Por qué los controles no funcionan, por Francisco J. Quevedo
Por qué los controles no funcionan, por Francisco J. Quevedo

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Que los controles de precios no funcionan lo demuestran los hechos, particularmente una inflación que diversos analistas y entes multilaterales ubican hoy sobre el 700% anual, y una escasez que calculan en 82,3% para la capital que es la más surtida por el Gobierno, por miedo a un estallido social, un «caracazo» que se riegue por todo el país. Y, ojo, se está regando más bien desde el interior porque esta dinámica es ineludible. Al final, revienta.

Si quiere comprender por qué los controles no sirven, por qué no se puede represar la comida del Pueblo y pensar que el Pueblo se quedará tranquilo, esperando, simplemente, piense en un semáforo que se quede pegado en rojo. ¿Qué sucede? Primero, los motorizados ni esperan que cambie, ellos pasan como perro por su casa, y los conductores en pocos segundos comienzan a inquietarse, ven para los lados, buscando la luz del cruce, le toman el tiempo, «fintean» arranques, aceleran, y en menos de dos minutos, alguien comienza a tocar corneta y a gritar «¡Dale!» con una grosería, y la gente arranca y se come la luz. Solo basta un cornetazo.

Piense en otro ejemplo, digamos que usted tiene un taxi y el Gobierno controla las tarifas al aeropuerto. «No se puede cobrar más de Bs. 100» para llevarlo o traerlo, decreta. «Tarifa popular», dicen. ¿Qué sucederá? Usted comprenderá rápidamente que no le conviene bajar, y sencillamente no irá al aeropuerto, o cobrará una tarifa bajo cuerda, limitándose a prestarle el servicio a sus amigos, «los panas», y clientes frecuentes, para no exponerse a una denuncia que lo deje preso o sin placa. En colectivo, la ausencia de carreras significará una drástica contracción en la oferta, y la alternativa de pagar por debajo de la mesa representa el bachaqueo y genera la inflación tarifaria que el control justamente buscaba evitar. Así de sencillo.

Y vamos a complicarlo. En la práctica, el control cambiario conjuga por si mismo una reducción artificial del precio de otras monedas con una restricción de la oferta. La gente pregunta: ¿Cuánto vale el dólar? Y el gobierno responde, «barato, diez bolos, pero a ese precio no hay…» ¡Tragicómico! Al restringirse la oferta surge el bachaqueo, aquel que pone el producto, en este caso las divisas en sus manos, a un precio que se encarecerá por razones de oportunidad y riesgo, y mientras más lo prohiban, más caro. Y como el taxista, siempre se hará entre gente de confianza.
El Instituto Cato de Washington concluye que «las determinación de los precios de mercado a través de la interacción dinámica de la oferta y la demana constituyen los cimientos más básicos de la economía. Las preferencias del consumidor son determinantes… y las empresas deciden cuánto producir en funcion de ellos… A mayores precios, más producción» afirma, y este dinamismo, dide, lleva a un equilibrio. «Pero cuando el gobierno adopta controles de precios, afecta esa dinámica de mercado y genera desequilibrios… porque (precisamente) el precio que impone nunca será un precio de equilibrio».

Es decir, la injerencia del Estado es en su esencia desestabilizadora, según los expertos, y genera justamente lo que intenta evitar, inflación y escasez. Si no cree que los controles generan reacciones espontáneas, deje las luces de su casa apagadas esta noche, y cuando vea una prendida, apáguela, y verá que alguien pronto la prenderá y dirá, molesta, «¡Qué vaina con estas luces apagadas, no joda!» Es lo que llaman, la naturaleza humana…

 

@fjquevedo