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#CrónicasDeMilitares | El general Zamora tenía esclavos
Ezequiel Zamora se ocupó en su momento del abolicionismo monaguero (1854), pero desde la perspectiva de los propietarios…

 

@eliaspino

Muchos historiadores han considerado a Ezequiel Zamora como adalid de las causas populares, como una especie de adelantado del socialismo y de las revoluciones populares en el siglo XIX. Gracias a esa celebridad fraguada en numerosas hagiografías, el régimen chavista lo ha elevado a la cima de la santidad revolucionaria al proclamarlo como pilar de su ideología. Su sacrificio en la Guerra Federal, una muerte llena de sospechas y la cual se atribuyó a propósitos reaccionarios, a fuerzas de la cúpula distanciadas de la causa de los campesinos y los peones más humildes, ha cementado su pedestal de paladín de las reivindicaciones del proletariado. El libro de Adolfo Rodríguez que frecuentamos cuando buscamos verdades sobre el personaje (La llamada del fuego, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 2005), despedaza el mito.

En anterior artículo llamamos la atención sobre la primera participación de Zamora en guerras civiles, a la altura de 1846 contra la administración del presidente Soublette tutelada por Páez, en la cual, de acuerdo con los biógrafos más entusiastas, proclamó la liquidación del latifundio, el reparto de las tierras entre los labriegos y la igualdad de los hombres todavía pendiente de establecimiento legal. ¿Sucedió así? ¿Hizo tales propuestas el hombre  a quien se conocerá como General del Pueblo Soberano? Los testimonios recogidos por Rodríguez sobre su conducta de 1854, cuando el presidente José Gregorio Monagas decreta la abolición perpetua de la esclavitud, siembran sólidas dudas sobre el asunto.

Enviado a Ciudad Bolívar como comandante militar, Zamora participa en los actos que organizan los representantes del gobierno para festejar el decreto de abolición. El 16 de abril acompaña al gobernador de Guayana y a los altos cargos civiles y religiosos a un tedeum, después del cual se lanzan salvas de cañonazos y se realiza una corrida de toros. También acude a dos terneras muy concurridas y a un concierto de violín en el cual se ejecutan composiciones de Beethoven, Kommer y Donizetti. No habla entonces en las funciones, permanece callado, apenas aplaude y levanta la copa, quizá porque solo esté pendiente de la noticia de su ascenso que todavía no ha llegado de Caracas. La nueva lo ilumina en marzo, cuando el correo anuncia su elevación a General de Brigada.

Puede entonces ocuparse del asunto del abolicionismo monaguero, pero desde la perspectiva de los propietarios.

El 4 de junio comparece ante la Junta de Abolición de Ciudad Bolívar, para gestionar indemnización por las propiedades que han dejado de existir debido a la medida. Presenta documentos que lo acreditan como dueño de las esclavas Juana Nepomucena y Nieves, las dos de 36 años, valoradas cada una en 300 pesos porque gozan de buena salud; y de los manumisos Francisco María y Candelario, que pueden valer entre 60 y 150 pesos que espera sean considerados por la tesorería. Como en anterior intento se le había negado el trámite de indemnización de tres adolescentes porque no tenía “las escrituras correspondientes”, aprovecha la ocasión para presentarlas. En ellas se prueba ahora que también han sido sus siervos Rafaela, de 5 años, junto con Bonifacio y Jacinto que estaban cumpliendo los 15. En noviembre otorga poder a José Manuel García, su primo, para que gestione en la oficina de abolición el pago por dos esclavas que no pudo reclamar en la gestión anterior. La cuenta se eleva así a 9 “piezas”.

Mal año este 1854 para don Ezequiel, tanto para su bonanza material como también para su fama. Pese a sus flamantes insignias del generalato, no solo debe ponerse entonces a esperar el pago de unas propiedades que atesoraba, y ante cuya existencia no había mostrado señales de incomodidad, sino también a desear que los candorosos revolucionarios del futuro no supieran que las tuvo.