Cuentos de cuarentena | Relatos de cuando el mundo se paró - Runrun
Cuentos de cuarentena | Relatos de cuando el mundo se paró

Una gallina satánica, unos zapatos que miran, una despedida que no sabe decir adiós, el tuqueque Juancho que visita de madrugada o una relación que quedó confinada en un hogar muerto: estos son algunos de los Cuentos de Cuarentena que leerás en Runrun.es, El Pitazo, Tal Cual y las rrss de El Bus TV. Todas ilustradas por Crack Estudio y Meollo Criollo.

Estos son los primeros 5 de 40 relatos verídicos sobre el momento en el que el mundo se detuvo.

¿Quieres formar parte de este recuerdo colectivo? Echa tu cuento haciendo click aquí: https://cutt.ly/Cuarentena 

 

Las amenazas del corazón

Me gusta llegar, no me gusta irme, pero me he ido muchas veces. Me fui del vientre de mi madre, si se puede decir así. Me fui de la niebla de las primeras semanas el día que fijé la vista en algo o en alguien y observé. Me fui de la muerte cuando a los diecisiete meses de nacido me dio meningitis viral, pensaban que me moría y no me morí. Me fui a otro mundo –a la imaginación, a la magia– cuando estaba en el colegio, que en realidad nunca me gustó porque siempre sentí que le faltaba encanto y sueño. Durante la universidad me fui de las clases de Teoría de la comunicación y me dediqué a leer novelas, que son, incluso las malas y las muy malas, mil millones de veces más verdaderas que todas las teorías de la comunicación juntas. Me fui de la casa de mis padres y luego me fui de casa en casa hasta encontrar una casa de donde poder volver a irme. He vivido yéndome. Como todos, como tú. Y sin embargo, cómo cuesta. Cómo cuesta decir adiós y cerrar bien la puerta y no solo ponerse a andar sino en verdad marcharse. Irse lo que se llama irse, entero, con la sobriedad de un roble, sin hacer nada que le haga ver al otro que “hay algo ridículo en las emociones de la gente que uno ha dejado de amar”, como escribió Oscar Wilde, que se fue a morir a París, empobrecido pero franco hasta los huesos, después de haber dado todo a precio de esperanza. También hay cuarentenas para las amenazas del corazón.

Diego Arroyo Gil

Venezuela.

 

 

Hoy desperté temprano 

 

Cuentos de la cuarentena

 

Vivo en un edificio y el temblor de esta mañana se sintió muy fuerte aquí arriba. Hoy desperté temprano porque ayer se dañó la pantalla de mi teléfono y no pude estar hasta tarde viendo memes sin sentido en Instagram, recomendaciones para atacar el coronavirus de todas las personas que se creen médicos expertos en el virus y noticias en Telegram que lo único que hacen es causar terror en la sociedad. Hoy desperté temprano porque ayer, desde las 12 del mediodía hasta que me dormí a las 10:00 de la noche, tuvimos solo una hora de electricidad así que la única opción que me quedó fue ir a dormir. Hoy desperté temprano porque debo cocinar todo lo que pueda en la mañana con cocina eléctrica ya que no tenemos gas desde hace más de un año en el edificio. Ahora me voy porque se me está quemando la arepa que dejé en el budare.

Katherine Madi.

Venezuela.

 

El virus de toda la vida

 


Corrimos. No había nadie en la calle y el hospital estaba lejos. Nadie quería auxiliarnos mientras que, con mascarillas y guantes, transpirábamos y los recuerdos de desgracias llegaban a nuestra mente. En un intervalo, quedé solo y sentí otra vez miedo, un miedo superior a la Covid-19, un miedo que ya conocía, un miedo rutinario, un miedo mío y nuestro, el miedo a morir de una enfermedad conocida, el miedo a la muerte regular antes de la cuarentena.

El hospital es un barullo de desdichas, es un antro de locura. La gente pierde la dignidad desde que ingresa y no la recupera sino muchos meses después de salir, si logra salir, de este infierno lleno de médicos, enfermeras, camilleros y vendedores de esperanzas disfrazados de cigarrillos, caramelos de coco y aguas aromáticas.

Es imposible no llorar. La gente está en los pisos sucios y contaminados. No respetan a nadie. Y yo aún no puedo llegar al tercer piso. La seguridad espera que le entregue algo que no logro descifrar qué es. Me miran con extrañeza, con ojos agresivos, marcados sobre sus mascarillas, se mueven para verme mejor, no entiendo su deseo y opto por lo básico: les doy dinero, al mismo instante que les pregunto por dónde llego al tercer piso.

Salgo del hospital. No sé cómo bajé tres pisos sin darme cuenta. Llego a la calle, compro una esperanza llamada cigarrillo. Me retiro poco a poco y me voy quitando la mascarilla y los guantes de látex. Ya sé que aquí uno se muere de vainas conocidas, no puede existir un virus peor que el que he tenido toda la vida. 

Carlos Alberto Rodríguez Beltrán

Venezuela.

 

¡Mis zapatos me están mirando

 

Cuentos de la cuarentena 3

Estar afuera en tiempos de pandemia es asunto de héroes. Se nota en el dejo de sacrificio que queda en sus ojos después del rocío que les suelto a quemarropa con el spray desinfectante. Con unas suelas tan sucias como manos de obrero y el desvencijo en su frente que es más por modestia que por soberbia. 

Yo adentro y ellos afuera; inmóviles, sin reclamos, esperando mis próximos pasos. Pacientes, como el mismo Dios. Desde mi ventana los miro y sé que ellos me están mirando.

Alexis Freites.

Estados Unidos.

 

La gallina satánica 

En la parte de atrás de mi casa tengo un pequeño solar donde me gusta tener algunas gallinas. Nunca nos hemos comido una (¡je!) pero en estos días de cuarentena me quedé sin dinero y opté por vender una de las gallinas más grandes: según pude saber, a esa especie le dicen sarabicas por ser negras con manchas grises. Una señora mostró interés por comprar la gallina y pidió que se la describiera. Yo, muy inspirado, escribo «sarabica» y el corrector del celular me lo cambia a “satánica”.  Le puse: «la gallina es satánica». No me di cuenta pero vi que la señora no me escribió más. Cuando le pregunté qué pasó con la gallina, que si la iba a comprar, me respondió que ella no quería gallinas satánicas en su corral, que muchas gracias.

Juan Manuel Rangel

Venezuela.