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Jean Maninat

Mar 04, 2016 | Actualizado hace 8 años
Simpatía por el diablo por Jean Maninat
 GobiernoCuba
«Pleased to meet you, hope you guess my name. But what’s puzzling you is the nature of my game». Bien le podría decir el presidente cubano, Raúl Castro, a Mick Jagger, si llegara a saludarlo, y al resto de los Stones, durante la anunciada visita/concierto a Cuba de la mejor banda de rock que el universo ha parido. Con un poco más de entusiasmo, uno se podría imaginar a la gerontocracia partidista del PCC y sus lobeznos, vestidos de verde olivo, o con sus impolutas guayaberas blancas, marcando el ritmo con unos recatados «uh, uh», mientras se bambolean de lado a lado como un coro de evangélicos suecos. Si por milagro, tiene usted un paquetico de café, o de arroz, apuéstelos a que el día del concierto una cámara traviesa poncha al presidente Maduro en medio de la nomenclatura, tocando un bajo Fender imaginario y celebrando el concierto. Tiene usted todas las de ganar.

Según relata el diario El País, de España, del 1 de marzo, ya en la isla y en la diáspora se desató una tormenta tropical alrededor del evento musical: su significación política y lo que representa como muestra de la profundidad del actual proceso de apertura está en duda. ¿Simple maquillaje, o fractura de la máscara totalitaria? Es una discusión sin fin, de la cual está ausente una mayoría de los «condenados del condado» en la isla, alegres por las cosas que se cuelan por la rendija recién abierta que hace apenas unos años eran la materia de un sueño descalabrado, por hambriento y fumado. Un teléfono celular, o el acceso regulado al Internet, no anuncian la entrada a una democracia plena, pero son pitillos que succionan oxígeno para respirar bajo el agua de la opresión política. Amortiguan el rigor del otro embargo: el de las libertades públicas internas.

El escritor cubano Leonardo Padura -quien vive en la isla- citado en el trabajo de El País al que hicimos referencia advierte: «Si alguien me hubiese dicho cuando era un adolescente que algún día el grupo británico pudiese actuar en mi país le hubiese dicho que era un enfermo mental sin causa posible de reparación». Pero no fueron sólo los Stones, o los Beatles, quienes tuvieron que esperar décadas para ser escuchados. Los míticos soneros cubanos, los músicos de la noche habanera que tan bien retratara Cabrera Infante cuando «ella cantaba boleros», también fueron prohibidos -en otro embargo interior, este musical- de ser oídos en su propio país. Los que no tuvieron la suerte, o las ganas de salir, sobrevivieron haciendo labores menores, malgastando su inmenso talento, mientras unos funcionarios con guitarra paseaban por el mundo una fraudulenta Nueva Trova Cubana de la que hoy sólo queda desencanto y resentimiento. Sin embargo, aquellos luminosos ancianos del Buenavista Social Club, nos siguen haciendo tan felices como cuando los escuchamos por primera vez.

Es todavía temprano -o tarde, o lo que usted decida- para tener un juicio responsable sobre lo que se lleva a cabo en Cuba. A todas luces, las cosas están cambiando; no a la velocidad y la profundidad que muchos desean con razón. Más bien, marchan al ritmo que el reconocimiento tardío del despropósito histórico en el que se embarcaron sus hoy octogenarios dirigentes lo permite. ¿Se puede pensar que pronto se desarrollará una sociedad abierta en la isla? Es poco probable. Pero seguramente irá amainando la penuria y el atraso que el experimento comunista ortodoxo repartió a manos llenas entre sus habitantes. Y ya eso es un alivio, sobre todo para ellos.

Una vez más, la música sirve para subrayar la necesidad de diálogo y apertura. Más sabe el diablo por músico que por viejo: Pleased to meet you, hope you guess my name…uh.uh.uh.uh.

Feb 06, 2015 | Actualizado hace 9 años
Hubo otro país por Jean Maninat

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Venezuela no comenzó con el acceso al poder del difunto expresidente Hugo Chávez. Los líderes políticos «visionarios», los que se pretenden poseídos de una misión para torcerle el curso a la historia, suelen borrar el pasado, cuando no desfigurarlo, para poder destruir el presente con mayor comodidad. Una suerte de «antes de mí el diluvio» que los presenta como los salvadores primigenios, los capitanes de un arca poblada de elegidos (el yate Granma cuyo periplo fracasado inicia la mitología del triunfo fidelista) dispuestos a fundar algo inmaculadamente nuevo.

En su libro Koba el temible: la risa de los 20 millones, Martin Amis, describe el ascenso cruel de Stalin y los bolcheviques; la desaparición física de todo vestigio del régimen zarista primero y luego de toda disidencia fuera y dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética. A fin de forjar «un nuevo mundo», industrializando a Rusia, eliminaron a millones de personas: terratenientes, grandes y medianos propietarios de la tierra, los Kulaks, dejándolos morir de hambre para borrar todo apego a la propiedad privada de la tierra, la cual según el nuevo dogma, impedía la creación de una nueva conciencia social.  «La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es una estadística» es una frase que se le atribuye a Stalin y refleja muy bien la degradación moral a la que pueden llegar los constructores de utopías concretas.

El fundador del socialismo del siglo XXI quiso desfigurar la historia reciente del país. Borrar todo indicio del pasado: la derecha apátrida, la burguesía parasitaria, los intelectuales diletantes, los gusanos, los escuálidos, los curas diabólicos y sus sotanas, las universidades autónomas, y sobre todo la democracia burguesa. El «¡No volverán!» crispado de odio. Sus discípulos continúan la empresa: ahora los héroes del 23 de enero son otros, desempolvados del museo de los atrasos ideológicos en el que han convertido al Palacio de Miraflores.

Pero Venezuela fue algo muy distinto a lo que se está viviendo. No era Arcadia, ciertamente, pero era un país todavía apto para imaginarse -y labrarse- un futuro mejor; con una capital rutilante, moderna, admirada por su arquitectura y vías de comunicación. El interior avanzaba con el agro y la ganadería, y Guayana era un imponente polo de desarrollo.  Sus universidades eran visitadas por eminencias. Sus espacios culturales (el Teresa Carreño era motivo de admiración internacional), sus museos, sus artistas plásticos, sus músicos, su teatro, sus escritores.

El premio literario más importante de América Latina, el Rómulo Gallegos, se les otorgaba a narradores de excelencia, independientemente de su filiación política. Y los medios de comunicación se expresaban con soltura crítica. Los movimientos culturales populares florecieron libremente. La izquierda armada se integró al cauce democrático (salvo muchos de los que gobiernan ahora), la democracia se fue haciendo cada vez más participativa con la Reforma del Estado y surgieron nuevos partidos políticos frente al bipartidismo imperante.

Sí, es cierto, había pobreza y marginalidad pero convivían con la posibilidad de avanzar mediante la dignidad del trabajo. Y fíjese, usted, los estantes estaban repletos porque la empresa privada tenía su espacio para contribuir en el desarrollo.

Ese era el país de entonces, el que ha sido desguazado en tres lustros y al que costará mucho recuperar. Atrás quedan hechos que hay que reivindicar, grandes hombres y mujeres cuyos nombres algunos evitan mencionar, importantes obras de las cuales enorgullecerse, una convivencia política que era ejemplo regional, un espacio de alivio para gente venida de otros lugares con ganas de prosperar.

Nada nuevo se construye negando el pasado. El cálculo del «yo no me rayo hablando de la IV» no sólo es pobretón de espíritu, es totalmente ingenuo políticamente. Mientras el régimen construye un pasado que nunca existió, poblado de héroes que no fueron tales, los lideres de la oposición democrática no pueden también optar al antes de mí el diluvio. Con sus luces y sus sombras, hubo otro país en el cual valía la pena vivir.

@JeanManinat

El Universal 

Ene 23, 2015 | Actualizado hace 9 años
Y el discurso parió un ratón por Jean Maninat

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Un grupo amigo de refinados cultores de la jovialidad a toda prueba cruzaron conjeturas acerca de la razón que podría ofrecer el jefe del Gobierno, el Sr. Maduro, para justificar el retardo en presentar su tan esperado informe a la nación ante la Asamblea Nacional. Se barajaron varias alternativas argumentales de su parte, las cuales quedaron consignadas como sigue:

Un laboratorio del Pentágono habría enviado un mosquito cargado con una sustancia tóxica que, al picarlo, lo dejó afónico y entre carraspeos y tragos de limón con ron, decidió postergar su presentación hasta que se le aclarase la voz; que dado el extenso y laborioso viaje que lo ocupó durante trece días, con los recurrentes cambios de climas y husos horarios, idiomas exóticos y el frío parejo que padeció, cuando finalmente aterrizó en el país no sabía dónde estaba, ni el día de la semana, ni la lengua en la que lo saludaban en Miraflores; que por un descuido imperdonable de sus escoltas, alguien de la copiosa comitiva de allegados se extravió en alguno de los aeropuertos que tocaron (sí, como aquel mocoso insufrible de Home Alone) y la preocupación por su paradero le impedía la necesaria concentración para revisar su presentación.

Y last but not least, que se habría visto obligado  a esperar a que el presidente Obama diera su mensaje a la nación, para luego de descifrarlo minuciosamente con su Estado Mayor para el Análisis de Discursos Presidenciales, responderle como se merece a ese «afroamericano Tío Tom» representante del complejo militar-industrial del imperio norteamericano. Y de paso, ver primero cómo venía la mano con lo de Cuba.

Mientras se amontonan estos párrafos, el tan ansiado discurso no ha sido pronunciado y no podemos sino hacer conjeturas, elucubraciones, pases de bola de cristal, para antes de la hora de entrega del artículo pautada, tratar de vislumbrar cual sería su contenido. Pasan frente al monitor frases que hicieron memorables algunas alocuciones de líderes políticos: el Ich bin ein Berliner (Soy berlinés o Soy ciudadano de Berlín) del presidente John. F. Kennedy en su discurso frente al muro que levantó el gobierno comunista de la antigua RDA para dividir la ciudad y apartar la libertad; o el casi bíblico «no tengo nada que ofrecer salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» del primer ministro Winston Churchill  en su histórico discurso ante la Casa de los Comunes para congregar el espíritu de lucha del pueblo británico contra el fascismo. Nada similar podemos esperar.

Hoy miércoles, 21 de enero de 2015 a las 11:30 am, uno ya puede imaginarse el tono amenazante contra la oposición, el expediente de descargar la responsabilidad por la terrible situación que viven los venezolanos: inseguridad, inflación, escasez y largas filas, en fuerzas externas y conspirativas. La ausencia total de comprensión de que para recuperar la nación hay que desmantelar tres lustros de ineficacia económica y tener el valor histórico de hacerlo.

A estas horas todavía tempranas, ya se pueden escuchar los vítores oficialistas a cada logro inventado, los abucheos a cada mención de la «derecha apátrida», el recuento épico de un viaje esperpéntico, los millones encontrados, las promesas anunciadas y la cantinela de que los precios del petróleo son víctimas de una conspiración del capitalismo internacional. En suma, el apogeo, una vez más, de una ceguera ideológica sin parangones incluso en la América Latina de hoy día.

Para cuando caiga la noche y la sesión especial haya finalizado el discurso habrá parido un ratón, envenenado, pero ratón al fin.

 

@JeanManinat

El Universal 

Dic 05, 2014 | Actualizado hace 9 años
En busca del magnicidio perdido por Jean Maninat

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Debe ser difícil, ser presidente de un país en el cual en cada esquina, hay un asesino encubierto esperando el menor descuido de los infinitos círculos de seguridad para atentar contra su integridad física. El mundo que lo rodea es un bosque amenazante, una asechanza insomne, sombras encubiertas en la oscuridad a la espera de su momento de gloria: darle un susto de marca mayor al primer mandatario.

Los idus de marzo hechos rochelita, guachafita, ópera bufa para divertirse en palacio, o conveniente excusa para encerrarse en… palacio y no ver lo que está sucediendo en las calles del país, las largas filas de gente esperando horas para adquirir los productos  básicos a los que tiene derecho, o para retirar sus muertos de la morgue. Pero cómo exigirle más a un gobernante que enfrenta una guerra económica dirigida contra él desde todos los centros terminales del sistema nervioso capitalista. Máxime ahora que la conjura de los poderosos le pulsó el botón de PB al petróleo y luego de raspar todo lo que había por raspar, surge como respuesta hipotecar el país por pedacitos, como la lotería de fin de año, a ver si llegamos al año entrante jadeandito pero en llegando.

Es una empresa ingrata. Uno puede imaginarse a los presidentes reunidos en uno de tantos eventos de Unasur jugándose a piedra, papel o tijera, tras bambalinas, a quién le toca sentarse al lado del amenazado gobernante en la cena oficial, y correr la mala suerte de compartir codo a codo la comida y el inminente atentado tantas veces anunciado. No digamos si en un gesto de caballerosidad le ofrece a alguno/alguna de sus pares partir de regreso al hotel en su carro oficial para «discutir unos asuntos de mutua importancia». No, che, gracias mil, obligada, siempre tan atento. «Seré b… a ver si explota el auto» pensarán para sus adentros. Es, como ven, una vida solitaria, pero también agitada, obligado, como está, a espantar a toda hora el rayo infrarrojo que le revolotea, como un insecto impertinente en la cara  y el pecho. ¿Cómo concentrarse en una alocución y no dejar escapar barbaridad y media, ante tanto asedio?

Pero concordemos que tiene cierto caché, no hay héroe revolucionario cuya vida no haya estado amenazada desde las penumbras del imperio. Su ídolo y maestro caribeño ha contabilizado miles de atentados. Todo bicho viviente puede ser un arma letal del imperio: las langostas que gustaba tanto pescar y degustar con sus amigos intelectuales latinoamericanos y europeos, por eso se las hacía probar primero a ellos; las vacas Holstein que compró para cruzarlas con ganado cebú, nunca bebió de los chorritos de leche exangües que brotaban de sus ubres.  Pero nada como los libros, la palabra, el trazo libre de un pincel, allí traman todos los homicidas sus conjuras, allí se afinan las miras telescópicas. Ningún proyectil más certero que la libertad de expresión. Por eso, para evitar el trauma de un magnicidio, hay que suprimirla.

Ah, pero en medio de las tribulaciones, sentirse perseguido tiene sus alicientes: todo y todos están bajo su sospecha. Tras la inseguridad, la inflación, la escasez, el astrodólar, la insatisfacción creciente y la popularidad que desciende entre los suyos a ritmo de precio de petróleo, se esconde un magnicidio. En cada opositor habita un magnicida. Toda nueva elección anuncia un magnicidio. En las fronteras, en los aeropuertos, en las procesiones religiosas, en los bautizos y matrimonios, divorcios y reconciliaciones, en los juegos de pelota, en los espectáculos musicales, en las obras de teatro y los cines, las bibliotecas y universidades, automercados y peluquerías, los despachos públicos y las fábricas que quedan, se agolpan millones de magnicidas sin más armas que su apuesta por un cambio pacífico, electoral y democrático.

Hoy imputan a una líder de la oposición, María Corina Machado, antes hubo otros, y más tarde o temprano se inculparán entre ellos mismos. La búsqueda del magnicidio perdido requiere víctimas propiciatorias para calmar el miedo.

 

@JeanManinat

El Universal

Nov 28, 2014 | Actualizado hace 9 años
Deconstruyendo a Pablo Iglesias por Jean Maninat

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Pablo Iglesias, el novel secretario general del partido político español, Podemos, se ha convertido en una estrella mediática y política en muy poco tiempo. Tiene en su haber más de un millón de votos obtenidos en las últimas elecciones parlamentarias europeas, lo que le dio a su organización cinco diputados con derecho a ocupar sus respectivas curules en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas. Es, sin duda, un fenómeno de la comunicación y una curiosidad política, un producto exquisitamente destilado de los movimientos antiglobalización que emergieron en el 2001 y de los indignados que escarnecieron a España a partir del 2011.

Es un político de probeta, alguien autofecundado in vitro, que se ha llevado de la mano a sí mismo para posicionarse, meticulosamente, primero, en los medios de comunicación, dirigiendo programas y participando en las tertulias televisivas, tan apropiadas para dar rienda suelta al gusto español por la palabra desencadenada. Y luego, en la política, a través de la construcción de un personaje -él mismo- que ha ido encantando primero televidentes y luego votantes, a partir de cultivar un aura de inocencia redentora, de muchacho idealista y despreocupado que calza Converse y muestra desfachatado los boxers estampados sobre la cintura caída del bluyín.  Un hijo de vecina a quien se le pilla, de cuando en vez, fumándose un pucho pacífico y dormilón en el zaguán, y, no obstante, siempre saluda respetuosamente con una amable sonrisa. Solo que una estela, un  nanodestello, le cruza casi imperceptible el iris: anda a tomar por el….  burgués vendepatria, pareciera escapársele de la mirada entornada.

Todos los héroes contemporáneos, los adalides de los pobres y los valedores de los acaudalados, veganos y carnívoros, ateos y creyentes, caminan  con su talón de Youtube al descampado. Ante una pregunta indispuesta que hurga en el pasado y la posterior respuesta: «Perdón… al señor no lo he visto nunca en mi vida», explota en las redes sociales, antes de que se haya terminado la frase, el video donde el cuestionado aparece abrazado con el presunto desconocido, copa en mano. Nuestro político alternativo ha sido una víctima excelsa de su desmesurada afición por las cámaras, de querer ser el primero de la clase a toda costa, levantar la mano aún antes de que la pregunta haya sido enunciada. Y su historia verbal ha quedado bien registrada.

Un paseo campestre por las redes sociales, recogiendo links, nos mostrará al secretario general de Podemos,  amortiguando -cuando no descalificando a quien le pregunta- el contenido de sus innumerables declaraciones de fe radical y tratando de escurrirle el bulto a su responsabilidad ante lo dicho. Recurrentemente, lo veremos argumentar que lo que dicen que dijo, no lo había dicho. (Ciertamente, puede usted ser víctima de un montaje facturado por algún laboratorio de guerra sucia de la derecha universal. Pero el ejercicio siempre es limitado, nadie puede montarle su vida entera, en recuadros pirateados. En algún momento, las tripas, cansadas de tanta simulación, hablan).  Su más implacable apuntador es el difunto presidente Chávez. Mientras más le mientan al comandante -así gustaba llamarle- más lo niega, un ateo remedo del pasaje de negación apostólica en el nuevo testamento.

El ciudadano y profesor, Pablo Iglesias, ahora político, parlamentario europeo, secretario general de un partido gobernado por una cúpula vertical -tal como propuso Lenin y aplicaron casi todos los partidos tradicionales del mundo-, representante de la casta alternativa, preso de urgentes deseos de gobernar España y cambiarla radicalmente, está en su pleno derecho de admirar a quien quiera admirar y prenderle las velas que crea conveniente, así sea a escondidas. El culto a sus deidades es cuestión de su fuero interior. Pero tarde o temprano, tendrá que rezar el padre nuestro chavista, en voz alta, a  petición de sus mentores en el palacio de Miraflores, en Caracas, Venezuela. Créalo, como dicen los gringos… No hay almuerzo gratis.

 

@JeanManinat

El Universal 

Yeannaly Fermín Nov 07, 2014 | Actualizado hace 9 años
Cadena perpetua por Jean Maninat

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En octubre de 1910, Francisco Madero, líder revolucionario mexicano, lanza el Plan de San Luis llamando a deponer el gobierno de Porfirio Díaz, quien se había reelecto en la Presidencia durante 30 años. La proclama contenía un lema que condensaba el espíritu de la lucha del movimiento antirreeleccionista: Sufragio efectivo, no reelección. Ciento cuatro años después, luego de revoluciones triunfantes y menguantes, dos guerras mundiales, el fin del colonialismo, el aterrizaje del hombre en la Luna y la explosión tecnológica que timbra cotidianamente en nuestros bolsillos, la consigna del desventurado Madero, es cada día más vigente.

En Latinoamérica, la lucha por la democracia ha sido larga y costosa, tanto en vidas de quienes lucharon por instaurarla y luego defenderla, como de víctimas de la penuria humana causada por los dictadores de turno. Hay una épica ciudadana y democrática, en sociedades que, en su mayoría, apenas empezaban a desempolvarse las ropas de un atraso social y económico atroz. En algún momento se pensó que era tierra prometida de libertades e igualdades y miles de inmigrantes europeos, perseguidos por el hambre o su afiliación política, buscaron refugio en sus puertos.

Se fundaron partidos políticos modernos, sindicatos de trabajadores y organizaciones empresariales, se crearon polos de desarrollo industriales que transformaron campesinos en proletarios (y luego también en marginados) y las zonas urbanas fueron pavimentando el rumbo hacia lo que se pensó sería una modernidad portadora de progreso y prosperidad.  ¿En qué momento se quebrantó el esfuerzo? ¿Cuándo empiezan a descascararse los ensueños del desarrollo? «¿En qué momento se había j… Perú?», se pregunta Zavalita, un personaje de Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. ¿En qué momento, México, Brasil, Nicaragua, Argentina, Venezuela, Colombia…? Y pare usted de contar.

Hay obras extensas, unas enjundiosas, otras más pragmáticas; escuelas de pensamiento y bandos -cada uno con su tatuaje de identidad teórica- que han intentado encontrar respuestas a la interrogante de tantos Zavalitas regionales. Entre la maraña de ellas       -todas provistas de algún acierto-  preferimos la conjetura que advierte que nos fregamos, recurrentemente, desde el momento en que empezaron a surgir y resurgir los hombres  providenciales. En algún lugar del inconsciente colectivo, hay un pedestal vacío esperando a que alguien lo ocupe, y no son pocos los hombres y mujeres desesperados por treparse en él, para desde allí dictarle a los demás sus recetas providenciales.

En días pasados el presidente de Bolivia, Evo Morales, fue reelecto para un tercer mandato con una significativa mayoría de votos a su favor. En Ecuador, la Corte Constitucional aprobó la posibilidad de una reelección indefinida del presidente Rafael Correa, quien aseguró que sólo aspiraría a la reelección si «la revolución se ve amenazada». Durante su último mandato el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe, buscó una segunda reelección a través un referendo que fue declarado inconstitucional por la Corte Constitucional. (No es descabellado pensar que lo hubiese ganado de llevarse a cabo). Los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, se alternaron en el poder con apoyo popular y todo indica que hubieran repetido el enroque de no haber fallecido el expresidente Kirchner. En Venezuela, el difunto presidente Chávez proclamó varias veces que gobernaría hasta el 2021, pero la salud no lo acompañó en ese empeño. En Nicaragua…

El esquema es ya sabido -casi de librito antidemocrático-, se asume la presidencia por vía electoral, se copan las instituciones del Estado, se anula, en la realidad, la división de poderes, y se aprestan a navegar por el mar de la felicidad hasta que el pueblo aguante o la salud les acompañe. No hay signo ideológico que se resista, ni voluntad democrática que no parpadee ante el envite de la reelección. Es una cadena perpetua que sólo con el sufragio efectivo se puede evitar.

 

@JeanManinat

El Universal