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Fórmula infalible para fracasar, por Armando Martini Pietri

Hay quien piense, y sostenga, que cuando Hugo Chávez las cosas iban mejor en Venezuela. De hecho, se alardea en algunos sectores -viudos del fallecido comandante, otros pobres y soñadores, como se suele ser cuando el único capital que se tiene es la esperanza- de que con el galáctico eterno al frente estaríamos viviendo mejor.

En realidad estaríamos peor, porque Chávez fue el inventor de las bases de la revolución venezolana, que fueron derroche y prometer sin pensar ni parar; cuando Venezuela recibía más ingresos que nunca por los altos precios petroleros, Chávez endeudó al país alegre e irresponsable, de supina ignorancia económica y política, puso al mismo petróleo como garantía a los chinos, que no actuaban con generosidad solidaria sino con criterio de previsión a sus intereses.

Esos recursos no fueron al pueblo que amaba ciego a Chávez y tanto esperaba de él. 

Conste que decimos “infalible” y no “fácil”. Porque arruinar un país no es tan sencillo como parece, y mucho menos cuando, además, es de los más importantes y avanzados productores de petróleo del mundo. Los árabes, que pocas décadas atrás andaban en sandalias y montados en camellos cruzando desiertos entre oasis y oasis, hoy diseñan y construyen ciudades nacidas para ser capitales mundiales, mantienen sus tradiciones sociales y religiosas mientras reajustan sus naciones a ser como mínimo líderes regionales, alimentan a sus poblaciones -aunque reyes y príncipes se hagan inmensamente ricos y dejan los dromedarios como elementos para fotografías de turistas.

La diferencia es que en Venezuela los imbéciles y estúpidos que se creen majestades y altezas no tienen tradiciones ni formación y se hacen infinitamente ricos, pero sus poblaciones se mueren de hambre; es decir, la cúpula que manda como si el estado fuera de su propiedad mejora en lo financiero -lo cultural es otra cosa-, mientras la ciudadanía empeora cada día en lo económico, la salud, educación, seguridad, dignidad y oportunidades.

Por allí anda la fórmula que, como advertimos, no es compleja de mezclar pero complicada de aplicar; hay que reconocerle a chavistas y maduristas, cada grupo en su momento, han sido, al menos en eso ya que en más nada, exitosos. Un país afable, bueno y en desarrollo, donde pocos tengan mucho, unos cuantos hayan creado con empeño empresas de varios tamaños y especialidad, y dígale a la mayoría que no tienen nada ni coraje para levantar compañías, que esos ricos y emprendedores son los culpables de todos los males de los pobres y desposeídos, que les han robado su dinero y petróleo -en el caso venezolano- y por eso están en la miseria.

Y asegúreles, entonces, que usted les resolverá todo, les dará viviendas, automóviles y trabajos en los cuales perciben lo mismo que ganan los que son expertos porque son ellos, los necesitados, el pueblo, los verdaderos dueños de todo y por eso víctimas del bandidaje de una minoría apoyada en la maldad de quienes inventaron y sostienen el capitalismo salvaje -suma y conspiración de todos los males- con armas en las manos, poderosos aviones en los aires y enormes buques llenos de mercenarios invasores en los mares, es decir, los yanquis rectores del imperialismo.

Usted se encargará de castigar a los malos, regalar bienestar y riqueza a los buenos, que son el pueblo. 

Allí está la fórmula y muchos pendejos ignorantes la creerán, como creyeron los obreros y campesinos rusos a Lenin y bolcheviques, los alemanes al asesino de Hitler y sus nazis, italianos a la ópera bufa del tirano Mussolini y sus fascistas, cubanos de la mitad del siglo XX al sinvergüenza de Fidel Castro y los venezolanos de fines del mismo siglo, que no leen información ni libros y siempre creen ser los más vivos, cayeron en la misma trampa.

Porque viene la ejecución de la fórmula, los nazis mataron judíos, gitanos, intelectuales y a todo el que no pensara igual que el energúmeno déspota austríaco atiborrado de complejos, los italianos al enloquecido Duce, nosotros a aquellos militares de tercer nivel -y casi todos de oscuras trayectorias y bajas calificaciones- que prometieron revolución y nos la han dado, han revolucionado y destrozado la economía, comida, medicamentos, salud, educación, producción agropecuaria e industrial, petróleo y moneda.

En apenas 20 años han llevado a la Venezuela sometida al imperialismo entre buenas comidas tres veces al día, auto mercados repletos de productos tan de lujo como leche en polvo y variedades diferentes de aceites comestibles y una moneda nacional que, aunque progresivamente golpeada mantenía fuerza, a ser la actual Venezuela Potencia Socialista que busca su comida en las bolsas de basura, no consigue ni siquiera los billetes que valen menos que el papel y la tinta usados para imprimirlos pero nos evitan pedagógicamente caer en esas enfermedades de los ricos que son el consumismo, derroche, y por el contrario nos han enseñado el valor de la solidaridad con la Cuba castro arruinada y cualquier gobierno que le cante un par de alabanzas.

Hay que reconocer que en esto existen fallas, pero nadie es perfecto. Por ejemplo, los excesos de rigor con quienes pretenden seguir engañando a los venezolanos (los que todavía no se han ido) con los embustes prejuiciados del imperialismo, y la creciente incapacidad para defender a los próceres revolucionarios de la rapacidad imperial que clava sus uñas en sus modestos ahorros en bancos estadounidenses y europeos.

Cuando un país se enferma gravemente tendrá más depredadores y carroñeros que amigos. Venezuela está muy cerca del abismo, no es ficción es realidad.

 

@ArmandoMartini 

Descubren qué parte del cerebro hace fracasar las dietas

cerebro

 

“Si preguntas por la calle cuál es el motivo de que una persona esté obesa, la mayoría de la gente te responderá que es porque come demasiado, y tienen razón. Pero la pregunta importante es: ¿por qué come demasiado?”. La pregunta la planteaba Jeffrey Friedman en una entrevista con Materia. En 1994, este científico estadounidense había identificado la hormona que nos dice cuándo debemos comer y cuándo es momento de parar. Este tipo de trabajos mostraron que el peso era un rasgo regulado por genes, de un modo similar a la estatura, y que pensar en manipularlo de una manera significativa a partir de dietas puede ser algo más complicado que una cuestión de voluntad y buenos hábitos.

Millones de años de evolución nos han legado una herencia genética que busca un equilibrio entre los riesgos de morir de hambre y los inconvenientes de estar demasiado gordo para cazar o huir de los depredadores. El centro de control de este mecanismo se encuentra en el cerebro, encargado de gestionar las señales que envía el organismo y el entorno para mantenernos con vida el mayor tiempo posible. Uno de los mecanismos clave de ese sistema es el hambre, un acicate necesario para enfrentarse a la caza de un mamut, pero un enemigo mortal en un mundo con comida por todas partes.

Esta semana, dos equipos independientes de científicos publican dos trabajos que han tratado de desentrañar las redes de neuronas que gestionan la información y los impulsos relacionados con el alimento.

Uno de los grupos, liderado por Bradford Lowell, investigador de la Escuela de Medicina de Harvard es uno de los descubridores de las neuronas AgRP, unas células nerviosas que detectan la falta de calorías y desencadenan una serie de señales que nos hacen necesitar comida. Esas moléculas tienen niveles más elevados entre las personas obesas y más bajos entre las delgadas.

Ahora, en un artículo que se publica en la revista Nature Neuroscience, explican el descubrimiento de un circuito que inhibe y controla las ganas de comer. Este mecanismo, regulado por una proteína bautizada como MC4R, podría convertirse en una diana para crear un fármaco que ayudase a controlar el apetito y la obesidad, al reducir el sufrimiento del hambre asociado a la dieta.

Una vez que identificaron las neuronas que controlaban la saciedad, situadas en el hipotálamo, la zona del cerebro que regula nuestros mecanismos básicos de supervivencia, los investigadores observaron que las señales de esta región se comunicaban con otra en la parte de atrás del cerebro conocida como núcleo lateral parabraquial. Después, los investigadores diseñaron un experimento para identificar el modo en que se transmitían estas órdenes. Lo hicieron a través de un sistema que, empleando ratones modificados genéticamente, permitía activar neuronas a través de láser azul que actuaba sobre un implante de fibra óptica en su cerebro.

Con ese sistema, introdujeron a ratones hambrientos en un espacio con dos cámaras, una normal y una con una luz azul que activaba el implante de los ratones modificados. Además, utilizaron ratones sin modificar. Estos últimos no mostraron preferencia por ninguna de las dos habitaciones, pero los manipulados prefirieron claramente la azul, donde el láser activaba la región del cerebro relacionada con el hambre y les aliviaba la necesidad de comer.

Ahora, Lowell y su equipo trabajan para aplicar lo aprendido con estos experimentos a la salud humana, aunque reconoce que implantar fibra óptica en humanos puede no ser la mejor solución para la obesidad. “Idealmente, estas neuronas se estimularían con un fármaco. Ahora estamos trabajando para identificar todos los genes que expresan estas neuronas de la saciedad y esperamos que expresen algo que pueda ser empleado como una diana terapéutica”, explica Lowell aMateria.

En un trabajo que buscaba comprobar una parte relacionada de este mecanismo, Scott Sternson, investigador del Instituto Médico Howard Hughes, también analizó la función de las neuronas AgRP. Según el investigador, estos interruptores del hambre se activan cuando la pérdida de peso alcanza entre el 5% y el 10% de la masa corporal, y explicaría en parte por qué al principio una dieta puede funcionar para después acabar en fracaso debido a un apetito permanente que nos quiere devolver a lo que considera nuestro peso normal.

“Estamos estudiando diferentes formas en las que el cerebro controla el apetito”, afirma Sternson, que ha publicado su estudio en Nature. “Durante más de 60 años, todos los estudios neurobiológicos han sido consistentes con la idea de que el hambre hace que la comida sepa mejor, y esto es sin duda cierto. Sin embargo, hemos identificado un grupo de neuronas diferentes que provoca el hambre por un mecanismo distinto: producen una señal que genera un sentimiento desagradable y los animales aprenden a comer, en parte, para acallar esa señal”, añade. “Por lo tanto, estas neuronas contribuyen a los aspectos emocionales negativos de perder peso, ya sea debido a la inanición, que estas neuronas evolucionaron para prevenir, o debido a una dieta para perder peso”, concluye.

Hasta ahora, Sternson y su equipo, que como Lowell han desarrollado sus experimentos con ratones, manipulan las neuronas de la saciedad a través de virus, de una manera similar a como se insertan nuevos genes en la terapia génica. “Esta podría ser una manera en que se podría hacer en las personas, pero también, podríamos comprender lo bastante sobre los receptores y las enzimas expresadas en las neuronas AgRP como para desarrollar fármacos que los modifiquen en el futuro”, apunta.

Los dos enfoques presentados esta semana servirían, si se pueden llevar con seguridad a humanos, para reducir la ingesta excesiva de comida y, al mismo tiempo, evitar los efectos desagradables del hambre que acompañan a la dieta y que, como explicaba Friedman, parece recordarnos que nuestro peso, como nuestra estatura, está escrito en los genes y no hay demasiado que podamos hacer para cambiarlo a largo plazo.