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Brian Fincheltub Mar 01, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
La pandemia socialista

@Brianfincheltub

 

El coronavirus se expande por todo el planeta y la Organización Mundial de la Salud ha elevado el nivel de alerta frente a lo que amenaza con convertirse en una pandemia. Si las consecuencias de esta enfermedad han sido considerables en países con un nivel de vida relativamente alto como Corea del Sur, Japón o Italia, no quiero ni imaginar lo que su arribo pudiera causar en Venezuela, azotada desde hace veinte años por una pandemia de la cual la humanidad parecía haberse librado tras la caída del muro de Berlín: la pandemia socialista. 

El socialismo tiene una carga viral más peligrosa que el coronavirus. Arrasa con todo y solo deja a su paso destrucción y miseria. Profundiza las diferencias que una vez dijo iba a desaparecer, haciendo de la clase gobernante una élite llena de privilegios cada vez más alejada de la realidad.

El socialismo es un salto al pasado, no porque nos reconcilie de manera melancólica con el ayer, sino porque nos condena al atraso. El tiempo continúa su transcurrir afuera, pero adentro, donde el socialismo se ha enquistado, no solo todo se detiene, se vive lo peor de la historia. 

Los síntomas son siempre los mismos. Una población cansada del presente comienza a mostrar señalas claras de odio y resentimiento, sentimientos que se ven acrecentados cada vez más por el poderoso virus. Quizás algunos me digan que me quedé corto en la calificación, que más que un virus al cual en la mayoría de los casos es posible combatir con antivirales, estamos frente a un cáncer y no cualquiera, uno en su etapa de metástasis. 

La Venezuela que hoy pudiera recibir una nueva pandemia convive con enfermedades erradicadas en el siglo pasado. El venezolano promedio que no puede comprar en bodegones, deberá responder a los ataques a su sistema inmunitario con una dieta calórica que está lejos de llenar los estándares más elementales de nutrición. Si esto no fuese suficiente, aquí no es que escasean las mascarillas porque hubo una ola de compras nerviosas como pasó en Corea del Sur, sino que ni alcohol se consigue en los hospitales y nada más entrar a una sala de emergencia de cualquier hospital venezolano da ganas de morirse. 

Frente a este panorama no queda más que rezar, porque si nos toca confiar en las recomendaciones de “urgencia” de algunos personeros de la dictadura, que entre otras cosas le piden a la gente tomar tés de malojillo contra el coronavirus, tendríamos que preocuparnos y mucho. 

Fincheltubbrian@gmail.com

Julio Castillo Sagarzazu Ene 13, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
La física y la política

Hace algunas semanas, nuestro estimado amigo Víctor Reyes Lanza, ex decano de la facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo, nos obsequió un brillante artículo en el que hacia la analogía de los postulados de la tercera ley de Newton con el discurrir de la política.

Como sabemos desde tercer año de bachillerato, la tercera Ley de Newton, conocida también como la de Acción y Reacción, nos enseña que, si un cuerpo A ejerce una acción sobre otro cuerpo B, este realiza una acción igual y de sentido contrario contra A.

Extrapolando a la política, quiere decir que en el campo nunca se juega solo, que “los rusos también juegan” y que en ocasiones es menester saber (si lo combinamos con las enseñanzas de Sun Tsu) que bien vale la pena medir las fuerzas del contrario y su capacidad de reacción para saber si podemos ganarle enfrentándole directamente y en el centro del ring a lo Mano e´ piedra Duran o dándole vueltas y “jabeandolo” como Mohamad Ali.

Siempre hemos pensado que el escenario de la polarización política es el que mejor le cuadra al régimen, pues es allí donde tiene un relato que le permite volver a agrupar a los suyos (cada vez menos, es verdad) replanteando los enfrentamientos y su mantra de ricos contra pobres, patriotas contra vende patrias, gobierno y oposición, etc.

Por el contrario, donde el gobierno es más débil es cuando le confrontamos en el terreno de lo social y del nivel de vida tenebroso en el que nos han hecho vivir. Ahora los politólogos llaman a eso “transversalizar” la política. Dicho en latín vulgar, se trata de acompañar a la gente en la lucha contra la vida cara, contra el caos de los servicios, la inseguridad etc, es decir, los problemas que sufren y son comunes a los afectos al régimen y los que no lo somos. Ese es el terreno en el que son débiles y en el que menos capacidad de reacción tienen.

Pero, en fin, esto será algo que deberemos seguir debatiendo hasta que sea necesario o hasta que el fruto se caiga de maduro, cumpliendo, por cierto, con la Primera Ley de Newton que es la de la Gravedad.
El propósito de esta nota, empero, tiene que ver con otro principio de la física. Mucho más antiguo que las reflexiones de Newton, pero no por ello menos valido. Se trata del principio de la impenetrabilidad de los sólidos. Ese que preceptúa que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo.

¿Y esto qué tiene que ver con la política? Pues mucho y, ciertamente es relativamente fácil de explicar. En realidad, en la física y en la política no se toleran los vacíos. Cuando hay un vacío, la tendencia de las cosas es que ese vacío sea llenado.

Es tan sencillo como esto: Si en la política no participan los buenos, pues ese espacio va a ser llenado por los malos. Chávez ha sido un ejemplo palpable del pecado de omisión de muchos en la política. La anti política comenzó a crecer en Venezuela con una frivolidad impresionante. Irene Sáez estuvo a punto de ser presidenta y luego de que esta se desinfló, los promotores de esta esta banalidad, inflaron al golpista del 4F, ante la mirada complaciente de la mayoría de los ciudadanos buenos que pensaban que eso no era su problema y que, después de todo, un escarmiento a los políticos, no estaba del todo mal.

Si aquello fue un error, ahora es inconcebible que nos estemos tropezando de nuevo con la misma piedra. Hoy día, una nueva versión de aquella frivolidad se abre paso en muchos sectores de la sociedad, amplificada y exponenciada con el megáfono de las redes sociales.

En efecto, pululan los grupos de opinadores en los que, de nuevo, las viejas y desteñidas consejas contra la política vuelven a sentar reales. Desde los púlpitos de la sabiduría intelectual o simplemente desde el sillón de la ociosidad infértil, mucha gente blande de nuevo el argumento generalizador de que todos los políticos son iguales y por lo tanto no vale la pena ocuparse de lo público.

Muchos de estos opinadores incluso actúan como los mirones de un partido de bolas criollas que cada rato importunan al jugador diciendo “eso es boche, eso es arrime” y cuando el jugador le tiende la bola para que lance el tiro, se va corriendo sin asumir el compromiso.

¿Qué va a ocurrir entonces si quienes tienen algo que decir se van corriendo como el mirón del patio de bolas? Pues, como ya dijimos, la política se llenará de malos si los buenos se abstienen.
Pero igualmente amigo lector hay otra dimensión de la omisión y esta ocurre generalmente en el terreno de las ideas políticas y doctrinarias.

Hoy día hay un debate reforzado por el fracaso de experimentos políticos de izquierda en el mundo y al auge de liderazgos populistas de derecha, a considerar cualquier postura “liberal” en el terreno económico, social y políticos, como hediondo a fo de socialismo o comunismo.

Así, todo aquel que luche por la defensa del ambiente y ose hablar del calentamiento global, es un radical extremista de izquierda, también quien se manifieste a favor de la tolerancia para reconocer las diferencias religiosas, sexuales, o raciales, es igualmente un agente del progresismo Sao Paulista; quien ose decir que hay que evitar que se menoscaben los derechos laborales o que hay que tener sensibilidad social, es tachado de estatista impenitente.

¿Qué va a ocurrir en el mundo dentro de poco? Pues que, si los demócratas desertamos estas trincheras, estas van a ser ocupadas por los populistas, por las momias del comunismo que podrían renacer, por los podemitas de Iglesias o, lo que es aún peor, por un híbrido monstruoso, un Frankenstein de la política que está tomando forma en Europa en ese experimento de sopa de letras que son Los Chalecos Amarillos de Francia, cuyos principales dirigentes se declaran admiradores, a la vez de Mélechon y de Le Pen.

Hoy vivimos un renacimiento del ánimo con la consecuente posición de nuestros 100 diputados que no se dejaron comprar y con el reconocimiento de Juan Guaido por todas las democracias decentes del mundo. Maduro está hoy más aislado y solo que ayer. No le regalemos otra ración de inhibición, de comodidad del teclado u otro vacío para que vuelva a ser llenado por los malos.

Recordemos a Gandhi. “los más atroz de las cosas malas de la gente mala es la abstención de la gente buena”.

 

@juliocasagar

El avance de las ideas, ha dado con cuestiones fundamentales que han puesto al descubierto causas y efectos de situaciones cuya movilidad se ha dado al borde de susceptibles y perceptivas realidades. Sus análisis han derivado en crudas sacudidas económicas, sociales y políticas que, en buena forma, han captado la atención de estudiosos y fisgones de las sociedades actuales. 

En consecuencia, ha habido más que un cambio de las metodologías que indagan la dinámica de los movimientos toda vez que buscan encauzar al mundo por nuevos caminos. Que si rupturas o reacomodaciones de civilizaciones que devinieron en rigurosas modificaciones o readecuaciones de valores que terminaron animando la deserción de la moral, la ética. Asimismo, de la ideología como fundamento de razones que apuestan a la convivencia humana.

La desesperación, sumada a la angustia propia de problemas fluctuantes o irresueltos, ha sido factor de desarreglo económico, social y político en el fragor de realidades sumidas en conflictos generados por la ingobernabilidad creada como resultado de graves imprecisiones al momento de elaborar y tomar decisiones de fuerte impacto. Muchas fueron desavenencias de consideraciones, producto éstas de ideales que no cuajaron ni tampoco terminaron en buena lid.

Una de las ideas que resultaron en craso fracaso, fue la de “socialismo” cuyo terreno de experimentación, la extinta Unión de República Socialistas Soviéticas, URSS, terminó desapareciendo bruscamente de la ecuación política internacional. En contraste con la idea de “desarrollo”, la de “socialismo”, no tuvo el realce que su ductor Carlos Marx, había imaginado. Particularmente, luego de que el gobierno de cual nación servida a manera de “caldo de cultivo” dispusiera del poder en manos de individuos para quienes la condición de “obrero” fuera argumento suficiente para asumir el papel de estadista. 

La idea de “socialismo” quiso forzarse a congraciarse con realidades –muchas de las cuales, no fueron consideradas como variables de la relación estimada entre la idea de “progreso” inconsistentemente argumentada en la perspectiva política, y la de “desarrollo”. Ésta tampoco finalizada en cuanto su estructuración sociopolítica. 

 

Peor aún fue la idea de “socialismo del siglo XXI”, cuya delineación fue pautada a la sombra de elementos cualitativos que comprometen la determinación del hombre (latinoamericano) en su medio de producción y en la óptica que configura su capacidad de consumo, de ingreso, formación. Y sobre todo, su motivación al logro. vista la misma como palanca de empuje a su vida económica, política y social.

Es decir, el esbozo del mentado y manoseado “socialismo del siglo XXI”, no consideró la naturaleza humana en medio de lo que las necesidades e intereses del hombre -supuestamente considerado como sujeto plural de dicha doctrina- proyectarían de cara a las realidades por las que debía transitar quien habría de habitar el entorno y contorno socialista. 

Por tan mayúscula razón, el “socialismo del siglo XXI” no pudo articularse con fuentes que le habrían permitido la construcción del mundo que, teoréticamente, se planteó. Así quedó relegado y luciendo como meras palabras o frases de invitación, todo lo que debía exaltarse desde el enfoque de lo que refiere la organización productiva y las relaciones sociales entre instancias de toda naturaleza.

De manera que la arrogancia estructurada en forma de preceptos que responden al usurero “socialismo del siglo XXI”, no pudo ni siquiera convenir con la creencia de la continua perfectibilidad del hombre en los mayores y mejores ámbitos de la vida económica, social y política. Más aún, siguió errando cuando trató de exhortar su criterios como práctica cotidiana del hombre y vincularlos a la política, la moralidad, el pensamiento, las libertades y una continua refinación de sus gustos y costumbres. Tanto como con su cultura y su sentido de afirmación familiar.  

Evidentemente, no es posible conseguir razones que tiendan a hacer consistente y firme la idea de “socialismo del siglo XXI”. Menos si tal idea, busca exportarse como sistema político-económico que a juicio de sus proyectistas, podría “soportar la responsabilidad del desarrollo económico y social” de cuantas naciones se adhirieran (bobaliconamente) a su causa de estupidez ilustrada. 

 

Ni hablar de los costos que su implantación contrajera, con el cuento manido de “(…) darle poder a los pobres”,. Por donde se esto vea, compromete peligrosamente todo imaginario que juegue a la idea de implantar tan rapaz ideario político. Más, cuando por delante  está el hecho de evitar su enfermizo contagio. Aunque ello no sería un problema de teoría económica, ni tampoco de sensibilidad o carencia de motivaciones. Sería un problema de sobrevivencia.

Particularmente, sólo al imaginar que la civilización de esta parte del mundo, pueda caer en la fauces de lo que suena a “socialismo del siglo XXI”. Y es precisamente, lo que caracterizaría situarse, aunque por escasos segundos, más allá del “socialismo del siglo XXI”.

Brian Fincheltub Nov 24, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
Ser venezolano hoy

Esta semana viendo lo que pasa en la región confirmaba lo difícil que es ser venezolano. Difícil para quienes están dentro, pero también para quienes sufren nuestro gentilicio afuera. Aclaro que no es un tema de sentirse menos o más orgullosos de donde venimos, se trata de la pesada carga que significa haber nacido o crecido Venezuela en plena era socialista. Si, la carga económica es pesada, pero me atrevería a decir que la emocional lo es en mayor medida. Si algo nos ha robado el socialismo es la tranquilidad y es que estés donde estés nunca escapas a la situación país. Si lograste escapar del drama nacional buscando nuevos horizontes fuera, tu cabeza sigue junto a tu familia y si has tenido la suerte de lograr salir con tu familia, tus recuerdos siguen donde naciste.

Es cierto que en épocas de inestabilidad interna el estado de ansiedad aumenta, sobre todo para quienes estamos lejos. Nos preocupamos por los nuestros, por su integridad. Pero en el fondo de todo el caos, nos da esperanza ver a la gente luchando, nos da seguridad ver a la gente de pie porque sabemos en la medida que siga siendo así no lograrán imponerse. Otro sentimiento es el que al menos a mi me producen situaciones como la actual. No hay estado que me desespere más que ese donde una una calma se apodera del país. Digo que no es calma porque tal cosa no existe en Venezuela. Lo que se ha impuesto es la paz de fusiles, la gente no ha normalizado necesariamente la tragedia que vive pero frente al alto costo de protestar y la ausencia de resultados inmediatos, quienes están dentro se refugian en su vida privada, una estrategia de supervivencia frente a un entorno donde ciertamente sobrevivir es la prioridad.

En el exterior vemos la situación con pesar, sobre todo porque muchos aspiramos a volver a Venezuela una vez la libertad y la democracia sean reconquistadas. No se trata de una posición cómoda, muchos no hemos tenido otra opción. Nuestra promesa es ayudar a reconstruir el país y así pagar nuestra deuda con quienes adentro no dejaron de luchar. Desde afuera muchos no hemos dejado de luchar, de trabajar y prepararnos  pensando en el momento en el que nos toque regresar. Siempre teniendo en mente que todo lo aprendido y vivido fuera de nuestras fronteras nos va a ayudar a poder servirle más y mejor a Venezuela. Para lograr que se acabe esta pesadilla y todos pronto podamos volver es clave la presión nacional e internacional.

Mientras esta espera se hace interminable, en muchos países de la región nuestros connacionales sufren las consecuencias de las migraciones masivas. Nunca antes fue tan difícil ser venezolano dentro y fuera del país, esto lo han comprobado sobre todo quienes han sido  víctimas de discriminación y xenofobia, en países donde se ha instalado un discurso que culpa a nuestro gentilicio de todos los males habidos y por haber.

Como millones más que esperan volver, solo espero que esto termine pronto. Que no haya inocentes que teman decir de dónde vienen y que nacer en un determinado lugar no te condene para siempre a la miseria. Para que esto se acabe, todos tenemos que trabajar, sin descanso, por más agotador que parezca y aunque los resultados no sean evidentes. Es la sola opción que tenemos, la otra es rendirnos.

@BrianFincheltub

Nos vendieron una revolución profundamente antimperialista, que traería la independencia económica del país y adicionalmente reivindicaría la figura de Bolívar. Lo que tenemos hoy es un “gracias a Dios que tenemos el dólar”, cada vez dependemos más de remesas y ayudas humanitarias (además de Rosnef para vender nuestro petróleo), mientras la moneda nacional, que paradójicamente lleva el nombre de El Libertador, no cumple con sus funciones básicas y en cuestión de pocos años le han quitado ocho ceros.

El decir que no está mal que el “país esté dolarizado”, equivale a confesar que el manejo de la economía ha sido un rotundo fracaso.

Si bien es cierto, que en economías con alta y persistente inflación (o con hiperinflación), aparecen procesos de dolarización, lo preocupante en Venezuela es que ya superamos los dos años en hiperinflación y nada hace pensar que el problema esté cerca de solucionarse, con lo cual corremos el riesgo de hacer muy complicado el regreso de la moneda nacional como unidad de cuenta – medio de pago, pero por sobre todas de depósito de valor.

Esta dolarización desordenada que padece Venezuela genera varias consecuencias, la primera es un aumento en la desigualdad. Ya nuestro país tenía niveles preocupantes de pobreza, pero con este fenómeno, quienes no tengan acceso a divisas (sea en ahorros, ingresos, remesas), van a tener inconvenientes en la cantidad de bienes y servicios que puedan adquirir.

 

Luego de las declaraciones de Maduro sobre su felicidad con el dólar, aparecieron voces que sugerían que Venezuela va en camino a una dolarización plena de nuestra economía. En nuestra opinión consideramos que es muy difícil que la dolarización completa de la economía venezolana llegue en el corto-mediano plazo. Hay razones políticas y técnicas. La élite gobernante necesita tener una moneda nacional, que pueda imprimir, crear, etc., para pagar salarios, bonos a la población (mantener aceitada la máquina del chantaje social) pero también que le permita financiar sus déficits fiscales.

Una dolarización plena lequita esas herramientas, poderosas y fundamentales en el ADN de quienes están en el poder en el país. Por otra parte, para llevar a cabo un proceso de esa índole, se necesita una buena relación con la FED (banco central de los Estados Unidos) y eso hoy no parece factible entre ambas naciones.

Es muy fácil pronosticar que mientras más tiempo esté Maduro en el poder, el porcentaje de las operaciones que se hacen en divisas seguirá aumentando. La única manera de revertir este fenómeno es recuperando la demanda de dinero nacional, algo que hoy luce imposible para las actuales autoridades económicas venezolanas. Eso se logrará cuando se lleve a cabo un programa (coherente de calidad, que genere confianza) que disminuya la inflación y la lleve a niveles promedios mundiales. Mientras ostentemos el triste título de la única hiperinflación del planeta, el desprecio por el bolívar (como moneda) seguirá.

@luisoliveros13

Reuben Morales Nov 14, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
¿Capitalismo salvaje o socialismo salvaje?

@ReubenMoralesYa

Dígame usted… ¿cuál sistema prefiere? En los países de capitalismo salvaje, el modelo a seguir es el de un país muy grande, de economía poderosa y con un presidente capaz de quitar y poner gobiernos: Estados Unidos. En cambio, en los países de socialismo salvaje, el modelo a seguir es el de un país muy grande, de economía poderosa y con un presidente capaz de quitar y poner gobiernos: Rusia.

En los países de capitalismo salvaje, la cara oculta del gobierno son las grandes operaciones multinacionales de oferta y libre mercado. En cambio, en los países de socialismo salvaje, la cara oculta del gobierno son las grandes operaciones multinacionales de terrorismo y narco-lavado.

En los países de capitalismo salvaje, hay libertad de culto, pero el verdadero Dios es el dinero. En cambio, en los países de socialismo salvaje, no hay libertad de culto, pero el verdadero dios es el dinero.

En los países de capitalismo salvaje, puedes investigar al Estado, pero no a las corporaciones porque si no, te desaparecen. En cambio, en los países de socialismo salvaje, puedes investigar a las corporaciones, pero no al Estado porque si no, te desaparecen.

En los países de capitalismo salvaje, si te conectas bien, puedes llegar a ser millonario y convertirte en una de las familias dueñas del país. En cambio, en los países de socialismo salvaje, si te conectas bien, puedes llegar a ser millonario y convertirte en una de las familias dueñas del país.

En los países de capitalismo salvaje la banca puede dotarte de todo, pero si te equivocas con ella, quedas de patitas en la calle. En cambio, en los países de socialismo salvaje el Estado puede dotarte de todo, pero si te equivocas con ellos, quedas de patitas en la calle.

En los países de capitalismo salvaje, duermes muy poco porque te la pasas todo el día trabajando. En cambio, en los países de socialismo extremo, duermes muy poco porque te la pasas todo el día trabajando.

En los países de capitalismo salvaje, vives bajo la dictadura totalitaria de tu empleador (la empresa). En cambio, en los países de socialismo salvaje, vives bajo la dictadura totalitaria de tu empleador (el Estado).

En los países de capitalismo salvaje, el trabajo del pueblo va destinado a hacer millonaria a la élite política. En cambio, en los países de socialismo salvaje, el trabajo del pueblo va destinado a hacer millonaria a la élite política.

En los países de capitalismo extremo, el pueblo está molesto porque tiene poca capacidad de ahorro y acceso limitado a los servicios públicos, la salud y el transporte. En cambio, en los países de socialismo extremo, el pueblo está molesto porque tiene poca capacidad de ahorro y acceso limitado a los servicios públicos, la salud y el transporte.

En los países de capitalismo salvaje, el presidente termina su mandato más rico de lo que comenzó. En cambio, en los países de socialismo salvaje, el presidente termina su mandato más rico de lo que comenzó.

¿Leyó bien? Perfecto. Ahora, para decidirse por un sistema, lance una moneda. Si cae cara, vivirá en capitalismo salvaje. Si cae sello, vivirá en socialismo salvaje. Y dependiendo de cómo caiga esa moneda, su vida será completamente… idéntica.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

El obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI), por Antonio José Monagas

NO SOLAMENTE EL CINISMO SE HA CONCEBIDO como la exacerbación de lo impúdico con la intención de actuar sin menoscabo de lo que la dignidad, en consonancia con la moralidad, puede instar como comportamiento o actitud de vida. Por eso, bajo esa acepción, el cinismo está emparentado con la ironía desde el mismo momento en que recurre al engaño para lograr groseras maquinaciones. 

Pero también del cinismo, cabe agregarse lo que representó como corriente filosófica cuyo más excelso conductor fue el griego Diógenes de Sinope. Igualmente conocido como Diógenes, el Cínico. Aunque el cinismo que desarrolló esa escuela, no devino en lo que la dinámica social y cultural convirtió luego en actitudes sarcásticas que apuntaban a exhibir la desvergüenza como conducta. De ahí que el reconocido poeta y dramaturgo Oscar Wilde, infiriendo de este cinismo una alusión al desparpajo, llegó a expresar que “un cínico es un hombre que conociendo el precio de todo, no da valor a nada”. Ya Friedrich Nietzsche, en su obra: Más allá del Bien y del Mal, había señalado que “el cinismo es la única forma bajo la cual las almas bajas rozan lo que se llama sinceridad”.

Distinto de lo que la tradición filosófica expuesta por Diógenes de Sinope, cuando exaltaba al cinismo como aquella virtud del ser humano la cual le concedía la voluntad para libarse de los lujos innecesarios y así purificar su espiritualidad ante la frivolidad, del cinismo también puede decirse que bajo su égida reside el ejercicio de la política (ramplona). Pues su praxis rebasa las fronteras de la hipocresía, apostando a asumir una actitud de expresa complicidad con antivalores de toda índole lo cual hace que el cinismo sea acentuadamente perverso y malintencionado.

No cabe la menor duda que la revolución bolivariana, actuando en nombre del “socialismo del siglo XXI”, se maneja con un guión cuyos criterios conducen y animan ese tipo de conducta. Sobre todo, al momento de verse hurgada por la inmediatez, los recursos escasos y al afán de enquistarse en el poder. Todo ello, a sabiendas que su espacio se ha acortado a consecuencia de la torpeza y deshonestidad de quienes se han prestado para actuar como gobernantes de un régimen no sólo usurpador. También, inepto y embaucador. 

El cinismo político es el instrumento mediante el cual, los revolucionarios de mentira y los politiqueros de oficio utilizan como medio para demarcarse de lo que puede ser posible en términos de todo lo que en realidad pone a prueba sus capacidades de gente proba. Por eso, “el socialismo del siglo XXI” se convirtió en mecanismo de especulación cuyo valor de uso y valor de cambio sirvieron para arrollar condiciones democráticas. Y para ello, se valió de la exaltación de la infamia, la malicia y de la obscenidad como recursos del ejercicio de la política en curso. De ahí la importancia que para el funcionario oficialista tiene el hecho de actuar cínicamente al momento de exponer su retórica ante medios de comunicación que favorezcan su imagen de engañosa erudición.

Es cuando en el fragor de tan circunspecta praxis política, surge la figura del cínico politiquero quien, apostando a lo mejor que su talante puede ofrecer, rápidamente cae en su propia trampa. Trampa ésta que si bien le sirvió en algún momento para urdir situaciones o tratar personajes de su misma calaña, no le funcionó para mantener elevada su palabra articulada desde el discurso callejero. Ejemplos de este género de personajes, todos ubicados en los altos niveles del régimen urticante, sobran. 

Cabe decir que este género de cínicos politiqueros, presume de lo que carece. En consecuencia, su actitud raya con la arrogancia y la ridiculez que exhibe cada vez que debe manifestarse públicamente como representante del poder acaparador y fustigante en que se transformó el régimen socialista venezolano. Tales razones lograron accionar, desgraciadamente, una gestión pública que ha sido incapaz de enmendar los errores cometidos (con o sin intención). Tales contra-virtudes sirvieron a todos ellos de excusas para atropellar al venezolano y las legítimas instituciones del Estado. Puede decirse que se desempeñaron como agentes corrosivos que carcomieron y atascaron los mecanismos que, en algunos momentos republicanos le imprimieron sentido, velocidad y dirección a la democracia que -con esfuerzo- había comenzado a activarse.

Sin embargo, más pudo la inercia que descollaba por cuanto resquicio existía, que la dignidad, la moralidad y la conciencia sobre la cual se depara y se arraiga el funcionamiento de un sistema político que busca concebirse como democrático. Lo contrario, dejó verse desde el mismo instante en que desde 1999 el militarismo pretendió adueñarse del país. Y para lo cual se ha servido, siempre acompañado de la corrupción, de lo que puede contenerse bajo el obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI)

Víctor Maldonado C. Sep 02, 2019 | Actualizado hace 4 días
El socialismo que acecha

@vjmc

Debemos a Kant una sentencia terrible: “Con madera tan torcida como de la que está hecho el hombre no se puede construir nada completamente recto”. La historia del hombre es, por lo tanto, la secuencia de caídas y esfuerzos monumentales para volverse a levantar. Nadie quiere decir con esto que no se reconozcan los aportes maravillosos del progreso tecnológico y las inmensas oportunidades que se han hecho disponibles gracias al capitalismo, o si se quiere, la economía de mercado. Entre otras, la idea de libertad y el derecho de propiedad, la exigencia del poder hacer y también el reclamo de que nos dejen hacer con lo que seamos capaces de producir; en boca de Norberto Bobbio, libertad de obrar y libertad de querer. O como lo plantearía Ayn Rand, el compromiso ético de no ser el siervo de nadie ni de exigir la servidumbre de nadie. Cada ser humano con el potencial para ser su propio protagonista y de escribir su propio guion.

Pero en las cercanías siempre ha estado la tentación. La envidia por las realizaciones de los otros, la reelaboración ideológica de la riqueza como un robo, la insólita idea de que los ricos producen pobres, y el uso mediocre de las estadísticas y los promedios para determinar la desigualdad, como si alguna vez en nuestra historia fuimos más iguales que ahora. Con esto perdemos de vista que solo el hombre es capaz de inventar, innovar, crear, producir y pensar que siempre lo puede hacer mejor, siempre y cuando eso que haga, el esfuerzo que invierta le suponga alguna utilidad o ganancia.

Cuando la envidia consiguió juglares e ideólogos, rápidamente se propuso que no debía tolerarse, que era inmoral enriquecerse mientras otros no lo lograban.

Se inventó la justicia social, mecanismo redistribuidor que pasó a ser una imposición política, y se dejó de lado la ética de la solidaridad, la caridad y la filantropía. Con el socialismo el buen samaritano pasó a ser un impuesto, se olvidó que el hombre progresa desde la construcción creciente y voluntaria de la virtud, la religión dejó de tener sentido orientador y el Estado se propuso como el gran gendarme.

Hobbes lo planteó como una exigencia de vida o muerte. Peor es no tenerlo, porque el hombre, víctima de sus pasiones y ganas, entraba en guerra y provocaba la extinción de cualquier cosa parecida a la humanidad. De nuevo el fuste torcido, la generalización del mal, la confusión entre libertad y libertinaje, el uso de la fuerza y la ausencia de orden social. Y es que libertad y propiedad corresponden a un orden social donde se respeta la vida, se aprecian los resultados de los otros, se respeta lo ajeno y se tiene un gobierno limitado a eso, a garantizar que nadie prevalido por la fuerza usada ilegítimamente viniera a romper los equilibrios naturales.

Adam Smith fue en eso preclaro. A pesar de su optimismo, propio de la escuela de filosofía moral escocesa, también advertía en el ser humano esa tendencia a hacer daño, que por lo tanto había que regularlo; de eso se encargaba la sociedad que definía lo aceptable de lo inaceptable, y también la policía, que administraba la justicia como expresión de los sentimientos de venganza de los ciudadanos. ¿A quién se le ocurrió esa espantosa escalada de totalitarismo, capitalismo de Estado y tutoría tiránica de los seres humanos?

Llamemos al gran culpable como lo hizo Isaiah Berlin: “el pensamiento progresista” que surgió con el racionalismo del siglo XVII, siguió su fatal argumentación con el empirismo del siglo XVIII, se consolidó en el resentimiento con el marxismo del siglo XIX y, por supuesto, tomó el Estado y la política mediante el leninismo del siglo XX. Todos ellos, provistos de una inmensa prepotencia intelectual, estaban dispuestos a reorganizar racionalmente la sociedad, superar cualquier tipo de confusión o prejuicio, y llevar a la humanidad a una nueva época de luz, donde “el hombre nuevo” no padecería ningún tipo de necesidad porque ellos habían descubierto la forma de satisfacerlas. Y lo iban a hacer a la fuerza y mediante la revolución si eran necesarias.

Conócete a ti mismo

Conócete a ti mismo

Isaiah Berlin nos relata que eso era lo que soñaba el ilustrado Condorcet en su celda de la cárcel en 1794. Decía emocionado que por la vía de la razón iban a ser capaces de “crear el mundo libre, feliz, justo y armonioso que todos deseaban”. ¿Quiénes lo iban a crear y administrar? Obviamente ellos, los progresistas. ¿Cómo lo iban a lograr? Mediante la imposición autoritaria del socialismo que, de suyo implicaba tres cosas: planificación central de la economía, creciente capitalismo de Estado, y restricciones progresivas de los derechos de propiedad. Con su natural corolario, la violencia de Estado, porque por lo general a la gente no le gusta que la nariceen y mucho menos que le expolien sus activos. Pero ¿qué es eso  en términos de costos si a cambio pasas a un nuevo estadio de humanidad donde todos viven felices, liberados de cualquier mezquindad?

Ya sabemos que todo socialismo real se descompone rápidamente en colapso, represión, violencia y ruina social.

Lo que prometen es imposible de lograr porque el hombre es como es, no hay nada semejante al “hombre nuevo”; y lo que produce es una escoria que es capaz de cualquier cosa: matar, corromperse o asociarse con cualquier otra expresión del mal para lograr aferrarse cada vez más precariamente al poder.

A estas alturas cualquier ciudadano medianamente informado debería sospechar de todos aquellos que vienen con intentos de seducción política mediante un plan. Llámese como quiera, “plan de desarrollo económico y social del socialismo” o el “plan país”, que también es socialista. Es la misma pretensión progresista de encargarse de las vidas y suerte de los ciudadanos desde el ejercicio tiránico del poder. Todos llegan diciendo más o menos lo mismo, que son ellos los que saben, que deberíamos agradecer tanto talento prestado al servicio público, que en las carpetas que tienen en los maletines están los cálculos, y que ellos, esa clase esclarecida, tienen el inventario de todos los problemas y también todas las soluciones. Recuerdo ahora la famosa canción de Rubén Blades para comentar que incluso tienen “lentes oscuros pa’ que no sepan qué está mirando, y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando”. Toda una canallada. Porque luego resulta que no pueden con tanta matriz de insumo-producto, ni quieren, ni tienen el tiempo necesario, ni es real tanto talento. Pura soberbia estructural, y parafraseando a Berlin, una insaciable ansia de poder.

Porque como lo plantea Hayek, la sociedad libre, que existe cuando los individuos tienen libertad y derechos, se organiza de manera espontánea, mediante las decisiones particulares y empresariales que adoptan los individuos sobre parcelas específicas que les preocupan, y que dominan. Los iluminados racionalistas vienen a decir que esas decisiones, que se dan por millones cada minuto, son más imperfectas que su especial talento para recomponer el mundo. Mises dirá al respecto que los que pretenden tamaña hazaña no hacen otra cosa que tantear en la oscuridad, y yo complementaría diciendo que no hacen otra cosa que sumirnos a todos en la oscuridad y el oscurantismo.

Volvamos al pecado socialista por excelencia cual es la acumulación obsesiva del poder entendido como control crecientemente totalitario. Su fracaso es tan ominoso que no toleran el éxito privado, por pequeño que resulte. De allí las expropiaciones con el mezquino sentido de la destrucción. Millones de hectáreas que se dejan en barbecho, monopolios manufactureros completos que terminan siendo inservibles, bienes inmuebles que se expolian para transformarlos en monumentos a la desidia. Y la corrupción que deja la traza de obras inconclusas que se deben sumar al colapso de las que heredaron como infraestructura de servicios públicos. Mientras transcurre tanto destruccionismo por diseño, la libertad sufre, aplastada, acechada, comprometida por el hambre, la soledad, la enfermedad incurable, la ausencia de medicinas, el aislamiento porque ya no hay cobertura de telefonía, la ausencia de un servicio de energía eléctrica confiable, la falta de agua, o lo que quieran imaginar, porque el colapso se sufre a la medida de las necesidades insatisfechas de cada uno.

El socialismo es ese acto de soberbia y prepotencia que termina en crimen de lesa humanidad. Pero también es esas ansias enfermizas de poder que los transforma en tiranías totalitarias que cercenan la libertad y censuran cualquier resquicio de verdad. El fracaso los conduce a la mentira, la mentira los empuja al crimen, y a todos ellos los convierte en secuestradores de cualquier posibilidad de cambio político que pueda ser pactado. El socialismo nunca se va por las buenas.

Frente al socialismo hay solamente dos opciones: colaboración o ruptura. El problema reside en cuanta cultura socialista hay en la dirigencia política. Cuántos de ellos creen que los que pueden intentar el gran salto hacia la sociedad feliz y planificada son ellos. Cuántos asumen la justicia social, cuántos desprecian el mercado, cuántos no conciben el orden extenso como verdadera posibilidad, y cuántos se ven como usufructuarios del poder entendido como capacidad de disponer sobre la vida y bienes de los demás. La ruptura es mercado, libertad, gobierno limitado, pequeño pero eficaz, y un liderazgo de servicio público, poco estruendoso, incluso poco interesante.

Por eso el verdadero peligro es que la alianza que sostiene al gobierno interino del presidente Guaidó es socialista, estatista, populista y clientelar.

El discurso de todos ellos, sean de AD, PJ, UNT, o VP es el mismo: tomar por asalto el poder para administrar el Estado patrimonialista venezolano. Invertir los escasos recursos en tener empresas públicas, mantener la ficción de una empresa petrolera del Estado, y reservarse los recursos del país y sus fuentes de riqueza para que sean “administrados” por esa legión de burócratas sin experiencia alguna que se pasean por el país con programas sectoriales bajo el brazo. Ese plan país, he dicho muchas veces, no es el plan del país, pero ellos insisten en imponerlo porque es el consenso de unos centenares de técnicos y cuenta con el aval de las universidades. Se han convertido en expertos de las puestas en escena y de los hechos cumplidos.

Porque los consensos del país parecen ser otros. No quieren un Estado que los aplaste. No están dispuestos a pagar la reposición del saqueo de empresas públicas. No quieren seguir intentando lidiar con una moneda que es manoseada por el populismo y malversada por la demagogia. Están hartos de un Estado dadivoso en la miseria, extorsionador a través de sus programas sociales, asqueroso en el uso de la historia, prepotente en la injerencia de su Estado docente, y represor brutal de la libertad de hacer y de poder que comentamos al principio. Quieren libertad, seguridad ciudadana y posibilidades. ¿Van a seguir ofreciendo lo mismo? ¿Van a cambiar las cajas CLAP por las que tienen impresa la cara de Leopoldo? ¿Van a seguir trajinando con las necesidades de la gente sin darles una mínima oportunidad de ser libres? ¿Van a seguir con el festín de la corrupción?

Porque el Estado patrimonialista no solamente es delincuente sino corrupto. Y el dinero sucio tiene agenda política, se ceba en el compadrazgo, cultiva las relaciones clientelares, financia políticos y partidos políticos y luego exige favores. Seguir dentro de los márgenes del socialismo garantiza que la corrupción sea la gran ganadora. Y el cinismo, ese que exhiben políticos de vieja y nueva data, que no tienen como explicar su tren de vida, pero retan a que les descubran el cómo. La corrupción y los ilícitos, como hemos visto, tiene sus canales (sus cloacas), sus capilaridades siniestras y clandestinas, y al final, dejan pocas pruebas diferentes a una gran suspicacia, y preguntas sin respuesta: ¿cómo vives así?, ¿cómo vives donde vives? ¿si no recibes sueldo alguno, si tu partido no recauda entre sus militantes. ¿Si no hay transparencia en la rendición de cuentas? Porque ahora resulta que, apostando a la memoria corta del venezolano, todos son ricos de cuna, si no ellos, sus suegros, todos tienen “empresas” o negocios. Todo eso es obviamente una pantalla argumental que no termina de explicar nada.  El “contratismo” podría explicar muchas de esas vidas inexplicablemente infatuadas. Eso también es socialismo esencial. 

Al final uno no termina de saber si tanto izquierdismo vernáculo, dicho con tanta displicencia, solo demuestra la fatal ignorancia de nuestra clase política, así como la innegable responsabilidad de nuestras instituciones generadoras de cultura y educación en el esfuerzo perverso de replicar el pensamiento socialista, incluso en aquellos que estudiaron en las mejores universidades privadas. Me temo que es también el producto de falta de carácter, o de talante, como lo planteaba José Luis López Aranguren. Porque a estas alturas algo es innegable: el socialismo promete, pero no cumple. Es una mula ideológica, estéril, primitivo y devastador. Decir que se es de izquierda es apostar a montarse en esa mula, o terminar siendo una muy especial versión del minotauro mitológico, mitad mula, mitad progresista.

Quedemos al menos advertidos sobre lo que podría venir: la ratificación del fracaso que ya vivimos. El socialismo degradado que hemos descrito acecha y pretende desde ya que no hablemos mal de sus nuevas posibilidades. Porque ya empezaron, si no fuera así, ¿cómo podemos explicar la campaña que exige que no se hable mal de Guaidó? ¿Cómo podemos explicar que no quieren debate real sobre el plan que ellos llaman plan país, sino que lo presentan como un hecho cumplido, aduciendo que están preparados porque tienen un plan? Precisamente, porque tienen ese plan no están preparados. En todo caso, los consensos básicos son otros, empeñados en la liberación y la exigencia de libertad (incluida la de expresión), así como también los venezolanos estamos en camino de construir nuevos tabúes políticos. El socialismo es uno de ellos.