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#EspañaEnAméricaSinLeyendas | Las huestes indianas (I)
La dominación militar de América por los españoles no se realizó a expensas de la Corona

 

@eliaspino

Las apreciaciones parciales son fundamentales para el entendimiento cabal de los fenómenos históricos. El interés por lo panorámico deja de lado aspectos esenciales, o produce aprietos a la hora de encontrar una verdad que se está procurando cuando se quiere saber qué pasó de veras en una época determinada. Partiendo de esta premisa, se quiere plantear ahora el tema de las huestes indianas.

Si nos aferramos a lo panorámico, no quedan dudas de que la dominación de los territorios encontrados por los españoles en 1492 fue el resultado de una dominación militar. El control de unos hombres desconocidos, frente a cuyos intereses no se tenía noticia cierta y de quienes se podía esperar hostilidad, debido a que no estaban esperando intromisiones en su vida, dependería de la espada. De allí que no anden descaminados los estudios que privilegien la atención de lo militar en el proceso de esa dominación. Ninguna duda razonable se puede interponer al respecto, pero conviene detenerse en el tipo de operaciones armadas que entonces predominaron porque arrojan luces sobre la realidad y, además, asoman posibilidades de análisis de interés sobre hechos posteriores de influencia insoslayable.

Partamos, entonces, de una afirmación determinante: la dominación militar de América por los españoles no se realizó a expensas de la Corona.

Es una afirmación susceptible de cambiar el conocimiento del asunto, ¿no es cierto? En efecto, debido a carencias presupuestarias y a las perentorias necesidades de la monarquía en la política europea, a cómo debe pelear con poderes y con resistencias próximas que no puede eludir, la Corona dejó en manos relativamente ajenas, que en ocasiones se vuelven ajenas del todo, las operaciones ultramarinas de ofensa y defensa que deben llevarse a cabo en las nacientes colonias. Solo las primeras expediciones con soldadesca –el viaje de Colón y las expediciones de Pedrarias Dávila y Fernando de Magallanes– sucedidas entre 1492 y 1514, dependen del todo de los dineros del trono. El resto se lleva a cabo mediante el procedimiento que se describirá de seguidas.

Un individuo con capacidad de llegar hasta la corte y quien se convierte en “capitulante”, organiza, costea y dirige una hueste. Obtiene Real Cédula para “levantar una hueste” y llevarla a buen término. Cuenta con el aval del poder supremo, ante el cual se compromete a través de documentos solemnes, pero actúa de acuerdo con las circunstancias y con lo que sea de su interés individual. Para llevar a cabo su propósito nombra capitanes e iza banderas en nombre del rey, pero de inmediato establece contactos particulares que hacen de la empresa un designio caracterizado por una singular autonomía. Estamos ante un enganche voluntario, en el cual solo convienen e importan las razones de los interesados. Es un vínculo avalado por el trono, pero es un vínculo personal. La aceptación del enganche dependía de un trato entre la persona de cualquier procedencia que quería participar y el “capitulante”, quien nombraba “cabos personales” que atendían a los interesados en viajar para establecer las condiciones del trato específico, después comunicadas a un capitán de los navíos que las asentaba en un libro de registro.

No es difícil imaginar lo que podía suceder con tal tipo de acuerdos: los problemas del viaje, las formas sin reglamentar que entonces se tenían para mandar y para obedecer, las cercanías y las distancias individuales y grupales que se podían formar durante el itinerario y después de llegar a cada destino, el oro que estaba de por medio, podían fomentar interferencias imposibles de evitar. Más todavía cuando las expediciones no solo se podían formar en la península, sino también en las remotas e incomunicadas colonias. Ya en 1573 Felipe II había abierto la puerta para tales eventualidades. Su Real Cédula de ese año dice: “Ningún descubrimiento, nueva navegación o población se haga de nuestra Hacienda”. Así como negaba dinero, abría el sendero de influencias individuales, dispuestas a vulnerar la institucionalidad y a llegar hasta casos escandalosos de desobediencia a los reales mandatos, frente a cuyas amenazas será arduo el encuentro de desenlaces expeditos.

Veremos unos ejemplos del nefasto peso de esas influencias en el próximo artículo.