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Reuben Morales Ene 04, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Carta a mi yo del futuro

Foto: Pexels

@ReubenMoralesYa

 

¡Epa!… ¡Yuju!… ¡Yo del futuro!… ¿Estás ahí?… Es que estoy en los primeros días de enero y nada que me llega una carta tuya. En cambio, a muchos de mis amigos ya les llegó su video de “Si pudiera hablar con mi yo del pasado” o su “Carta a mi yo del pasado”, pero a mí nada. ¿Qué fue? ¿Te hice algo malo? Es que me tienes más abandonado que arbolito de navidad en agosto.

Te escribo porque quiero que por favor me cuentes cómo me irá este nuevo año. De verdad no quiero consultar el horóscopo porque siempre es muy genérico. Por ejemplo, tú sabes que ambos somos virgo. Entonces consulté en estos días en internet y decía: “Mantén la distancia”. ¿A qué se refiere? ¿Viene otra pandemia? ¿Acaso se me acentuará la presbicia y tendré que leer todo desde más lejos? ¿Y de cuánta distancia estamos hablando? ¿Es en metros o en pulgadas? Ahora, y si todos los virgo que estamos en el planeta mantenemos esa distancia como dice el horóscopo, ¿también debemos mantenerla entre los que somos virgo? ¿O los virgo podemos tener un club aparte donde nos podamos hablar de cerca? Aunque siempre me queda la duda: y si un virgo que aún es virgo mantiene distancia, ¿deja de ser virgo?

¿Ves cuan impreciso es el horóscopo, yo del futuro? Por eso, me parece mucho más fácil que simplemente escribas una carta o me envíes un video y listo. Me lo puedes enviar a mi correo electrónico. ¿O será que no me has podido mandar esa carta porque en el futuro ya no existe mi correo electrónico favorito, que tú y yo sabemos que es el de Yahoo!?

Por si acaso, déjame revisar la carpeta de spam a ver. ¿Será que tú eres ese correo que me llegó de un príncipe nigeriano que quiere repartir su herencia? ¿O será que debo estar atento a las señales del universo porque te vas a manifestar en forma de retortijón o uña encarnada?

La verdad, me genera mucha ansiedad esta espera por tu carta, querido yo del futuro. ¿O será eso? ¿Que te estoy diciendo solo “yo del futuro”? ¿Debería referirme a ti con más respeto porque eres mayor? ¿Te sirve don señor su merced yo del futuro? ¿O para evitar que la gente se siga confundiendo ya te cambiaste el nombre de Reuben a solo Rubén? 

En todo caso, solo quiero que sepas que me vendría bien si sacas un tiempito para escribirme una carta a mí, tu yo del pasado, y no me dejas ignorado como brocheta en reunión de veganos. Y si no me la estás escribiendo por eso de que uno debe tener la iniciativa primero, está bien. Daré ese primer paso por acá y le escribiré ya mismo a mi yo del pasado (y para salir de eso rápido, será a mi yo de hace media hora). Voy:

“Querido yo de hace media hora: te escribo para que sepas que toda esa angustia que tienes por el futuro pasará. Lograrás, con éxito, colar el café a la vez que te cepillas los dientes. Tampoco despertarás a nadie de la familia, pues lograrás la difícil hazaña de guardar los platos limpios sin hacer ruido. Luego te advierto que escupirás el café sobre la computadora porque le habrás echado sal en vez de azúcar. Pero tranquilo, será una buena excusa para no conectarte a la reunión de trabajo que tienes.

“Luego comenzarás a preocuparte al darte cuenta de que no llega por ningún lado esa carta de nuestro yo del futuro, pero no te preocupes. Encontré una solución para que aparezca. Escríbele diciendo que te pase el número ganador de la lotería de esta semana para que nos lo juguemos. Así nos volveremos millonarios, invertiremos ese dinero y nuestro yo del futuro terminará convertido en todo un príncipe nigeriano dispuesto a repartir su herencia (pero eso sí, solo a lo que tienen correo de Yahoo!).

El cisne negro nació en un mercado de Wuhán

@juliocasagar

En un interesante trabajo, intitulado El futuro tiene su historia, Henrique Salas Romer, utilizando analógicamente la tesis de Ortega y Gasset sobre el papel de las generaciones en el devenir de la humanidad, sugiere que en el año 2019 se habría cumplido uno de los ciclos que crean hitos y condicionan el decurso de la historia.

A falta de un evento concreto que señalar, el autor nos sugiere (relatando varios antecedentes) que un cisne negro podría aparecer para convertirse en el hecho disruptivo y desencadenador de los cambios de la próxima era.

Ahora sabemos que la crisis del coronavirus, que ya cumple un año, comenzó en un mercado de Wuhán, por estas fechas. Es evidente que ha sido un evento que ha impactado el mundo y que ha producido, desde ya, muchísimos cambios que probablemente no percibamos; así como no percibimos que la hierba crece todos los días. Quizás sea ese el acontecimiento del 2019 que podía convertirse en el esperado cisne negro. El pistoletazo de Sarajevo, el collar de la reina o la nariz de Cleopatra. Eventos que, sin importancia aparente, devinieron en parte aguas de la historia.

Hace días, leía un relato de Carlos Rojas, un médico psiquiatra amigo, de cuya pluma hubieran querido presumir Jung y Freud juntos, en el que, a propósito de las imágenes de sus personajes reflejadas en el espejo, se pregunta si no es acaso posible que esas imágenes hayan estado siempre allí y que los espejos, en los insondables misterios que encierran, las guarden dentro de sí y que solo las muestran cuando la luz les interpela.

Asimilando esta sugerente idea a la historia, pudiéramos decir que todas las cosas que estamos viendo ya estaban allí y que solo el ángulo de luz que se refleja sobre ellas les da forma y secuencia. Después de todo, ¿no fue esto lo que descubrieron los impresionistas? Al fin y al cabo su magia fue construir imágenes y relatos a través de la luz. Efectivamente, es la luz la que crea las formas. Esa fue la esencia de su revolución.

Ya el coronavirus, que tiene un año con nosotros, cambió completamente al mundo. Quizás, repetimos, no nos hayamos dado cuenta, pero cosas que fueron asumidas como eternas se han ido desmoronando con pasmosa velocidad. El teletrabajo, para citar una sola, va a dinamitar el mercado inmobiliario a nivel mundial. El valor del metro cuadrado de oficinas se desplomará y aumentará el de las propiedades rurales. El movimiento demográfico del campo a las ciudades que, durante siglos modeló la conducta urbana de varias generaciones, se invertirá. El mismo fenómeno del trabajo conocerá insospechados cambios. La revolución industrial, que creó los grandes conglomerados manufactureros y la producción en serie, verá reducidos sus efectos. Es incluso probable que asistamos al fin de la gran factoría industrial y que los productos que consumamos sean el final de una larga cadena que incluye pequeños productores y gente que trabaja en sus casas haciendo las piezas.

En la industria petrolera y la energética, relacionadas ambas con la movilidad, conoceremos una verdadera metamorfosis.

Hasta las relaciones personales y la manera de comunicarnos conocerán cambios radicales. Abrazarse y besarse, una práctica tan común en nuestra sociedades, serán gestos cada vez más reducidos al ámbito familiar. Los estereotipados saludos de los japoneses, coreanos y chinos nos serán cada vez más comunes.

Ni siquiera la vacuna revertirá completamente esta tendencia. Una vez que la economía comience a descubrir y saborear las ventajas de estos brotes, será como las fieras que se ceban con la carne humana: difícilmente abandonarán su costumbre.

Ahora bien, cabría preguntarse ¿cómo impactaran la vida social, o mejor dicho, la estructura de nuestras sociedades estos cambios? La respuesta pertenece al género de la ciencia ficción. Y aunque sabemos que Venezuela no está para cuentos de ciencia ficción y ejercicios de futurología, podemos aventurarnos a decir, observando lo que ya está ocurriendo, que en un futuro no muy lejano la brecha entre los pobres y los ricos crecerá abismalmente. Ni los mercados de trabajo, ni los bursátiles, ni las empresas podrán, en el corto plazo, asimilar estas transformaciones para dar trabajo y asistencia a todos los que se irán quedando rezagados.

Los gobiernos no tendrán dinero para los planes sociales que mitiguen esta suerte de pequeño holocausto que tendrá lugar en nuestras sociedades. Los planes de rescate multinacionales serán todos insuficientes.

Debemos prepararnos para una mutación completa de lo que conocemos como Estados nacionales. Las crisis golpearán más allá de las fronteras y los movimientos migratorios de las víctimas serán incontenibles. No será posible proveer seguridad social ni personal, tal como la conocemos. Lo que conocemos como fuerzas armadas quizás desaparezcan y reencarnen en esas guardias pretorianas que las películas de thrillers sobre el futuro, nos enseñan a cada rato. Esos pequeños ejércitos estarán al servicio de pequeños círculos que, por su acumulación de recursos, habrán logrado construir burbujas para mantenerse. Al menos así lo han descrito los guionistas de esas películas que hemos nombrado. Pareciera que no estaban tan descarriados, ni su imaginación era tan febril.

¿Y cuando ese horror ocurra, “cuando el futuro nos alcance”, se acabará el mundo? No. No se acabará, simplemente cambiará. Como cambió cuando desparecieron los dinosaurios o como cuando ocurrieron las glaciaciones y los miles de calentamientos globales que hemos tenido. Habrá nuevos estrechos de Bering quizás virtuales que atravesarán los más aptos para colonizar la nueva realidad.

¿Y quiénes serán los más aptos? Aquí la respuesta pareciera más sencilla. Los colonos de la nueva humanidad no serán los de las burbujas de privilegiados. Ellos degenerarán, como degeneran los pueblos endogámicos que no se mezclan con otros y no conocen la magia del mestizaje. Cada burbuja será un pequeño Imperio romano que caerá víctima de su depravación y su decadencia. No tendrán incentivos para progresar y se apuñalarán los unos a los otros, como hizo Brutus con Cesar, cuando los recursos ya no les alcancen.

De nuevo sobrevivirán, para dar la razón a Darwin y ¿por qué no a Malthus?, los mejor dotados y los que hayan tenido la flexibilidad, y la clarividencia, para comprender que entramos a una nueva era. Los que estén convencidos de que portan una nueva arca de la alianza y son pasajeros de una nueva arca de Noé. Los hijos o nietos nuestros que hayan sido formados en una nueva cultura basada en la solidaridad y en la competencia sana.

Es cierto que los más fuertes sobrevivieron al paso del estrecho de Bering, pero esos trashumantes se hicieron sociedad (y no solamente sobrevivientes) no cuando abandonaron en la nieve a los enfermos, sino cuando alguno de ellos volteó hacia atrás y se regresó a ayudar, a darle mano y levantar a alguno de los que habían caído. Esos niños deberán comprender que la ciencia y la tecnología son para ponerlas al servicio de la humanidad y no para esclavizarse a ellas o para sacarles provecho indebido. Los que se atrevan a regresarse para dar la mano a quien lo necesita, deben ser los que lideren la nueva civilización. Una civilización que se está forjando desde ya aunque no lo percibamos, porque son como las imágenes que contiene el espejo de los personajes de Carlos Rojas.

La revolución que está por venir no tendrá una Toma de La Bastilla en París o un asalto al Palacio de Invierno en Petrogrado. Afortunadamente, no tendrán esa épica de pacotilla que ha servido para engañar a incautos y para levantar estatuas a “héroes” que solo buscaron el poder para envilecerlo y envilecerse. Será una revolución cotidiana y ojalá que tranquila y sin desmanes.

El destino de la humanidad dependerá de ese nuevo liderazgo; dependerá de que surja un nuevo “Humanismo societario” que ponga al ser humano como centro de la atención de la sociedad. Todo dependerá de ellos y su responsabilidad.

Sí, de su responsabilidad y compromiso y de su libre albedrío para usarlos. No está de más recordar que podremos conseguir la vacuna para la covid-19, pero que aún no se ha conseguido una contra la estupidez. Siempre podremos equivocarnos de nuevo.

Por lo pronto, ya esta rueda de los cambios echó a andar. El cisne negro, que siempre andamos buscando, puede haber nacido en un mercado chino. Vaya usted a saber.

Fragilidad

Fragilidad

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Abr 15, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
Apuntes para el futuro del trabajo

@NathaHari 

Expertos sanitarios de todo el mundo afirman que se necesitan 18 meses para desarrollar una vacuna contra la COVID-19, y que el manejo del distanciamiento social en ese tiempo es clave para controlar las velocidades de contagio, las capacidades del sistema de salud y la inmunización colectiva. Si queda un solo infectado arranca la pandemia de nuevo.

Con información del Imperial College de Londres, otros expertos proponen un sistema de alternancia: dos meses de cuarentena, un mes de circulación libre, una especial montaña rusa marcada por las capacidades de las unidades de cuidado intensivo de atener a la población enferma. Si se satura el sistema de salud, hay que confinarse. Cuando se alivie, se regresa a la calle. Un investigador del Instituto Weizmann de Ciencias de Tel Aviv desarrolló un modelo matemático que propone 4 días laborables y 10 de confinamiento, en vez de la opción de cierre total, para reactivar la economía y dar un respiro psicológico, mientras dure la crisis por coronavirus.

Más rápido estará listo el videojuego que la vacuna, dice el escritor Jorge Carrión y nos pone a pensar en los tiempos de la biología y la tecnología, y también los del mercado. 18 meses es un lapso muy largo, comparado el vértigo en el que hemos vivido este mes y medio. Ha sido una inmersión forzada en procesos de transformación y ha dejado a la vista mucha vulnerabilidad: hay un virus mortal que nos ataca, no solo la salud de las personas sino también el funcionamiento de las comunidades y de los países. Más temprano, o más tarde, los gobiernos han tomado el camino de la inactividad económica hasta que pase el peligro. Es en el vértice de la protección de las personas y la recuperación de la economía donde debemos pararnos para analizar los escenarios que nos vienen.

Incluso sin estos escenarios de puertas giratorias, podría haber muchas más interrupciones en nuestras vidas. En España estamos todavía bajo cuarentena estricta, y algunos escenarios de flexibilización implican reapertura de escuelas pero con los adultos teletrabajando, y los eventos deportivos y otras reuniones masivas cancelados, por no hablar de los bares y los restaurantes. No es el caso de que todo pueda volver a la normalidad. Es el caso de que si podríamos dejar que algunas cosas vuelvan a la normalidad.

Transitamos hacia un modelo híbrido de conexión con el trabajo y la cotidianeidad

Ante este panorama, me pregunto ¿qué es la normalidad? Me refiero al estado previo a la pandemia, la postcrisis del 2008/2010, el cual ya casi teníamos aprendido (tal vez hasta controlado) y que duró menos de una década. Vamos a eso que estamos acostumbrados a llamar una nueva normalidad cada vez que se produce un cambio. Vamos a toda velocidad hacia un nuevo estado, una nueva forma de relacionarnos, de trabajar, de aprender, de crecer, de cuidarnos. Se convertirá en la nueva normalidad hasta que venga otra ola de transformación.

Afirma el Washington Post que la economía del coronavirus es un gigantesco experimento que pone a prueba cómo vamos a trabajar y a vivir de ahora en adelante. Es la evolución de la economía del encierro (Shut-In Economy) que comenzó en la década de 2010 impulsada por las plataformas de servicios, y va a estar apoyada en un desarrollo exponencial de las actividades que podemos hacer estando encerrados en nuestras casas: teletrabajo, educación a distancia, distribución de comida y bienes, video streaming.

Yuval Noal Harari elabora en 21 preguntas para el siglo XXI sobre las 4 C´s, las cuatro competencias indispensables del aprendizaje: Pensamiento Crítico, Comunicación, Creatividad, Colaboración. Es en el dibujo de la intersección de esas áreas que pienso que debe imaginarse la organización del futuro y el mapa de servicios y productos que vamos a ofrecer en una nueva normalidad. Yo añadiría la Compasión, que le otorga dimensión humana a todo esto. Hay lecciones aprendidas de la epidemia del Sida, que, como explica Feliciano Reyna, «hizo redescubrir la relación entre el miedo al contagio y la crueldad, y que se reflexionara sobre la responsabilidad de gobiernos y de organizaciones civiles en circunstancias similares».

Tal vez podamos usar este tiempo de hiperconexión digital para repensar los tipos de comunidad que podemos crear en las plataformas online. Hemos visto ejemplos inspiradores; Yo-Yo Ma publica un concierto diario en vivo, empresarios ofrecen su tiempo para escuchar los proyectos, instructores de yoga o de box imparten clases gratuitas, restauradores donan comida, psicólogos donan su escucha. Hay baile, fiestas, arte, canto, llanto todo compartido en la pantalla, creando comunidades más allá del aburrimiento o del ocio. Esta es una vida diferente a la de pasar horas viendo fotos en las redes sociales o quedarse pegado en un videojuego.

Las conexiones se reorganizan. Para mucha gente en el planeta, el trabajo ya no era un lugar, era una actividad o proyecto habilitada por una conexión a internet. Luego de la pandemia, este no lugar, este espacio elástico digital será la normalidad y tenemos el reto de ayudar a estos nuevos knowmads para que aprendan a colaborar, pensar, crear y conectarse productivamente.

¿Es esta una economía (la del encierro) que permitirá la prosperidad y bienestar? Se me ocurre una lista de retos para las organizaciones y para las personas que sirva para hacer preguntas y buscar respuestas.

Retos para las empresas

  • Diseñar una cultura de transformación y resiliencia
  • Acabar con la cultura del presentismo (estar presentes y pensar solo en el presente)
  • Proteger a las persona. Mejorar los programas y sistemas de salud de los empleados
  • Promover nuevos liderazgos y nuevos flujos de comunicación
  • Crear resiliencia en la cadena de valor
  • Evaluar productividad y producción
  • Reducir los head quarters a favor del teletrabajo programado
  • Restablecer objetivos de impacto y de negocio
  • Redefinir esquemas de remuneración y cargas horarias

 Retos para las personas

  • Privacidad vs seguridad. Con nuevas estrategias de biocontrol, los Estados podrán monitorear dónde has estado para darte acceso a dónde quieres ir. ¿Nos adaptaremos como nos hemos adaptado a las medidas de seguridad de los aeropuertos?
  • Actividades análogas vs Buscar el balance entre vivir dentro del ordenador/móvil y la interacción
  • Prioridades vs Revaluar los significantes personales y de la comunidad
  • Privado vs público. Gestionar la casa como centro físico de la vida virtual: escuela, trabajo, entretenimiento
  • Solidaridad vs protección. Ahora sabemos que tocar cosas, estar con otras personas y respirar el aire en un espacio cerrado puede ser arriesgado.

Transitamos hacia un modelo híbrido de conexión con el trabajo y la cotidianeidad, un modelo que está atravesado por el debate entre la seguridad de las personas (la salud) y la privacidad (biotecnología y secuestro del espacio privado). La reactivación de la economía y de una nueva normalidad pasa por aceptar que los cambios que han ocurrido no son temporales y que no basta comunicarse a través del ordenador/móvil para ser digitales.

Debemos crear entornos laborales y personales que promuevan la colaboración, que inviten al pensamiento crítico, que inspiren la creatividad, que mantenga a las personas y al planeta en el centro de las decisiones y que genere una cultura de cambio, no por el cambio per se, sino porque la capacidad de cambiar (y de ejecutar los cambios) es la competencia indispensable en los tiempos que vienen, la resiliencia necesaria no solo los próximos 18 meses, sino en este próximo y vertiginoso futuro.

Nathalie Alvaray es directora de Impact Hub Prosperidad.

También puede ver este artículo en Ethic.es

 

¿Cuál es la situación actual en la industria del juego en Venezuela?

MADURO Y GUAIDÓ, UN TÁNDEM tan familiar en la vida diaria de la castigada Venezuela que parece que ya no se puede hablar de uno sin mencionar al otro.

El primero cambió las reglas del juego al convocar hace un par de años una Asamblea Nacional Constituyente y poniendo del revés la Constitución venezolana. El segundo, le hizo un órdago al primero al declararse presidente legítimo del país y extendiendo el conflicto más allá del río Negro. Venezuela juega su futuro y ambos presidentes son dos peones de la geopolítica internacional. 

Hablemos entonces de cómo está la industria del juego en la situación actual de la República Bolivariana.

La legislación del juego venezolana se rige por la Ley 36.259 de 1997 para el Control de los Casinos, Salas de Bingo y Máquinas Traganíqueles, sin embargo, esta ley solo regula los casinos físicos y no los casinos online. Esto supone una ventaja y un claro inconveniente. La desventaja es que no existe ningún casino online que disponga licencia para operar dentro de territorio venezolano, además de que, en este momento, los casinos físicos no están abiertos al público debido al conflicto social.

Sin embargo, vivimos en una sociedad en donde el internet está en todas partes y controla nuestro día a día. La industria del entretenimiento y especialmente, el juego online, ha sido uno de los protagonistas en la migración hacia el mundo digital. La industria de los casinos y las apuestas online ha recaudado cerca de 50 billones de dólares en el año 2018, en donde al menos 2 billones corresponden al mercado latinoamericano incluyendo a Venezuela dentro de la lista de países que más acceden a estos sitios web.

Es muy importante para todo venezolano que quiera disfrutar de los mejores casinos online de países como España, conocer cuál de éstos son los más seguros y fiables. Recordamos que es perfectamente legal apostar en casinos online de otros países desde el territorio venezolano, ya que no existe legislación alguna que lo prohíba. 

Otro de los aspectos que debe de tener en cuenta el usuario venezolano, es el de conocer cuáles son los métodos de pago online aceptados dentro del país. Recordemos que el dinero escasea y por eso no están permitidos ni los cheques, ni las cuentas corrientes, ni las tarjetas de crédito en el país. Sí lo están los monederos electrónicos como Paypal o aquellos que disponen de tarjetas de crédito prepago como Neteller o Skrill.

Antes de jugar en línea, verifica cuales casinos online tiene mejor reputación, ofrecen los mejores beneficios y disponen de mecanismos de seguridad que te garanticen que tu dinero está seguro. Recuerda siempre jugar con responsabilidad. 

 

La terminal de autobuses de Bogotá es un huracán de viajeros y vehículos, pasajeros que se despiden entre sonrisas y lágrimas con esperanzas e ilusiones; sueños como el de más de un centenar de venezolanos que acampan en un parque cerca a la estación mientras esperan un futuro mejor.

Son entre 120 y 140 venezolanos, entre ellos cinco bebés, acampados a unos cien metros de la estación del Salitre, en el occidente de Bogotá, donde se refugian del frío de la capital colombiana mientras deciden hacia dónde encaminar sus pasos.

La imagen es la de una multitud abigarrada pues sobre el césped del parque que han renombrado como “El Bosque” se acumulan lonas y plásticos bajo las que tratan de comer, dormir y agotar las horas. Los más afortunados tienen tiendas de campaña.

Y sin embargo, se consideran dichosos: “Me han tratado espectacular en Bogotá (…) Aquí nadie nos ha desamparado, hemos tenido comida, ropa. Tenía no sé cuanto tiempo en Venezuela sin comer un pedacito de pollo o una sardina”, explica a Efe Marleny Márquez, de 38 años.

“Tengo una semana aquí y he subido un kilo (de peso). Allí (en Venezuela) perdí como diez”, comenta Márquez.

Mientras pasan las horas en “El Bosque” reciben ayuda de vecinos y de un grupo de monjas que les llevan comida y ropa para enfrentar el frío bogotano que en esta época mantiene los termómetros por debajo de los 10 grados centígrados durante la mayor parte del día.

Esa solidaridad, aseguran, les permite vivir mejor que en su Venezuela natal, donde conseguir comida es una quimera.

La odisea de muchos de ellos comenzó cuando abandonaron su país y, sin un centavo en el bolsillo, trataron de buscar un futuro camino a Bogotá.

A pie, recorrieron centenares de kilómetros y ahora sueñan con hacer su siguiente tramo en autobús o conseguir un trabajo en Colombia que les permita sostener y enviar ayuda a su familia.

“Vine caminando desde (la ciudad fronteriza de) Cúcuta, tardé una semana con ayudas”, explica Frank Escalante, de 21 años, uno de los últimos venezolanos en asentarse en “El Bosque” tras un recorrido de cerca de 600 kilómetros.

Confiesa que recibió mucho apoyo de colombianos por el camino y que especialmente le apoyaron con “aventones”, como se conoce en la zona a trayectos gratis que hacen muchos conductores.

Frank, Marleny y sus compañeros improvisados sufren especialmente el clima bogotano. “La nevera de Colombia“, está más fría de lo habitual estos días.

Para combatir el clima llevan toda la ropa de abrigo que les han ido regalando por el camino y que siguen sin asumir como propia.

Una de ellas es Carmen, que ha tenido que envolver con todos los abrigos posibles a su hijo de un año porque no se imaginaba “este frío tan terrible que hace aquí”, dice sobre la capital colombiana, situada a más de 2.600 metros del altitud.

Ella lleva apenas una semana en el improvisado campamento y explica que “al comienzo” y durante tres noches durmió junto a su marido y su hijo sobre el césped del parque, luego se le acercaron “muchos colaboradores” y uno de ellos le cedió una carpa con la que hoy enfrentan la inclemencia del tiempo.

Pese a que está muy agradecida por la ayuda que ha recibido, se queja de que en Cúcuta sufrió el abuso de algunos vendedores de billetes de autobús que al saber que no tenía pasaporte en vigor les incrementaban el precio del pasaje.

Ante la imposibilidad de emprender a pie el camino con su hijo hasta Bogotá, trayecto que incluye atravesar parte de la cordillera andina y páramos como el de Berlín, cubierto permanentemente de neblina, Carmen y su marido se dedicaron a la venta ambulante para poder pagar los 100.000 pesos (unos 35 dólares) que les pedían a cada uno de ellos por el trayecto.

En Colombia, donde cerca de un millón de venezolanos se han asentado, las opciones que tiene se han disminuido después de que Perú cerrase la frontera a los venezolanos con pasaporte vencido y la incertidumbre de que Ecuador pueda hacer lo mismo.

Para Carmen y su familia, como para millones de venezolanos, conseguir un pasaporte es una odisea, por lo que buscan cómo quedarse en Colombia, así sea sobreviviendo con la ayuda de sus vecinos improvisados.

Por eso, no duda al asegurar que prefiere Bogotá antes que Venezuela y, entre lágrimas, explica que al menos en Colombia puede alimentar a su hijo.

“Prefiero estar aquí, sé que esto va a cambiar y que vinimos a trabajar y a conseguir un mejor futuro”, concluye.

Cuando las cámaras se apagan, Carmen y su familia alistan su tienda y se aprestan a pasar una noche más en el frío bogotano mientras siguen esperando un autobús que les lleve a otro destino o un trabajo les permita iniciar una nueva vida. EFE

D. Blanco Abr 26, 2018 | Actualizado hace 6 años
In Memoriam, por José Domingo Blanco

 

Las campanas gimieron y luego callaron.

A mansalva, las balas salieron desde el puente.

De bruces cayeron los cuerpos,

rasgadas fueron las banderas

pero, colgadas del aire quedaron, las canciones.

Hay un dolor

desmayado en el alma,

hay tantas muertes colgadas de nuestro dolor,

y no sabemos cuál será el castigo.

Estado de Sitio

Poemas

Rubén Osorio Canales

 

Jairo, Daniel, Miguel Ángel, Gruseny Antonio, Carlos José, Paola Andreína, Johan, Cristian, Yorman, Edy, José Francisco Guerrero, Juan Pablo Pernalete, Armando Cañizales, Miguel Castillo Bracho, Diego Arellano, Paul Moreno, Neomar Lander… la lista no se detuvo allí: fue sumando víctimas con la velocidad que ofrece la impunidad y con la indolencia que da el abuso de poder. Quien ostenta la autoridad, desconoce los límites entre el bien y el mal. Ignora las leyes que se redactaron para limitar sus actuaciones. Quien controla el poder, cree que la ley se redactó para imponerla a su conveniencia. Interpretándola de manera tal que no perjudique sus intereses. Como si la vida, tarde o temprano, no los sentase en el banquillo de los acusados.

En manos de estos sicarios de turno, Jairo, Daniel, Miguel Ángel, Gruseny Antonio, Carlos José, Paola Andreína, Johan, Cristian, Yorman, Edy, José Francisco Guerrero, Juan Pablo Pernalete, Armando Cañizales, Miguel Castillo Bracho, Diego Arellano, Paul Moreno, Neomar Lander… y los otros cientos que faltan en mi lista, perdieron la vida. Sus sueños. Sus primeras novias. Sus actos de graduación. Sus próximos conciertos. La violencia con la que actuaban los cuerpos de seguridad del régimen durante las protestas de 2017, les silenció el reclamo de un balazo. Les segó el camino de vida que tenían ideado como plan a largo plazo. Eran muchachos. Eran, en su mayoría, jóvenes, con la pasión y la valentía que da esa etapa. El régimen les quitó la oportunidad de vivir. Los arrancó de los brazos de la vida, para apagarles los sueños de forma prematura.

Hace un año, cientos de padres, enterraron a sus hijos. Unos hijos con el pecho desnudo, y un corazón palpitante, como único chaleco antibalas. Armados con ideales. Sintiéndose infalibles e invencibles. Sin miedo a lo que pudiera ocurrirles, porque, si lo hubieran sentido, hoy estarían organizando sus rumbas o sus paseos a las playas… o sus vidas en otros países, porque, tanta realidad país, probablemente, los habría hecho migrar. Cuando los asesinaron y, día tras día, un nuevo nombre se sumaba a esta luctuosa lista, llorábamos de forma anónima con esos padres; compartiendo su dolor, sintiendo su rabia, gritando su impotencia. Sentimos nuestra la pérdida de esas valiosas e incuantificables almas. Nada consuela cuando un hijo es asesinado. Y en 2017, el régimen se encargó de dejar sin hijos -sin hermanos y sin nietos- a muchos hogares. Invirtiendo el orden natural de la vida, donde morir de viejos debería ser lo normal.

A cientos de jóvenes que hoy no están en sus clases, en sus trabajos, en sus casas, el régimen los sentenció, condenó y se encargó de ejecutar el castigo, sin escatimar en exceso de violencia, que aderezó con odio, saña, morbo y, por qué no, cierto grado de disfrute perverso. Y nosotros, en abril, mayo, junio, julio de 2017, voluntariamente nos hicimos solidarios con las familias que se enlutaban de forma inesperada y precipitada. Algunos, incluso, hasta hicieron una promesa: “Prohibido Olvidar”, un lema que se ha vuelto común, por la cantidad de desapariciones en el haber de este desgobierno.

Son meses de luto para el país. Porque esas muertes todavía duelen. Hace un año el régimen silenció con balas, lacrimógenas y perdigones, el futuro de Venezuela, el que se llamaba Juan, Yorman, Paul, Miguel o Andreína… un futuro lleno de bríos que salió a las calles a dar la cara por nosotros, a pelear por nosotros, a reclamar los derechos de todos, sin egoísmos, ni mezquindad. Pero, que encontró la muerte. Y sus nombres, se unieron a los nombres de los que también murieron en las protestas de 2014 y que hoy, casi ni recordamos.

“Prohibido Olvidar”, en un país donde los habitantes, pareciéramos sufrir de memoria corta. En un país, donde la hipocresía se ha vuelto la práctica común que facilita la convivencia. “Prohibido Olvidar” y, sin embargo, una vez más, el régimen se anota otro triunfo seduciendo –o aplastando-  con sus perversiones a quienes en algún momento promovían las protestas e hicieron sentir a esos jóvenes, que hoy cumplen un año injustamente asesinados, que el cambio por el que luchaban, ocurriría en cuestión de horas y sin necesidad de que interviniese el CNE.

 

@mingo_1

Instagram: mingoblancotv

La amistad siempre ríe contigo, por Orlando Viera-Blanco

 

Escribo a esas siete letras –amistad- porque desde un pasado mejor podremos soñar un futuro feliz.

@ovierablanco

Siendo un niño sin pisar primer grado, conocí a mi mejor amigo. Mamá no quería dejarme en el colegio porque mi llantén superaba su débil vocación disciplinaria. De pronto un chiquillo minúsculo -(Javier)- se aproxima con una inmensa sonrisa, y me invita a corretear por el patio y conocer el salón de clases.

Al entrar quedé impactado por aquella indescifrable intensidad de colores entre libros, juguetes y pupitres, que atemperaba a la memorable profesora Cruz. Una mujer cuya irrepetible dulce mirada completaba el bosque de razones por las cuales cualquier niño dejaba de llorar y permanecía feliz en el sitio.

Ese día aprendí que la amistad trae alegrías, traza feudos, alivia tus miedos y da luz a tu vida….

Otro amigo de mi niñez (Paúl) me preguntó, mientras comíamos un delicioso perro caliente, «¿Tú juegas béisbol?». Al tiempo me batía entre correr, patinar, pedalear o subir montañas… No recuerdo haber soltado un bate y un guante desde el día siguiente de la pregunta.  De las chapitas, a la pelotica de tirro, de goma y a la olorosa y regia pelota del Sr. Rawlings. Ahorraba cada día para comprar mi guante ideal.

Mi nona Mercedes me regaló un fuerte para completar ocho bolívares y comprar una mascota -sic -con la cual !pretendía jugar tercera base! Pues así (con mascota), jugué varios partidos hasta que el manager (Julio Castro) me dijo: “O juegas con un guante normal o acabarás con la boca abierta”. El presagio no tardó en llegar…

Sería injusto dejar de mencionar las verdaderas heroínas de nuestro afán por el béisbol. Las madres de aquel equipo infante, los tigres de prados del este: Rosita Troconis, la Sra. Trujillo o mi incansable madre, cuyos carritos parecían carrozas de tanto muchachito que montaban para llevarlos de vuelta a casa (además, comidos).

De la sugerencia de Paul aprendí que un consejo de un amigo siempre es bueno porque nos lleva a un universo maravilloso de personas y circunstancias determinantes en tu vida. Sin duda debo al béisbol lo que soy. De su camaradería, picardía y bondad, «atrapé» amistades que se convirtieron en un infinito eslabón de contactos y referencias.

Imposible dejar de mencionar a Andrés en Venezuela o Peter Cousin en NY, anuentes de ese amor común por el béisbol. Por ellos consolidé regios logros profesionales; más por mi brazo (sin brújula) !que por mi pluma! (también curvera)…

Gracias a otra bella amistad (Coy), me topé con la música. Expresión del alma y extensión de libertad.  Con ella sueñas, visualizas y libras deseos. Aprendes a amar y a ser amado…Y con otros amigos de la adolescencia (Manuel, Cesar, el Flaco Losada), tanto gané el hábito por las pistas y la competencia, como por grabar mis TDK’s o comprar discos. Aprendí por cierto desde pequeño, que es preferible romper una sociedad que una amistad. Más vale regalarle a un amigo tu disco, tu libro o tu prenda de vestir, que reclamarlo o compartirlo, porque lo sublime es que al oír Hotel California, Polvo en el viento, Pedro Navaja o La dama de la ciudad, venga a tu mente la “fogata” donde estabas, el primer beso que te dieron (mi timidez me impedía darlo) o tu primer Belmont

Con mis amigos aprendí a rodar entre patines, carruchas y bicicletas. Y también a navegar mar adentro (Mauricio). Cuánta libertad depender solo de ti.

Aprendí que las rutas las haces tú, por lo que el destino no es suerte, es voluntad. 

De los primeros amigos tomé mis primeras grandes decisiones: no estudiar Medicina o Ingeniería, sino Derecho. No irme del país, ni de la carrera. Tocar cuatro o guitarra. Elegir a mi esposa (novia desde el colegio), con quien planté familia de cuatro irrepetibles críos… En la adultez vinieron otros amigos. Con ellos consolidé el respeto por los otros (Noel); el tacto en los negocios (Gastón); la pasión por la ética y la política (José Vicente), la decencia como solvente (Diego), la nobleza como redención (Carlos V.), el perdón sanador (mamá), y el amor por la familia y por Venezuela (mis alumnos, mis hermanos, mamá y papá). Porque también ellos -la familia, tu pareja, profesores, clientes o pupilos- son tus mejores amigos…

Quedan muchos en la lista, tanto del colegio como de la universidad. Son ellos quienes construyeron tu verdadera historia por lo cual merecen igual tributo.

Como escribía el grande Fernando Pessoa, poeta portugués: “El amigo que no sabe reír conmigo, no sabe sufrir conmigo. Mis amigos son todos así:  Mitad bromas, mitad seriedad… Quiero amigos serios de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca. No quiero amigos adultos ni comunes. Los quiero mitad infancia y mitad vejez. Niños para que no se olviden del valor del viento en el rostro, y ancianos para que nunca tengan prisa… Amigos para saber mejor quién soy yo, pues viéndolos locos, bromistas y serios, niños y ancianos, nunca me olvidaré que la normalidad es una ilusión estéril

En fin, amigos como océanos, tanto llanos y prístinos, como amplios y profundos…

Escribo a esas siete letras –amistad– porque desde un pasado mejor podremos soñar un futuro feliz. En estas festividades que han sembrado tanto dolor, levantemos el teléfono y llamemos a nuestros amigos. Ellos son el reflejo de que otra Venezuela existió y que otra será posible… Nunca está de más un ¡Hola amigo soy yo, tu hermano: te tengo presente y te quiero mucho…!

La circunstancia

La circunstancia

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Nota: artículo actualizado el 9 de octubre de 2010.

Juntos sí hay futuro, por Roberto Patiño

Unión

 

Todos padecemos o sabemos de alguien (un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, un vecino) que no consigue o no puede pagar los medicamentos para un tratamiento o una afección crónica, que está teniendo problemas para poder alimentarse y llegar a fin de mes. Una situación que ha alcanzado cuotas tan alarmantes e impactando de manera tan devastadora a la población, que desde hace tiempo es reconocida por la comunidad internacional: Venezuela es descrita como un país al borde de una crisis humanitaria.

Las gravísimas problemáticas de alimentos y salud han alcanzado una magnitud sin precedentes. Leemos las noticias de las muertes de infantes por desnutrición, las alertas que emiten organizaciones como Caritas, vemos a venezolanos en las calles rebuscando comida en la basura. Por otra parte, se multiplican las muertes y padecimientos por falta de insumos médicos y resurgen enfermedades como el paludismo y la difteria, que creímos minimizadas o erradicadas desde hacía años.

Esta crisis se ha profundizado afectándonos a todos de alguna u otra forma. Vivimos una crisis económica en la que sencillamente el dinero no alcanza para comer. De igual forma nuestra cotidianidad se ve trastornada por la imposibilidad de encontrar medicamentos o por los altos precios que estos han alcanzado. Pensemos, por ejemplo, lo que significa para una persona con sueldo mínimo necesitar de un antibiótico cuya caja cuesta hasta Bs. 400.000.

Como sabemos, la respuesta del gobierno ante esta situación es la de continuar la crisis, promoviéndola y aprovechándola. Aplica la misma fórmula catastrófica que viene afectando de manera cada vez más destructiva las condiciones de vida de la colectividad: por un lado, insiste en políticas empobrecedoras y excluyentes (controles de precios, disminución de la producción nacional) mientras en paralelo implementa sistemas de control y sometimiento que vuelven dependientes del Estado a sectores cada vez más amplios de la población. Mecanismos como los CLAPs o los carnets de la patria, que condicionan la entrega de alimentos o distribuyen de manera mezquina escasos beneficios sociales, promoviendo la exclusión y la desigualdad, impidiendo el desarrollo y la autonomía de las personas.

En una nación en crisis, con un gobierno que explota las necesidades de sus ciudadanos para mantenerse en el poder, es fundamental el reencuentro de los venezolanos y la activación de la colectividad, tanto para enfrentar los problemas comunes que nos afectan como para construir un proyecto de futuro en el que todos estemos representados. La gravedad del contexto actual nos afecta a todos y nos exige, para su transformación, replantearnos en qué manera podemos participar e involucrarnos. La situación actual debe ser leída como un llamado a la sociedad para reflexionar sobre la importancia de valores como la solidaridad y la convivencia. No como ideales abstractos sino como herramientas indispensables para la articulación de las fuerzas sociales en la construcción de un proyecto de país.

Nuestra experiencia con iniciativas como Alimenta la Solidaridad en la que convergen el empoderamiento y la organización local, la participación de organizaciones sociales y grupos privados, nos demuestra una vía de trabajo posible que genera resultados y cambios en la realidad. La solidaridad y la convivencia son conceptos que se materializan en un plato de comida, en una comunidad trabajando en conjunto, en una empresa contribuyendo activamente a aliviar una emergencia social. Una Venezuela posible, distinta a la visión de exclusión, opresión y conflicto impuesta por el gobierno, que se produce solo por el encuentro y el compromiso real de las personas.

Sin un cambio en el modelo de poder y la implementación de un plan de rescate que atienda a la crisis en toda su complejidad no es posible cambiar el actual contexto de dificultad y problemas que atraviesa el país. Pero para lograr condiciones de transformación, es fundamental activar mecanismos de solidaridad y convivencia que contribuyan a revertir las políticas de fragmentación y empobrecimiento del régimen. Y esta narrativa de reconocimiento, encuentro y participación debe alcanzar a los sectores políticos, económicos y sociales del país para plantear una vía, posible e inclusiva, hacia el futuro.

 

@RobertoPatino