El “amigo Lula”, entre otras ficciones
Cualquier interesado en la restauración de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela ha de ver con pesar el triunfo de Lula
El regreso a la presidencia de Brasil de Luiz Inácio “Lula” da Silva es el más reciente revés para la causa democrática venezolana y, por el contrario, el último golpe de suerte para el chavismo. Eso es algo que no debería ameritar mucha discusión. Lula fue uno de los mayores aliados de Hugo Chávez durante toda su primera presidencia. Patrocinó negocios entre empresas brasileñas y el Estado venezolano que dejaron un sinfín de elefantes blancos. Mantuvo excelentes relaciones con el chavismo incluso después de lo peor del desmontaje de la democracia venezolana y se abstiene sistemáticamente de criticarlo.
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Cualquier interesado en la restauración de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela…
El año pasado hasta negó las denuncias de falta de democracia en Venezuela. Rechaza la presión internacional sobre el chavismo que apunta a que acepte negociar una transición con sus adversarios. Cabe esperar que su política hacia Venezuela será como la de Gustavo Petro desde Colombia: nada de cuestionar a Miraflores e insistir en que los venezolanos resuelvan solos sus diferencias (pese a que una parte se impone sobre la otra mediante el terror).
Como dije, el cúmulo de estos hechos y expectativas debería bastar para que cualquier interesado en la restauración de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela vea con pesar el triunfo de Lula (para lo cual, por cierto, no hay que tener simpatías hacia Jair Bolsonaro). Pero estamos en tiempos extraños en la opinión pública venezolana. Tiempos en los que el fracaso de la estrategia antisistema de la oposición, en vez de buscar alternativas que no se haya empleado antes, alienta un retroceso a paradigmas igualmente fallidos, como el fetichismo electoral o la visión del diálogo como un fin en sí mismo y no una herramienta.
Tiempos de una resignación que no se acepta a sí misma y que, por vergüenza, tiene que autoengañarse con la noción de que se está haciendo algo por el cambio político en Venezuela… O que sí se acepta, pero tiene que hacerse pasar por oposición ante los demás por razones crematísticas. Todo eso lleva a su vez al dislate de que en realidad Lula es un activo para los demócratas venezolanos y un excelente potencial mediador. Nada de lo relatado en el párrafo anterior importa.
Entre la adaptación y la adaptación
Cualquier interesado en la restauración de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela…
En tal sentido, a la dirigencia opositora se le reprocha el dizque no haber hecho suficiente por ganarse el beneplácito de Lula. De haber puesto por delante una supuesta nueva inclinación hacia la derecha por encima de los genuinos intereses de la nación. De haberse alineado con sujetos como Donald Trump y Jair Bolsonaro y desechado oportunidades de hacer buenas migas con Lula, Petro o los señoritos de Podemos en España. La premisa detrás de esta crítica es que la oposición debería buscar aliados internacionales sin reparar mucho en ideologías, porque necesita todo el apoyo que pueda procurarse y el objetivo de ayudar a Venezuela a salir de su presente trance es prioridad. Estoy de acuerdo con eso. Rechazar espaldarazos por cálculo ideológico sería una mezquindad inexcusable.
Pero cuando la premisa se traduce en acciones concretas, vemos que usarla como justificación teórica para un gran esfuerzo por meterse en el bolsillo a Lula y a líderes que han demostrado actitudes similares para con Venezuela sigue sin tener mucho sentido. Hay casos de casos. En su momento, sostuve que la oposición debió al menos tratar de tender puentes con Gabriel Boric en Chile. A todas luces, no lo hizo, prefiriendo cortejar únicamente a su rival de derecha José Antonio Kast. Error. Hubiera sido mejor tratar de ganarse a ambos y no opinar sobre la elección presidencial chilena. Creo que Boric merecía el beneficio de la duda, pese a su apoyo al chavismo hace casi una década, pues ahora es de los pocos mandatarios de la izquierda latinoamericana actual que repudia sin cortapisas lo que sucede aquí. De haber procedido la oposición de otra forma, quizá hoy habría un Boric que acompañe esa crítica pertinente con acciones asimismo pertinentes, en vez de limitarse a palabras bien intencionadas pero impotentes.
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Con Lula no se puede hacer el mismo juicio. Nunca se pudo. Quien no entienda la razón debe releer el primer párrafo de esta columna. En instancias como esta, más que la incompetencia del liderazgo opositor, ¿el problema no será que se trata de gente a la que no le interesa de ninguna manera desafiar al chavismo ni hacer algo por frenar el imperio de la arbitrariedad en nuestro desdichado país? Miren nada más cómo se ha conducido con Venezuela Petro, otro caso perdido de entrada que sin embargo algunos se empeñan en presentar como gran amigo del venezolano común ante los atropellos de Miraflores. En tres meses de gobierno dejó muy claro eso le importa un comino.
Pero es que además los devotos de la idea de que Lula y Petro son nuestros verdaderos aliados no son fieles a la premisa de la búsqueda de respaldo sin importar las doctrinas. Porque es de notar que solo acuden a ella cuando los aludidos son de izquierda. En cambio, la desechan sin miramientos y montan en cólera si la oposición trata de entenderse con factores de derecha, como Vox en España o el Partido Republicano en Estados Unidos. Vox me parece un partido terrible. Nunca he sido entusiasta de los republicanos norteamericanos ni mucho menos del trumpismo. Pero, así como critiqué la falta de aproximaciones a Boric (y bastante insulto que recibí de derechistas por ello), pues digo que la oposición no hizo mal al entablar conversaciones con aquellos otros señores. ¿No debería ser eso la manifestación de nuestra premisa? Algunos no practican lo que pregonan.
Esto ocurre por varias razones. Para empezar, los políticos extranjeros de izquierda suelen ser más favorables al diálogo sin presiones sobre la elite gobernante venezolana y a la omisión de los vicios del sistema comicial chavista para propugnar el fetichismo electoral. O sea, los mismos principios básicos de la adaptación disfrazada de oposición en casa. Están además las propias preferencias ideológicas de una parte del movimiento adaptativo. Varios de sus integrantes pertenecen a la izquierda dura no chavista y adoran a Petro, Lula, etc. Otros no tienen tal nivel de militancia, pero sí se inclinan por la zurda y detestan ver a dirigentes opositores junto a derechistas prominentes. Este parece ser sobre todo el caso de venezolanos de la diáspora que quieren quedar bien con elites académicas y culturales de inclinación igualmente izquierdista en los países que los acogen.
Terminan entonces replicando lo que denuncian, pero con signo ideológico contrario. Es decir, pretenden que la oposición condicione el apoyo internacional a agendas de izquierda, sacrificando así potenciales fuentes de respaldo porque no las juzgan bonitas. A alguien le podrá parecer desagradable que Juan Guaidó se retrate con Santiago Abascal y preferible que lo haga con Pablo Iglesias (¿o Yolanda Díaz, nueva estrella de la izquierda radical española?). Pero eso no niega la realidad: uno denuncia los horrores en Venezuela, así sea por conveniencia ideológica y no por celo democrático genuino, mientras que el otro aplaude o se hace la vista gorda. Aun así la lógica retorcida de la oposición venezolana prêt-à-porter dice que el segundo es el que más hace por nosotros. No espero que cambien sus desatinadas recetas para la dirigencia disidente en materia internacional. No sin que dejen de vender el conformismo con empaque de resistencia. Una cosa es manifestación de la otra.
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Cualquier interesado en la restauración de la democracia y el Estado de derecho en Venezuela…
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