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Los dos últimos legados por Ángel Oropeza

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Para poder garantizar la convivencia, y en su propio beneficio, los pueblos se dan leyes y normas. Éstas son las guías que orientan y regulan la coexistencia de personas que tienen –por inevitable mandato de la naturaleza- intereses, visiones y pareceres distintos.

La única forma posible de sociabilidad entre plurales, sean éstos una familia, un grupo, o una sociedad, es el establecimiento de reglas de juego consensuadas y claras que permitan a sus miembros un marco preciso para planificar sus propias acciones, orientar su conducta y disponer de un piso sólido sobre el cual levantar sus proyectos y su vida en común. No existe convivencia humana civilizada sin reglas de coexistencia. Lo contrario es el caos y la anarquía.

Es por ello que el reduccionismo de la ley y su degeneración a formas maleables y acomodaticias en beneficio de los hegemones de turno constituye un daño inconmensurable y perverso a la cultura política de un país. Y es un daño inmenso en 2 formas igualmente nocivas: en primer lugar, porque el aprendizaje social que se comienza a imponer es que la ley –en el sentido de norma universal que regula la convivencia – no existe ni tiene valor, sino que sólo impera el arbitrio e interpretación de los poderosos. Son los oligarcas del momento quienes imponen su voluntad y su parecer. Es el regreso a la ley del más fuerte, origen último de toda violencia. Quien pasa así a regular las interacciones sociales no es la ley ni la Constitución, sino la conveniencia de algunos militantes partidistas devenidos cínicamente en “magistrados”. Por tanto, las leyes pierden su valor de orientación y coordinación de la coexistencia nacional, y mueren en el altar de los apetitos de poder de los burócratas.

En segundo lugar, si los pueblos se acostumbran al criterio de que la Constitución y las leyes pueden violarse por la vía de interpretaciones de conveniencia económica o partidista, se abre un indeseable y peligroso boquete en la línea de flotación de la sociedad. Porque entonces, aplicando el mismo criterio de “la particular conveniencia”, el pueblo puede peligrosamente asumir también como “interpretativo” obedecer a una autoridad, pagar impuestos, acatar una orden judicial, aceptar un decreto del gobierno, respetar los límites de la propiedad ajena o simplemente cumplir cualquier disposición legal que a algún grupo social le parezca inconveniente.

Si a alguien le parece exagerado este escenario, permítanme recordar, sólo a manera de ejemplo, que la delincuencia generalizada de la cual somos víctimas hoy los venezolanos, tiene entre sus raíces esta percepción de condicionalidad de las normas. De hecho, una de las causas estructurales tanto de la inédita corrupción como de la indetenible delincuencia en Venezuela es la relativización de la ley, que la convierte en formalismos que pueden ser burlados dependiendo de la cercanía del delincuente o del corrupto a alguna fuente de poder, sea ésta política, económica, judicial, o de cualquier otra índole, y que explica los altísimos niveles de impunidad que registran hasta las propias cifras oficiales.

La obscena conveniencia circunstancial de nuestros poderosos “interpretadores de leyes” de turno puede convertirse en criterio generalizable que legitime y estimule no sólo la anarquía, el caos y el envilecimiento social, sino la violencia y la imposición del más fuerte.

Ya la gente sabía que la penuria y el dolor eran parte del legado del fascismo militarista. El acelerado avance de la pobreza, con su cara de escasez, colas humillantes y limitaciones indignantes a la cotidianidad, ya se reconocía como hija predilecta del actual modelo de dominación. Pero la altísima delincuencia –en sus modalidades de hampa común y de corrupción de cuello rojo-, y el “a jurismo” decadente de unos mal llamados “magistrados” interpretadores de leyes, que hacen con éstas lo que les da la gana, parecieran serlos últimos dos legados del fascismo bolivariano como forma particular de cultura política.

@AngelOropeza182

El Nacional 

 

Ene 08, 2016 | Actualizado hace 8 años
Asombro en el hemiciclo por Jean Maninat
AsambleaN
Los venezolanos presenciamos el 5 de enero la autopsia de la vieja forma de hacer política que por 17 años impuso en el país un clima de iracundia, de violencia verbal -y física- hacia toda disidencia; de frases altisonantes para tratar de domesticar la realidad, de gritos y más gritos, del puño agresivo que chocaba la palma de una mano en señal de violencia identitaria. El maestro de ceremonias del socialismo del siglo XXI dejó como legado el desprecio por la convivencia republicana, el odio de clases como trámite de las diferencias sociales, la peregrina idea de que habían llegado para quedarse. Nadie volverá, solo nosotros nos enrocaremos hasta el final de los siglos.

Pero llegó el 6D y luego el 5E. El baño frío de democracia no le sentó nada bien a la alta jerarquía roja. Eso no estaba en el guión, así no fue como él les dijo que iban a suceder las cosas; se suponía que solo rendirían cuentas ante la historia -la escrita por sus memorialistas-, que el país había sido expropiado a su favor y ya nadie podría recobrarlo. El Acorazado Potemkin navegaría por siempre tranquilo en el ancho mar de la felicidad insular con ellos a bordo. Y ahora esto, este chapuzón malagradecido, esta marejada de desafecto popular, estos millones de traidores que los condujeron a esta infame procesión, a marchar escuálidos frente al mundo, apretujados, lijando el piso con los zapatos, hacia el hemiciclo parlamentario que habían silenciado meticulosamente y que ahora bulle con un ruido alegre como de agua limpia en acequia.

No, así no se suponía que iban a pasar las cosas. ¿Qué hacen esas cámaras de televisión aquí adentro? ¿Quién dejó entrar esos micrófonos, esas grabadoras, esos periodistas? Tanta luz, tanto flash, tantas preguntas volando… tanta algarabía produce mareos. Quizás unos gritos, unos improperios, unas descalificaciones y regrese la debida obediencia. Pero no, lo viejo ya no surte efecto. Ni siquiera reconvocar los espectros de los años sesenta para que hablen desde el más allá ideológico espanta el entusiasmo, ahuyenta la alegría de lo que está renaciendo ante sus ojos atónitos. ¿Quiénes son todos esos muchachos? ¿Quién los convidó a este entierro? ¿De qué se ríen, por qué se abrazan?  Los diputados son tristes, no hablan, saben callar. Solo dicen sí, solo obedecen. O son fieras dispuestas a arremeter con violencia en contra de quien contradiga la línea oficial.

Pero, no, así no se suponía que sucederían las cosas. No habían nacido para ser minoría, para tener que levantar la mano y pedir la palabra, para que los refutaran en público, para rendir cuentas, para sufrir ese tráfago fastidioso que llaman «democracia burguesa» con sus contrapesos institucionales. Ahora tendrán que razonar, esgrimir argumentos, entregar pruebas, debatir, parlamentar. Están obligados a reinventarse si quieren sobrevivir como actores políticos. Es tan fácil salir airados del recinto a cada revés parlamentario, a cada contrariedad contenida en el reglamento de debates. No pueden huir para siempre -menos frente a la presencia ahora algo más golosa de los medios de comunicación- y salir ilesos ante la opinión de quienes los pusieron a trabajar en la AN gracias a sus votos. Ahora tienen que rendir cuentas de sus actos. Su asombro es grande en el hemiciclo.

@jeanmaninat

 

No quiero ese legado por Gonzalo Himiob Santomé

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Chávez fue el que empezó a jugar con ese fuego. Su primera opción, su herramienta preferida, siempre fue la violencia y lo demostró sin duda en dos golpes de Estado fallidos y en su campaña electoral, hace ya casi veinte años. Eso está lejos, por eso quizás lo hemos olvidado, pero así fue. Mientras fue presidente, solo se disfrazó de cordero unos meses, mientras terminaba de tomar las riendas tras ganar las elecciones, pero poco después su verdadera naturaleza se mostró sin tapujos. Su “revolución”, si es que así puede llamarse al pasticho ideológico que lo motivaba y que ahora nos sigue ahogando, era “pacífica, pero armada”, lo dijo cientos de veces. Los que no le reíamos las gracias éramos, y aún somos, “traidores”, “escuálidos”, “apátridas”, “terroristas”, “criminales”. Las decisiones de los tribunales que no le gustaban eran “plastas”. A su mujer lo que le daba era “lo suyo” y cuando el pueblo rechazó su propuesta de reforma constitucional, sobre su derrota lo más que atinó a decir fue que se trató de una “victoria de mierda” para la oposición, a la que varias veces, por cierto, dijo que iba a “demoler”.

El rencor, como los conflictos, el sexo y la violencia son rentables. No solo son útiles para ganar rating en la TV. Políticamente hablando, son la delicia de los populistas. Llaman más la atención, calan más en las masas, el chisme (o eso de acusar a la gente de cuánta cosa se les ocurra, sin pruebas), las amenazas, los insultos, las poses de matón desaforado y el chauvinismo ramplón, que la ponderación, el respeto, la discusión civilizada, la calma y los llamados a la unión y a la paz. Arrastramos, aunque nos duela, la tara política y cultural de confundir el abuso con la autoridad, el miedo con el respeto y el grito con el argumento ¿O no hemos hecho nuestro el refrán que reza que “autoridad que no abusa no es autoridad”? Nos convence más, y aún parece ser así, el que se planta ante una pantalla a dar “peñonazos”, “tubazos” o “mazazos”, con cara de arrecho y como si estuviera “furioso”, o el que finge burda campechanía hablando, como gobernante y al país entero, como si estuviera echándose palos con sus panas en una taguara, que el que modera el tono y contrapone ideas y razones buscando hallar entre nosotros puntos de unión, que no desencuentros ni rencillas.

Así somos, lamentablemente. Chávez lo sabía, sus seguidores, los pocos que le quedan, lo saben también, por eso no se salen de esa línea. Es la única manera que conocen para que “el tren”, y el sentido que se le da a la palabra en nuestras cárceles es deliberado, no se les descarrile. El tiempo ha demostrado que la estrategia no buscaba solo de poner de manifiesto el descontento, quizás alguna vez legítimo, ya no, que algunas equivocaciones pasadas hubieran podido generar en un grueso sector de la población que, con justas razones, pudo haberse sentido excluido y marginado antes de que Chávez llegara al poder. Pero ya no hay excusa, cuando el poder se acostumbra a culpar al pasado de todos nuestros males, no puede dejar pasar mucho tiempo (y repito, llevamos en esta triste homilía ya casi veinte años, casi la mitad de lo que según sus detractores duró la “cuarta república”) porque si deja que los años pasen y se le vengan encima llega un momento en el que, aunque se crea “presente”, ya es en realidad “pasado”. Por eso afirmo que la cosa iba más allá.

La “gasolina” del amor del pueblo, en manos de incapaces, se agota muy rápido. Y con hambre no dura nada. Las barrigas no se llenan con  ideologías ni con chácharas populacheras. Por eso había que convertir ese descontento originario en rencor desaforado y de allí pasar a la reivindicación de la violencia como arma o herramienta “legítima” en la política y en cada uno de nuestros espacios. Así sería fácil instrumentar luego el miedo como estrategia y usarlo después a conveniencia para hacer valer las propias pretensiones, en este caso, las muy privadas y personales de los que nos han usado, porque pueblo somos todos, para quedarse en el poder y gozar de sus ventajas, a costa de lo que sea. O “como sea”, según lo ha dicho ahora el mismo Maduro.

Por eso ahora se ve lo que se ve. Al parecer, usar un arma, torturar, cometer crímenes políticos, e incluso llegar al asesinato de opositores sin que pagues por ello lo que la ley dispone no requiere de más permiso que el de llevar una franela roja puesta. Si es “a nombre de la revolución”, no hay pecado imperdonable, si es “contra la revolución” hasta un tuit, y no digamos un artículo como este, puede llevarte a la cárcel como si fueses el más terrible criminal. Si eres absuelto cuando haces y deshaces lo que te plazca contra tus hermanos que piensan distinto eso no lo decide un tribunal con base en la ley, sino el poder desde una cadena nacional. La verdad no importa, la justicia menos. La impunidad y la tergiversación son la regla, la muerte es costumbre, las carencias y el atraso son la norma. Cuando me hablan de “el legado”, aunque a muchos les parezcan duras mis palabras, no veo luces ni destellos, no veo avances ni progreso, es oscuridad lo que veo.

Y yo me pregunto ¿Es esto lo que todos queremos? Por más que me afano no puedo imaginar lo que pasa por la mente de aquellos que, como ahora acaba de pasar, son capaces de abrir fuego y de matar a otro ser humano solo porque los que les dirigen, desesperados ante su inminente derrota electoral, les dicen que eso es lo que toca porque a la revolución “hay que defenderla hasta la muerte”. Hasta la muerte de otros, claro, la de los demás, por supuesto ¿No tienen ustedes, si es que me leen, hijos, hermanos, padres o amigos? ¿Y si mañana alguien se cansa y decide, Dios no lo permita, combatir el fuego con más fuego? ¿Cómo se sentirían si el que es asesinado en un mitin oficialista es alguien amado por ustedes? ¿Es así, con el mismo miedo que ustedes buscan inspirar en otros, como quieren vivir de ahora en adelante? ¿Estarían estos desbocados asesinos dispuestos a aguantar un país en el que, si otros tan perversos como ellos llegan al poder, sus vidas no valdrían ni lo que cuesta una bala?

¿O es que de verdad creen, ilusos, que son intocables y que nada cambia? Nada es eterno. Si no me creen, pregúntenselo al “comandante”. Y nadie es intocable. El credo de la violencia no respeta ni a los que más lo profesan, y si esta “revolución” ha demostrado algo es que usa y se ceba, con particular malicia, en sus propios “hijos”, cuando así le conviene.

Es verdad, hoy escribo desde una profunda tristeza que, de tan profunda, se parece mucho a la rabia, pero tengo una hija de ocho años y un bebé en camino a los que les debo el legado, éste sí debe llamarse así, de un mejor país. Por eso, como no sé disparar ni me interesa parecerme a los que hacen de la muerte su consigna, pese a todo, pese a las intimidaciones y los abusos, pese al miedo y pese a los crímenes que hoy cometen, voy a votar la semana que viene. Allá los espero, a todos.

 

@HimiobSantome

El legado de Elio Gómez Grillo, por Carlos Nieto Palma

@cnietopalma

Se está cumpliendo un año de la ausencia física de mi amado maestro Elio Gómez Grillo, padre del penitenciarismo contemporáneo en Venezuela y quien a pesar de su ausencia material nos dejó un importante legado que, de cumplirse como él lo diseñó, nuestro sistema penitenciario sería diferente. Hoy dedico mis líneas a la figura de este gran venezolano.

Tres grandes penitenciaristas ha tenido Venezuela a lo largo de su historia:

1. Francisco de Miranda. Aunque pocos conocen esta faceta del generalísimo, fue el que diseñó el sistema penitenciario de países europeos como Dinamarca, aún vigente es ese país;

2. Tulio Chiossone siguió los pasos de Miranda y fue el encargado de diseñar el sistema penitenciario venezolano en la era posgomecista. Gran parte de su obra sigue aún vigente,

3. Elio Gómez Grillo, que transformó y le dio el valor que merece a ser penitenciarista y lograr que el funcionamiento del sistema penitenciario tuviera rango constitucional.

Elio Gómez Grillo nació en Maracaibo el 17 de octubre de 1924, aunque su infancia ocurre en su amada Maiquetía, en el estado Vargas. Fue abogado, criminólogo, penitenciarista y profesor universitario. En 1949 egresó como profesor de educación secundaria y normal en el Instituto Pedagógico de Caracas, mención Filosofía, Castellano y Literatura, formando parte de la Promoción Juan Vicente González. Estudió derecho en la Universidad Central de Venezuela donde se graduó en 1954 como miembro de la promoción “Rafael Pizani”; hizo posgrados en Ciencias Penales y Criminológicas en la Universidad Católica Andrés Bello y posteriormente estudió en la Sorbona de París y en la Universidad Degli Studi di Roma, obteniendo la mención summa cum laude, en la misma especialidad. 

Desde los 20 años se dedicó a la docencia, iniciándose en los institutos educativos caraqueños como el Liceo Santa María, el Colegio Las Acacias, el Santa Cecilia, el Fermín Toro, el Alcázar, el Instituto San Pablo. También en Mérida en la Unidad Educativa Libertador para alternar sus estudios de Derecho en la Universidad de los Andes. Durante muchos años ejerció la jefatura del Departamento de Pedagogía del Instituto Pedagógico de Caracas. En la Universidad Central de Venezuela, de 1958 a 1980, ejerció la cátedra de Derecho Penal Especial, egresó como profesor titular y fue durante casi 20 años su director de Cultura.

El 3 de febrero de 1992 fundó, acompañado de grandes figuras del mundo académico venezolano y otros grandes conocedores del mundo penitenciario, el único instituto universitario de Latinoamérica y de los pocos del mundo, para esa época, en formar a profesionales universitarios en el área del penitenciarismo de naturaleza civil el Instituto Universitario Nacional de Estudios Penitenciarios (IUNEP), su gran obra.

En el año 1999 fue designado miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, encargada de la elaboración de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999. 

Gómez Grillo nos deja dos importantes legados; el primero, la profesionalización del personal de prisiones, darle a los penitenciaristas rango universitario con una debida formación como educadores para poder trabajar en la reeducación y reinserción social de los seres humanos que se encuentran en prisión, alejándose del criterio de policías represores que siempre ha imperado.

Su otra gran obra es la incorporación en la Constitución nacional del artículo 272, donde se fijan las bases de cómo debe funcionar y ser el sistema penitenciario venezolano.

Lamentablemente el legado del maestro Gómez Grillo no ha sido tomado en cuenta. Su adorado IUNEP fue cerrado y absorbido por la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES), dejando de lado la formación de educadores que puedan redimir a los encarcelados para convertirlo en un simple formador de policías de cárceles. Prueba del fracaso de la formación de la UNES es la cantidad de denuncias por tratos crueles, inhumanos y degradantes a los privados de libertad.

Gómez Grillo siempre pensó que la formación de penitenciaristas, en caso de no existir el IUNEP, era en el pedagógico pues lo que se busca es formar educadores y no policías.

Igualmente lo que logró que quedara plasmado en la Constitución nacional sobre el sistema penitenciario, uno de los más importantes avances en la materia, que sería la solución al caos que se vive en las cárceles, cuestión que ha quedado en el olvido y podemos decir con propiedad que el artículo 272 de nuestra Carta Magna es letra muerta, a pesar que nos quieran hacer creer que se cumple plenamente, no es más que mentiras.

Quiero terminar este pequeño homenaje a mi maestro con unas líneas de su último libro Prosa de prisa para presos, donde deja claramente expresado lo que es ser un penitenciarista: «El penitenciarismo  es sencillamente, una alianza de filosofía y de ciencia y también de humanidad y misericordia. No es un oficio de salón, no disfruta de tribunas ni de escenarios para exhibiciones frívolas, no sirve para cautivar amistades exquisitas ni para obtener riquezas materiales. Se ejerce en rincones oscuros y humildes y se trabaja con hombres oscuros y humildes. Los penitenciaristas somos los albaceas de los vencidos en un mundo de triunfadores”, “A los penitenciaristas  se nos dice una y otra vez que somos cultores de una causa perdida. Tenemos que responder que después de todo,  somos caballeros, y que el no llegar nunca es justamente lo que nos hace más grandes.”

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Gonzalo Himiob May 31, 2015 | Actualizado hace 9 años
Los hilos por Gonzalo Himiob Santomé

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No son todos los que están mostrando los síntomas, casi imperceptibles, pero ciertos y auspiciosos, de los cambios que a nuestros niveles más esenciales ya están empezando a sentirse. Algunos todavía están enajenados a tal punto, no sabría decir si es por conveniencia, por ceguera, o por las dos, que no hay quien les saque de la infatuación en la que viven. En muchos espacios aún dominan los prepotentes, ganados a ello por su incuestionable ignorancia, la misma que blasonan apuntalados en las muchas veces en las que, en ya más de quince años, han hecho y deshecho con los sueños y los derechos ajenos lo que han querido sin que alguien les haya hecho pagar, por ahora, las consecuencias. No es todo, sin embargo, autoengaño o simple escasez mental, también hay maldad, que sí existe, en muchos, y ésta es la que los nutre y domina.

Pero la verdad es que aquellos cada vez son menos. Cada vez son menos los que meten su mano en el fuego por “la revolución” o por cualquiera de sus líderes. Cada vez son menos los que están dispuestos a dar la vida “rodilla en tierra” por lo que queda del proyecto del cual fueron, a la vez, protagonistas, instrumentos y carne de cañón. Es verdad, aún existe una conexión emocional muy poderosa entre el pueblo oficialista y Chávez, al que aún les resulta muy difícil responsabilizar de cualquier desafuero pasado o presente, o tocar ni con pétalos de rosas; pero eso no implica ni supone lealtad o entrega absolutas al “heredero” ni a quienes están hoy en el poder. De hecho, si algo es parte del “legado” son las coletillas que se han hecho comunes a cualquier expresión, cada vez más hueca valga decir, de adhesión al proceso revolucionario. Ahora no se oyen tantas proclamas sin bemoles. Ni las miradas ni las consignas son tan altivas o desafiantes como antes eran. Ahora se escuchan muchos “sí, yo soy revolucionario, pero esto no es lo que Chávez quería”, o continuos y lapidarios remates a cualquier defensa del poder que concluyen con un “pero es que Maduro no es Chávez”, y así.

Algunos no lo expresan de manera tan clara. Todavía no se atreven, aunque se les vea a leguas que la procesión va por dentro. El miedo, si lo sabremos los venezolanos, funciona aún muy bien como estrategia política, y todavía se siente. Más en los que dependen del poder, más en los que militan en las filas del oficialismo que en los que son de la oposición. Son aquellos los más asustados, los silentes, los que más pierden si hablan con claridad, y los que están continuamente bajo el filo de la persecución y de la represión, también implacables (aunque de ellas se hable menos) que se dan “puertas adentro”.

Hasta hace muy poco éramos los opositores los que en cualquier sitio público cuidábamos nuestras palabras. Éramos nosotros los que bajábamos el tono y la mirada cuando en un mercado, en un restaurante o en una bodega de alguna manera nos veíamos forzados a compartir nuestras opiniones políticas con los demás. Éramos nosotros los que tras liberar una crítica contra el gobierno mirábamos inmediatamente por encima del hombro para constatar que no estuviese vigilándonos algún esbirro que nos hiciera pagar el pecado de hablar de más. El miedo era solo nuestro. Ahora ya no es así. Se ha ido de nuestros pechos para mudarse poco a poco a los de los que, con menos fe y pasión que antes, aún visten los suyos de rojo. La realidad se ha impuesto al discurso y a la propaganda. Los “disociados” ya no son los “escuálidos”, sino los que nos obligan a sus cadenas de radio y de televisión para exigir firmas para protegerse o para vociferar fortalezas que ya no tienen.

El “heredero” ha desbaratado “el legado” (lo que sea que éste fuera) y se ha dado a la sistemática tarea de acabar no solo con el país, sino hasta con la confianza y con la lealtad “a beneficio de inventario” de las que gozó en un principio por haber sido ungido para regir nuestros destinos directamente por el ausente. Se ve en el empleado del tribunal que ya no te desprecia ni te trata con desdén porque defiendes “guarimberos”, se ve en el funcionario subalterno del SEBIN que no te aprueba pero tampoco te impide, como lo hacía antes, que le des agua o comida a cualquiera de tus representados cuando son trasladados; se ve en el “radical” en algún puesto de poder que ahora, aunque antes jamás lo hubiera hecho, te manda así sea con terceros un mensaje “de apoyo” o un “a ver cuándo conversamos” que te demuestra que ya las cosas no son como antes. Se siente hasta en el silencio atronador de los que antes, ante cualquier comentario crítico, saltaban prestos, virulentos y afilados a insultar o a atacar. Ahora callan, y solo a veces, más como propia afirmación que para defender lo indefendible, se les oye la réplica. Pasó que la verdad de nuestra grave crisis a todo nivel, aunque mucho les duela, ya no los esquiva. Les estalla en la cara, como a todos los demás, todos los días.

Si algún capital político tenía, que lo dudo, Maduro mismo lo ha dilapidado con saña y con torpeza. Nunca tuvo carisma, ni muchas luces. Siempre creyó equivocado que no le harían falta puesto que había sido una “santa palabra”, por la que muchos sí hubieran dado hasta la vida, la que lo había llevado a Miraflores; pero los genes políticos no se transmiten, no se heredan, se nace con ellos o no, y punto. Ahora es preso de sus propias limitaciones y del cerco que se dejó montar, desde las filas de sus correligionarios, contra sí mismo. La peor batalla que le queda no es contra la oposición, es contra sus compañeros, cada uno perdido en sus propias madejas y peleando para sobrevivir o para no ir preso, y contra sus seguidores… y la va perdiendo. Si las consecuencias no fuesen tan graves para todos, si los daños colaterales y las víctimas no tuviesen la magnitud que tienen, si el atraso en el que se nos está sumiendo no fuese de estas tan inmensas proporciones, sería hasta digno de lástima.

Por eso está allí, en muchos más de los que creemos, aunque a ratos imperceptible pero indetenible, ese cambio actitudinal en muchos oficialistas, esa mirada distinta hacia el otro, hacia el que hasta ayer no era un ser humano sino un “escuálido”, un “apátrida”, un “traidor”. Si es sinceridad o conveniencia, ya se verá, y eso depende también de cada persona y de lo que haya hecho o dejado de hacer contra sus compatriotas, pero el caso es que la realidad, terca, nos ha puesto frente a frente, al mismo nivel, como lo que somos: Iguales. Todos compartimos colas, desesperanza, pesares y la misma incertidumbre. Y también, lo estamos redescubriendo, tenemos los mismos sueños. En la oscuridad a la que nos han forzado brillan los hilos que han empezado a unirnos y a hacernos ver que, al final del día, no somos tan diferentes los unos de los otros… ni, necesariamente, enemigos.

 

@HimiobSantome

Mar 26, 2015 | Actualizado hace 9 años
Es el legado estúpido por Francisco Ibarra Bravo

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En estas últimas semanas se han sucedido una serie de declaraciones relativas a la política económica del Presidente Nicolás Maduro. De más está decir que dicha política es profundamente ruinosa. No se trata en este caso de la defensa de un gobierno igual de malo que el que le precedió, sencillamente no es otra cosa que su continuación. Se trata de poner al descubierto un discurso interesado que busca preservar la imagen del difunto y endilgarle todo el desastre que padece el país al actual gobierno.

El lunes 23 de febrero PROVEA publicó un artículo (http://bit.ly/1y76njP) donde comparaba el paquete de “medidas” del actual gobierno con el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez. En lo único que se parecen esos dos gobiernos es en desastre que recibieron ambos; curiosamente ambos tuvieron culpa en ello. CAP recibió el desastre que inició en su primer período presidencial con interés compuesto y Maduro participó directamente en el gobierno anterior. Hasta aquí las similitudes. El segundo gobierno de CAP, con sus inmensos errores, fue un intento reformador que lamentablemente no se supo comunicar. El actual Gobierno no es más que la prolongación del desastre del anterior, en ese aspecto es su digno heredero. Comparar uno y otro es mezclar churras con merinas. PROVEA se haría un favor dedicándose a la defensa de los derechos humanos y dejar el análisis económico para aquellos que puedan hacer por lo menos un análisis coherente.

Lo de PROVEA no acaba aquí. El 17 de marzo según reseña aparecida en El Universal (http://bit.ly/1Ep4Rf5) la misma organización acusaba al Presidente Nicolás Maduro de haber acabado con el legado social de Chávez. La primera pregunta es si el legado de violencia y muerte que padece el país forma parte de ese legado o esos muertos no cuentan. Las mejoras sociales ocurridas durante los años de gobierno chavista no han sido superiores a las logradas en otros países de la región, y lo peor, no son sostenibles porque dependían del auge de los precios petroleros. Decir que hay un legado social de Chávez favorable es estafar doblemente: primero a quienes padecen las miserias actuales, y segundo, hacerlo con las futuras generaciones creando una sensación de querencia con un pasado mitificado. El legado social del gobierno chavista es una absoluta ruina. Chávez no ofreció más allá que una buena rumba con los ingresos petroleros. El difunto no fue más que otro Lusinchi pero con ingresos petroleros 10 veces superiores y los mercados de deuda abiertos. Vender lo contrario es mentir.

Que una organización como PROVEA tenga causas nobles no la exime de tener responsabilidad cuando dice tonterías que pueden parecer inocuas. Es necesario que se dediquen a la actividad que dicen desempeñar y no se extralimiten en sus análisis porque de esa manera se restan credibilidad, que en la difícil tarea de defender los derechos humanos es clave.

Pero lo de PROVEA es un caramelo al lado de lo que declaró Jorge Giordani en la presentación de su libro. Lo que dice el caradura ex ministro merece sin lugar a duda un capítulo a parte, mezclar a PROVEA con Giordani es injusto. Después del difunto nadie ha hecho más daño a los venezolanos que Giordani, quien entra en la categoría de los que quieren interesadamente preservar la memoria del difunto. La lucha de la Venezuela del futuro no es contra Maduro, él ya hace la mitad del trabajo con sus decisiones; la lucha es para que los venezolanos entendamos que nos equivocamos, que el chavismo ha sido un terrible error y que nuevamente desaprovechamos una oportunidad de oro en manos de los militares asesorados por la izquierda paleolítica a la que pertenece Giordani.

No podemos permitir que sean los que nos hicieron fracasar los que además nos cuenten la historia. No podemos privar a los venezolanos de un análisis profundo de lo que ha ocurrido en estos 16 años y también en los otros 25 que le precedieron. Llevamos casi 40 años de estancamiento económico, de retroceso social y moral. Hemos perdido una y otra vez la oportunidad de reinventarnos y salir adelante. En su lugar hemos preferido el análisis simplón de los vendedores de pomadas como Giordani. El legado de Chávez es un fracaso, el país estaría igual de mal con él estando vivo y es una pena que sea otro el que le toque capear la tempestad que el gestó.

 

@franibar10

 

 

El galáctico legado por Carolina Jaimes Branger

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El galáctico legado es un país dividido de muchas maneras. Entre los de allá y los de acá (escoja usted cuál le gusta más o le disgusta menos), y los que van y vienen de allá para acá y viceversa. Dividido entre los ricos y los pobres de siempre, entre los nuevos ricos y los nuevos pobres, entre los boli-(burgueses y chicos) y los pendejos de toda la vida que no pegan una porque se empeñan en ganarse la vida con el sudor de sus frentes. Dividido entre racistas y clasistas, de ambos lados también, con tantas pasiones desatadas que pareciera que jamás se reconciliarán.

Sí, el galáctico legado incluye los enchufados y los desenchufados. A los vivísimos (los Tío Conejo criollos los llamaría Axel Capriles) y los “bobísimos” (que son las personas honestas que aún quedan, por fortuna negadas a corromperse, la reserva moral con la que contamos para reconstruir el país).

¿Qué más galáctico legado que el de un dólar que se disparó más allá de la atmósfera terrestre? ¿Qué más galáctico legado que un bolívar débil devaluado, devaluado y más devaluado?  Propongo cambiarle el nombre a nuestra moneda: ¿por qué no llamarla “el galáctico” para que no se nos olvide NUNCA de dónde vino este desastre?…

Galáctico legado también es la quiebra de las empresas productivas, los robos a mano armada que han constituido las expropiaciones y los planes milmillonarios que jamás arrancaron, con dineros que jamás aparecieron. Galáctica la escasez. Galáctica la inflación. Galáctico el legado del desabastecimiento.

Galáctico el legado de taparear a toda costa los escándalos de corrupción, a pesar de las quejas de las solidaridades automáticas de antes.

Es galáctico el legado de la quiebra de PDVSA. Galáctico el empobrecimiento. Después de 16 años y  1,5 billones de dólares, sí, 1,5 BILLONES DE DÓLARES AMERICANOS en ingresos, Venezuela está en el mismo nivel de pobreza de 1998, cuando el precio del petróleo apenas llegaba a $8 por barril.

Galáctico el legado de viajes que cuestan millones, de viáticos que no tienen límite (hasta para las cargadoras de los altos funcionarios), de familiares que disponen de los bienes y el erario públicos como si fueran suyos y viven como príncipes o princesas cuando el pueblo pasa hambre y necesidad ¡tremendos revolucionarios!…

Legado galáctico la destrucción de las Fuerzas Armadas… Legado galáctico la prostitución de los militares. Legado galáctico la creación de una guardia pretoriana rodilla en tierra frente al dictador.

¿Y qué peor legado –también galáctico- que la destrucción de los ya precarios hospitales, la falta de insumos básicos, como la anestesia, que tienen paralizados la mayoría de los quirófanos del país?

Galáctico legado el desmantelamiento del sistema educativo. La creación de instituciones paralelas al Ministerio de Educación –y con más presupuesto que éste- para repartir diplomas a diestra y siniestra, sin impartir conocimientos. Galáctico el legado de bachilleres que no saben ni sumar, ni escribir, ni siquiera leer.

Galactiquísimo el legado de la censura, la inducción a la autocensura, la toma indiscriminada de medios de comunicación para poner en marcha un proceso de idelogización anacrónico, obsoleto e imposible de llevar a la práctica y el cierre de canales de TV, emisoras de radio y periódicos considerados “enemigos”. Galáctica la conculcación progresiva de todas las libertades.

Galáctica también la sistemática, constante y brutal violación de los derechos humanos de los adversarios, mientras galácticamente se protege a asesinos que con plena libertad de circulación y acción acaban con las vidas, los proyectos y los sueños de tantos venezolanos probos.

Galáctica la fanfarronería, el jalabolismo, el servilismo, la obsecuencia, la ceguera.

Galáctico el legado de la cursilería. Galáctico el derroche. Galáctica la destrucción. Galáctica la pobreza. Galáctica la mentira. Galácticas las promesas. Galáctico legado el de la imbecilidad. Galáctico el legado de la corrupción. Galáctico el legado de la habladera de paja… ¡Galáctico legado el de la desesperanza!

@cjaimesb

Bob Marley estaría cumpliendo hoy 70 años: su legado en imágenes

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El legendario músico jamaiquino estaría cumplendo 70 años este 6 de febrero. Pero a pesar de su muerte, su legado musical sigue vigente.

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Bob Marley murió el 11 de mayo de 1981, pero fue ese mismo día cuando nació Bob Marley la leyenda.

 

Robert Nesta Marley, nació en 1945 en Jamaica. Dos décadas más tarde ya le cantaba a la lucha del hombre, al dolor y a la redención.

 

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Junto a su grupo The Wailers puso en la cima del mundo el Reggae y pasó en pocos años de ser un éxito absoluto en Jamaica a ser un éxito internacional.

 

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Entre sus canciones más populares destacan: Get Up, Satnd Up, No Woman, No Cry, Natty Dreads y Is this love

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Hijo de Bob Marley

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El Cantante falleció a los 36 años en Miami, víctima del cáncer.