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Donald Trump

Trump suspende la deportación de venezolanos durante 18 meses
La decisión supone un guiño a la comunidad venezolana en EEUU, la mayoría residente en Florida

Donald Trump, presidente saliente de los Estados Unidos, suspendió la deportación de venezolanos durante los próximos 18 meses, además de concederles permisos temporales de trabajo.

Se trata de una de las medidas que tomó Trump en su último día como presidente, este martes, 19 de enero. Este miércoles es la toma de posesión de Joe Biden.

En un comunicado de la Casa Blanca, Trump expresó: «La situación de deterioro dentro de Venezuela justifica el aplazamiento de la expulsión de los ciudadanos venezolanos que se encuentran presentes en los Estados Unidos».

Según expresó, esta decisión, de la que se pueden beneficiar los que permanezcan en el país al 20 de enero, responde al «interés de política exterior de Estados Unidos».

Vale aclarar que la medida tiene algunas excepciones y no aplicará para personas que hayan sido deportadas con anterioridad o que fueron condenadas de un crimen o dos delitos menores.

 

Además de suspender la deportación de venezolanos, Trump aprobó «autorizaciones de empleo para extranjeros cuya expulsión haya sido aplazada (…) por la duración de dicho aplazamiento».

Esta medida de Trump hace un guiño a la comunidad venezolana en EEUU, en su mayoría residente en Florida, que le respaldó estos cuatro años por su beligerancia contra el régimen de Nicolás Maduro.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump impuso rondas de sanciones económicas contra el gabinete de Maduro, a quien considera «ilegítimo».

Con información de El Pitazo

Trump en su despedida: Hicimos lo que vinimos a hacer y mucho más
Trump condenó nuevamente el asalto al Capitolio que ocurrió el pasado 6 de enero

El saliente presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, dio este martes su último discurso como mandatario norteamericano, donde agradeció a los miembros de su gabinete la participación dentro de su administración y resaltó los logros de su mandato.

“Compatriotas estadounidenses: Hace cuatro años, lanzamos un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país, renovar su espíritu y restaurar la lealtad de este gobierno a sus ciudadanos. En resumen, nos embarcamos en una misión para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, para todos los estadounidenses”, expresó Trump en el mensaje grabado y publicado en la red social YouTube.

Asimismo, el mandatario agradeció al pueblo estadounidense por haber confiado en él, lo que calificó como “un privilegio”. “Ser su presidente ha sido un honor indescriptible. Gracias por este extraordinario privilegio. Y eso es lo que es: un gran privilegio y un gran honor”, señaló.

De la misma manera, el aún jefe de Estado manifestó sentirse orgulloso de ser el primer mandatario estadounidense “en décadas” en “no haber iniciado nuevas guerras”.

En el video de casi 20 minutos de duración Trump repasó los hitos de su administración, entre ellos la reducción de impuestos, el acuerdo comercial con Canadá y México, la construcción de más de 700 kilómetros de muro en la frontera con México, la muerte del líder del grupo terrorista ISIS, Abu Bakr Al Baghdadi, y del jefe de la fuerza Quds del regimen iráni, Qassem Soleimani, y los “Acuerdos Abraham” en Medio Oriente, entre otros.

“Todos los estadounidenses quedaron horrorizados por el asalto al Capitolio. La violencia política es un ataque sobre todo los que los estadounidenses defienden. No puede ser nunca tolerada”, señaló sobre los eventos del 6 de enero, cuando miles de seguidores de Trump irrumpieron en el edificio del Congreso, dejando un saldo de cinco muertos y decenas de heridos.

Tras el incidente, las cuentas de Trump en las diferentes redes sociales fueron vetadas, luego de que las compañías argumentaran que el presidente las había usado para arengar a sus seguidores para que actuaran con violencia, en una polémica medida que para muchos afecta la libertad de expresión.

Al respecto, Trump consideró que “sólo si nos olvidamos de quienes somos y cómo llegamos aquí es que podemos permitir la censura política y las listas negras en Estados Unidos”.

Donald Trump triunfó en las elecciones presidenciales de 2016 tras enfrentarse a la demócrata Hillary Clinton, y asumió su mandato el 20 de enero de 2017. Su victoria significó la vuelta al poder del Partido Republicano tras los ocho años del gobierno de Barack Obama y revitalizó al campo conservador en la política estadounidense.

“Hace cuatro años, vine a Washington como el único outsider verdadero en ganar la presidencia. No había pasado mi carrera como político, sino como constructor mirando horizontes abiertos e imaginando infinitas posibilidades. Me postulé para presidente porque sabía que había nuevas cumbres imponentes para Estados Unidos esperando ser escaladas. Sabía que el potencial de nuestra nación no tenía límites siempre y cuando pusiéramos a Estados Unidos en primer lugar”, expresó.

El mandatario aseguró que la dirección económica de EEUU se encontraba en el sitio correcto después de los acuerdos con Canadá, México y China; pero que la pandemia por coronavirus “los obligó a cambiar de vía”.

“Peleé por Estados Unidos y todo lo que representa, para que sea segura, fuerte, orgullosa y libre. Ahora, mientras me preparo para hacer el traspaso de mando a una nueva administración el miércoles al mediodía, quiero que sepan que el movimiento que fundamos está apenas comenzando”, indicó.

“Dejo este sitio majestuoso con un corazón leal y dichoso, un espíritu optimista y la confianza suprema en que lo mejor está por llegar para nuestro país y nuestros hijos. Gracias y adiós, Dios los bendiga y Dios bendiga a los Estados Unidos de América”, concluyó.

Trump ve el poder como propiedad privada, un hábito compartido por los autócratas

En la gráfica, Vladimir Putin, Donald Trump, Hugo Chávez, Alexander Lukashenko y Nicolás Maduro. Comp. Runrunes.

Los referendos, empañados por la intimidación y la violencia, tuvieron el mismo resultado de extender los mandatos de Lukashenko en Bielorrusia, Abdelaziz Bouteflika en Argelia y Hugo Chávez en Venezuela

 

@Conversation_E

Poco antes de que multitudes de sus partidarios irrumpieran en el Capitolio el 6 de enero, Donald Trump les imploró que » recuperaran nuestro país «. Sus palabras se hicieron eco de una larga historia de autoritarios que han intentado privatizar el poder y convertirlo en propiedad personal.

Recuperar lo que es tuyo no sería, según esta lógica, invasión, terrorismo o traición. En cambio, se trata simplemente de arreglar las cosas. Al incitar a una multitud predominantemente blanca a sitiar una institución que ratificaba lo que se les había dicho que era una elección «robada», Trump estaba tratando de preservar su presidencia como si fuera propiedad privada. Suya, para conservarla o regalarla.

Convertir el poder en propiedad

Como estudiosos del autoritarismo comparativo, hemos aprendido que esto no es nada nuevo. La historia ofrece muchos ejemplos atroces de autócratas que trataron su cargo y sus poderes como propiedad privada. Luis XIV, rey de Francia, no supo distinguir entre él y el Estado. Según la leyenda, el “Rey Sol” decía que él era el estado o, modificado en términos de propiedad, que el Estado le pertenecía.

Ya sea que los autócratas lleguen al poder por casualidad de nacimiento, sean elegidos o usurpen el liderazgo del Estado, casi habitualmente sucumben a la tentación de considerar su posición no como un préstamo temporal, sino como un capital que pueden disponer como propietarios. La forma en que los autócratas tratan la tenencia, la sucesión y los bienes del Estado revela cómo tratan el poder político como propiedad privada.

Una vez elegidos, de manera justa o después de manipulación, los autócratas tienden a arrebatar el poder a un gobierno legítimo y, si es necesario, eliminan los límites de tiempo de su mandato.

En el caso de Xi Jinping de China, esto se logró a través de cambios constitucionales cosméticos manejados por cuadros del partido obedientes. Los referendos, empañados por la intimidación y la violencia, tuvieron el mismo resultado de extender los mandatos de Alexander Lukashenko en Bielorrusia, Abdelaziz Bouteflika en Argelia y Hugo Chávez en Venezuela.

Los déspotas descarados, como el exlíder de Uzbekistán, Islam Karimov, simplemente ignoran un límite constitucional de mandato. Vladimir Putin lo eludió estableciendo primero un títere, Dmitry Medvedev, antes de fingir un nuevo comienzo después de manipular la Constitución.

Cuando se trata de Trump, se enfrentó al final inminente de su mandato a través de la negación. La elección perdida lo obligó a negar que sucedió, en lugar de reclamar una victoria aplastante. Contra toda evidencia, Trump denunció lo que afirmó que era un fraude electoral, insistió en repetidos relatos y presentó una serie de demandas sin mérito.

Pero incluso los jueces de la Corte Suprema nombrados por Trump no pudieron defender sus afirmaciones sobre lo que él creía que era suyo: la presidencia. El último llamado de Trump para fabricar hechos que respaldaran su negación se envió al secretario de Estado de Georgia para obtener más de 11.780 votos.

Herencia del poder

Siguiendo el ejemplo de las monarquías hereditarias, los autócratas tienen una inclinación por controlar la transferencia de cargos políticos como propiedad. Actuar como si fueran «dueños» del poder justifica la selección y unción de un heredero.

También asegura la amnistía tácita de cualquier crimen que puedan haber cometido al poner en su lugar a alguien que pueda absolverlos y la suave continuidad de un gobierno autoritario para continuar con su legado.

Las versiones más duras de esto incluyen la dinastía Kim en Corea del Norte y el clan de la familia Assad en Siria, en la que los autoritarios garantizan la continuidad a través de su descendencia. En otros lugares, son las esposas, por ejemplo, Eva Perón en Argentina e Imelda Marcos en las Filipinas, quienes se convirtieron en poderosas figuras nacionales utilizando la base de apoyo que sus cónyuges habían acumulado.

Mientras tanto, para otros son amigos, como Nicolás Maduro en Venezuela, que era un leal a Chávez, o médicos personales, como el asesino François “Papa Doc” Duvalier en Haití  quienes se convierten en confidentes de los líderes gobernantes y luego herederos del trono.

Bajo el comunismo al estilo soviético, el partido primero ocupa el lugar del poder como heredero legítimo para asegurar una continuidad ininterrumpida. La sucesión tiende a ser más difícil cuando unas elecciones razonablemente fiables conllevan el riesgo de expropiar al titular del poder.

Trump pudo haber tenido la intención de eliminar este riesgo combinando la negación de los resultados con acciones judiciales, la difusión de narrativas falsas y la incitación a la insurrección de sus seguidores.

Apropiación de bienes públicos

El autoritarismo político da sus frutos, ha demostrado la historia, especialmente para aquellos que comercializan despiadadamente su posición de poder. Asumen que en virtud de su cargo tienen derecho a los bienes del Estado, o más bien de la sociedad, para uso privado.

Los líderes autoritarios han tendido a desdeñar la generación de ingresos regulares, por lo que sus balances ocultos se parecen mucho a los de las redes operativas del crimen organizado que se especializan en hurto, malversación, fraude y soborno. Los autócratas de los últimos días ocultan, lo mejor que pueden, las fuentes de su riqueza o se niegan a pagar impuestos.

Hitler hizo que se agitara su deuda tributaria en 1935 y luego declaró que pagar impuestos era incompatible con el cargo político del Führer. Los ingresos declarados de Putin se comparan con los de un burócrata ruso de nivel medio, mientras que en realidad, según cálculos conservadores, sus activos ascienden a más de 200.000 millones de dólares. No ha quedado claro hasta hoy cómo el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi aumentó su ya considerable riqueza durante sus cuatro mandatos. Fue condenado por evasión de impuestos y fraude de balance. El dictador chileno Augusto Pinochet distribuyó sus activos líquidos mal habidos y los de su familia en más de 100 cuentas solo en Estados Unidos.

Trump rompió con la práctica de los candidatos presidenciales y los presidentes al negarse persistentemente a divulgar sus declaraciones de impuestos, una negativa que sus abogados justificaron ante la Corte Suprema con el argumento de «daño irreparable». Trump también aprovechó su oficina para enriquecer a los familiares brindándoles oportunidades comerciales. A un costo para los contribuyentes estadounidenses, la compañía Trump cobró al Servicio Secreto por las habitaciones en las propiedades de Trump. El empresario-animador aparentemente se ha glorificado en los beneficios monetarios de su presidencia con nociones de que encarna «la Gran» América.

Queda por ver si la democracia estadounidense tendrá la fuerza para expropiar al expresidente Trump, quitarle las ventajas (honor, confianza y beneficio) de la presidencia y enseñar a quienquiera que siga la diferencia entre propiedad privada y pública.

Fernanda G Nicola, profesora de Derecho en American University / Günter Frankenberg, Catedrático de Derecho Público, Filosofía del Derecho y Derecho Comparado, Universidad Goethe de Frankfurt am Main

Este entrada de The Conversation se publica bajo licencia Creative Commons

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Alex Saab saluda llegada de Joe Biden y fustiga a Donald Trump
En la carta, Saab señaló que la OFAC es un arma política de destrucción

Alex Saab, empresario colombiano detenido en Cabo Verde, envió una desafiante carta a Joe Biden, nuevo presidente de los Estados Unidos y criticó la administración saliente de Donald Trump.

En la misiva, que escribió desde la cárcel, Saab dedicó duros mensajes contra el presidente saliente Donald Trump, saludando el ingreso de Biden a la presidencia de EEUU. «Damos la bienvenida a la elección del presidente Joe Biden y solo nos queda rezar para que cambie las políticas corrosivas hechas por Trump», escribió.

«Trump creció odiando el socialismo, a los latinos, a los afroamericanos, a los musulmanes y casi todo lo que tiene vida, excepto a sí mismo», expresó Saab.

«Entonces, ¿por qué nos odia? Porque si los pobres progresan, no puede explotarlos tanto. Su actitud no es nada más que básicamente la idea capitalista de explotar a los trabajadores», añadió.

Saab, quien fue acusado por lavado de dinero, señaló que la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro es un arma política de destrucción para apoyar la extralimitación judicial extraterritorial.

«La filosofía de Trump es la del matón callejero: grita lo suficientemente alto sobre la libertad de pensamiento pero los que piensen de forma diferente a mí morirán», escribió y dijo que ahora EEUU sancionó a sus familiares y allegados solo por estar vinculados a su persona.

 

Asimismo, acusó a la administración de Trump de contratar a bloggers, influencers, y supuestos falsos medios de comunicación para atacar a los países que son considerados una amenaza.

«Se han gastado millones de dólares contratando a cientos de bloggers, influenciadores y creando sitios de seudonoticias para atacar a los países que considera que son una amenaza. El objetivo es decir la mentira un millón de veces hasta que la gente crea que es ‘la verdad’», insistió.

Con información de El Tiempo y El Pitazo

Biden se alista para asumir una presidencia con grandes desafíos
El presidente electo de los Estados Unidos no ha podido confirmar a un solo ministro 

Joe Biden tiene grandes planes para lidiar con la pandemia y reencauzar la economía estadounidense en los próximos meses, tal y como dijo en un discurso el jueves por la noche.

Su problema es que no tiene gobierno para hacerlo, no ha podido confirmar a un solo ministro, y en el Senado dispondrá de una mayoría por la mínima por lo que ni él ni su partido se pueden permitir un solo paso en falso.

Por primera vez en la historia reciente, un presidente se dispone a jurar el cargo sin que el Senado haya confirmado a uno solo de los integrantes de su gabinete, algo insólito y que obedece principalmente a la negativa de Donald Trump de aceptar su derrota, pero en parte también al hecho de que los líderes demócratas en el Capitolio han decidido iniciar un impeachment o juicio político que ahora recae en el Senado.

El nuevo presidente entra a la Casa Blanca con un plan ambicioso para atajar la crisis del coronavirus cuyo costo estimado es de dos billones de dólares. Biden quiere mandar cheques de 1.400 dólares por familia, un suplemento al desempleo de 400 dólares, ayudas a las escuelas para reabrir con nuevas medidas sanitarias, y duplicar el salario mínimo de los 7,25 dólares la hora actuales. El grueso de la inversión, 160.000 millones, serían para vacunación.

Cuestión de tiempos

El problema de Biden es la rapidez con la que podrá aprobar ese gran paquete de estímulo. Los demócratas ganaron la segunda vuelta de las elecciones al Senado en Georgia, pero no jurarán el cargo hasta finales de este mes. Hasta entonces, los republicanos siguen siendo mayoría, y están divididos con respecto al tipo de ayudas a aprobar para ayudar a las familias en la pandemia. 

Lee la nota completa aquí 

El factor Trump dividirá la historia

@asdrubalaguiar

El mundo, sobre todo los europeos y latinoamericanos e incluidas sus dictaduras de izquierda, como se constata desde los hechos del 6 de enero pasado, aún gira alrededor de Estados Unidos. Este sigue siendo la Roma de la antigüedad en el siglo XXI y todos los caminos conducen a ella. Acaso, como todos los imperios, en algún momento llegará a su final.

El factor Donald Trump es el síntoma que no el origen de la compleja realidad histórica global que vive Occidente desde hace treinta años (1989-2019). Aquél la desnuda. La literatura sigue repitiendo que Hugo Chávez Frías en Venezuela fue un traspiés, es decir, el producto de la negligencia o la miopía política de sus predecesores, quienes debieron frenarlo a tiempo y hasta encarcelarlo de por vida.

Nadie ha querido apreciar que Trump y Chávez, tanto como Berlusconi en Italia, son íconos que dibujan el presente y anuncian el porvenir.

Las masacres del Caracazo y Plaza Tiananmén – en ambos extremos del planeta – fueron las campanadas del derrumbe de la Unión Soviética y el ingreso de la Humanidad a la 3ª revolución industrial; la del dominio digital y la virtualidad, de lo imaginario con su tiempo de vértigo, por sobre las realidades geográficas de las patrias de bandera y sus sólidos culturales.

El tráfico de las ilusiones o la vuelta al anclaje en los nacionalismos históricos fue previsible desde entonces, eran los efectos que no las causas. Preocupaba a los alemanes, en 1989, el resurgir de los fundamentalismos. Yugoslavia luego se disuelve como Estado y se atomiza alrededor de sus culturas primarias, que las llevan a su guerra de genocidios. En Venezuela, en esa hora, no emergen las Fuerzas Armadas – como en los siglos XIX y XX – ante un estamento, el político, que califica de antipatriota, sino que lo hace como logia «bolivariana», anclada en el pretérito una vez como comienzan a disolverse las patrias de bandera después de la caída del Muro de Berlín.

La dispersión social, apagado el denominador común de las ciudadanías, se hace regla y se celebra. Se multiplican las legitimidades reticulares – acaso legítimas – y se les atribuyen derechos particulares, imposibles de ser garantizados por exponenciales desde el Leviatán que sostuviese el orden en todos nuestros países a lo largo de la modernidad.

Allí están como indignados los afrodescendientes, las comunidades originarias, los LGBT, las tribus urbanas, las parejas X, los abortistas, los amigos de la eutanasia, como factores microsociales de integración que se excluyen los unos a los otros. Hasta se bloquean los unos a los otros como internautas y en la plaza pública digital. Sustituyen la anticuada lucha de los “obreros del mundo uníos” del marxismo y hasta la consigna amalgamadora de las revoluciones modernas: «libertad, igualdad, fraternidad». Y ahora aparecen con mayor virulencia otros grupos que se demonizan recíprocamente, Black Lives Matter y el supremacismo blanco. Todos a uno van por sus derechos singulares y arbitrarios. Todos reclaman para sí que se les proteja en la diferencia, en la disolución social y ciudadana que significan.

Entre tanto, los ambientalistas ofrecen a las ovejas dispersas volver a la Madre Tierra o Naturaleza y juntos metabolizarse dentro de ella. Y quienes más poder real adquieren desde 1989, superior al de los Estados y los gobiernos – he allí el factor Trump – nos dicen, en este disparadero deconstructivista, que si aceptamos volvernos dígitos dentro sus plataformas digitales, recobraremos el orden, la cordura; eso sí, bajo sus reglas y cánones. Dentro de ellas todo, fuera de ellas nada. Meses atrás, no lo olvidemos, artistas internautas derrocan al gobernador de Puerto Rico a través de las redes.    

Poco le ha importado al mundo, hasta ayer, que Recep Erdogan incurra en crímenes de lesa humanidad en Turquía o los haya cometido Nicolás Maduro en Venezuela; o que hayan ocurrido suicidios en cadena como tomas del parlamento en Hong Kong por el movimiento que, pidiendo auxilio a Estados Unidos, muestra en sus pancartas: «Si nos quemamos, te quemas con nosotros».

Esos ejemplos, como el de la otra satrapía, la del crimen organizado transnacional del narcotráfico cubano-venezolano, han sido objetos de curiosidad, útiles para la observación por laboratorios académicos. Mantienen ocupada, justificándola, a la burocracia de Naciones Unidas, inútil durante la pandemia. Hablan de la búsqueda de instantes propicios, necesarios hasta que tales represores del siglo XXI decidan sentarse a negociar y emulen la experiencia de Juan Manuel Santos, premio nobel de la paz.

Las quemas de las catedrales católicas, íconos de la cultura occidental judeocristiana – como pasa en Chile durante los meses recientes – son aceptadas como expresión reivindicativa y de revisionismo histórico, hasta que desde Washington se denuncia, y el planeta escucha angustiado, un grito de alarma: “Se ha profanado el templo de la democracia”.

Los dueños del gobierno digital emergente, pasados los hechos, aceptando que ha sido polémica la decisión de Twitter de suspender de manera definitiva la cuenta de su importante usuario, aún ocupante de la Casa Blanca, anuncian la creación de otra plataforma tecnológica. Acopiará ella estándares en su cerebro artificial que logren discernir sobre eventos como los ocurridos durante las elecciones en Estados Unidos y para que en el futuro haya decisiones más acertadas, menos controvertidas.

El Homo Twitter de César Cansino, que toma fuerza durante los últimos 30 años hasta llegada la pandemia de la China digital, le abrirá espacio al Homo Deus de Yuval Harari. A buen seguro nos regirá durante los siguientes 30 años, hasta el 2049. El culto del «dataismo», de la inteligencia artificial, de la robótica se impondrá, en la circunstancia. Dicen sus dueños que será capaz – ante el Homo Sapiens que somos todos, llenos de dudas y preguntas e incapaces de autogobernarnos – de responderle a la Humanidad, incluso, si Dios existe o no.

correoaustral@gmail.com

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La barbarie populista contra el Congreso

El asalto al Capitolio estadounidense captado por el fotógrafo Leah Millis, de la agencia Reuters (imagen intervenida por N. Silva / Runrunes).

@AAAD25

Era muy sencillo. No, no era contradictorio. Siempre fue perfectamente posible reconocerle a Donald Trump su política hacia Venezuela y, al mismo tiempo, advertir los peligros que su populismo ultraconservador representa para la democracia más poderosa del mundo. Dicho peligro era obvio. Lo fue desde el día cuando Trump anunció su intención de mudarse a la Casa Blanca, hace casi seis años. No obstante, muchos se negaron rotundamente. Desestimaron las alertas, alegando que, aunque odioso, Trump no representaba ningún peligro para el cuerpo político norteamericano. Porque “las formas no importan”.

Pero resulta que sí. En política las formas sí importan. Muchísimo. Es una verdadera pena que haya sujetos que ignoren algo tan obvio (lo cual no les impide pontificar en la materia, como si fueran eruditos del poder). Si como líder político constantemente denigras de tus adversarios y los criminalizas, y si dices que las instituciones republicanas están podridas hasta la médula cada vez que no te favorecen, ¿no cabe esperar que tus seguidores se sentirán parte de un conflicto existencial, de una situación de vida o muerte en la que todo, hasta la violencia, se vale para prevalecer?

Finalmente, en el ocaso de su presidencia, el jueguito schmittiano de Trump se tradujo en un verdadero drama, en un teatro de la crueldad que le erizaría los pelos hasta a Antonin Artaud.

El miércoles pasado, el mundo entero contempló con horror (bueno, déspotas como Putin más bien debieron orinarse de la risa) cómo una turba compuesta por neofascistas, fanáticos religiosos y demás especímenes de extrema derecha invadieron el Capitolio, sede del Congreso estadounidense, mientras el legislativo realizaba el acto meramente simbólico de certificar el triunfo electoral de Joe Biden, próximo presidente de Estados Unidos.

Este lumpen de diversas clases sociales (había personas con poder adquisitivo alto y bajo) no llegó a las riveras del Potomac accidentalmente. Trump, su líder, los convocó y, una vez congregados, los instruyó para que marcharan hacia el Capitolio, con su característica retórica incendiaria. Entre la muchedumbre alzada destacó un personaje ridículo ataviado con pieles (reales o imitación) y cuernos normandos. Su contraste con las columnas corintias del edificio evocó a Breno, Alarico, Genserico y cuanto bárbaro se paseó por Roma para saquearla.

El saldo, aparte de un sinfín de imágenes humillantes, fue de cinco muertos (incluyendo a un policía golpeado en la cabeza con un extintor de incendios, como en esa escena pesadillesca del filme Irresversible, de Gaspar Noé), así como una atmósfera de miedo, rabia y tristeza a la que los norteamericanos no están acostumbrados. ¿Cómo pudieran estarlo, si esto no tiene precedentes en su tierra?

Mitch McConnell, líder de los republicanos en el Senado, no titubeó al catalogar los hechos como una insurrección. Dado que el propósito de la insurrección fue interrumpir por la fuerza una transmisión pacífica y constitucional del mando ejecutivo, es válido cuanto menos preguntarse si lo ocurrido fue un intento de golpe de Estado. Muchos expertos creen que no, pero sí algo similar. Teniendo en cuenta que hablamos de Estados Unidos, la conclusión sigue siendo aterradora.

Imagino que es innecesario recalcar que Estados Unidos no es como Latinoamérica. No voy a decir que es una nación libre de violencia política; hay que ser muy ignorante para hacer tal cosa. Pero a diferencia de sus vecinos del sur, los ataques directos al corazón de la república son una rareza absoluta. El Congreso no ha pasado por trances como los de las legislaturas latinoamericanas. Pienso en el asalto a la cámara venezolana en 1848 o, mucho más recientemente, la clausura de los parlamentos del Perú y Guatemala.

La violencia solo ha profanado el recinto de Capitol Hill en dos oportunidades. La primera vez fue en los albores de la república norteamericana, cuando, en 1812, Estados Unidos y su exmetrópoli se fueron de nuevo a la guerra debido a disputas navales. Los británicos invadieron Washington, urbe entonces en pañales, e incendiaron varios de sus edificios más importantes, incluyendo la sede del Congreso. El Capitolio apenas tenía unos años en pie. Imaginen semejante prodigio de arquitectura neoclásica ardiendo. Afortunadamente, los diligentes norteamericanos lo restauraron antes de que terminara la década.

En 1954, cuatro nacionalistas puertorriqueños armados se infiltraron en el Congreso. Dispararon a los miembros de la Cámara de Representantes en plena sesión, como parte de una sucesión de hechos violentos para lograr la independencia de borinquen. Hubo heridos, pero todos sobrevivieron.

Si asumimos que los terroristas boricuas no se consideraban a ellos mismos estadounidenses, podemos afirmar que en estos dos incidentes los perpetradores fueron agentes foráneos que veían en el Estado norteamericano un enemigo. En cambio, los sucesos de la semana pasada fueron llevados a cabo por estadounidenses de pura cepa.

Fue un atentado contra los representantes del corpus ciudadano del que son parte. ¡Y quien los azuzó fue el propio presidente! Esa es la diferencia con respecto a 1812 y 1954. Por eso los hechos han sido tan traumáticos.

En el último lustro he leído a los columnistas de The New York Times lamentarse reiteradas veces de que, al hablar con amigos de otras democracias desarrolladas, esas amistades les transmiten cierta lástima por la suerte política de Estados Unidos. Pensaba que exageraban. Ya no. Es más. Al menos un par de naciones latinoamericanas, Uruguay y Costa Rica, hoy puede jactarse de ser más políticamente funcional que el gran vecino del norte. La crisis estadounidense desatada por Trump es aun más abismal que lo que creí posible. Ruego por su pronta recuperación.

En cuanto a los apologistas de Trump, incluyendo a montones de venezolanos, que desestimaron sus bravuconadas o, mucho peor, se las aplaudieron, pero marcaron cierta distancia ante las imágenes tétricas del Capitolio, me gustaría creer que aprendieron la lección. Pero por desgracia parece que eso sería ingenuidad. No he visto a ni uno admitir que celebrar la mala conducta del presidente saliente fue un error grave. Por el contrario, montan en cólera si se les recuerda que se les advirtió que la cosa podía terminar como en efecto terminó.

De hecho, en menos de una semana pasaron la página y ya están ensalzando a Trump nuevamente, como si fuera lo mejor que le pudo pasar a Estados Unidos desde Abraham Lincoln. Más pueden la arrogancia ideológica y el odio paranoico hacia todo lo que no acate los dogmas de la derecha conservadora o liberal. Estas personas pudieran estar condenadas a la hipnosis permanente a manos de un caudillo populista que les ofrezca arrasar con sus enemigos. En una hipotética Venezuela poschavismo, espero que nunca lleguen al poder. Suficiente locura destructora.

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7 claves sobre el juicio político contra el presidente Donald Trump
Trump se convirtió en el primer presidente en los más de 200 años de historia del país que es enjuiciado políticamente en dos ocasiones

La Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos dio luz verde al histórico segundo impeachment contra el presidente Donald Trump, acusado de «incitar a la insurrección» tras el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero.

Durante el asalto al Capitolio por parte de una turba de simpatizantes de Trump, murieron 5 personas, entre ellos un policía. La violenta toma del edificio parlamentario ha sido calificada como el peor asalto a la democracia de la historia moderna de ese país.

A continuación te presentamos 7 claves del juicio político a Donald Trump:

Trump se convirtió en el primer presidente en los más de 200 años de historia del país que es enjuiciado políticamente en dos ocasiones.

La votación salió adelante gracias a la mayoría demócrata, aunque se sumaron diez legisladores republicanos, quienes reconocieron que la actuación del mandatario respecto al asalto al Capitolio no estuvo a la altura de las exigencias del cargo de presidente.

El proceso iniciado en la Cámara Baja obliga al Senado a someter a Trump a un juicio político que se desarrollará cuando el presidente electo, Joe Biden, ya esté en el poder, y que por tanto no tendrá como principal objetivo la destitución del mandatario, sino su posible inhabilitación para ejercer futuros cargos políticos.

En su contundente intervención de apertura del debate, la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, subrayó que Trump “debe irse” ya que es “un peligro claro y presente”. “Sabemos que el presidente de EE.UU. incitó esta insurrección, esta rebelión armada contra nuestro país común. Debe irse. Es un peligro claro y presente para la nación que todos amamos”, sostuvo Pelosi en el pleno de la Cámara.

Por su parte, la mayoría de la bancada de legisladores republicanos se opuso a la medida bajo el argumento de que el juicio político contra Trump solo contribuye a avivar las llamas de la “división” en los difíciles momentos que atraviesa el país.

Trump emitió un comunicado, una tradicional herramienta a la que tuvo que recurrir dado su suspensión de las redes sociales, en el que pidió a sus seguidores no incurrir en “violencia” ante las múltiples informaciones que apuntan a nuevas concentraciones armadas antes de la investidura, dentro de una semana, del mandatario electo, Joe Biden.

“Ante las informaciones sobre nuevas manifestaciones, urjo a que no debe haber nada de violencia, nada de romper la ley y ningún vandalismo de ningún tipo”, dijo Trump en la breve nota difundida por la Casa Blanca.

Su nuevo mensaje llega dos días después de que el FBI advirtiera de que seguidores radicales de Trump planean “protestas armadas” en los 50 estados del país entre el día 16 y el 20, cuando tomará posesión Biden.

Trump ha mandado mensajes contradictorios sobre el asalto de sus seguidores al Capitolio: durante el ataque los describió como “gente muy especial”, pero después intentó distanciarse de ellos y condenar la violencia.

Trump evitó asumir algún tipo de responsabilidad por lo ocurrido y defendió como “totalmente apropiado” el discurso que dio antes del asalto al Capitolio, en el que instó a sus seguidores a dirigirse al Congreso para evitar que los legisladores ratificaran la victoria de Biden.

Estados Unidos vive una tensión política sin precedentes recientes después del violento asalto al Capitolio de la pasada semana por una turba de seguidores de Trump, que dejó cinco muertos.

El mandatario saliente ha criticado el nuevo juicio político en su contra como algo “absolutamente ridículo” y “una continuación de la mayor caza de brujas de la historia de la política”.

Todo ello a menos de una semana para que se lleve a cabo la ceremonia formal de traspaso de poder, prevista para el 20 de enero.

En una muestra de la creciente preocupación, la popular plataforma digital de alquileres vacacionales Airbnb anunció la “cancelación” de todas las reservas en el área de Washington durante la próxima semana para evitar la llegada de grupos de odio a la capital estadounidense.

Las autoridades han efectuado ya un enorme despliegue policial en Washington, con más de 10.000 efectivos, y levantando vallas en torno al Capitolio para evitar las escenas de la caótica jornada del pasado miércoles que dieron la vuelta al mundo.

¿Qué viene ahora?

Se pasa ahora a la presentación del caso en Cámara Alta, en donde el presidente puede asistir en persona, o a través de un representante. También puede ausentarse o declararse inocente. Se presentan los argumentos y los senadores se reúnen pare deliberar.

Posteriormente, los senadores votan si Trump es culpable de cada uno de los artículos presentados, y pueden decidir no votar por alguno de estos. Para ser aprobados se requiere una mayoría de dos tercios.

Finalmente, si el mandatario es impugnado, el vicepresidente es quien asume el mando de la nación. Si por algún motivo no pudiera hacerlo, en la línea de sucesión seguiría el líder de la Cámara de Representantes y el presidente del Senado pro tempore.