Escepticismo sobre Zimbabue, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Nov 24, 2017 | Actualizado hace 3 semanas
Escepticismo sobre Zimbabue

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Hace apenas unas semanas una fotografía en Twitter llamó mi atención. La misma mostraba a un Presidente dormitando en una silla, en medio de un acto público, mientras algún funcionario de su gobierno, de pie y a su lado, daba lo que parecía ser un discurso encendido. «¿79? ¿81? ¿Cuántos años es que tiene?», no pude evitar preguntarme. De inmediato hice la búsqueda con mi teléfono. ¡93! Casi un siglo de vida. Solo entonces caí en cuenta de lo patética que era imagen. He ahí un hombre al que hasta su cuerpo le pedía a gritos que dejara el poder, para descansar de su despotismo. Pero para él la palabra «retiro» estaba desterrada del diccionario. Había decidido, como los monarcas absolutos, bajarse del trono solo cuando llegara el momento de pasarlo de ahí a su ataúd. No fue así, porque apenas unos pocos días más tarde estalló el golpe de Estado que acabó en la renuncia de Robert Mugabe, dictador de Zimbabue.

Así terminó una de las dictaduras más brutales y despiadadas que el mundo moderno haya visto, una herida más en el cuerpo de ese bello pero maltratado continente que es el África, vejado tanto por traficantes de esclavos y colonos de otras latitudes como por tiranos que parió su propia tierra. Mugabe pertenece a esta última categoría de canallas, lo cual no impidió, a propósito, que el chavismo lo considere un líder heroico, digno de los más altos honores que confiere la República, como lo es una réplica de la espada del Libertador. En las siguientes líneas pudiera explayarme hablando de la persecución de opositores en Zimbabue, de la abismal pobreza que embarga a la mayoría de sus ciudadanos y del hambre que han padecido miles de ellos, de los espantosos índices de abuso sexual a mujeres y de la criminalización de homosexuales. En fin, de una nación hundida en la miseria más terrible para que un hombre, un solo hombre, se aferrara al poder, con todos los privilegios que este conlleva, para él y sus allegados.

Pero no lo voy hacer, porque creo más conveniente evaluar lo que está pasando en ese país ahora, cómo se llegó a tal situación y en qué, de todo aquello, deberíamos fijarnos los venezolanos. Me ha llamado la atención que aquí varios connotados opositores, se hayan lanzado ipso facto a ensalzar a los militares responsables del golpe que tumbó a Mugabe. Algunos lo hicieron hasta con exclamaciones de «¡Viva la libertad!» y similares. No faltaron los intentos de establecer símiles con la propia Venezuela. Los alegatos del tipo «¿Ven que dictadura no sale con votos ni diálogos?» estuvieron a la orden del día. Varios de ellos vinieron de personas cuya inteligencia me consta, y a las que por ello respeto, pero que creo que están haciendo juicios apresurados sobre lo ocurrido en Zimbabue para fortalecer a cómo dé lugar sus posiciones sobre lo que la oposición venezolana debería hacer para lograr el tan urgente cambio.

Cuando comencé a escribir esta columna hace exactamente dos años, uno de los primeros temas que me animó fue la posibilidad de que Venezuela lograra una transición democrática similar a la del Chile de Pinochet. Los opositores de los que hablo en el párrafo anterior reaccionarán con total escepticismo a tal planteamiento. ¿Y sabe qué, estimado lector? Tienen toda la razón en hacerlo. Yo mismo, luego de ver la evolución del régimen chavista tras la pérdida de su control sobre la Asamblea Nacional, tengo que reconocer, con mucho dolor, que nuestras circunstancias son diferentes a las del vecino del sur a finales de los años 80, y que pudiéramos estar inmersos en un problema mucho más gordo. Pero precisamente por eso, resulta curioso que los susodichos opositores rechacen la fórmula chilena pero, sin ninguna consideración sobre las circunstancias en Zimbabue y Venezuela, abracen la fórmula africana. Yo, por el contrario, no me hago ilusiones sobre el resultado del golpe en Zimbabue y prefiero no tender puentes trasatlánticos entre ese «modelo» y nuestros propios esfuerzos. Diré por qué.

Para empezar, los militares que dieron el golpe no se caracterizan por la institucionalidad republicana. Están fuertemente vinculados con la oficialista Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU, por sus siglas en inglés) y se consideran parte esencial de la «revolución» que por más de 30 años encabezó Mugabe. Varios de esos generales constituyen una vieja guardia que emergió, junto con el dictador depuesto, de las filas de la guerrilla que combatió al gobierno de la minoría blanca en los años 60 y 70.

Además, justo antes de que Mugabe renunciara, el Parlamento se preparó para aprobar una moción de censura en su contra. Un Parlamento en el que la ZANU tiene mayoría absoluta. Es decir, no es una cuestión única de charreteras. Dentro del oficialismo civil también cundió la necesidad de execrar a Mugabe.

En otras palabras, el déspota cayó empujado por la mano de la propia elite que lo acompañó hasta hace nada en todos sus abusos y vejaciones. Tal vez el tiempo nos demuestre lo contrario, pero pareciera que la oposición democrática zimbabuense mo pintó prácticamente para nada.

Como en la historia de Troya, este conflicto entre facciones de la ZANU se originó en una mujer. A saber, la esposa de Mugabe. En vista de que al dictador no podía quedarle mucho tiempo de vida, más de un dirigente se perfilaba a sí mismo como sucesor. Pero Mugabe prefirió dejarlo todo en familia y se alistaba para legar la presidencia a su ya poderosa señora. Ello molestó a otros sectores, incluyendo a la vieja guardia castrense. Leyendo entre líneas, es de suponer que hubo intentos de impedir «diplomáticamente» la sucesión conyugal, pero Mugabe, acostumbrado a ser mandamás incuestionable, no escuchó. Así que…

Ahora bien, vean quién será el que tome las riendas. Se trata de Emmerson Mnangagwa (apodado «el Cocodrilo» en su tierra pero bautizado como «General Manguangua» por algunos venezolanos interesados en el tema). Este caballero fue otro de los compañeros de armas de Mugabe en la guerra contra el apartheid local. Apartado este último e iniciado el gobierno de la ZANU, Mnangagwa ocupó varios cargos de primer orden, siempre a la sombra de Mugabe. Fue ministro de Seguridad durante un conflicto interno conocido como «Gukurahundi». La querella se originó en la rivalidad entre los dos grupos armados que protagonizaron la lucha contra el gobierno blanco: la ZANU y la Unión Popular Africana de Zimbabue (ZAPU, por sus siglas en inglés). Terminada dicha guerra, el gobierno de Mugabe se encontró con la oposición de la ZAPU. Mientras que la ZANU tenía su principal base de apoyo en la etnia shona, la ZAPU reclutaba seguidores sobre todo entre el pueblo ndebele. Pues bien, entre 1983 y 1984, en medio de la campaña para acabar con la resistencia militante de la ZAPU, las fuerzas gubernamentales hicieron de todo ndebele un blanco. Miles de personas fueron asesinadas o enviadas a campos de «reeducación». El cálculo de muertos varía según la fuente, pero algunos apuntan a más de 20.000. Mnangagwa negó cualquier responsabilidad en el asunto y culpó al Ejército. Pero, según reseña el diario británico The Independent, el ahora sucesor de Mugabe es ampliamente considerado como uno de los autores principales de aquella carnicería.

Es por todo esto que me mantengo escéptico sobre la posibilidad de que Zimbabue se encamine por la senda de la libertad. No digo que una transición democrática sea imposible. Pero sí me parece que, visto bien el entorno, sobran las razones para sospechar. Les dejo este dato inquietante: 24 horas tras la renuncia de Mugabe, la Cancillería venezolana emitió un comunicado en el que se deshace en lisonjas a Mugabe. Pero de ninguna manera condena el golpe y hasta asoma cierto entusiasmo por la «nueva etapa» en Zimbabue.

Ojalá mi actitud sea infundada y el pueblo zimbabuense pueda finalmente vivir en democracia. Ese anhelo nos une a los venezolanos con ellos.

Posdata: Este espacio cumple dos años el lunes 27. Quisiera agradecer a todo el equipo de Runrunes por permitirme contribuir desde su plataforma al debate público en Venezuela, sin ningún intento censor. Cada palabra ha sido un esfuerzo por ayudar a entender el difícil panorama nacional, a través de una de las pocas ventanas que quedan a la opinión libre. También debo expresar a mi gratitud a usted, que me honra con su lectura y su comentario. A todos, mil gracias.

@AAAD25