El olvido impuesto - Runrun
Alejandro Armas Jun 19, 2022 | Actualizado hace 2 meses
El olvido impuesto
El olvido impuesto es otra forma de opresión. Es una ruptura forzosa e involuntaria con una parte de nuestra cultura y de nuestra esencia

 

@AAAD25

En la última emisión de esta columna, discutí la tendencia de una parte de la opinión pública identificada como opositora a olvidar los intentos de lograr un cambio político entre 2016 y 2021, o a trastocar su recuerdo, para justificar acciones que omiten que en Venezuela no hay democracia ni Estado de derecho. No es ese el único esfuerzo por convertir a la diosa Mnemósine en un macaco japonés que se tapa los ojos para no ver el mal. Tampoco es el menos peligroso, porque a fin de cuentas es un acto voluntario que asimismo se puede revertir voluntariamente. Hay otro que aspira a hacerse valer por la vía de la imposición.

Que la elite gobernante venezolana tenga una relación abusiva con el estudio histórico es algo de lo que todo ciudadano con un mínimo de conocimientos en la materia debería ser consciente. Hablamos de personas que llevaron a un nuevo nivel de paroxismo la exaltación acrítica del proceso de independencia y del pensamiento bolivariano para usarlos como trampolín anacrónico de su propio ideario. Personas que reivindican a personajes grises como Ezequiel Zamora y su caudillismo tosco, o a Cipriano Castro, cuyos arranques patrioteros paradójicamente casi nos costaron la soberanía nacional en 1902.

Personas que satanizan absolutamente todo lo ocurrido durante nuestro paréntesis de cuatro décadas de democracia y por el contrario se deshacen en loas a los que trataron de deshacer la voluntad ciudadana a punta de fusiles y citas a la Crítica del programa de Gotha.

Pero todo esto, más que un intento de eliminar recuerdos, es un intento de retorcerlos. Lo que hoy nos atañe es distinto. Con un pasado tan distante que la mayoría de los venezolanos no vivió, y quienes lo vivieron evocan a medias por la natural imperfección de la memoria, el chavismo no necesita hacer más que contar un hecho de manera distinta. No es que así sea efectivo convenciendo a las masas de su versión manipulada, pero le agrega material a una narrativa que lo legitime ante un núcleo duro de seguidores, sin suscitar una respuesta por parte de terceros que no sea, por lo general, la indiferencia. Otros sucesos que chocan con la propaganda ideológica oficialista son más recientes, están frescos en la memoria colectiva y cuesta presentarlos en paquetes “alternativos”. Así que su conmemoración es suprimida del todo.

Es el caso de las muertes al calor de la represión de protestas opositoras, en plena calle y a la vista de miles. Millones, si el hecho queda grabado por un teléfono inteligente (el registro audiovisual de acontecimientos, nuevas tecnologías mediante, es otra complicación para los editores de la memoria, que no se les presenta cuando solo tienen que emitir comentario sobre hechos cuyo relato veraz reposa en los archivos de la Hemeroteca Nacional). Si por ellos fuera, ni siquiera se pensaría en aquellas manifestaciones en general, puesto que fueron un gesto inocultable, y que efectivamente le dio la vuelta al mundo mucho más rápido que los ochenta días de Phileas Fogg y Passepartout, del descontento inmenso con la hegemonía chavista.

Y no solo la imagen de masas haciendo gala de un coraje cívico impresionante en reclamo de sus derechos les resulta molesta. También la mención de aquellos individuos que cayeron en medio de las descargas inmisericordes de “gas del bueno”, perdigones y hasta balas. Sobre todo, los que alcanzaron un estatus icónico en la psiquis colectiva del venezolano. Así, por ejemplo, la policía es ágil en la remoción de tributos a Bassil da Costa en la esquina de Ferrenquín del centro de Caracas, aunque sea una sencilla e inequívocamente inocua ofrenda floral.

La última muestra de esta intolerancia fue la supresión de mensajes textuales e imágenes alusivas a Neomar Lander, en Chacao la semana pasada. Aunque a los autores se les ordenó un régimen de presentación, un castigo relativamente laxo para estándares del sistema de “justicia” chavista, claramente el mensaje para el resto de los ciudadanos es que semejantes expresiones no están permitidas.

Neomar, libertador

Neomar, libertador

El olvido impuesto es otra forma de opresión. Es una ruptura forzosa e involuntaria con una parte de nuestra cultura y de nuestra esencia. En Los orígenes del totalitarismo, Arendt explica que estos regímenes no solo mataban físicamente a sus adversarios, sino que pretendían eliminar todo indicio de que alguna vez existieron. Porque para ellos la disidencia es una aberración que no debería existir. Venezuela no es un régimen totalitario, pero se acercó peligrosamente a serlo y aún retiene algunos de sus rasgos.

Afortunadamente, como dije al principio de este artículo, hay una diferencia entre el olvido por decreto de terceros y el olvido por decisión propia. El primero solo aplica a lo público. En nuestro fuero interno, es de cada individuo la decisión de mantener vivo el recuerdo de los caídos en las protestas como símbolo de un esfuerzo cuyo objetivo sigue pendiente.

Puede que seamos como el Angelus Novus de Paul Klee, como lo interpretó Walter Benjamin en la novena de sus Tesis de la filosofía de la historia. Miramos hacia el pasado y ante nosotros hay una tormenta caótica que hace estragos. Quisiéramos arreglar el desastre y rescatar a sus víctimas, pero no podemos, pues el huracán nos impulsa hacia el futuro. Necesario es avanzar, pero sin olvidarnos de donde estuvimos antes. Porque si le perdemos la pista a nuestra historia, no conoceremos del todo nuestra identidad y estaremos mucho más indefensos ante los desafíos del porvenir. Como en el nombre de aquella pintura de Gauguin, tocayo de Klee: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?

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