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Brian Fincheltub Dic 14, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Naufragio de un país

@BrianFincheltub

La frase “Venezuela no es Cuba” se popularizó a finales de los años noventa cuando algunos sectores de la vida nacional e internacional, entre ellos los propios cubanos, nos alertaban sobre el peligro que representaba para nuestro país que un militar golpista, que había atentado contra la democracia y la institucionalidad, se convirtiera en presidente. Pero como nadie escarmienta en comunismo ajeno, Hugo Chávez fue elegido por la mayoría de los venezolanos y llevado en hombros a Miraflores con el apoyo de empresarios, intelectuales y grandes medios de comunicación.

Antes de la llegada del chavismo al poder, las noticias que venían de Cuba eran dramáticas. Era difícil imaginar, más aun siendo niño, cómo una nación podía vivir con tantas penurias. En esos tiempos era recurrente escuchar hablar de los balseros cubanos; hombres, mujeres y niños que preferían arriesgar sus vidas en alta mar antes que condenar su existencia al socialismo. Para gran parte de los venezolanos, se trataba de una realidad aunque cercana geográficamente, muy lejana en términos de interés real. A la gente le importaba poco lo que pasaba en Cuba y frente a las comparaciones entre Chávez y Castro algunos lanzaban la miserable y conocida frase “Venezuela no es una isla”.

Veinte años después aquí estamos, prácticamente solos con nuestro drama y sintiendo en carne propia la importancia de aquellos cubanos que nos alertaban sobre el peligro que significaba al chavismo y no eran escuchados.

Aquí estamos viendo despedir a los nuestros y llorando a nuestros náufragos, nuestros propios balseros. Veinte años después podemos decir: es verdad, Venezuela no es Cuba, porque hace años que estamos peor que Cuba.

El naufragio de Güiria también es el naufragio de un país que parece normalizar la tragedia y que sigue sin identificar los responsables de lo que estamos viviendo. Solo eso explicaría cómo después de tantos años de sufrimiento, miseria, represión y muerte, Chávez, responsable principal de lo que hoy sucede en Venezuela, siga teniendo 61 % de valoración positiva según la última encuesta de Datanálisis. No habrá justicia sin verdad, ni verdad sin memoria. Mientras no seamos capaces de decir NUNCA más, los tendremos para siempre.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.eslazo

¿Qué sentirán quienes votaron por Chávez? (y por Maduro)

Foto base Ariana Cubillos / Associated Press en el NYT. Al fondo, Silvia y David Sandoval, hermanos muertos por hambre. Comp. Runrunes

@cjaimesb

El jueves pasado circuló por las redes una noticia dada por la periodista Lysaura Fuentes, más que dantesca y jamás conocida durante la república civil: en un edificio en Puente Hierro, Caracas, dos hermanos, Silvia y David Sandoval Armas, fueron encontrados muertos, en estado de descomposición. Tenían 72 y 73 años respectivamente. No, no murieron por asfixia, ni por mano asesina, ni envenenados, ni por una fuga de gas. La causa de su fallecimiento: desnutrición proteica y calórica. En otras palabras, murieron de hambre.

Además del dolor que me produjo el saberlo, sentí una rabia infinita. Recordé un enorme mural en la avenida Libertador, cerca de Maripérez, que decía algo así como “en revolución los venezolanos cuentan con proteínas para alimentarse”. Esa fulana “revolución” está matando de hambre a un sinnúmero de venezolanos. Nuestro sueldo mínimo está en $2,50 al mes. ¿Quién puede sobrevivir con eso?…

Conversando con mi marido sobre el tema, él me preguntó: “¿Qué sentirán hoy quienes votaron por Chávez?”. Yo añadí otra pregunta, más dolorosa todavía: “¿Y qué sentirán quienes votaron por Maduro?”.

Muchos integrantes de la clase empresarial venezolana no solo votaron Chávez sino que lo apoyaron, creyendo que con unos cuantos güisquis lo iban a poder dominar, como habían hecho tantas veces en el pasado. De ellos se burló Chávez muchas veces en sus interminables cadenas: “Esos carajos creían que me iban a naricear con unos güisquis… ¡yo no tomo güisqui!”. Y se reía a carcajadas.

Con la clase media, sucedió otro tanto. Convencidos de que “aquí lo que hacía falta era un militar”, votaron a ciegas por alguien cuya irrupción en la vida nacional estuvo manchada de sangre desde el día uno.

No pensaron en algún momento que no se debía darle una patente de corso a un asesino. Esa idea del “hombre fuerte” aún persiste. Me ha pasado –a estas alturas de la tragedia venezolana- que hay quienes me dicen “se necesita un militar que tenga las botas bien puestas”. Yo quedo atónita cada vez que me dicen algo así. Para mí, la lección más meridianamente clara de estos veintidós años es “más nunca un militar en el poder”. Los militares deben volver a sus cuarteles y hacer lo que en esencia debería ser su función: proteger la soberanía del país, cuidar las fronteras y hacer cumplir la Constitución.

La clase pobre se enamoró de un vendedor de ilusiones. De una especie de vengador que los convenció de que lo que ellos no tenían, era porque “otro” se los había quitado. Que desvalorizó el trabajo, ofreciendo todo regalado. Ningún país aguanta eso, pero Chávez se aprovechó de la ignorancia y la explotó al máximo.

Cuando Chávez supo que su enfermedad era irreversible, pidió a sus seguidores que votaran por Nicolás Maduro. Y ellos lo hicieron. Maduro nos ha traído al borde del precipicio y, sin embargo, sigue con un discurso como si aquí no pasara nada. El 15 de octubre decretó el comienzo de la Navidad. Una receta que ha funcionado desde tiempos inmemoriales: pan y circo, con mucho más circo que pan.

Es inútil pensar en “qué hubiera pasado si…”, porque no hay vuelta atrás. Pero Henrique Salas Römer no sabe las veces que he pensado en él, con este desastre. Imposible no elucubrar dónde estaría Venezuela hoy si él hubiera ganado las elecciones. Todavía hay quienes arguyen que Salas era “demasiado blanco, demasiado antipático y demasiado soberbio” para llevar las riendas de este país. Chávez era zambo, simpático y su soberbia mayor a la de cualquier otro.

La próxima vez que podamos votar en elecciones libres, espero que la decisión sobre por quién se va a hacer esté basada en juicios concretos, no en emociones y mucho menos, con ánimos de retaliación.

Usted que votó por Chávez… ¿qué siente ahora?… Si hubiera podido hablar con los hermanos Sandoval Armas un minuto antes de que murieran, mirándolos a los ojos… ¿qué les hubiera dicho?

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En Defensa Propia | No soy ni seré comunista

@ErikaDLV

 En Defensa Propia 1: No soy ni seré comunista

Vengo de una familia cubana. Y todos huyeron de Cuba en momentos distintos. Unos salieron en barco a principios de la revolución, con apenas una muda de ropa. Otros salieron en el tristemente histórico Mariel, después de años sin poder mudar de ropa. Y otros salieron en balsa con la fe puesta en llegar a tierra firme.

Sus historias y su nostalgia fueron parte de mi vida desde que nací. Los vi brindar todos los fin de año por una Cuba libre y los vi llorar cantando Benny Moré. Sé cómo es Varadero, aunque nunca haya ido. Mi abuelo tocaba el clarinete en Tropicana y lo sé por sus fotos, como sacadas de una película.

Todos huyeron de Fidel Castro y dejaron todo para ser libres.

Después de tantos años, muchos aún mantienen la esperanza de volver algún día.

NO SOY NI SERÉ COMUNISTA. Ni en esta ni en las próximas vidas.

 En Defensa Propia 2: Chavista ni fui, ni soy, ni seré

En 1999, Luis Chataing y yo le dábamos palo al “gobierno” de Chávez en la televisión en un programa a las once y media de la noche llamado Ni tan tarde.

Y siempre le dimos la cara al “gobierno”, mientras muchos otros aplaudían o guardaban silencio. No me importaba: aquello era decisión de cada quien y jamás esperé que nadie actuara como yo.

Esa posición nos costó nuestros trabajos. Nos botaron, nos cerraron puertas, nos señalaron, nos persiguieron y nos amenazaron. Unos nos llamaban valientes y la mayoría nos llamaban locos.

Varios nos recomendaban que bajáramos un poco el tono, que tratáramos de llevar el humor hacia otro lado. Seguimos. No había otra opción. Desde la radio hasta El Helicoide denuncié los abusos de poder. Nunca dudé en alzar mi voz contra Hugo Chávez. NUNCA (busquen, que hay archivos).

Salí escupida del país, pero antes acompañé a mi ex a inscribirse en el CNE como candidato contra Hugo Chávez en las elecciones del año 2012. A los meses me fui, buscando libertad.

En mi historia se repetía la historia de mi familia. Y ya todos ellos se habían ido de Venezuela. Era comprensible: venían del futuro.

En el año 2016 regresé a Venezuela para presentar mi stand-up comedy show. Y me anularon el pasaporte entrando al país. “Estos tipos no olvidan”, pensé. Me mandaron a decir que no hiciera ningún escándalo, porque si no me quedaba sin pasaporte. Fueron cinco días de presentaciones en diferentes ciudades, donde viví entre la emoción del reencuentro con el público y la angustia de pensar en mi hijo y no poder salir del país. Me dieron mi pasaporte, al parecer por buena conducta, me fui y no paré de llorar en el avión.

Entendí el mensaje. Desde ese día no he vuelto.

No le debo nada a la revolución bolivariana. Ni siquiera el cupo de CADIVI. Chavista ni fui, ni soy, ni seré.

En Defensa Propia 3: Donald Trump es como Hugo Chávez

Entiendo el dolor que puede generar escucharme decir que Donald Trump es como Hugo Chávez, porque créanme: a mí también me entra un fresquito cuando le pone precio a la cabeza de Nicolás Maduro y sanciona a los terroristas que hoy gobiernan a Venezuela.

Sin embargo, no puedo hacerme la ciega en otros aspectos y acciones de Trump con destellos de caudillo totalitario. Me preocupa su incapacidad de respetar las reglas en un debate, su grupo armado puesto en stand by en espera de los resultados de unas elecciones que desde ya no pretenden reconocer, su intención de ir por un tercer período, sus ataques al sistema de votación, entre otras cosas.

(Para más similitudes dale a este LINK)

Todo lo anterior me suena conocido. Y si a algún venezolano esto no le hace ruido es porque quizás está recordando a conveniencia.

Rechazo esas acciones porque sé en qué puede terminar un gobierno que abuse de su poder y, al menos en este contexto, no considero que la otra opción sea una amenaza global.

Ahora, yo no veo la vida en blanco y negro. Ni divido el mundo en solo dos bandos, aunque durante todos estos años muchos han insistido en enseñarnos cómo hacerlo.

Eso de ver y tratar como basura a quien no piensa como tú es justo contra lo que tenemos que luchar.

El autoritarismo que se vive en Venezuela ha sido tan brutal que olvidamos respetarnos.

Me asusta pensar cuántas otras cosas más se nos habrán olvidado. Cuántos recuerdos de la democracia nos habrán borrado durante más de un cuarto de siglo del avance violento de la “revolución”.

Todos hemos cambiado, quienes están dentro y quienes estamos fuera del país. No dejemos que nos gane la amnesia.

Alguna vez fuimos capaces de convivir sin maltratarnos, sin ofendernos y mucho menos amenazarnos con agredirnos físicamente por pensar distinto.

No creo en salvadores ni en héroes; los políticos son de carne y hueso, se equivocan igual que nosotros, no tienen superpoderes.

No soy fan de ninguno, pero sí de la libertad y de la democracia.

Y lucharé por tenerla y ejercerla, sea quien sea el presidente, sea quien sea el que mande, esté donde quiera que esté.

Lamento que mi opinión haya generado en algunos más dolor del que ya todos traemos desde tan lejos. Nunca ha sido mi intención herir a nadie.

Ya hemos perdido suficiente, como para seguir perdiendo relaciones y valores tan importantes como la amistad y el respeto hacia el otro.

Me queda el alma mallugada por tanta violencia.

Razón tenía un amigo al decirme que hoy en día cuando se habla de política nadie gana. Gracias a los amigos, que me llenaron el corazón con sus mensajes.

No tengo la menor duda de que coincido con los sueños de la mayoría de quienes me han insultado, incluyendo a aquellos que responden a la manipulación de mis palabras, porque en el fondo todos queremos lo mismo: la libertad para Venezuela.

Unos tienen el derecho de creer que la conseguirán por un lado y otros tenemos el derecho de creer que lo haremos por otro. Dentro de nuestras diferencias, queremos el mismo resultado.

Escucho, respeto y aprendo en defensa propia.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Orlando Viera-Blanco Jun 30, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
La nueva ola autoritaria: el rapazo
La clase política no le perdonó a Pérez distanciarse de ella. Los Notables vieron un mar de fondo donde bucear un nuevo régimen. Y, entre magistrados y medianoche enjuiciaron, más política que jurídicamente, al hijo ilustre de Rubio.

@ovierablanco 

Samuel Huntington en su trabajo sobre las olas democratizadoras experimentadas globalmente (1991), nos ilustra el conjunto de transiciones de regímenes autoritarios a democráticos:

I. El reemplazo o proceso de cambio cuando la oposición política hace sucumbir al régimen autoritario;

II. La transformación, que es básicamente un acuerdo de élites, y  

III. El transplazo, combinación de transformación y reemplazo. Al decir de Herbert Koeneke (2010), “cuando el gobierno y la oposición han actuado conjuntamente para concretar el cambio”.

Pero también nos habla de procesos de reconversión de democracias a autocracias. Veamos…

Las olas democráticas y autoritarias

Vale destacar la simbiosis de “democracias autoritarias” y “democracias electorales”, en las cuales a pesar de existir libertades ciudadanas o elecciones populares, se recurren a medidas de control de Estado para “garantizar bienestar social”.

Tenemos en el caso de Singapur a Lee Kuan Yew, hombre fuerte de ese país que, entre 1981 y 1990, experimentó un crecimiento promedio de 6,3 % del PNB. Lee Kuan Yew justificó las restricciones a la libertad como un mecanismo indispensable para el rápido crecimiento económico.

Sin embargo, debió admitir (Lee Kuan), según comenta Koeneke en su trabajo sobre libertades políticas y ciudadanas (2010), “que una vez alcanzados ciertos niveles de industrialización, de educación y de urbanización, se debe permitir la participación ciudadana y la instauración de mecanismos de representación política”.

Hemos estado tres veces en Singapur desde el año 2003. Fuimos testigos de la evolución económica y el desarrollo integral de esta nación ubicada casi en el mismo paralelo (tropical) de Venezuela, por lo que desmitifica que en territorios cálidos no existe desarrollo sustentable. La modernidad, la educación, la seguridad ciudadana, la salud y la pulcritud de sus infraestructuras, todo enmarcado en una rigurosidad del respeto a la ley a ritmo de cadena perpetua en caso de corrupción, o penas capitales en caso de tráfico de drogas, han llevado a Singapur -una pequeña isla septentrional- a ser uno de los países con mayor ingreso per cápita. Un territorio que no posee riqueza alguna y “hasta el aire” tienen que arrendarlo para contrarrestar la calima.

Venezuela fue un caso inverso a las olas de Huntington. La coalición democrática fue reemplazada por la ola autoritaria con fachada electoral de Hugo Chávez. Una población hastiada llevó a que el golpe de Estado del 4F contra CAP en 1992, fuese “aplaudido” no solo por las masas sino por intelectuales y notables empresarios, curas y académicos. Se gestaba entonces una ola de “transplazo” en Venezuela.

La clase política no le perdonó a Pérez distanciarse de ella. Los Notables vieron un mar de fondo donde bucear un nuevo régimen. Y, entre magistrados y medianoche, enjuiciaron -más política que jurídicamente- al hijo ilustre de Rubio.

Comenzaba una ola retrógrada de desplazar una democracia ejemplar en la región a una revolución salvaje. Un fenómeno poco visto en el mundo e inédito en Latam que, parafraseando a Huntington, lo llamaríamos la cuarta ola: “el rapazo”, un nuevo modo de saqueo autoritario.

Entre 1890 y 1925 el mundo vivió la mutación de monarquías, gobiernos feudales e imperiales a 30 regímenes democráticos. Entre la década de los 40 a los 60, pasamos de gobiernos militares y fascistas a más de 30 democracias. Y de los 70 a los 90 (Brad Roberts 1990), hemos vivido más de 35 transformaciones democráticas tras la muerte de regímenes unipartidistas, militares y presidencialistas.

La Venezuela de Hugo Chávez fue el retorno a un autoritarismo electorero además muy peculiar: rentista, expropiador, centralizador de los medios de producción, militarista y ansiosamente populista (Cf. García Larralde, 2008; Krauze, 2008; Martín, 2005; Mires, 2007; Oppenheimer, 2005; Romero, 2009).

Nunca se había visto en Latam un régimen involutivo-gendarme que, de la mano de su sucesor, conduzca a un país a los niveles de pobreza, ingobernabilidad, violencia y miseria que ha vivido Venezuela en 4 lustros.

Singapour al revés

Decíamos que impedir el arrebato de la democracia, o lograr su restitución, depende de una convicción ciudadana que entiende que «en democracia se vive mejor”. ¿Hemos aprendido la lección? ¿Es el Estado de derecho la respuesta per se a una alternativa autoritaria? ¿Lo es el capitalismo liberal? ¿La democracia da de comer?

Terry Lynn Karl ha cuestionado la tesis de que la vigencia del Estado de derecho conduce automáticamente a la expansión de la participación ciudadana activa y al fortalecimiento democrático. Normalmente los reformistas privilegian sus posiciones y son las clases bajas las que sufren de las regulaciones o desregulaciones. Esa desigualdad estuvo presente en las reformas de la Venezuela de 1989 y el “Caracazo”.

Guillermo O´Donnell habla de un círculo virtuoso democrático que no ve con claridad “la virtud” de la igualdad. Y pronto nacen cuerpos regulatorios que favorecen a los “círculos virtuosos democráticos”, cunas profundas de peligrosas desigualdades (Karl, 2004). A partir de ahí los reemplazos, las transformaciones; los trasplazos o los rapazos, prosperan y el afán ciudadano termina siendo una ilusión.

Al decir de la quietud, aún deshojamos margaritas en el mar de fondo….

* Embajador de Venezuela en Canadá        

 

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Alejandro Armas Jun 12, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
¡Exprópiese, che!

Mausoleo en el Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, Argentina. Foto Herbert Brant en Pixabay.

@AAAD25 

Muy a pesar del inmenso cariño que le tengo a la patria de Sábato y Cerati, creo que no es exagerado afirmar que pocos países latinoamericanos han tenido una historia económica tan llena de frustraciones como Argentina. Ni los propios argentinos lo negarían, como se deduce del pesimismo detectado por Martín Caparrós en una crónica reciente sobre la vida en Buenos Aires.

Otrora considerada el granero del mundo y una promesa de desarrollo que rivalizaría con Estados Unidos, Argentina nunca ha vuelto a alcanzar las cumbres de crecimiento relativo (i.e. comparado con el resto del mundo) que ascendió antes de la Gran Depresión de los años 30.  Por supuesto que en casi un siglo le han sobrado oportunidades, pero por diversas razones fueron desperdiciadas.

Una de las más resaltantes es el populismo peronista, que se niega a morir y sigue haciendo estragos con políticas económicas desastrosas (aunque, en honor a la verdad, alternativas como las de Mauricio Macri no lo han hecho mucho mejor).

Casi cincuenta años tras la muerte de Perón, el populismo sigue volviendo al sur, como en el tango de Astor Piazzolla y Pino Solano, seduciendo a las masas y ocupando la Casa Rosada.

De su último regreso se está cumpliendo un semestre, con Alberto Fernández como líder, al menos en teoría. Digo “en teoría” porque el grado de influencia de su vicepresidente, la inmensamente más carismática Cristina Fernández, sigue siendo motivo de franca preocupación. El nuevo mandatario ciertamente ha tenido algunos gestos que lo distancian de los niveles arrolladores de populismo del matrimonio Kirchner. Solo haber interactuado cortésmente con el saliente Mauricio Macri durante la transición fue uno que no se puede pasar por alto (recordemos que CFK ni siquiera se dignó a presentarse en el acto de toma de posesión de Macri).

Empero, también hay señales de consternación. La más reciente fue el anuncio de la estatización del Grupo Vicentín, una de las mayores empresas dedicadas a la industria agroalimentaria en Argentina, que es a su vez uno de los mayores sectores económicos del país austral. No se trata, por tanto, de la toma de un quiosco de periódicos. Esta es una las decisiones más relevantes en materia económica tomadas por el gobierno de Fernández, y pudiera ser ilustrativa sobre lo que vendrá más adelante.

Cuando a los venezolanos nos hablan de estatizaciones, rápidamente pensamos en aquel momento infame cuando Hugo Chávez, en pleno despliegue de sus groseros instintos autoritarios, ordenó la expropiación de varios comercios, incluyendo las joyerías del emblemático edificio La Francia, en el centro de Caracas como si estuviera eligiendo dulces en una tienda de caramelos. No hay que abusar de los símiles ni asumir que la ocupación pública de Vicentín se está dando exactamente en las mismas circunstancias y que Fernández ahora es un Chávez rioplatense. Después de todo, Vicentín es un peso pesado en un ramo vital para la economía argentina, cuya quiebra por deudas millonarias podía tener un impacto negativo severo. Pero eso no quiere decir que una estatización era la respuesta adecuada.

El Estado puede manejar varios proyectos alimenticios y administrar distribuidores de alimentos para los más necesitados en caso de que estos se queden por fuera del mercado. Pero no debería reemplazar al sector privado como proveedor de comida en general. Cuando lo intenta, el resultado suele ser desastroso. Los venezolanos lo sabemos muy bien. Está el referido incidente de los “¡Expropiése!”, en el cual el propio acto fue más visible que las consecuencias. Pero hay más casos. Muchos más.

Chávez dio rienda suelta a sus impulsos de estatización a partir de 2007, demostrando así que su compromiso de respetar la propiedad privada, asumido en su primera candidatura, no fue más que una argucia para disimular su cercanía a la extrema izquierda. Sidor, Cantv, la Electricidad de Caracas, Cadafe y un largo etcétera. Hoy, las sucesoras todas esas empresas están en situación calamitosa, devastadas por la rapiña y la ineptitud.

Pero tal vez lo más grave es que Chávez decidiera meterse con la producción y distribución de alimentos. Varias empresas privadas del ramo fueron asimismo sumergidas por un tsunami rojo, más destructor que el que asoló las costas de Sumatra en 2004.

Lácteos Los Andes y la productora de aceite Industrias Diana fueron estatizadas en 2008. Un año después corrió la misma suerte la cafetalera Fama de América. Pues bien, según un informe de la organización no gubernamental Transparencia Venezuela, entre 2009 y 2015 Fama de América pasó de producir 18.600 toneladas de café a apenas 2.500. Igualmente, desde su estatización y hasta 2015, la producción de Diana se desplomó 55,48%. En cuanto a Lácteos Los Andes, Transparencia Venezuela registró que la productividad pasó de 92,8 toneladas por trabajador en 2010 a solo 38,5 toneladas un lustro más tarde. Combínelo todo y sabrá por qué se ha vuelto mucho más difícil para los venezolanos saborear un desayuno de empanadas y café marrón, lo cual es apenas una manifestación del hambre en la que millones de venezolanos cayeron en la segunda mitad de esta década.

Ah, y espero que no se hayan olvidado de Agroisleña, la legendaria proveedora de insumos agrícolas. En 2010, Chávez también le aplicó el “¡Exprópiese!”. De paso, como parte de su afán por cambiarle el nombre a todo e imponer una neolengua plagada de un nacionalismo excesivo y cursi, la rebautizó como “Agropatria”. En manos privadas, pudo satisfacer casi 80% de la demanda de químicos para el campo, según una nota del portal El Estímulo fechada en 2016. Un año antes, solo satisfizo 22 % de su meta de producción, lo cual contrajo 10 % la zafra criolla. Alrededor de 46.000 de las 207.000 toneladas prometidas.

Y así volvemos a Argentina y al caso Vicentín. Como ya dije, no hay que abusar de la comparación, pero si estuviera conversando con un porteño o un cordobés, lo exhortaría modestamente, junto con sus compatriotas, a mantenerse en guardia. En entrevista para el diario El País de Madrid, el ministro a cargo de la expropiación sentenció que se trata de un caso “excepcional” y que en el gobierno de Fernández “no consideran positivo que el Estado controle muchas empresas”.  Pero, como ya vimos, esos compromisos no siempre son honrados.

Preocupa que, al momento de anunciar la estatización, Fernández invocara como argumento la “soberanía alimentaria”. Precisamente la expresión predilecta del chavismo para designar sus desastrosas políticas alimenticias. El presidente se olió que por esto lo compararían con los amigos caribeños de CFK, por lo que salió al paso en pleno discurso para desestimar tales alegorías. Pero si Fernández no quiere que lo comparen con el chavismo, debería abstenerse de hablar como un chavista… Sobre todo con los gritos de “¡Exprópiese!”.

 

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Futbolito, polarización y política

@juliocasagar  

El lector seguramente recordará un partido de futbolito improvisado que tuvo lugar en las jornadas de grandes movilizaciones populares en el 2002, en plena autopista de Prados del Este en Caracas. El juego enfrentó a dos equipos, uno de los manifestantes de la oposición y otro de defensores del gobierno de Chávez. Por varias horas ambos, jugadores e hinchas, confraternizaron sobre el asfalto caliente de aquel caliente momento de la política nacional. Por cierto, nadie recuerda el score, todos recordamos que el partido tuvo lugar.

¿Recordaremos acaso también la reacción de Chávez? Yo sí, y claramente. Montó en cólera, sacó de su costal todos los improperios contra los ricos, los apátridas, los escuálidos. Identificó muy bien, para su gente, quiénes eran aquellos con los que jamás debían juntarse y ni siquiera ir a misa; mandó el mensaje de acuerdo con el cual confraternizar y sonreír con los explotadores era una traición.

A todos ellos les quedó claro que quien quería ver deporte que se fuera a la cancha del Círculo Militar a verlo lanzar su rabo e cochino. O que se pusiera en su barrio a jugar chapita, como jugaba él con el teniente Andrade antes de dejarlo tuerto.

¿Por qué esta reacción tan desmesurada frente a un inocente partido de fútbol de calle? Pues justamente porque el partido no era inocente, al menos no para sus planes. Porque para imponer el régimen que padecemos desde entonces hace falta mucha división, mucho odio y sobre todo meter muchas cuñas entre la unidad de los gobernados para que no puedan juntarse nunca.

Así se hizo la polarización política y social. Venezuela ya no era un solo país y los venezolanos no tendrían un solo proyecto para mejorar y avanzar, sino que la vida desde entonces se planteaba entre ricos y pobres; patriotas y apátridas; buenos y malos; chavistas y no chavistas.

Chávez creó su ring de boxeo, su zona de confort. Y acopió la leña que sería el combustible que avivaría, hasta el día de hoy, su hoguera de la manutención del poder.

¿Cuál es la lógica de la polarización? Pues, demostrar que el proyecto político que encarno no triunfará hasta que no derrotemos y aniquilemos definitivamente al adversario. A la victoria no se llega sino sobre las ruinas del adversario. Mientras tanto, todos los problemas, las miserias, los sinsabores, son parte de la larga marcha hasta la Tierra Prometida. Los pobres conquistarán el cielo como lo cantó Marx sobre los Comuneros de París de 1871 porque “el motor de la historia es la lucha de clases” y su “partera es la violencia”.

Todo esto ocurrió ante nuestros ojos. Este escenario fue concebido como  una trampa jaula con cuyo paral no hemos dejado de tropezar nunca. Hemos caído en el juego de la polarización para solaz de quienes lo inventaron para mantenerse en el poder.

Han sido pocas las ocasiones en las cuales hemos sorteado la trampa. Una de ellas fue en el 2015, cuando logramos la maravillosa victoria electoral de la Asamblea Nacional. Aquella campaña fue impecable. Era la época de las colas, del bachaqueo, del estallido de la megainflación y de la escasez.

Hubo muchas consignas, pero el fundamento de todas ellas era “Si no quieres esta vida de colas, de irrespeto, de escasez y de vida cara, vota contra Maduro en la AN”. Es decir, nos salimos del mensaje polarizador del ¡Maduro vete ya! para hablar a la gente de sus problemas. Lo cual, desde que el mundo es mundo, es la única manera de convencer a alguien para que haga el puente entre su vida cotidiana y la política.

Pero, como cuando el pobre lava llueve, enseguida regresamos a la zona de confort de Maduro. En lugar de convertir la Asamblea en el pivote de las luchas sociales y populares y la aspiraciones de los millones de compatriotas que nos llevaron allí, volvimos a caer en la trampa.

No se había secado la tinta del acta donde Tibisay proclamada la irreversibilidad de nuestra victoria, cuando le ofrecimos al país que en 6 meses sacaríamos a Maduro. Conclusión: Maduro nos dijo “vengan a Miraflores a sacarme” y nosotros le tomamos la palabra y cada vez que lo intentábamos, las ballenas no nos dejaban pasar de Chacaíto.

Mi cauchero chavista que votó por la oposición me dio una clase de política cuando aquello ocurrió. Me dijo: “Vistes, Julio, lo que querían era un quítate tú para ponerme yo…”.

Y como las desgracias nunca vienen solas, nos equivocamos en el fondo y también en la forma. Con esa política nos retiramos a los salones de los hoteles, a las redes sociales a realizar cuanto foro, seminario, taller y simposio, entre nosotros mismos (ahora hacemos tuitazos, webinars y sesiones de Zoom) para elucubrar sobre el sexo de los ángeles. Y dejamos a la gente entendiendo con sus problemas y viendo desde las gradas la pelea de boxeo entre Morochito Rodríguez y Muhammad Ali.

Venezuela ha visto agravar todos aquellos problemas y hay quien quiere vendernos la idea de que los venezolanos nos estamos adaptando a la situación como la ranita de la olla con agua tibia. Esta es solo una verdad a medias. Se trata de un mecanismo de defensa natural de toda persona que pone la sobrevivencia como punto central de su existencia. Gracias a ese instinto nos hemos preservado como especie.

Pero la lógica de hierro de la historia y de la lucha social nos enseña que los pueblos despiertan insospechadamente. A veces despiertan y los derrotan y a veces despiertan y logran victorias y avances.

La diferencia entre una y otra está en la clarividencia y capacidad de su dirección política. Es necesario reconstruir la credibilidad y la confianza. El 80 % de los venezolanos no quiere a Maduro y lo responsabiliza de la actual pesadilla.

Solo hay que regresar a estar con la gente y a organizarla. Poner una política creíble, transversal que interese a TODOS  y no a un grupito de iluminados. Y diseñar una agenda que destierre la polarización de las consignas puramente políticas; que ponga énfasis en los problemas que padecemos todos los venezolanos y diseñe el país bonito y distinto que también todos queremos.

Imaginemos por un rato que aquel partido de fútbol en Prados del Este llegue al medio tiempo y terminemos hablando de nuestros problemas comunes y que entonces nos pusiéramos de acuerdo para actuar. No habría ballenas pa’ tanta gente. El segundo tiempo lo jugaríamos en libertad.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

El ejemplo de Simonovis, por Brian Fincheltub

De los presos políticos de la dictadura el comisario Simonovis era la joya de la corona. El preso político más antiguo del régimen, parte del verdadero “legado de Chávez” que recibió su heredero político con la  voluntad expresa de dejarlo preso hasta que se “pudriera en la cárcel”. A Simonovis le cobraron ser un funcionario competente, de esos cuya preparación era motivo de orgullo para sus instituciones. Chávez, quien era al final de cuentas un gran resentido, no pudo soportar que gracias a la intervención de Simonovis se evitara una masacre mayor el 11 de abril de 2002.

Cuando alguien pierde su libertad y es condenado a morir encerrado por sus secuestradores, ese alguien tendría muchas razones para rendirse, para no encontrar fuerzas para seguir adelante. Pero las razones de Simonovis para continuar eran mayores: su familia y recobrar su libertad. Es evidente que en la cárcel se tiene altos y bajos, más si no estamos hablando de cinco días. Eso sin contar que un preso político debe enfrentarse a la mayor de las condenas: el olvido. En fin, son un conjunto de situaciones que hacen más dura la tarea de mantener la moral intacta, sin agacharse a quienes no solo esperan verte derrotado, sino humillado. Pero gracias a su  perseverancia y el apoyo que siempre tuvo de su familia, Simonovis lo logró.

Venezuela también está secuestrada, son veinte largos años que parecieran eternos. Veinte años humillados por un grupito que se hace llamar gobierno y que no son más que nuestros captores. En este proceso ha habido días buenos y días malos, donde pareciera que no vemos ninguna salida a nuestro drama. Es precisamente en esos días donde debemos sacar voluntad para ponernos de pie, no porque sea bonito decirlo, sino porque de eso depende nuestra supervivencia. Venezuela volverá a ver la luz del sol, volverá a abrazar a sus hijos, a respirar aires de la libertad. Ese día llegará tarde o temprano, el momento en el que unidos rompamos los grilletes que nos atan al castrismo y sonemos las campanas de la libertad. Gracias Simonovis por servir de inspiración a todo un país, gracias por demostrar que el ser humano nació para ser libre. El bien siempre vence sobre el mal.

Fincheltubbrian@gmail.com

@Brianfincheltub

Humillación Bolivariana del siglo XXI, por Armando Martini Pietri

Cosas de la vida, fue la electricidad la que vino a demostrar claramente lo que sospechábamos los venezolanos, numerosos gobiernos internacionales y organismos multilaterales: que el usurpador que preside, heredado por el extraño vericueto del enamoramiento castrista de aquél Chávez quimioterapeado que ya moría, no sabe gobernar sin apoyarse en el retrato del fallecido comandante, y cualquier crisis sobrepasa su propia e infinita incompetencia.

Lo que acaba de ocurrir con el servicio de electricidad ni es cosa no sabida ni peligro no anunciado. Expertos advirtieron una y otra vez del incorrecto camino que se estaba siguiendo de mal o ningún mantenimiento, descuido generalizado y sustitución de especialistas meritorios, confiables por sus conocimientos y experticia, por incapaces, necios ignorantes sólo avalados por su afiliación al partido, fuese el rojo carnetizado, verde armado, o ambos -muchos son los casos de doble compromiso con privilegios, corrupción, participación integral en la calamidad y ruina en que se ha convertido el país-, al cual convirtieron de próspero, ingenuo, bochinchero, siempre afable y sonriente receptor de inmigrantes, en malhumorado, desesperado y amargado emisor de emigrantes. ¿Cuál es la razón para esperar a que este Régimen deje en ruinas y escombros a Venezuela?

El régimen castro/chavista/madurista ha conseguido mostrar lo peor del venezolano, como ciertos diputados que, para algunos, colaboracionistas a rabiar y beneficiarios privilegiados de bolichicos y enchufados, saboreando buena comida y bebiendo caña a placer en su tugurio regular, mientras venezolanos a quienes dicen representar mueren de hambre y falta de medicinas. Comerciantes especuladores y sinvergüenzas, ladrones aprovechadores de la necesidad humana, vendiendo en dólares y recibiéndolos a menor precio que en el mercado negro o dicom, violadores y asesinos de los Derechos Humanos básicos, abusadores, usureros, truhanes, pícaros y bandidos de la peor calaña; chulos de carencias de las minorías, desgracia de los pobres y menos favorecidos. Todos ellos son afrenta, insulto y agravio para el gentilicio venezolano, merecen la cárcel y desprecio ciudadano. Y ahora, para completar la viciosa filosofía del madurismo cívico-militar cubanizado y cubanizante, la nación está en manos de colectivos armados criminales, no tan nuevo, pero ahora nacionalmente desplegado poder. ¿Qué espera la Asamblea Nacional para aprobar el artículo 187 numeral 11 de la Constitución?

Miles de millones de dólares se han vaciado, dilapidado, y robado para destruir la estructura de una Edelca enorme, moderna, ejemplar generadora y distribuidora de electricidad a empresas públicas y privadas regionales, que venía mejorando progresivamente a lo largo del siglo XX, y a proveedores responsables de la electricidad en las zonas y sectores acordados.

Ese esfuerzo de décadas, formador de técnicos, profesionales y servicios de calidad cada día mejor, fue cambiado por un sistema de plantas termoeléctricas compradas por cubanos, cómplices pro-chavistas, bolichicos, enchufados, oportunistas y asociados infiltrados opositores, a precios de viejas y poco confiables, vendidas al gobierno revolucionario a valor de nuevas de paquete y avanzada tecnología. El atraco al tesoro público fue monumental. La complicidad de personeros de la dictadura, empleados oficialistas, presuntos empresarios y politiqueros fue asqueroso, vomitivo, repugnante, y que hoy, por esa misma connivencia están libres, impunes, disfrutando lo robado mientras el pueblo está en desgracia, padeciendo hambre y sed, privaciones de salud, falta de todo y muerte.

A la electricidad venezolana le pasó lo mismo que al petróleo. Se cambiaron los expertos por ineptos leales al comunismo castrista, ingenieros y técnicos por militares armados, sumisos y obedientes. La crisis que acaba de estallar en todo el país fue anunciada reiterada, claramente por quienes conocían y conocen del tema. La indignación ciudadana no tiene comparación, cuando el país incluso llegó a venderle electricidad a Colombia y Brasil, retrocedió a la oscuridad y limitación medievales. Hoy ambas industrias están arruinadas por falta de mantenimiento y exceso de corrupción.

Poco importa si fue como aseguran, un incendio rural que la tramoya eléctrica roja no supo manejar por su incompetencia, o que, por un imaginario ataque cibernético dirigido por el senador Marco Rubio, el pentágono desde Chicago y Houston, o Donald Trump, todo el país se quedó a oscuras mientras el régimen bailaba otra de sus rumbitas e inventaba una guerra eléctrica para sumarla a la económica ya desgastada de tanto manipularla como pretexto.

El país se quedó a oscuras, sin medios de comunicación, el Gobierno no logra producir gasolina de ningún octanaje, voltaje para alumbrar emergencias ni nada, no provee seguridad ni confianza, el país quedó en manos de los colectivos delincuentes desatados y desalmados, el régimen simplemente no supo qué hacer. La crisis política, social, económica, ética, de valores morales y ahora la eléctrica, evidencian la incompetencia que lo sobrepasó. Es una vergüenza que el general ministro no tenga los cojones de renunciar ante su reiterado fracaso. En lo de atrapar saboteadores, digo.

No hay duda que, en estos días de silencio y oscuridad, hemos vivido y visto la cara del verdadero castrismo madurista. A los responsables de la crisis del pueblo venezolano se les devolverá tanta crueldad. Pero ¿dónde están los cobardes que los apoyaron todos estos años? ¿Acogiéndose a la Ley de Amnistía buscando impunidad a sus delitos y crímenes? 

No interesa lo que piense el partido rojo rojito que se va esfumando día tras día y error tras error. Tampoco afecta lo que mastiquen politiqueros impulsados por personajes de dudosa reputación, desprestigiados que poco o nada representan. Importa, lo que cavile el partido verde institucional y decente, pero atención, nadie es indispensable.

Un cambio es obligación ciudadana, deber político serio y responsable, necesidad ética, moral y juramento religioso. ¡Cuidado con la furia de un pueblo tolerante!

 

@ArmandoMartini