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Idiología

D. Blanco Sep 22, 2016 | Actualizado hace 8 años
Derecho a réplica, por José Domingo Blanco

Interview with businesswoman on press conference

 

¡Qué arduo ser periodista en tiempos de fanatismos e inequidad! Con los años de ejercicio, que no son pocos, la piel se curte y los sentidos se agudizan; pero, jamás se pierde la capacidad de asombro. Hacer periodismo en la Venezuela de hoy es, como nunca, un reto. Porque la realidad llega como una ráfaga de bofetadas de noticias crueles y sórdidas. Informaciones imposibles de creer cuyos voceros parecieran la personificación de la maldad. Es difícil no conmoverse con tantas historias tristes, con las injusticias y los abusos de poder que desbordan la cotidianidad. Peor aún es saber que, muchas de esas historias, se replican en cualquier parte de nuestro territorio sin que los involucrados salten a la palestra.

El oficio me ha enseñado que muchas de mis opiniones o de mis programas, serán blanco de la ira del público al que va dirigido. Mis años como comunicador social están llenos de satisfacciones y gratos momentos; pero, también de amenazas e insultos que se amparan bajo un anonimato cobarde. Y he allí parte de la pasión de esta profesión que, cuando se ejerce con apego a la ética, no es complaciente con nadie. Las opiniones distintas sobre un mismo tema siempre existirán porque, inevitablemente, entran en juego la subjetividad y las percepciones de los receptores del mensaje. 

Si algo he aprendido en el desempeño del periodismo, es que nadie es el dueño absoluto de la verdad. Por eso, siempre es bueno presentar los dos lados de una misma moneda: las versiones de las partes involucradas en un mismo hecho, para que sea el público quien, al final, se forme su propio criterio. No siempre logramos exponer todos los puntos de vista. No siempre es fácil acceder al otro lado de la información. No siempre las personas envueltas en la misma noticia quieren hacer público sus planteamientos … no obstante, siempre tendrán la opción del derecho a réplica. Un derecho que implica dar la cara y salir a la luz pública con nombre y apellido.

A lo largo de mis años como periodista he vivido situaciones que lejos de amilanarme, me fortalecen. Me ha tocado ser testigo de esta polarización extrema en la que, ofendes a un grupo o a otro por el simple hecho de abrirle el micrófono a los representantes de cualquiera de los bandos. Las susceptibilidades están a flor de piel. Y la violencia verbal engatillada, lista para detonarse y arrojar estiércol. La ceguera ideológica tiene como lazarillo a la ira y está llevándose hacia el abismo a una población otrora sana y decente, que creía en el país y en la buena voluntad de sus líderes ¿En qué nos ha transformado este régimen? ¿Qué nos pasó a los venezolanos? ¿Cuándo perdimos esa solidaridad y el respeto mutuo que nos identificaba? ¿Cuándo nos volvimos tan hostiles? ¿Por qué tanto cinismo?

Los “atacadores” de oficio siempre han existido, sin duda alguna. Claro que, ahora, con el fenómeno de las redes sociales la crítica y los ataques se han hecho inmediatos. En tiempo real, proliferan las reacciones, las opiniones y la participación del público. Las opiniones, buenas o malas, llueven. He perdido la cuenta de las ocasiones en las que, por entrevistar a los representantes de la oposición o a personas notables que no tienen miedo de denunciar al régimen, mi Twitter se llena de ataques e insultos oficialistas. Hubo una ocasión en la que escribí un artículo que no les gustó a los chavistas y, en cuestión de horas, se abrieron ciento de cuentas nuevas en la red del pajarito para tuitear el mismo mensaje en mi contra. Puro “copy y paste” sin cambiar ni una coma en rechazo a mis ideas. Pero, también me ha sorprendido que, radicales de la oposición, asuman la misma conducta del bando al que se le oponen. Entonces, al actuar igual, terminan entrando en el mismo saco donde se encuentran los intolerantes.

Aprovecho estas líneas para reiterar que, cuando ejerzo la profesión que tanto me apasiona, lo hago con apego a la ética. Nunca he sido un periodista gobiernero ni palangrista. Cuando en sus ataques, mis detractores aseguran que he recibido pagos para decir lo que digo, solo les recuerdo que a sus calumnias y difamaciones no las amparan la ley. Mi posición no obedecerá a los lineamientos de una tolda política. Mi compromiso es con la libertad de expresión y la búsqueda de la verdad. Cuando el doctor Rafael Caldera, llegó a la Presidencia por segunda vez, quiso cerrar su campaña en el programa que yo conducía. Y lo despedí diciéndole: “Doctor Caldera: si el domingo usted gana las elecciones, el lunes yo estaré en la oposición”… y siempre ha sido así.

Una vez, el comunicador social que más he admirado, me definió al periodista como “un fanático irreductible de la verdad, vocero natural de la comunidad y defensor íntegro de todas las causas justas”. Sabias palabras las de mi papá, José Domingo Blanco Yépez: mi modelo, mi maestro, a quien ahora, más que nunca, agradezco sus enseñanzas.

@mingo

mingo.blanco@gmail.com

Un fetiche cubano por Alberto Barrera Tyszka

HermanosCastro

 

Hay alguna gente que, cada vez que puede, insiste en recordar que, hace años, firmé un remitido –junto con muchos otros– dándole la bienvenida a Fidel Castro a Venezuela. Fue cuando ocurrió la famosa “Coronación” de Carlos Andrés Pérez, cuando asumió su segunda presidencia, en 1989. Algunos, además, reclaman que yo –y los muchos otros– no hayamos pedido perdón públicamente, hincados de rodillas. También hay quienes siguen señalándonos como si hubiéramos cometido un delito por el que todavía no hemos sido castigados, como si tuviéramos una mancha imborrable en el paraíso virginal de todas las ideologías.

Me temo que esa vocación purista, siempre persecutoria, no tiene mucho sentido y nunca suele dar grandes resultados. Es como si los que no votamos por Chávez en su primera campaña nos lanzáramos ahora a organizar una cacería salvaje, tratando de exigirles pruebas drásticas de arrepentimiento a todos los venezolanos que se entusiasmaron con la ilusión de un cambio en 1998. Tengo amigos que, ese año, incluso, votaron por Chávez porque no se lo tomaron demasiado en serio. Porque les parecía una forma simpática de enredarles el juego a los adecos y a los copeyanos. Porque sentían que era bueno y saludable que en Venezuela se formara un desnalgue. ¿Qué hacemos con ellos? ¿También hay que llevarlos a la hoguera?

Navegar con esa lógica puede ser peligroso. Nadie queda a salvo. Ni siquiera todos los intocables que andan por la vida buscando pecadores. Ahí está el caso de Manuel Rosales, por ejemplo. ¿Qué pueden decir los puristas con respecto a él? ¿Por qué lo apoyaron? ¿Por qué se quedaron callados ante su evidente falta de formación política y de proyecto de país? ¿Por qué no dijeron nada cuando aparecieron todas las denuncias de corrupción en su contra? ¿Por qué tampoco ahora dicen nada, por qué no salen gritando: “¡Manuel, no! ¡Por favor! ¡No regreses! ¡No nos hagas ese daño!”?

La historia es confusa y compleja. Sigamos con Fidel. Pienso ahora en el papa Francisco. ¿Cómo se puede evaluar, en el contexto de su visita a Cuba, su reunión con el comandante? Es distinto tener 28 años y creer que un remitido puede cambiar el mundo, que ser el presidente o director general del Estado Vaticano y liderar una de las religiones más importantes del planeta. Cuando el papa Francisco aparece en una foto con Fidel Castro, la Iglesia católica está legitimando a un gobierno que lleva más de 50 años en el poder, a un gobierno que ejerce la represión y la censura, a un gobierno que ha encarcelado, torturado y asesinado a gente por pensar de un modo distinto. La mayoría de los ciudadanos, con esfuerzo, nos representamos a nosotros mismos. El papa tiene un deber actoral mucho mayor: supuestamente representa a Dios. ¿Y dónde carajo estaba Dios cuando Jorge Mario Bergoglio se tomó la foto con Fidel?

Finalmente, tal vez los hermanos Castro pasen a la historia como unos grandes talentos histriónicos que, a punta de ingenio y de farsa, sobrevivieron a sus crímenes y lograron ser los tiranos más queridos y tiernos de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. En su biografía del Che Guevara, Jon Lee Anderson relata la primera victoria de los rebeldes en la Sierra Maestra: un ardid, una simple puesta en escena, un engaño a un periodista gringo para que fuera y escribiera que los guerrilleros eran muchos e iban avanzando a paso de vencedores. Castro siempre supo que la mentira podía ser tan eficaz como las balas.

Fidel es hábil y la política exterior norteamericana suele ser muy torpe. Tardamos demasiado en entender que las injusticias de los gringos no hacen más justo al gobierno cubano. Y Fidel sigue ahí. Capaz de hacer cualquier cosa por no dejar el escenario. Es el mejor chulo de la historia. Es un showman sin fecha de caducidad. Jamás va a renunciar a su negocio. Ahora Mick Jagger y Sting se pelean para ver quién canta primero en La Habana. La revolución cubana sigue siendo una marca exitosa. Como quizás pensaría el viejo Marx: Fidel no existe. Solo es un fetiche. Un espejismo comercial.

 

@Barreratyszka

El Nacional

Feb 18, 2015 | Actualizado hace 9 años
Nicolás, el monigote de la dictadura por Andrés Volpe

NM5

 

Ya podemos ver a través de las costuras rotas del galáctico cómo el Socialismo del Siglo XXI funciona. Este modelo no tiene contenido ideológico, pero si sentido práctico. Es una herramienta de los peores criminales de la historia venezolana para institucionalizar el robo, el saqueo, la desidia y la ignorancia. Ellos han seguido la máxima, seguramente sin conocerla, que una vez dijera el periodista y novelista George Orwell: uno no establece una dictadura para salvaguardar a la revolución; uno hace la revolución para establecer una dictadura. Y es que estos criminales, mal llamados gobierno instituido, son duchos en hacerse los suizos o ponerse el manto de los redentores mientras roban y asesinan.

Mal podríamos haber esperado algo diferente de los socialistas que asesinaron la democracia, porque eso sería como pedirle peras al olmo. Ellos son el refrito de los peores, y por eso es que los cubanos los llevan de la mano. Carecen de inventiva y de creatividad, incluso cuando se trata de mandar. No obstante, ellos ahora se han vuelto una élite poderosa que huele mucho a aristocracia rancia, sosteniéndose sobre los hombros de los hombres esclavizados al Estado. Quizás habría que concederles que su explotación no depende de clases, porque han reventado al país entero sin miramientos ni distinciones. La nueva élite es el peor fantasma que ha recorrido las tierras del país. Han sumido en la miseria a una sociedad entera, mientras ellos buchones miran con Nerón como arde Caracas.

Sin embargo, lo que más desconcierta es el dictador que se ha dedicado a ser el hazmerreír del tinglado que han montado. Este pobre hombre es forzado, quizás lo haga a consciencia, a decir y hacer idioteces para entretener al venezolano que nunca deja pasar una buena oportunidad para burlarse del otro. Así va este hombre que sufre de idiocia, de declaración en declaración, de palabrita en palabrita, banalizando la miseria que imparte a diestra y siniestra. Ahora sabemos, sin lugar a dudas o confusiones, que Nicolás Maduro fue escogido para representar el papel de monigote que nadie más quiso, y quizás ni pudiera, hacer.

Aquí no se inventa ni se juega con las palabras, porque bastase solo con repasar los acontecimientos del pasado 12 de febrero para sentir el peso de la verdad. El hazmerreír cumplió con su rol ese día al denunciar una vez más los delirios de un golpe que le otorgan la importancia que nadie le ha concedido. Sin embargo, ese mismo día, los verdaderos hombres de machete en mano de esta dictadura se acomodaban un buen guiso con el Sistema Marginal de Divisas, al dar su propio golpe y cantar un 170 que voló más alto que cualquier posible Tucano artillado.

Ya que la bonanza petrolera es solo un recuerdo de cuando papaíto estaba vivo, los revolucionarios ahora se aseguran la tajada por medio de un sistema cambiario que es solo posible en un modelo tan práctico para la corrupción, como lo es el Socialismo del Siglo XXI; sin mencionar, por supuesto, la riqueza ilícita del narcotráfico. El colmo de ello es que hay que concederles la inteligencia de ser capaces de sobrevivir en tan precarias circunstancias, ya que, por los momentos, han sabido mantener los cañones de las fuerzas armadas en la dirección opuesta a sus cuerpos. Aunque, quizás no pueda decirse lo mismo del hazmerreír que, de risa en risa, se hunde más en su propio estiércol.

 

Cosas veredes que farán fablar las piedras.

@andresvolpe

Ene 14, 2015 | Actualizado hace 9 años
El triunfo de Maduro por Andrés Volpe

NicolásMaduro18

«Justice will overtake fabricators of lies and false witnesses»

Heráclito

 

Muchos hablan de derrota al discutir sobre el gobierno de Nicolás Maduro y están equivocados. Lo que ha hecho él es triunfar de una manera perfecta al cumplir los designios de una ideología: el socialismo. La destrucción sistemática de un país y un pueblo es la magnum opus de un sistema que busca la servidumbre del individuo frente al Estado. La negación del progreso de la humanidad y la denuncia de éste como objeto no deseado es la bandera de esta doctrina que ha subyugado la dignidad humana a la miseria del hombre que ha perdido su libertad y su independencia.

Sería ya poco ilustrativo referirse a ejemplos de naciones extrañas, porque los ejemplos de la miseria traída por el socialismo en Venezuela son exageradamente obvios, cruentos y despreciables. El año 2015 ha empezado con la imagen de un venezolano anónimo, minimizado a un número anotado en su brazo, haciendo una cola larga, tediosa e indignante para satisfacer sus necesidades más básicas. Las colas no son artificios de ninguna guerra económica para emboscar al gobierno. Por el contrario, ha sido el gobierno el que ha propiciado las colas mediante sus expropiaciones, corrupciones internas, control de precios, vilipendios al productor privado, dakazos, inseguridad jurídica, y autoritarismos de toda clase. Es decir, las colas y la escasez es producto de la aplicación sistemática de la teoría económico-jurídica del socialismo. Es fácil entonces apreciar de esta manera el triunfo mencionado en el primer párrafo, ya que se ha impuesto en la realidad, con todas sus consecuencias, lo que antes solo era discurso amenazante.

Aquí, aparte de todas las inquietudes que pueden surgir espontáneamente, surge con ella una de naturaleza filosófica-política, la cual nos lleva a preguntarnos: ¿Para qué necesitamos al gobierno? Se supone que el gobierno, sobre todo uno socialista, está encargado de garantizar que la maquinaria del Estado funcione y se desarrolle de acorde con los principios expresados en el cuerpo de leyes suscritos por el órgano de representación popular por excelencia, la Asamblea Nacional. Entonces, si el Estado no cumple son sus fines y objetivos (artículo 3 de la Constitución: El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta Constitución. La educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines.), ¿Cuál sería su razón de ser? ¿Dónde radicaría su legitimidad? ¿Bajo qué argumento se enviste entonces Maduro de autoridad?

Precisamente, allí radica el quid del asunto: Al fallar Maduro en todas sus obligaciones constitucionales, ¿bajo qué argumento retiene su autoridad? La respuesta se ha evidenciado a lo largo de su mandato: la violencia y el terror. Es precisamente a través de estos medios que el socialismo se mantiene en el poder y por eso ésta ideología necesita de los peores para garantizar su permanencia. Solo los peores son capaces de destruir a un pueblo de esa manera, porque solo ellos son lo suficientemente inmorales para perpetrar tanto sufrimiento bajo el cinismo de una argumentación falaz.

Debido a esto, se argumenta que han triunfado por los momentos. El gobierno de Maduro ha reducido la libertad del venezolano a un mínimo suficiente para mantenerlo dominado en la forma de colas y otros mecanismos de sumisión que mantienen al individuo preocupado por subsistir frente a una realidad atroz.

No obstante, el triunfo de Maduro y sus políticas socialistas se puede solo mantener mediante la violencia y el terror, ya que el individuo siempre busca espontáneamente sobrevivir. Quizás sea esta la función biológica más fundamental del ser humano y la que el socialismo brutalmente y voluntariamente desconoce. Es su error más fundamental y lo que ha garantizado su fracaso una y otra vez. Por otro lado, es evidente que Maduro no es una figura suficientemente fuerte para mantener a través del tiempo un Estado de terror y eso puede ya verse a través de las vestiduras de su mismo grupo político, así como en la presencia de continuas protestas espontáneas que surgen en todo el país promovidas por diferentes grupos descentralizados.

Por otro lado, económicamente hablando, el Estado de violencia y terror que Maduro necesitaría para mantenerse en el poder es sumamente costoso y pudo, quizás, haber sido mantenido con un barril de petróleo a 100$, pero bajo los precios actuales, la tarea es manifiestamente imposible y señal de la poca confianza que le otorgan a su éxito son los recibimientos en Rusia y China, así como el acercamiento de Cuba con los EEUU. El socialismo es bueno cuando existe qué robar.

En consecuencia, el triunfo de Maduro consiste en aplicar la doctrina socialista en Venezuela de manera satisfactoria, pero su éxito lo ha conllevado a un debilitamiento de las mismas bases que lo sostenían y que lo han obligado a vagabundear por el mundo en busca de aliados y recursos que ya no están disponibles por la poca confianza con que ven su permanencia en el poder.

¡Carajo, qué irónico es el socialismo!

 

@andresvolpe