica?

La calle no es sólo una porción de metros cuadrados de asfalto. Ni tampoco el combate de calle se reduce a la presencia física masiva –necesaria, legítima y conveniente por lo demás- en labores de protesta o movilización. Esta última es apenas una parte importante de la tarea, pero no toda ella. Por eso hemos insistido desde hace tiempo en complementar, reforzar y migrar de esta concepción restringida, a una noción de “calle” entendida como “actitud política”, que se traduce en “politizar la cotidianidad”.

La “calle”, en sentido amplio, es asumir que en cualquier actividad que desarrollemos y donde quiera que estemos, nuestro deber es convencer y seducir a quien piensa distinto, solidarizándonos con su problema pero ayudándole a entender qué y quienes están detrás de su desdicha.  La “calle” es una actitud de apostolado permanente, que consiste en nunca dejar de hablar, de denunciar, de convencer, de conquistar gente para nuestra causa.

Por distintas razones, no todos pueden estar en las siempre necesarias actividades políticas de movilización física. Pero si todos asumimos “actitud de calle” –en el sitio de trabajo, en el mercado, en las colas, en la universidad, dentro de las empresas, en el autobús o al interior de las organizaciones populares- nos convertiremos en un poder social indetenible y poderoso.

El gran reto de la “calle”, entendida como actitud de politizar nuestra cotidianidad, es ayudar a transformar el enorme descontento social en fuerza política. Pero ello pasa por que la mayoría entienda la asociación de sus problemas con el gobierno y su fracasado modelo. Y pasa también por ayudar a desmontar la polarización artificial entre venezolanos y a procurar, en nuestro entorno inmediato, el acercamiento de todos los afectados por esta tragedia devenida en gobierno, no importa sus creencias o la orientación de sus simpatías. Eso es la calle, y eso es hacer algo.

 

@AngelOropeza182

El Nacional 

Dos Santos, Maduro y otros brujos por Ángel Oropeza

Futuro

 

n épocas de incertidumbre y confusión, como la que caracteriza a la Venezuela de nuestros días, mucha gente necesita refugiarse en espacios de certeza –así sean imaginarios– para intentar reducir la angustia que les produce su insegura situación y su aún más impreciso futuro.

Aprovechando la ya larga crisis y esta necesidad psicológica por disminuir en lo posible la inseguridad y el temor ante los acontecimientos por venir, nuestro país es víctima constante de la estafa de charlatanes, brujos, tarólogos, horoscopólogos y profetas, que no se cansan de engañar –y hacer negocio– con la candidez y necesidad de muchos venezolanos. El año que acaba de terminar está repleto de ejemplos de la “certeza” y “precisión” de algunas de sus “predicciones”. Veamos sólo algunos.

1) El brujo Reinaldo Dos Santos –el mismo que predijo que Brasil ganaría el Mundial de fútbol y que Maduro tenía cáncer– aseguró en febrero que a éste último le quedaban “4 o 5 días” en el poder. Como no se le dio, pronosticó entonces en abril que a Maduro lo iban a matar, y si no, pues terminaba condenado en La Haya. Ya en mayo de 2013 había asegurado que el gobierno iba a caer antes de noviembre, pero que no podía decir ni cuándo ni cómo, “para no alterar los hechos”. Por favor no se ría, y siga leyendo.

2) El “iluminado” Hermes Ramírez, en sus predicciones para nuestro país en 2014, pronosticó que “en Venezuela va a suceder lo que tenga que suceder” (El Universal, 29/12/2013). Por supuesto, así cualquiera es brujo. Pero el 20/01/2014, se atrevió a más y “profetizó” que el 2014 iba a ser para Venezuela “el año de las inversiones, de las grandes oportunidades para el empleo, y de las ganancias económicas”. A lo mejor pensaba en la de los corruptos del gobierno, en cuyo caso sí la pegó.

3) El “arquitecto de sueños”, Alfonso León, pronosticó a su vez que “2014 será un año de un gran despertar….después de mucha espera y de mucha circunstancias contenidas sucede un gran nacimiento y es lo que Venezuela está viviendo”. Si alguien lo entendió, por favor que nos explique.

4) La “adivinadora” Adriana Azzi predijo para el año que acaba de terminar que “si se sucediese el cambio cívico-militar predestinado, no estaría la MUD representada” (¡gracias a Dios!), y que “entre golpes y autogolpes, el próximo gobierno que se vislumbra sería principalmente de corte militar” (El Nacional, 19/1/2014).

5) El “vidente” José Iglesias, en sus “predicciones para Venezuela 2014”, afirmaba: “Las cartas del Tarot confirman que el gobierno encabezado por Maduro tiene sus meses contados. Independiente de que pueda sobrevivir al cierre del 2013”. Esto, luego de asegurar que, según su “oráculo”, Maduro “podría superar la intentona de un golpe de Estado que se está gestando”, y que, además, las elecciones municipales del 8 de diciembre de ese año, no se llegarían a realizar.

La lista es interminable. Pero si resulta penosa la colección de engaños por parte de fabuladores de oficio, lo es mucho más cuando a la lista hay que agregarle el nombre de quien ocupa actualmente la presidencia de la república.

Ya Maduro había hecho un adelanto de su irresponsabilidad cuando en noviembre de 2013 “pronosticó” cosas como que “es falso que en los próximos meses vaya a generarse escasez en el país. Esos almacenes están full”, o el cuento de que tenía la inflación controlada: “Con la Habilitante voy a dejar los precios donde tienen que estar”. Pero al comienzo de 2014, coincidiendo con la tradicional publicación de las “profecías” de nuestros inefables brujos, no se quiso quedar atrás. En su Memoria y Cuenta ante la AN, lanzó “predicciones” tan irresponsables y falsas como la de que su gobierno mantendría “durante todo el 2014 cambio de 6,30 bolívares por dólar” (Últimas Noticias, 16/1/2014)

Si una persona es conocida por su inmensa capacidad de mentir y engañar, no es una persona confiable. Y si no genera confianza, pues simplemente está inhabilitado. Si es brujo, para seguir en su negocio. Y si es presidente, para gobernar. Así de simple.

@AngelOropeza182

El Nacional