La comunicación con seres subterráneos en Caracas, por Isaac Nahón Serfaty
Me cuenta mi madre que su abuela (es decir, mi bisabuela) destilaba aguardiente en el sótano de su vieja casa. Los vapores que salían del alambique tenían un efecto embriagador y producían ilusiones ópticas. La bisabuela relataba que a veces, en plena faena de producción de licor, veía a los que llamaba en su arcaico español (la jaquetía que hablaban los sefardíes en Marruecos) a “los de embaixo”, a los seres de los mundos subterráneos que emergían entre los alcoholes que flotaban en el ambiente. Hoy voy a hablarles de otros seres de “embaixo”, de los seres subterráneos que fuimos los ciudadanos de Caracas cuando se fundó el Metro en la década de los 80 del siglo XX.
En medio de la ola derrotista que vivimos los venezolanos, es bueno recordar que somos capaces de ser mejores personas si nos ofrecen los estímulos, el ambiente y los incentivos adecuados. Hoy parece una realidad lejana, pero alguna vez el Metro de Caracas fue un laboratorio social que logró éxitos en educación ciudadana. Tuve el privilegio de tener como profesor en la UCAB a uno los padres de esa criatura, Carlos Santiago González, lamentablemente desaparecido de forma prematura. El profesor González fue el encargado de manejar el sistema de anuncios en las estaciones del Metro de Caracas. Él diseñó cuidadosamente los mensajes que se difundían por los altoparlantes del subterráneo. Cada mensaje tenía una intención particular: informar sobre cambios en rutas u horarios, educar a los usuarios para promover comportamientos adecuados, orientar al público, evitar accidentes, señalar a alguien que estaba cometiendo una infracción o asumía algún riesgo (“no pase la raya amarilla”).
Nos contaba el profesor González que el desarrollo de estos mensajes fue un proceso que se nutrió de la investigación del perfil del usuario y de la observación de su comportamiento. Nada fue dejado a la improvisación. La relación entre lo verbal y lo no verbal en la comunicación le interesaba mucho, como lo testimonia una entrevista que le hicieron en la revista Video-Fórum en 1980 sobre el sonido en el cine y la televisión en Venezuela.
El trabajo que nuestro profesor hizo en el Metro de Caracas era el reflejo de una cultura corporativa que tuvo una gran influencia en los caraqueños. Desde su inauguración en 1983, el subterráneo fue un ejemplo de diseño arquitectónico, planificación urbana, ingeniería, gestión eficiente y comunicación institucional. Era un lugar común decir que los caraqueños, normalmente indisciplinados, ruidosos, rudos, nos transformábamos en “suizos” cuando descendíamos a las profundidades del Metro.
Desde una perspectiva comunicacional, se puede decir que esta transformación no solamente era el resultado de unos mensajes bien escritos y bien difundidos, sino de un contexto que transformaba la experiencia del usuario del Metro. Aunque un arquitecto podría explicarlo mucho mejor, creo que el Metro significó sobre todo la irrupción de una nueva estética que impactó el comportamiento ciudadano. No cabe duda que el Metro cambió nuestra manera de percibir y apreciar la ciudad. De alguna forma, otras obras que se construyeron en los 70 y 80 tuvieron un impacto similar. Pienso en la nueva sede del Museo de Bellas Artes, el Complejo Cultural Teresa Carreño y el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, entre otras.
Las noticias que llegan del Metro no son muy alentadoras. Los problemas de funcionamiento indican que el sistema de transporte está sufriendo los avatares de la falta de mantenimiento e inversión, y del deterioro de aquella cultura organizacional que ayudó a promover una mejor ciudadanía “subterránea”. Pero la historia reciente nos indica que no estamos condenados a la mediocridad del chavismo. Podemos ser mejores seres de “embaixo” si nos lo proponemos.