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La emperatriz de la basura, por Sergio Dahbar

Foto: ABC Color

La frase “Lo que no existe en papel, no existe’’ le pertenece al premio Nobel Czeslaw Milosz y tendría sentido aún si la hubiera enhebrado un ciudadano anónimo. Es una simple verdad, tan antigua como el aire. A lo largo de la historia siempre ocurren hechos que ponen de relevancia la importancia que tienen los papeles. Aún los que imaginamos que no valen nada.

El 4 de noviembre de 1979 supimos la importancia de unos aparatos mecánicos que se utilizan para destruir documentos comprometedores. Ese día ocurrió la toma de la embajada estadounidense de Teherán. Los hechos que se sucedieron significaron una derrota aparatosa para el presidente Jimmy Carter, que impidió que se lanzara tras un segundo período presidencial.

El periodismo, los historiadores, la literatura, el cine se han cansado de contarnos los vanos intentos de los empleados de la embajada por destruir documentos sensibles que no deseaban compartir con los iraníes que entraron a saquear las instalaciones.

El dato curioso allí es que se convocó a un grupo de fabricantes de alfombras iraníes, para reconstruir las delgadas tiras que escupían las maquinas destructoras de papel. Hicieron un trabajo milagroso. Convirtieron en textos legibles aquellos restos mutilados y los estudiantes musulmanes editaron 77 volúmenes, que titularon Documentos de la guarida de espionaje de los Estados Unidos.

La trituradora de papel que patentó en 1909 Abbot Augustus Low en Horseshoe, New York, nunca llegó a construirse como había sido imaginada. En 1935 el constructor alemán Adolf Ehinger, improvisó un modelo con manivela para destruir hojas de imprenta inútiles. Después de la guerra, comercializó la idea y se dedicó a construir máquinas que llegan a destruir 1000 libras de papel en una hora.

La preocupación por la suerte de los papeles comprometedores ha crecido en igual proporción a la complejidad de los asuntos humanos y divinos. Hoy hay científicos que han desarrollado maneras sofisticadas de eliminar papeles y desvanecer discos duros. En el argot específico de este negocio, la destrucción de información se conoce como “desintegración’’ (reconocido por Nicholas Basbanes).

Hay empresas que eliminan papeles en el sitio que haga falta, con camiones fabricados para la destrucción. Una de ellas (Shred-it International Inc), que gobierna este mercado, tiene una publicidad notable: “Ese memorándum que tiraste podría costarte más de lo que piensas’’.

Lo curioso de la magia del papel es que incluso sus desechos esconden historias únicas. Así lo entendió una contadora china, Zhang Yin, hija de un oficial del ejército chino. A fines de los ochenta trabajaba para un importador de papel en Hong Kong. La compañía quebró y debió reinventarse. En 1990 viajó con su marido, médico taiwanés, a California. Invirtieron 3900 dólares, sus ahorros, para comprar toneladas de desecho de papel y embarcarlo para China, según le confesó al periodista de New York Times, David Barboza.

Los molinos necesitaban fibra recuperada para abastecer la demanda del crecimiento económico. Su acierto fue descubrir una necesidad. En los años de Mao, China destruyó irracionalmente sus bosques, por eso se convirtieron en el mayor importador de derivados de pulpa y madera. Ella recorrió Estados Unidos con un tráiler comprando desperdicio de papel.

En 1995 Zhang Yin estableció su empresa en China para negociar la fibra recuperada. Hacia 2010, diez años después de su errático comienzo, la emperatriz de la basura (así la llaman) es una de las mujeres más ricas del mundo, con un patrimonio de 5600 millones de dólares. No hablaba ni una palabra de inglés, pero cuando los demás veían el desecho de papel como basura, ella sabía que eran árboles.

Categorías: Opinión

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