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#CrónicasDeMilitares | Cadenas para los “perros gordos”
La carta de Cipriano Castro a uno de los carceleros más temibles de la época, da cuenta de los tiempos oscuros que esperan al republicanismo venezolano

 

@eliaspino

El tormento de los presos políticos fue práctica habitual en el siglo XIX venezolano, pero se lleva a cabo sin embozo cuando comienza la dictadura de Cipriano Castro en los comienzos del siglo siguiente. La importancia que tiene el documento que ahora se leerá radica en que muestra sin subterfugios una crueldad que en el pasado se trató de ocultar.

Antes la crueldad se cebó en el cuerpo de los enemigos, desde luego, −se habla de ella en las memorias de las víctimas y en los testimonios de figuras de la época−, pero sus ejecutores se afanaron por hacerla invisible. La misiva que veremos ahora, remitida por el presidente Cipriano Castro cuando enfrenta y derrota a sus enemigos en las últimas guerras civiles, ofrece ideas sobre cómo se endurecen los tratos políticos cuando está por concluir el dominio de los caudillos. O, y esto es lo que importa de veras, sobre cómo no se guardan fórmulas en el ocultamiento de una atrocidad.

El 21 de enero de 1902, Cipriano Castro remite al jefe de la cárcel de Maracaibo, general Jorge Bello, las siguientes órdenes:

De Roberto Pulido para arriba y para abajo. Debe ponerle Ud. grillos a todos los presos políticos de importancia que piensen obtener su libertad por la sublevación, la fuga o cualquiera otra puerta de esas que no sea la que Ud. les abra por mi orden.

Tiene Ud. ahí presos de mucha importancia y próximamente le irán otros perros gordos, y su Ud. no toma las precauciones de seguridad que son menester, puede tener un conflicto en cualquier momento, pues ha de saber Ud. que esos señores están convencidos de la vanidad de sus esperanzas en el triunfo de las revoluciones, y de que estarán presos mientras yo consolido definitivamente la paz y el imperio del orden (…)

Téngale preparado al famoso traidor Guerra el mismo calabozo donde lo tuvo Guzmán por traidor también, y si fuere posible, los mismos grillos que arrastró en su época.

Como el general Aranguren ha debido trasmitirle al vagabundo Sisoes Finol, le advierto que debe ponerle también sus grillos.

En otra correspondencia para el mismo destinatario, fechada al siguiente día, agrega El Restaurador:

El General Prato entregará a Ud. 34 presos políticos cuyos nombres están en la lista que le adjunto. En esa lista indico con una cruz a los que Ud. debe ponerles grillos y esta operación la hará por parejas que indico en la lista con una rayita curva, es decir, que a cada dos presos les pone un par de grillos de modo que una argolla corresponda a la pierna derecha de uno y la otra argolla a la pierna izquierda del otro.

También le incluyo una lista de presos que debe poner en libertad.

Complemento de la anterior, la orden redondea una exhibición de encarnizamiento, o de frialdad gigantesca, sobre la cual ningún jefe de Estado o ningún caudillo de importancia dejó constancia en el pasado. Antes también se atormentaba a los “perros gordos”, o se procuraba que tuvieran una vida imposible, pero no se escribían instrucciones para reducirlos a límites estrechos e inhumanos. Había maneras de ocultar la incomodidad y la penuria que debían experimentar, de acuerdo con la opinión de los rivales que tenían la sartén por el mango: un comentario en el oído, un gesto debidamente traducido por los subalternos…, pero jamás una disposición comunicada sin precaución por telégrafo.

En Los días de Cipriano Castro, Picón Salas recoge las noticias detalladas que publican entonces los periódicos sobre los caudillos y los políticos civiles que están en cautiverio, una información que el gobierno “restaurador” quiere ventilar para hacerle publicidad a su fortaleza. Pero también el importante autor se detiene en las burlas que el mandatario pregona en la prensa sobre cómo salen “gordos y tronchones” los presos después de pasar una temporada en La Rotunda, o en los castillos que funcionan como cárceles. Pretende una comparación entre el paso por las ergástulas y una excursión vacacional.

Sin el conocimiento de estos pormenores no se puede calcular cabalmente la imposición dictatorial que se establece en breve. Nada qué ver con las persecuciones y las tropelías de la segunda mitad del siglo XIX, por el grado de desvergüenza a que llegan. La carta de Castro a Jorge Bello, uno de los carceleros más temibles de la época, en la cual un jefe de estado gira instrucciones precisas sobre cómo castigar con dureza a los adversarios políticos y militares, entre ellos un respetado hombre de armas como el general Guerra, da cuenta, como pocas a través de nuestra historia, de los tiempos oscuros que esperan al republicanismo venezolano. También de las precariedades de los enemigos de la dictadura, desde luego.