Foto: Oswer Díaz Mireles
Todos los días, con luz o sin luz, abre puntualmente su librería en el Trasnocho Cultural. Todos los días llega inventando algo. El año pasado se le fueron siete libreros, la mayoría están en diferentes países latinoamericanos. Katyna Henríquez, desde El Buscón, mantiene una bujía encendida: ha visto cómo cambia el lector venezolano conforme la crisis del país se vuelve una tragedia, desde ese lugar de diálogo, reflexión, recreación y esperanza
Sebastián de la Nuez
@sdelanuez
El Buscón, ese pequeño rectángulo del Trasnocho rodeado de libros por todas partes excepto el techo, es un enclave de esperanza del país posible. Frente a los cines de Paseo Las Mercedes, donde siempre ha estado, cumplirá pronto quince años. Ya no es solo librería; es una taima, un oasis, un ágora en medio de la crispada algarabía nacional. La gente lo sabe. Katyna Henríquez, su motor fuera de borda, ha debido renovar su equipo pues se le han ido siete libreros en poco tiempo, la mayoría huyendo del país. Tres de ellos han sido contratados en librerías de México, Colombia y Argentina. Katyna está orgullosa porque El Buscón es una especie de escuela. Lo está por los libreros que se han formado allí, como Ricardo Ramírez Requena o Chela Yáñez Vicentini (por cierto, estos acaban de estrenar, junto a otros escritores, La Poeteca, un precioso proyecto cultural).
La experiencia de Katyna, con la antigua Monteávila en el lobby del Teatro Teresa Carreño, fue fundamental. Allá se le acercó cierta vez su amiga Solveig Hoogesteijn, y luego se sumaron María Fernanda Di Giácobbe, líder del entonces incipiente Trasnocho Cultural, y Federico Pacanins, quien se sumó al proyecto de una librería en el este de la ciudad como socio capitalista.
Esa conjunción y el stock que quedaba de la Librería Soberbia, en manos de las queridas hermanas Pardo, hicieron El Buscón posible. Una oferta de libros de segunda mano que fue su marca y su pasaporte. La gente entraba y preguntaba que si eso era una biblioteca, y no, no era una biblioteca sino una librería donde usted podía encontrar cosas que ya no se conseguían en ninguna otra parte. ¿Conoce esa frase, verdad, la que dice que uno entra en una librería por algo que anda buscando pero, sobre todo, por lo que no sabe que andaba buscando?
—¿De dónde viene tu fortaleza para mantenerte en un negocio como este dentro de un país como el que tenemos?
—Viene por muchos factores: lo más importante es el empeño y la terquedad por resistir. En el día a día se reafirma la certeza: somos un proyecto como muchos que se encuentran invisibilizados, pero que existen y se mantienen con terquedad absoluta. El Buscón se ha convertido en un sitio donde podemos dialogar, expresarnos, en una ciudad agobiada, cercenada.
—Pero, ¿cómo es posible mantenerse?
—Es difícil con una economía totalmente distorsionada. Caminamos sobre una cuerda floja, todos; con esta inflación no sabemos cómo manejarnos. Cada día uno debe levantarse con la certeza de continuar, no sé cómo, evidentemente cada día es más difícil. Sin preverlo, en el 2003, concebimos un proyecto con libros de segunda mano, y eso es lo que nos mantiene vivos. Porque, lamentablemente, hay un inmenso éxodo y la gente ofrece muchos libros, continuamente. Somos una cosa extraña, porque muchas librerías están con serios problemas: no hay mercado editorial, todas las casas [representantes de editoriales foráneas] se fueron, no hay producción, no hay papel… Entonces, ¿qué ocurre? Nos salva el libro de segunda mano.
—¿Cómo haces con el personal, cómo les das ánimos?
—El año pasado me renunciaron siete libreros, cinco de los cuales se fueron del país. Ahora tengo otros; hay mucho movimiento de jóvenes. Es muy penoso porque se van muchachos graduados, formados, y han salido con muchas dificultades. Y luego, conseguir aquí empleados es más difícil: trabajas, pero lo que ganas no da. Por más que tratemos de triplicar el sueldo básico, no da para nada. La inflación obliga a la gente a rebuscarse. Con un solo trabajo es imposible vivir. Esa es la situación.
—No es posible retener al personal, entonces.
—Lo que estamos sintiendo, y es mutuo, de mí hacia ellos y de ellos hacia mí, es como la necesidad de crear una familia. Una familia laboral. Hay necesidad de un apoyo emocional. Trato de ser creativa, estimulándolos continuamente, dándoles a entender lo importante que es la formación como librero: no son vendedores, no son cajeros, son libreros en el mejor sentido de la palabra; y por lo tanto, que vean esta experiencia como algo que les abrirá el futuro, pues podrán incursionar en el mundo del libro. Efectivamente, muchos que han pasado por la librería continuaron en el campo editorial. Además se ven estimulados pues se encuentran en un sitio, tú lo sabes, donde siempre está pasando algo: conocen gente, experimentan, escuchan cada encuentro, cada charla. Aprecian esa puerta que se les abre.
—¿El cliente venezolano de tu librería ha ido cambiando en estos años?
—Claro, antes la gente llegaba buscando un libro o pidiendo consejo; pero ahora busca mucho más que eso. Diálogo, intercambio de ideas. Creo que la librería va llenado ciertos espacios: El Buscón tenía presentaciones de libros dos veces a la semana años atrás, martes y jueves. Ahora no hay casi producción editorial; solo lanzamientos de vez en cuando. De modo que, para seguir teniendo una librería viva, mantener este sitio de encuentro, propiciamos tertulias, recitales y lecturas. Urbanismo, historia, arte, literatura…
—Pero, ¿las lecturas que busca la gente ahora son, de algún modo, diferentes?
—Hay una absoluta relación entre la tragedia que vive el país y lo que la gente busca para leer. Diría que desde hace unos diez años, lo que busca el venezolano promedio es el tema-país, tratando de entender qué es lo que está pasando. Incluso la Historia: se revisan los años sesenta, la guerrilla, temas que uno creía estaban superados. Pues no; vuelven. Lastimosamente se han repetido cosas que hacen que la gente haga esa relectura. De modo que buscan tema-país, Historia y poesía: siempre hemos sido un país de grandes poetas, y creo que, en el fondo, la gente busca en su lectura una acción sanadora.
—Desde tu ámbito, ¿qué propondrías como políticas públicas urgentes en caso de tener otro gobierno, otro Estado, uno que escuchara tu opinión?
—En primera instancia, educación. Segundo, políticas para la promoción de la lectura, que son absolutamente inexistentes. Y en tercer lugar, apoyo a los creadores, que siempre han estado desatendidos en Venezuela, pero jamás como ahora.
TRABAJAR EN RED
El Buscón seguirá ocurra lo que ocurra en Venezuela. El visitante no necesariamente va a comprar, sobre todo porque por lo general no tiene cómo hacerlo, no al menos dentro de las presentes circuntsancias. Va porque el espacio es amable. Está en un sitio de tránsito, con público eventual y cautivo que se encuentra y charla. Hay cuatro sillas, por si alguien quiere agarrar un libro y sentarse un buen rato. A Katyna le entusiasma que su amiga María Fernanda Di Giacobbe impulse en estos momentos una red de jóvenes emprendedores del cacao de todo el país. La acaba de invitar a una charla sobre el oficio del librero en la hacienda la Trinidad, donde se halla una escuela del chocolatero. Allá fue Katyna y les dio la charla a los jóvenes mientras aprenden a hacer bombones, pues la idea es complementar el aprendizaje con el conocimiento de otros oficios y hechos de la cultura. Allá fue Katyna y les brindó su experiencia. La misma Di Giácobbe, formada en literatura pero dedicada al cacao y sus variadas posibilidades, es un ejemplo de eclecticismo y apertura.
—Katyna, la mujer venezolana es, por su fuerza y su creatividad, una esperanza para este país, ¿no?
—Somos mujeres, somos madres: si eres madre debes empujar el carrito pues tienes detrás de ti a quien abrazar y cubrir. Eso está dentro de nosotras. Veo que las mujeres se están volcando, con diferentes emprendimientos, hacia un futuro de país. Un futuro absolutamente incierto, como nunca me hubiera imaginado, porque este drama ha llegado a niveles inconcebibles… Pero mientras más veo una situación así, no me preguntes cómo, más energías tengo. Puedes caer fácilmente en situaciones de depresión, cierto, pero afortunadamente lo que siento, y en muchas mujeres lo percibo también, es que mientras más duro lo pasamos, más energía tenemos.
—¿Cómo es tu día a día?
—A veces uno se dice “qué duro es esto”, pero inmediatamente me levanto: sobre todo por las mañanas lo siento. Me digo “uy, con qué proyecto salgo hoy para proponer en la librería”. Te digo, también lo veo en la gente que trabaja allí o se presenta en la librería o edita. Creo que hay una gran red de resistencia. Pienso que la mujer venezolana, hace rato, da la batalla. Absoluta esperanza… No sé, te diría que tengo la certeza: de esto salimos. Quizás no con la rapidez que uno quisiera, pero de esto salimos.