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Así reaccionó la sociedad civil luego de que Ibsen Martínez reconociera que es un maltratador
Ibsen Martínez; escritor, dramaturgo, guionista, novelista, ensayista, colaborador para grandes medios y revistas como El País de España, El Malpensante (Colombia) y Letras Libres (México), admitió al menos tres agresiones ocurridas entre los años 80 y 90

 

La red social X, antes Twitter, fue el escenario para que este sábado, 16 de diciembre, muchos internautas expresaran su enojo, incredulidad y desconcierto, luego de conocerse que el escritor y columnista Ibsen Martínez admitió que a lo largo de su vida agredió físicamente a varias mujeres de su entorno cuando eran sus parejas sentimentales.

El escritor de 72 años, afirmó que la entrevista le generaba un gran alivio, algo que según él tiene que ver con la edad, pues asegura que «está solo como un huevón porque es un maltratador». 

Ibsen Martínez; escritor, dramaturgo, guionista, novelista, ensayista, colaborador para grandes medios y revistas como El País de España, El Malpensante (Colombia) y Letras Libres (México), admitió al menos tres agresiones ocurridas entre los años 80 y 90. 

Según el medio, la violencia de Ibsen contra sus parejas era algo que «ya se presumía en los círculos intelectuales, pero que se mantuvo en silencio».

El País de España señaló que una de sus víctimas, la escritora Sandra Caula, editora de Cinco 8 y también expareja de Martínez, en el año 2019 publicó en el artículo «Secreto a voces» que había sufrido un episodio de violencia de género hace un tiempo en Caracas. Si bien no mencionó directamente al escritor, comentó que recibió “una paliza” mientras su bebé recién nacido estaba al lado.

Al ser cuestionado sobre la veracidad de este señalamiento Martínez afirmó que «en efecto, así fue».

Las reacciones en X

Periodistas, profesores, políticos, escritores y economistas utilizaron la red social para expresar su opinión sobre las declaraciones de Martínez a El País de España. 

Una de las primeras en pronunciarse fue la escritora y poeta Claudia Noguera Penso, quien indicó que «finalmente pusieron la basura en su lugar, y le hicieron justicia a Sandra Caula».

La periodista Ibéyise Pacheco publicó la página de la entrevista y cuestionó que el escritor no muestra arrepentimiento y que solo lamenta estar solo. 

La periodista Mari Montes aseguró que aunque pidió a Martínez que hiciera el prólogo de su libro «Mis Barajitas», desconocía que era un maltratador. 

La profesora Gisela Kozak Rovero se solidarizó con Sandra Caula y cuestionó la normalización de la violencia de genero en la sociedad.

El poeta Guillermo Parra afirmó sentir asco por Ibsen Martínez. «Qué sujeto tan cobarde y miserable», dijo.

El economista Francisco Ibarra expresó que para él ha sido un honor que Ibsen Martínez llo haya bloqueado de sus redes sociales. «Siempre fue lo que es, pero en Vzla ha existido siempre esa especie de culto y de perdonarle todo a ciertas personas. Recordemos al inefable Edmundo Chirinos».

«Solo puedo pensar en las víctimas de Ibsen Martínez. Es lo que importa. Ellas importan. Siento rabia y tristeza. Un abrazo para ellas, para todas», publicó la escritora Oriette D’Angelo.

 
Orlando Viera-Blanco Dic 11, 2018 | Actualizado hace 5 años
Volver, por Orlando Viera-Blanco

Votar no es un hecho moral. ¡Es un derecho inmensamente táctico y ciudadano! L’état de la question es removilizar y reavalanchar cuestión que no tiene que ver con la moral sino con estrategia y gónadas! ¿Si me entienden? diría JJ Rendón…»

DICIEMBRE ES Y SERÁ EL RECUERDO DE TIEMPOS LIBRES EN CARACAS para sentarnos a escuchar buena música alrededor del buen coñac que Papá sólo destapaba en momentos muy especiales. Desde niño crecí tanto escuchando aguinaldos decembrinos como una larga lista de boleros, tangos y baladas que encendían una nostalgia mágicamente matizada de júbilo.

¿QUE VEINTE AÑOS NO SON NADA?

Uno de los tangos de Gardel preferidos de papá es Volver. Su lírica es maravillosa. “Volver… con la frente marchita, las nieves del tiempo, platearon mi sien. Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que es febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra…” Papá con buen oído y gañote, cantaba con fuerza este tango de Gardel convencido que 20 años no eran nada porque había sido feliz … Pero después de los últimos veinte años de revolución, de oscuridad y violencia, 20 años es demasiado, es una pena la vida y a muchos de mi edad se nos marchita la frente con un sinsabor de generación perdida. ¿Por qué? ¿Qué nos pasó? ¿Dónde no paramos o no avanzamos? ¿Cuándo dejamos perder el alma aferrada a la democracia y a la libertad?

Sin duda gran parte del problema es que hemos matado nuestra cultura. Al decir del tango no hemos sabido guardar una esperanza humilde como fortuna del buen corazón. Perdimos el pasado y perdimos la ilusión. Con Chávez se posaron todas las sombras en los hombros de una Venezuela ansiosa de sana inclusión. Veinte años más tarde somos lager, nada, desecho. Arendt dice que el totalitarismo son los horrores del holocausto. La conversión en cenizas del mundo concentracionario-Dixit Alberto Sucasas-quien lo define [lager], como la transformación del hombre-sujeto en cuerpo sin alma ni subjetividad, sin yo, sin inteligencia. “Una sopa que se le mete agua con un tubo y luego se orina”. Nada más. Eso no ha hecho el régimen. Inútiles y superfluos. Se ha orinado en nosotros y nos ha convertido en una sopa que se orina …

 

IBSEN Y SUS FUNDAMENTALISTAS

Ibsen Martínez es un hombre brillante. Lo traigo a colación porque en estos días leí su artículo titulado “Maduro y los Fundamentalistas del Voto” (3/12/18). Al leerlo me sentí aludido. Un ensayo que demuestra como nos han minimizado y enfrentado entre nosotros …

Dice Ibsen: “Según el fundamentalista del voto, la política de oposición ha estado últimamente en manos de aficionados, de gente ingenua e impaciente, imbuida de un inconducente misticismo moral”. Quiero subrayar la idea de misticismo moral porque ciertamente Ibsen da en el clavo pero al revés. Es verdad que el moralismo retórico, lirista, fullero y pantanoso ha engolado la garganta de un sector de la oposición, pero no precisamente fundamentalista del voto sino fundamentalista de la abstención. Lo inconducente de la moral pura y Kantiana en la política es muy típico de novatos. Ibsen trata de reducir la discusión sobre la pertinencia moral de votar o no votar. Esa no es la discusión. Votar no es un hecho moral. ¡Es un derecho inmensamente táctico y ciudadano! L’état de la question es removilizar y re-avalanchar, cuestión que no tiene que ver con la moral sino con estrategia, táctica y gónadas! ¿Si me entienden? diría JJ Rendón …

Entonces los fundamentalistas de la abstención fanáticos de la palabra legitimidad, se montan en un tinglado voluntarista, legalista, semántico, purista, pegajoso y normativo que aburre y bosteza al pueblo. Esta gaita moralista es la que se distancia de las masas y nos inmoviliza. Sin duda otra versión de fundamentalismo de la nada que nos hace mas leger, cenizas …

Puedo consentir a estas alturas del juego que Maduro y sus cuarenta pillos no salen por votos. Lo del domingo fue un parapeto que ni llega al grado de simulacro comicial. Puedo aceptar que no hay salida negociada, ni dialogada o transaccional. Pero aquellos que han hecho de lo estratégico una oda del abstencionismo, a un pastizal de agresiones y acusaciones genéricas y disolventes desde un teclado, un video y una poltrona, les comento que con criticismo iracundo, tuiteo tartufo y confusional más desgarraduras morales sólo conseguiremos esconder la esperanza, encadenar la ilusión, borrar el pasado, abofetear la humildad, marchitar la frente y detener el andar para que las nieves del tiempo plateen nuestras sienes [ambas: pro voto o abstención] y nos pasen por nuestras narices ¡veinte años más de orinada moralista y sinuosidad revolucionaria!

UN DULCE RECUERDO QUE LLORA

El dilema en Venezuela dejó de ser binario. Es multidisciplinario y multifactorial. Es reorganización interna, removilización social. Es inspiracional. Es usar el voto como el medio para sacar a la gente de su letargo y volver a la calle, a la vida política. No votes pero sal a la calle. Es burlar al gobierno. Es montar una votación paralela, simbólica y echársela en cara. Es la resistencia inteligente y coordinada con apoyo internacional, quiebre militar, ayuda humanitaria forzosa, liderazgo de base. Es piedad, es conmiseración. Nadie es dueño de la verdad. El divisionismo sólo ha dado licencia para exterminar sistemáticamente un pueblo. De esa tirantes todos hemos sido responsables …

Tenemos que volver a la política con p mayúscula de pragmatismo y posibilidad. Volver a lo constructivo. Un volver agregado, proactivo con el que redimiremos el pasado, reivindicaremos la nostalgia y veremos el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando nuestro retorno,  el volver de Venezuela …”  ¡Salut padre…!

@ovierablanco

 ovierablanco@vierablanco.com

Neoindigente y revolución basura, por Ibsen Martínez

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A quienes viven de la recolección de desperdicios, la jerga adoptada por el socialismo del siglo XXI llama “excluidos extremos”. En castizo se les llama “indigentes”. Las ciudades de Venezuela se han llenado de indigentes que prefieren hurgar en las bolsas de desperdicios a hacer fila inútilmente en procura de comida.

Los hábitos alimenticios distinguen a nuestro neoindigente —llamémosle así — del informal que recoge latas vacías o se ofrece a dirigirte en la maniobra de aparcar el automóvil, a cambio de una propinilla. Estos últimos gesticulan un servicio que nadie les ha pedido y que requiere de ellos fiera disposición a castigar rudamente la indiferencia del automovilista rompiendo, durante su ausencia, el espejo retrovisor. Con ellos se transa en moneda de curso legal, así esté hiperdevaluada. El neoindigente de que hablo, en cambio, está en el extremo más despojado y expuesto de la cadena alimenticia. Está por completo fuera de toda economía: por eso come basura.

Las bolsas de basura rotas y su contenido, regado en torno a ellas como resultado de una manipulación exhaustiva y desprolija, atestiguan una nueva relación, ya no comensal, entre los indigentes y la clase media, otrora replegada hacia las urbanizaciones asediadas por el hampa, pero que hoy se traga el sapo vivo de su antiguo decoro y compite, ya sin pudores, con quienes en Venezuela llamamos “pelabolas”.

Característico de la nueva indigencia bolivariana es su tropismo orientado hacia las avenidas principales de las urbanizaciones de clase media, hacia los portales de los condominios exclusivos. El neoindigente no evoca al pobretón de antaño que, fiel a la tradición hispánica, mendigaba socorro “por el amor de Dios” en el atrio de la iglesia. Con el mendigo “clásico”, con el “hombre caído”, puede entablarse, teóricamente al menos, un diálogo en el que el donante encarna al moralizador y al paupérrimo le toca el regaño.

Con el neoindigente del “proceso bolivariano” no valen moralinas del tipo “¡respétese, hombre: busque trabajo!”. Su absorta reticencia nos disuade de esa futilidad. Su ruptura con toda convención samaritana, su desengañada enemistad con las nociones “redistributivas” que invoca Maduro; su renuncia, en fin, no sólo a la urbanidad, sino también a la ciudadanía y a todo trámite con el Estado “benefactor”, han hecho del neoindigente un súbdito a la intemperie de un petroestado en bancarrota, tema que últimamente fascina a los fotógrafos extranjeros.

Tema de arte conceptual, digno de una bienal en cualquier Museo de Arte Contemporáneo, la bolsa de basura abandonada después de haber hurgado alguien minuciosamente en ella, podría representar cabalmente a la Venezuela de hoy, esa que muchos esperan sea ya “tardochavista”. Un click sobre la etiqueta Venezuela en las ediciones digitales de The New York Times, ¡y hastaThe Guardian!, nos remite infaliblemente a portafolios de estremecedoras fotos de venezolanos hambrientos con el costillar al aire, captadas por los Sebastiao Salgado de la Venezuela menesterosa y ruin.

Sin embargo, el chavismo aún tiene asesores extranjeros, como el economista español Alfredo Serrano, autor de El pensamiento económico de Hugo Chávez(¡!), que insisten en decir que los índices de pobreza han bajado en los últimos 16 años. Si la pobreza en Venezuela ha retrocedido, ¿a qué atribuir entonces la explosión de indigencia? ¿No existe correlación demostrable entre pobreza extrema e indigencia masiva, realenga y callejera? ¿De qué colosal y palabrero fracaso son síntoma los neoindigentes?¿Responde esta cohorte de macilentos, acuclillados día y noche, ante las bolsas de basura, a un nuevo plan desestabilizador de la CIA para desacreditar a la revolución bolivariana a la que Dios guarde y Pablo Iglesias bendiga?

@ibsenmartinez

El País

Hugo Carvajal demandó a 12 periodistas y dueños de medios por publicar su detención en 2014

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El diputado del gubernamental Partido Socialista Unido de Venezuela Hugo Carvajal, exjefe de la inteligencia militardurante el gobierno de Hugo Chávez, ha cumplido con sus amenazas. Un tribunal de Caracas ha admitido la acusación privada introducida por sus abogados contra todos aquellos periodistas y medios que han señalado sus supuestas vinculaciones con el narcotráfico.

La demanda por difamación agravada continuada es la respuesta del poderoso exoficial, el hombre de confianza de Chávez durante su presidencia y bautizado por la revista Semana como el Montesinos del fallecido presidente, a las informaciones y opiniones de siete comunicadores venezolanos después de su detención en Aruba, (territorio de ultramar holandés frente a las costas venezolanas) a mediados de 2014. Ese año Carvajal, apodado “El Pollo”, había sido nombrado por el gobierno de Nicolás Maduro como cónsul en ese estado insular, pero nunca recibió el beneplácito de las autoridades locales.

Los demandados son los periodistas Patricia Poleo, Hernán Lugo Galicia, Javier Ignacio Mayorca, Gustavo Azócar, Sofía Nederr, Ricardo Guanipa e Ibsen Martínez. Pero también en la demanda han sido incluidos los dueños de Globovisión (Juan Domingo Cordero y Raúl Gorrín) y El Nacional (Miguel Henrique Otero), los medios donde se difundieron las informaciones; un coronel retirado, Julio Rodríguez Salas, vinculado con el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra Chávez y un exgobernador del estado de Monagas (oriente del país), José Gregorio Briceño, que rompió con el chavismo.

En julio de 2014 Carvajal, quien también figura en la llamada Lista Clinton, que incluye a personas señaladas de tratativas con el tráfico de estupefacientes, fue apresado a petición de Washington, que pretendía su extradición porque sospechaban que ha ayudado en el trasiego de droga colombiana hacia Estados Unidos y en el apoyo logístico a la guerrilla colombiana de las FARC. De inmediato, Caracas exigió al reino de Holanda su liberación alegando su estatus diplomático. Después de varias horas de fuerte tensión entre ambos países Holanda reconoció haber transgredido tratados consulares y liberó a Carvajal, quien fue recibido como un héroe por Maduro.

El portal local El Estímulo conoció parte de la demanda y asegura que Carvajal, tomando los trabajos que buscaban contextualizar su detención, considera que contiene afirmaciones falsas que atentan contra su honor y reputación y abonan su desprestigio. Días después de su liberación prometió vengar esa presunta afrenta del periodismo local. Este jueves ha cumplido.

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Ibsen Martínez: “Venezuela es un botín, y quien se acerca a él atrae sobre sí todas las maldiciones del petroestado”

@diegoarroyogil

Ibsen Martínez es un bisturí y, en cuanto tal, en virtud de ser preciso, a veces también es feroz y terminante. Algunos colegas del medio periodístico lo atribuyen nomás que a que es de “uva amarga”, como dicen graciosamente en España. Quizá sea también que desembucha, como lo confía él mismo, lo que le sale de las “tripas”, de las que “me fío a la hora de situarme”. Es, por tanto, en general, un hombre cuyas declaraciones suelen causar polémica y de seguro tendrá por igual admiradores y detractores. Recientemente estrenó en el Centro Cultural Chacao, en Caracas, su más reciente obra de teatro, Panamax, cuya primera (y breve) temporada finaliza el próximo domingo 25 de septiembre, aunque dada la buena recepción que ha tenido es de inferir que vuelva a los escenarios apenas sea posible.

 

–En Panamax usted aborda, así lo comentó en un programa de radio con Anna Vaccarella y Alonso Moleiro, “la ambigüedad moral con que muchas personas juzgan la vocación saqueadora del petroestado que tienen todos los venezolanos”. De solo plantearlo es pavoroso. ¿Por qué escogió llevar a escena este asunto en clave de comedia? El público se ríe durante casi toda la obra.

–No creo que haya autor que pueda decidir, fría y deliberadamente, “voy a escribir esto en tono de tragedia”, de “pieza didáctica brechtiana” o de comedia negra. Tampoco es del todo cierto que escoja uno el tema, como quien decide el asunto central de un ensayo literario. El proceso, en mi caso, es de vaivén. El tema me obsede y yo obedezco. Me interesa, en efecto, y desde siempre, el cinismo nacional que permite a un ex alto empleado de Pdvsa, por ejemplo, despedido televisiva e ignominiosamente por Chávez en 2003, aceptar como accionistas de la petrolera que dirige en Colombia, a los bolichicos del grupo Derwick y, al mismo tiempo, criticar a la MUD por no ser tan beligerante como en Polonia lo fue Solidarnosc [la federación sindical fundada y dirigida por Lech Walesa]. Es un cuadro tenebroso, desde el punto de vista moral, pero también mueve a risa a costa del pillo lleno de autocomplacencia moral. Creo que por eso Panamax está tan imbuida de humor y de eso que Valle-Inclán llamó “sabiduría desengañada” del mundo.

–¿Quién es ese ex alto empleado de Pdvsa? ¿Se refiere usted a alguien en particular?

–Puse un ejemplo innominado, pero auténtico. Innominado, para que la conversación no se distraiga, a la venezolana, con un chisme. Lo cierto es que, tal como a ese caballero, podemos todos evocar a más de un compatriota con tanta buena opinión moral de sí mismo que puede permitirse estar a ambos lados del mostrador sin parpadeo alguno: ser opositor duro y hacer negocios con un banquero chavista; ser chavista y pretender vivir criando purasangres en Kentucky, y así… en toda la escala social.

–Mencionó la tragedia. Usted estuvo cerca de uno de los dramaturgos principales de este país: José Ignacio Cabrujas, de modo que tiene algo que decir al respecto. Además, hoy usted mismo escribe teatro. Le pregunto: ¿aquí no es posible la catarsis por la vía del tono trágico?

–Para irnos entiendo: me late que piensas que Panamax es un sketch de Radio Rochela. Eso me parece, por decir lo menos, descaminador para el lector de esta entrevista. Y cuando hablas de “tragedia”, ¿debo entender que piensas que en Macbeth o en La Tempestad todo es llanto, pathos y misticismo moral? En cuanto a Cabrujas, aunque suene escandaloso, siempre discrepamos. Miro hacia atrás y es poco lo que aprendí de él. Recuerdo que me vaticinó que Humboldt & Bonpland, taxidermistas, mi primera comedia negra, sería un fracaso porque, según él, los venezolanos no sabrían seguir la acción: él favorecía elevar el tono satírico del sainete tradicional: le encantaban las piezas de Arniches, por ejemplo, y las tenía por modelo. En fin, no se fiaba Cabrujas de que hubiese algún sentido de lo trágico en el público venezolano. Yo, en cambio, me inclino por autores más graves. Me interesa mucho Sean O’Casey, por ejemplo. Pero, al mismo tiempo, soy un venezolano de esta era y, tal como Cabrujas, creo que Venezuela es un botín: un chiste sangriento de la Historia y un botín. Nada más pensar en un papanatas ignorante e inmoral como Hugo Chávez, autor de nuestra tragedia nacional, me mueve risa. Mucho. Lo siento, pero no soy de otro modo.

–No estoy desestimando Panamax. Si le hago estas preguntas es para reflexionar con usted sobre una cuestión que yo mismo me he planteado muchas veces. Tuve esta sensación al salir del estreno de la obra: que de pronto la risa nos distrae de hacer conciencia de la gravedad de los asuntos que los novelistas, los dramaturgos, etc., nos plantean.

–En efecto, tienes razón al señalar un rasgo nacional que afecta la circulación de ideas en el país. Una locución frecuente entre nosotros es “No te me pongas intenso”, queriendo decir, en realidad, “No me hieras con tantas verdades”. Es de lo peor que ofrece nuestra manera de pensarnos en el mundo. Junto a la levedad, que es palabra cercana a “liviandad”, ambas nociones tan apreciadas por nuestros compatriotas, convive una propensión que llamaré “venezolanocéntrica” del mundo. Y es esa que nos lleva a juzgar al resto del planeta por el estrecho agujero de nuestros malestares: así, por ejemplo, Juan Manuel Santos, vástago de una familia oligárquica y anticomunista probado, en opinión del “venezolanocéntrico” debe ser chavista o madurista porque hace cosas que, de tanto no intentar comprenderlas, nos contentamos con desaprobarlas. Así, por cierto, discurre también el chavista. No nos engañemos. Pongo este ejemplo colombiano por tenerlo muy cerca. El 61,7 % de los colombianos están hoy por hoy de acuerdo con el tratado de paz suscrito entre las FARC y el gobierno de Bogotá. Sin embargo, el “venezolanocéntrico” opositor a Maduro que observa esto, en lugar de tratar de comprender esa inclinación mayoritaria, decide simpatizar con Uribe, solo porque Uribe “le daba con todo” a Chávez. Para el venezolano del común, un escritor debe ser, ante todo, dueño de un ingenio del tipo “alma de la fiesta”. Debe ser primordialmente deslenguado, pero no mucho. Debe dominar el buen decir, pero no le conviene en absoluto ser hombre o mujer de ideas propias. Eso lo hace desagradablemente “intenso”, en el sentido que dejé dicho más arriba. Y mucho menos de ideas que contraríen el consenso. Un Günther Grass sería impensable en Venezuela. Solo así, siendo consensual, sobre todo últimamente, se llega a ser “voz de la tribu” entre nosotros: predicando entre conversos. En el mismo ámbito disfuncional puede ubicarse el horror a las ideas complejas y la abominación de todo diálogo mínimamente socrático. El venezolano se exaspera ante ambas cosas y recurre al consabido: “Defínete, dime de una vez si eres marisco o eres molusco”, para citar al ya casi olvidado Joselo.

 

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–Ha tocado varios puntos. Vamos por orden para no perdernos: Bogotá. Vive allí desde hace un tiempo, pero nunca ha dejado de escribir sobre la situación de Venezuela. ¿Da algo la distancia, aun si es solo geográfica?

–Con Colombia sostengo un one-sided-love-affair desde hace más de 30 años, cuando vine por vez primera vez, en tiempos del Constituyente promovido, ¡mire usted lo que son las cosas!, por el M-19 y el presidente César Gaviria al mismo tiempo. Ese solo hecho, a pesar de la violencia imperante en aquel tiempo, me sedujo. Me habló de una disposición distinta a la venezolana ante lo público. Igual me pasa con la historia colombiana, la del siglo XIX, tan imbricada con la nuestra. Con Bogotá, en particular, la vaina es más compleja: me ha hecho creer en la llamada “poética del lugar”. Ocurre que aquí, en diversos momentos de mi vida, he escrito y mucho. He terminado novelas (libros) atascadas, escrito piezas teatrales (Petroleros suicidas fue escrita íntegramente en “Bogotown”, como la llama la joven actriz Abril Schreiber. Y lo mismo Panamax). ¡Ah!, y muchos artículos para El País… sobre Venezuela, en gran medida. Sí, es cierto lo mil veces dicho: te alejas y ves todo con más consciencia irónica de ti mismo, de los tuyos, de la circunstancia toda del país. De Bogotá me gusta, sobre todo, el anonimato. En Bogotá, aunque tengo muchos amigos y circulo constantemente por ella, nadie me reconoce en público. Nadie me echa en cara, para bien o mal, haber escrito Por estas calles. No soy nadie aquí. Y esa es una condición muy saludable para el espíritu.

–¿No le gusta hablar sobre Por estas calles?

–No tengo el menor inconveniente. Odio la telenovela como oficio, hablando en general: es muy largo y muy tedioso y, además, hay que entenderse con ejecutivos de televisión, que son gente ignorante, inculta y obtusa por definición. Oh, sí, hay excepciones. Me intriga que un producto como Por estas calles, de tan baja técnica, con premisas dramáticas tan simplonas y previsibles, con motivaciones personales (hablo de las mías) tan aviesas como la de hacerme renovar el contrato por RCTV, tan pésimamente dirigida por un tipo inenarrablemente ignaro, haya podido ingresar al canon de la interpretación histórica reciente como si de un texto canónico de la antipolítica se tratase. He escrito cosas que me han tomado más tiempo y médula –libros, piezas teatrales, ensayos– que esa nadería de Por estas calles. Ese recuerdo tan imperecedero que mis compatriotas tienen de lo que para mí no fue más que un ganapán me habla muy mal de ellos.

–Decía: “Un Günther Grass sería impensable en Venezuela”. ¿A qué se refería?

–Mi alusión a Günther Grass atiende a que, hoy por hoy, es impensable, o al menos yo no lo veo, un articulista –para no ir muy lejos en la cadena alimentaria de eso que en otras latitudes llaman “intelectuales públicos”– que se atreva a atacar los consensos de la oposición política al chavismo sin atender demasiado a las consecuencias que para él pueda tener su independencia intelectual. Alguien que no tema al ostracismo, a la descalificación, al ninguneo. Para quedarme con Grass (ejemplo perfecto pues está suficientemente alejado de nuestra circunstancia como para hacerme entender), hablo de un hombre que en los inmediatos años de posguerra se batió, no solo por la “desnazificición” de la administración pública en la Alemania Federal, sino que ya mucho antes, mientras vivió en la desaparecida RDA, en la Alemania comunista, quebró lanzas públicamente nada menos que contra la complacencia moral con la que Bertolt Brecht, figura tutelar de la izquierda en todo tiempo, aceptaba los dictados de la estalinista burocracia alemana oriental, y esto último no solo en materia “cultural”. Y, desde luego, pagó sin renegar demasiado el precio que ello entrañaba. La “opinática” opositora venezolana, tomada en conjunto, es tan anodinamente previsible como los vaivenes y los marasmos de la MUD. Pero en aras de la unicidad de propósitos, que pretendidamente son movernos hacia una “transición” nunca suficientemente bien descrita, se ha impuesto una vergonzosa forma de autocensura que ha logrado el prodigio de que las más arreboladas “voces de la tribu” publiquen cada fin de semana el mismo artículo denunciador de la inepta, tiránica farsa chavista. Ni hablar de los “intelectuales” chavistas del tipo Hernández Montoya o Britto García: no son más que apparátchiks [en la Rusia comunista: funcionarios del régimen soviético] de agitación y propaganda. Me apresuro a dejar muy claro que no me propongo para el cargo, solo que me gustaría leer a un joven francotirador con capacidad de giro de 180 grados.

–Pero a lo largo de todos estos años no son pocos los articulistas de prensa que han llevado a cabo una labor excepcional de observación y reflexión. Pensemos en Teodoro Petkoff, que escribió sin descanso un editorial diario para Tal Cual. O en Alberto Barrera Tyszka, que ya no está en El Nacional pero sí en Prodavinci. O en Marianella Salazar, que varias veces ha puesto en tela de juicio la actuación de la MUD o de los líderes de turno. Y usted mismo publica sus opiniones en El País de España.

–El caso Petkoff es muy singular, tan singular que su sola mención obra como la consabida excepción a la regla. Insisto en que, tomada en conjunto, la opinión nacional (que es un organismo hecho de opinadores y receptores) abomina de la complejidad, de las ideas complejas y de las distinciones inherentes a un debate verdaderamente fructuoso. Mencionas otro ejemplo ilustre: Barrera Tyszka, cuyo articulismo, juzgado en promedio, ejemplifica, a mis ojos al menos, sin duda el ingenio, pero también la previsible mesura y la equidistancia a la que me refiero.

 

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–¿A qué cree usted que obedezca ese abominar de la complejidad? ¿Siempre ha sido así o es algo que percibe solo ahora?

–Es un rasgo primordial de lo que, a falta de una expresión más “científica”, llamaré “modo de ser venezolano”. Y no es algo nuevo, no es achacable a los tiempos que corren. Adviértase que en cualquier canje de ideas entre venezolanos, con o sin tragos de por medio, quien intente desplegar pausadamente un pensamiento “frondoso”, en el sentido arbóreo y lleno de bifurcaciones, ¡y de dudas!, que trae consigo esa palabra, se verá importunado con intimaciones a no andarse por las ramas, a “concretar”. La conversación entre venezolanos rara vez es un indagar a varias voces, sino una algarabía de sordos. Yo he ido inhibiéndome de participar en tertulias con mis compatriotas: tengo pocas certidumbres y estoy lleno de dudas, soy más preguntas que respuestas y por eso, me digo, mejor no exponerme a que me encajen un zafio: “Pero di de una vez cuál es tu vaina”.

–De todos modos, escribir novelas y obras de teatro es una manera de participación directa. Por no ir más lejos, pensemos en Panamax. Quiero decir, usted no está del todo inhibido. ¿Se siente más cómodo en la narrativa y en la dramaturgia que en, digamos, la tertulia presencial?

–“Tertulia presencial”. A ella me refería. Le saco el cuerpo al debate presencial. No es bueno mi desempeño como hablante. Noto que tartamudeo y se me esconden las palabras y ello tal vez porque cada día tengo menos convicciones y por eso no me atrevo a asegurar ni me inclino al vaticinio. Me fío de mis tripas a la hora de situarme, pero lo que ellas dictan no son buen argumento, y menos en una conversación venezolana. Invocar el parecer de tus tripas en un debate no ayuda mucho a la hora de generar “auctoritas”. Con todo, coincido con Antonio Machado cuando hace decir a Juan de Mairena que “bajo lo que se piensa está lo que se cree”. ¡Gran decir! En mi caso, lo que creo me lo dictan, ya lo he dicho, mis tripas, pero de un modo tan oscuro y reacio a dejarse traducir en “discurso” que casi siempre dejo pasar deliberadamente la ocasión y opto por callarme. Por eso, quizá, me siento más a gusto (independientemente de los resultados, medidos estos en términos de audiencia) en la escritura dramática, concretamente en la dramaturgia. Aun más que en la narrativa. Noto que, moviendo y haciendo dialogar a mis personajes, vienen algunas ideas (no muchas) a visitarme. El articulismo, sobre todo el de asunto político, en cambio, se me ha hecho cada vez más duro y difícil, más cuesta arriba. Es la edad, me digo, con su creciente desinterés por saber lo que ha de ocurrir al final: total, siempre ganan los peores.

–Pero le interesará saber cómo termina este episodio oscuro de Venezuela, ¿no? Una cosa es el desengaño y otra la condena de la fatalidad. El desengaño no cierra la puerta a posibles regocijos, aunque suene cursi y lo sea.

–“Desengaño” no es la palabra justa. Sí me expresa, en cambio, una frase valleinclanesca que ya cité antes: “sabiduría desengañada”, que no es lo mismo ni se escribe igual. Es fruto de la experiencia: de lo vivido y lo ya visto. Ella recomienda poner seriamente en duda que una oposición política (no hablo aquí de la gran masa opositora, sino de la MUD) que debe actuar en medio de mayores restricciones que las que, en su momento, embarazaron a la oposición ucraniana, pueda imponer un curso “democrático, constitucional, electoral, etcétera” a los acontecimientos. El affaire Timoteo Zambrano, en su repugnante dimensión miserable, deja ver otro elemento que cierto “angelismo” suele obviar: la ecuménica descomposición moral de la clase política venezolana. Nadie me hará creer que Zambrano obró por su cuenta ni que el haber prescindido de Ramón Guillermo Aveledo fue algo casual. Me preguntas por el final y no puedo vaticinarlo a punto cierto, pero mis proverbiales tripas piensan que es más que probable que se profundice la prevalencia de los militares (de todos ellos: los narcos, los comisionistas y los simples ladrones de gallinas) en los tiempos por venir. El “militar constitucionalista” del que tanto hablan muchos que sueñan con un general golpista partidario de la economía de mercado y de un entendimiento con el FMI, es un ser mitológico. A buen seguro, ningún general venezolano hoy en activo puede ver ventaja alguna en dialogar con nadie mientras puedan los militares retener el poder sin demasiado esfuerzo. Ya tienen al pelele perfecto: Maduro. Y en el mejor de los casos, tutelarán desmañadamente una pantomima que muchos querrán hacernos ver (y otros muchos querrán ver) como “transición”. Los malos tiempos suelen ser muy duraderos. Y eso no es culpa de mi escepticismo.

 

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–Podríamos por tanto concluir que usted observa que lo de Panamax es endémico.

Panamax resultó, al fin, una fábula dramatizada. La presidió desde el primer día en que comencé a escribirla un verso de W.B. Yeats, el mismo que Melisa Lobo y Guillermo Arocha, en distintos momentos de la pieza, comparten con el público: “Las responsabilidades comienzan en los sueños”. Los sueños venezolanos –hablo del común de los soñadores– no suelen ser responsables. En realidad, se ha tratado de un único sueño desde que el geólogo Ralph Arnold halló indicios de que había petróleo en Mene Grande, allá por 1911: echar mano al botín de la renta petrolera sin doblar el espinazo. Si el choque con la realidad desbarata ese sueño, el venezolano prefiere persistir… en soñar. Es un tópico de muchas fábulas el que la codicia atraiga sobre quien la abriga males sin cuento, infortunios tan inesperados como perdurables. Estoy hablando de la mala suerte que, como bien sabe la protagonista femenina de Panamax, es infecciosa. “Venezuela es un botín”, nos dejó dicho Cabrujas, y quien se acerca a él desprevenidamente atrae sobre sí todas las maldiciones del petroestado: el despilfarro y la mendicidad.

República Petrobananera de Chafarotes, por Ibsen Martínez

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En Venezuela suele hablarse, entre opositores al régimen chavista, de un ser tan mitológico como Fafner (guardián del tesoro de los nibelungos), el dragón de la Cólquide, el mochuelo de Atenea o el unicornio: me refiero al llamado “militar institucionalista”.

¿Ha existido éste alguna vez? ¿No será ya una especie irremisiblemente extinta, como el tigre de Tasmania, el pájaro Dodo o o la quagga, singularísima cebra surafricana cuyo último ejemplar murió en 1844?

El relato canónico sobre el militar institucionalista venezolano alude infaltablemente a un también mitológico “descontento de los cuarteles”, al proverbial “malestar de la oficialidad joven” y otras melodiosas martingalas con que se arrulla a los tontos en los mentideros de Miami.

En su versión más sonada, la leyenda del descontento cuartelario tiene su fuente en una señora que trabaja en los servicios de mecánica dental del Hospital Militar cuya sobrina, casada con un maestre técnico de la Fuerza Aérea es, a su vez, muy amiga de un señor muy serio que trabaja en la tasca del Círculo Militar y por eso está muy enterado.

Bueno, este señor muy serio es quien dijo que los institucionales andan “arrechísimos” y que en los baños de Fuerte Tiuna aparecen anónimos pasquines pegados con engrudo que dizque recogen un larvado descontento contra los asesores militares cubanos y el cártel de los narcogenerales. Hay variantes más sofisticadas, pero, ¡ay!, teñidas de esa obsesión cartográfica del militarismo latinoamericano, que afirman que en las remotas aguas de Guyana, sobre la fachada atlántica del territorio en reclamación del Esequibo, flota el casus belli que podría desencadenar una reacción de los institucionales que pondrá fin al actual estado de cosas.Lo único cierto, sin embargo, es un creciente y sostenido predominio uniformado en el ámbito de lo civil, ya de suyo convenientemente desinstitucionalizado por Hugo Chávez.

Contando generales retirados y activos, el gobierno de los estados y alcaldías, tanto como el alto funcionariado del Estado, está integrado abrumadoramente por militares de alta graduación que no hablan ni actúan precisamente como juristas expertos en Derecho Constitucional.Tengo para mí que la sublimación de la intentona de Chávez en 1992 como fecha patria, las golpizas que efectivos de la Guardia del Pueblo propinan impunemente a manifestantes y reporteros, los saqueos tutelados por esa misma guardia, la injerencia militar en la fijación administrativa de precios, el contrabando de gasolina, el narcotráfico y, por supuesto, también ese soñar con un militar “institucionalista”, forma todo parte de una misma añeja antropología venezolana que comenzó para nosotros en 1830. Vivimos desde hace tiempo un avatar más del militarismo de chafarotes que el historiador Manuel Caballero creyó, erróneamente, superado en 1904. Tanto así, que Nicolás Maduro, pese a las jinetas de su guayabera de tonos oscuros que buscan semejarse a las de un generalísimo, luce, ¡pobre diablo!, como un rehén de su gabinete verde olivo.

Para ilustración de algún que otro lector que se haya rascado la cabeza al leer el título de mi bagatela, finalizo copiando las acepciones que de la palabra chafarote y unos de sus derivados, trae el Diccionario de Americanismos de la Asoción de Academias de la Lengua Española.Chafarote: Machete tosco; militar ignorante y grosero.

Chafarotero: Que admira o simpatiza con los militares.

Toda la cháchara opositora sobre militares institucionalistas es, pues, en el fondo, chafarotera.

Por elemental principio civilista, a los demócratas venezolanos sólo nos queda el voto.Si está usted de acuerdo conmigo, entonces sumamos dos más a quienes procuran desalojar a Maduro de Miraflores ganando un referéndum revocatorio antes de fin de año.

@ibsenmartinez

[Opinión] ¡Maduro a las barricadas!, por Ibsen Martínez

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Por segunda vez en el curso de la turbulenta campaña electoral venezolana, y de modo inequívoco, Nicolás Maduro ha amenazado con “tomar las calles” y gobernar “junto con pueblo y Ejército” si los resultados de las elecciones parlamentarias del próximo domingo fuesen, como todos los estudios de opinión parecen indicar, adversos al Gobierno chavista. ¿Puede despacharse esa declaración como mera bravuconada?

Maduro ha resultado, es verdad, un personaje lastimoso cuyos despropósitos a menudo mueven a risa. Pero lo cierto es que, para no ser más que un mostrenco imitador del dicaz Hugo Chávez, el odio y la violencia política instigados por sus palabras han causado, en los tres años que ha ocupado la presidencia, la muerte de decenas de venezolanos. Es un bufón, pero un bufón mortífero. La campaña se cierra con un candidato opositor muerto a balazos durante un acto público.

Todas esas muertes constituyen verdaderos asesinatos políticos, imprescriptibles crímenes perpetrados por cuerpos del mismo Estado delincuente que encabezan Maduro y el capitán Diosdado Cabello, en el curso de manifestaciones pacíficas y en las mismas calles que el paladín bolivariano piensa salir a tomar, imagino yo que desde la madrugada del lunes 7 de diciembre, cuando, luego de mil trapisondas dilatorias a cargo de la impertérrita Tibisay Lucena, obsecuente presidenta del Consejo Nacional Electoral, le sea forzoso al Gobierno reconocer la derrota. La expresión que paladinamente ha usado Maduro ha sido: “Este país solo pueden gobernarlo los revolucionarios”.
La tentación primera es imaginar a este grandulón, vestido de chándal de colores patrios, tocado con un sombrero de palma, subido, megáfono en mano, a la torreta de un tanque ruso mientras tartajea arengas a los “colectivos” de motociclistas armados, llamando “al pueblo” a defender las conquistas de la revolución bolivariana. Pregunta insoslayable: ¿Qué vestirá Cilia Flores, su esposa, la “Primera Combatiente” (la Reina del sur del cartel de los sobrinos, según la crónica roja), para la ocasión? ¿Llevará un espacioso bolso, marca Zagliani o Loewe, donde quepa holgadamente un fusil de asalto HK XM8, el favorito de los cárteles mexicanos en esta temporada otoño-invierno?

El patente desencanto de la base social del chavismo, los niveles de impopularidad de Maduro, el cariz plebiscitario que las circunstancias infunden a estas elecciones, llevan a pensar que ese “tomar las calles” no sería más que un patético número de stand-up comedy ante un auditorio desierto.

Sin embargo, la historia reciente no deja mucho margen para echar por completo a broma las expresiones de Maduro. Como señala Carlos Malamud en un libro imprescindible para captar la “endocrinología” de nuestros colectivismos, en la cabeza del perfecto populista latinoamericano —y el chavismo es, actualmente, su cepa más virulenta— no cabe la idea de que el poder, una vez alcanzado, pueda dejarse jamás.
La alternabilidad no es para ellos una opción. Por esto, la tarea más nefasta que prioritariamente han cumplido las “democracias no-liberales”, los “populismos posmodernos” en nuestra región, ha sido demoler la separación de poderes; hacer por completo inviable toda “cohabitación” con el adversario político.

La violencia política generalizada es hoy una posibilidad real en Venezuela si Maduro optase por desoír la voz de la mayoría. Ojalá prevalezca en los suyos la noción de que perder las parlamentarias, e incluso el casi seguro desalojo de Maduro por vía del referéndum el año entrante, no deberían significar el fin del mundo para el chavismo.

Al contrario, igual que los proteicos peronismos, siempre podrían mutar y hasta volver al poder, “cual torna la cigüeña al campanario”.

Twitter: @ibsenmartinez

Ibsen Martínez Ago 31, 2015 | Actualizado hace 9 años
Xenofobia y voto binacional

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Recuerdo nítidamente a los primeros colombianos que vi alguna vez: eran unos infortunados cirqueros costeños, varados en un baldío de Prado de María, mi barrio natal en Caracas. Corría enero de 1958, una cruel dictadura militar acababa de ser derrocada y una crisis económica paralizaba el país.

Nadie acudía a las funciones del circo. A los niños no nos dejaban acercarnos pues por entonces decir “colombiano” era nombrar un pícaro, un carterista, un proxeneta marihuanero. Los estigmatizados cirqueros no tenían ni para la gasolina y se decía que mataban perros realengos para echárselos a unos leones tan flacos que parecían gente mal disfrazada de leones flacos. Tocaban música de Alex Tovar y dePacho Galán.Hoy viven en Venezuela millones, repito, millones de colombianos, muchos de ellos gozando de doble nacionalidad

Un día, al volver de la escuela elemental donde era maestra, mi mamá se horrorizó de ver que los cirqueros se disponían a matar y beneficiar un caballo. Mi vieja se adentró en el baldío y disuadió a aquellos infelices de manducarse al rocín. Inmediatamente fue convocada una reunión de padres y maestros y entre todos se organizaron cuatro o cinco funciones a beneficio del circo, en ( ¡lo que son las cosas! ) los predios del Grupo Escolar Gran Colombia.

Fue así como los cirqueros dejaron de ser monstruos, los conocimos de cerca, celebramos sus maromas, cargaron nafta, levantaron campamento y la caravana cogió camino mientras todos nos decíamos adiós. Yo no podía saberlo, pero ya hacía años que decenas de miles de colombianos, desplazados del Magdalena Medio por la violencia desatada en el país vecino durante los años 50, confraternizaban con los venezolanos «de abajo». Hoy viven en Venezuela millones, repito, millones de colombianos, muchos de ellos gozando de doble nacionalidad. Quizá por eso el país que más fácilmente confundo con el mío es Colombia, donde vivo.

Sin embargo, y desde siempre, el bipartidismo criollo, barrido hace más de tres lustros por Chávez, junto con algún grupo editorial, solían tornarse rabiosamente xenófobos, usando cada tanto a Colombia como espantajo con que avivar pasiones patrioteras en temporada electoral. Felizmente, casi nadie hacía caso. Se sabe del zumbón pacto hecho entre el escritor venezolano Miguel Otero Silva y el colombiano Gabriel García Márquez para el caso de estallar una guerra: el venezolano gritaría «¡viva Colombia!» en la Plaza Bolívar de Caracas y lo propio haría Gabo en la de Bogotá.

Durante años, el pretendido casus belli entre ambos países ha sido un litigio sobre la soberanía en aguas del Golfo de Venezuela, cartográfica inanidad que la sorna popular supo siempre escarnecer. “Cambio Golfo por [ Amparo ] Grisales” rezaba una pintada caraqueña en los años 80, aludiendo a la bella actriz colombiana.

Pero la manera inhumana con que el Gobierno de mi país ha decidido deportar colombianos que viven pacíficamente en nuestro territorio, y demoler impíamente sus viviendas, rebasa todo límite, por bárbaro y cobarde. Acusarlos de causar la escasez y promover la violencia criminal que agobia mi país es cinismo puro y duro. Y para todos en Venezuela, una inexplicable torpeza política.

Esos millones de colombianos que, irónicamente, gracias a Chávez gozan de doble nacionalidad y plenos derechos electorales, ¿por quién votarán en las parlamentarias de diciembre? Luego de lo ocurrido en la frontera, me late que ninguno de ellos será abstencionista.

 

@IbsenM