Asombro en el hemiciclo por Jean Maninat

Pero llegó el 6D y luego el 5E. El baño frÃo de democracia no le sentó nada bien a la alta jerarquÃa roja. Eso no estaba en el guión, asà no fue como él les dijo que iban a suceder las cosas; se suponÃa que solo rendirÃan cuentas ante la historia -la escrita por sus memorialistas-, que el paÃs habÃa sido expropiado a su favor y ya nadie podrÃa recobrarlo. El Acorazado Potemkin navegarÃa por siempre tranquilo en el ancho mar de la felicidad insular con ellos a bordo. Y ahora esto, este chapuzón malagradecido, esta marejada de desafecto popular, estos millones de traidores que los condujeron a esta infame procesión, a marchar escuálidos frente al mundo, apretujados, lijando el piso con los zapatos, hacia el hemiciclo parlamentario que habÃan silenciado meticulosamente y que ahora bulle con un ruido alegre como de agua limpia en acequia.
No, asà no se suponÃa que iban a pasar las cosas. ¿Qué hacen esas cámaras de televisión aquà adentro? ¿Quién dejó entrar esos micrófonos, esas grabadoras, esos periodistas? Tanta luz, tanto flash, tantas preguntas volando… tanta algarabÃa produce mareos. Quizás unos gritos, unos improperios, unas descalificaciones y regrese la debida obediencia. Pero no, lo viejo ya no surte efecto. Ni siquiera reconvocar los espectros de los años sesenta para que hablen desde el más allá ideológico espanta el entusiasmo, ahuyenta la alegrÃa de lo que está renaciendo ante sus ojos atónitos. ¿Quiénes son todos esos muchachos? ¿Quién los convidó a este entierro? ¿De qué se rÃen, por qué se abrazan? Los diputados son tristes, no hablan, saben callar. Solo dicen sÃ, solo obedecen. O son fieras dispuestas a arremeter con violencia en contra de quien contradiga la lÃnea oficial.
Pero, no, asà no se suponÃa que sucederÃan las cosas. No habÃan nacido para ser minorÃa, para tener que levantar la mano y pedir la palabra, para que los refutaran en público, para rendir cuentas, para sufrir ese tráfago fastidioso que llaman “democracia burguesa” con sus contrapesos institucionales. Ahora tendrán que razonar, esgrimir argumentos, entregar pruebas, debatir, parlamentar. Están obligados a reinventarse si quieren sobrevivir como actores polÃticos. Es tan fácil salir airados del recinto a cada revés parlamentario, a cada contrariedad contenida en el reglamento de debates. No pueden huir para siempre -menos frente a la presencia ahora algo más golosa de los medios de comunicación- y salir ilesos ante la opinión de quienes los pusieron a trabajar en la AN gracias a sus votos. Ahora tienen que rendir cuentas de sus actos. Su asombro es grande en el hemiciclo.