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¿Amar nuestro trabajo?

Escribo este artículo un 1 de mayo, reconocido como el Día Internacional del Trabajo, según unos, y Día Internacional del Trabajador, según otros, y me pregunto: ¿he amado, amo mi trabajo?

Aprovecho para repasar las actividades que he desarrollado bajo régimen de dependencia, las realizadas en el libre ejercicio de mi profesión de abogado y otras.

Me he desempeñado como docente en el Colegio San José La Salle, en la Escuela de Trabajo Social del Rotary Club de Guayaquil, en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, en la Escuela Superior Politécnica del Litoral y en el Seminario de la Arquidiócesis de Guayaquil.

Fui miembro de las Fuerzas Armadas, en el Ejército ecuatoriano, hasta obtener el grado de subteniente de reserva, en el Arma de Artillería, y también el de teniente de reserva.

Durante cinco años fui procurador general del Estado y, como tal, miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales, al retorno al régimen constitucional, una vez concluida la dictadura militar.

Llevo más de cincuenta años ejerciendo la profesión de abogado y escribo artículos de prensa semanalmente, empezando en 1985 para el diario Hoy y desde 1991 para EL UNIVERSO.

He desarrollado otras actividades que no podrían considerarse como trabajo, al no ser remuneradas:

Fui catequista para preparar a niños y jóvenes al sacramento de la primera comunión y luego a parejas para el del matrimonio, esto último con Alicia, hasta la fecha.

Con ella también escribimos como pareja en revistas católicas como Catolicismo y Vida Nueva, hoy Ser Familia; hemos dado y seguimos dando charlas sobre la organización, fortalecimiento y desarrollo de las familias.

Puedo afirmar que estas actividades han sido gratificantes para mí, al poner en ellas el honor que me inculcaron en mi familia, el pundonor que exaltaban los Hermanos Cristianos en nuestro colegio y la ilusión se satisfacer las expectativas que creaba mi actuación.

Por eso y por conocer mi capacidad y límites, a veces con pena por defraudar gentilezas, no acepté propuestas para acceder a la política como candidato a la Vicepresidencia de la República, o ser ministro de la Corte Suprema de Justicia, contralor general o nuevamente procurador general.

Pienso que el trabajo que desarrolla una persona debe ser gratificante para su espíritu, más allá del estipendio que reciba.

Esta convicción recojo de mis recuerdos: me ha gustado hacer lo que me encargaron realizar.

En tal condición es un placer trabajar. Lo contrario produce desencantos, frustraciones y autolimitaciones mentales que arrojan un mal resultado y entonces la labor no es la que se pidió, desencadenándose consecuencias negativas.

Me duele pensar en las personas que tienen que trabajar haciendo lo que no les place, lo soportan y siguen, tal vez porque la contraprestación económica es primordial para su subsistencia y la de su familia.

Así, el trabajo más parece una mercancía y no un medio de satisfacción y superación personal.

¿Ama su trabajo? ¿Sería tan amable en darme su opinión?

Nicolás Parducci

El Universo

Categorías: Internacionales

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