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D. Blanco Jun 14, 2018 | Actualizado hace 6 años
Títeres de Fidel, por José Domingo Blanco

 

Mi papá era un ávido lector y coleccionista de las Selecciones: las famosas revistas de Reader′s Digest que en sus páginas presentaban una gran variedad de temas. Algo así como el internet de la época; pero, de tinta y papel. Las adquiría religiosamente. Lo hizo desde que salió a la venta la primera. Las leía completicas sentado en su estudio y luego guardaba el ejemplar en su biblioteca, en el estante destinado a esa publicación, donde todavía hoy reposan intactas, y se acumulan años de la colección. Posiblemente, de él heredé el hábito de ojear las páginas de Selecciones. Incluso en estos tiempos de web, portales de noticia online y redes sociales, subo a su estudio, reviso su biblioteca y escojo cualquiera de las revistas para contrastar las realidades de ayer con las de hoy.

 

Así fue como me topé con una cuya portada atrapó mi atención. “El Último Comunista”, resaltaba en letras amarillas el título. Mi instinto –o quizá la ilusión de que fuera un ejemplar reciente, que vaticinaba con gran acierto el futuro cercano de Venezuela-  me hizo buscar rápidamente la fecha de la publicación: agosto de 1991. Por supuesto, como era de esperarse, el trabajo se centraba en Fidel y Cuba. En los años en los que Chávez, imagino, se sentaba debajo del Samán de Güere, con otros militarcitos como él, a planificar su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, ese grupo clandestino que en el 92 se alzó en armas y pretendió -fallidamente- derrocar a CAP.

 

El redactor del trabajo ahondaba en la vida de Fidel antes de que su nombre y apellido generaran rechazo o adoración. El retrato del Fidel obsesionado por el poder, su verdadero amor, que le obligó a ocultar su pasado para poder lograr sus objetivos. El de las múltiples personalidades en sus años de juventud. El contestatario, el arrogante, el belicoso, el trasgresor, el rencoroso, el mentiroso, el astuto, el embaucador, el timador…el que supo calar en la esperanza de un pueblo para, luego de cautivarlo, fusilarlo con sus propias manos de ser necesario. El que, para la fecha de publicación del reportaje, celebraba tan sólo treinta años de su revolución. Tres décadas, a las que hoy –en pleno siglo XXI- se le suman tres décadas más de autoritarismo, miseria e ideologización.

 

Independientemente de cuál de los Castro se encargó de gobernar, o de si Miguel Díaz-Canel –su actual presidente, salido de las bases del Partido Comunista- le dará algún viraje al país; el asunto es que el comunismo en Cuba no murió con Fidel. Ni tampoco murió cuando, a finales de los ochenta y principios de los noventa, Castro y su ideología se quedaban solos. El modelo comunista cubano no desapareció a pesar de ser cada vez más aborrecido por esas masas que, al principio de la revolución, lo aceptaban.

 

A finales de los ochenta, principios de los noventa, Cuba radicalizó su comunismo a pesar de que Fidel ya no contaba con países aliados: Fidel, sin el apoyo de Panamá, la de Noriega, esa que los americanos invadieron, impidiendo, entre otras cosas, que Castro siguiera recibiendo, vía contrabando, tecnología, medicinas y otros bienes de consumo. El Fidel que se quedaba sin las armas que le enviaba la extinta Checoslovaquia, la que se transformó en República Checa y Eslovequia. El Fidel que ya no podría enviar a sus esbirros a Alemania Oriental a recibir adiestramiento militar. Fidel, uno que quiero imaginar iracundo y abatido al mismo tiempo, frente a un Gorbachov que, con su glasnot y la perestroika, iniciaba una serie de reformas que marcarían el fin de la Unión Soviética.

 

Y a pesar de todo, del aislamiento y los bloqueos, el comunismo de Cuba no pereció. Es más, me atrevo a asegurar que recibió un nuevo impulso vital. Uno que le llegó, quizá, cuando en el año 92 soplaron vientos favorables a su causa. El año cuando las noticias provenían de su botín más apetecido: Venezuela. Un año en el que, muy probablemente, comenzó a preguntar quién era ese, el que se llamaba Chávez, el militar alzadito y con bríos, que se rindió y dijo “por ahora”; pero que, sin duda, pretendió emular su gesta.

 

No, Fidel no fue el último comunista. Ni Cuba la única nación que por culpa del modelo estalinista se hundió en la miseria. Fidel pudo clavarle sus afilados colmillos, impregnados con el mortal veneno comunistoide, al fantoche que, después de la mordida, le entregó el control y las riquezas de Venezuela. No, Fidel Castro no fue el último comunista de esta era. Tuvo un segundo aire que le proporcionó los recursos que necesitaba para seguir haciendo de su modelo opresor una escuela. Por la que desfilaron los artífices -pichones de dictadores, los títeres de Fidel- que hoy devastan nuestra tierra.

 

@mingo_1

Instagram: mingoblancotv

Los tres cerditos (versión comunista), por Reuben Morales

 

HUBO UNA VEZ TRES HERMANITOS CERDITOS que vivían en el bosque. Nunca podían jugar tranquilos pues el malvado lobo siempre andaba merodeando para comérselos. Un día, al cerdito mayor se le ocurrió una genial idea: “Si tuviésemos nuestras propias casas, podríamos vivir protegidos de las conspiraciones del lobo”. El cerdito del medio de inmediato replicó: “¿Y si vamos al Ministerio de la Vivienda y pedimos que nos asignen algunas de las casas abandonadas de los cerditos que han emigrado?”. Los otros dos hermanos saltaron de emoción y de inmediato el cerdito menor exclamó: “Vámonos ya mismo. Tengo un buen contacto allá adentro”.

A las pocas semanas cada uno de los cerditos tenía casa. Al cerdito menor le dieron una ubicada en un sector de clase baja. Estaba hecha de paja. Era perfecta para darle calor cuando el invierno azotaba. Sin embargo una noche, cuando dormía, se acercó el malvado lobo burgués, potentado y capitalista e hizo lo suyo. Sopló… y sopló… y sopló… hasta tumbar la casa digna del cerdito menor. De inmediato, éste salió corriendo a toda velocidad y se metió en la casa del cerdito del medio.

El segundo marrano había recibido una casa abandonada de un sector clase media. Era de madera y era perfecta. No solo aguantaba los embates del invierno. También era más solida. Allí estuvieron los dos hermanos cerditos felices. Las amenazas del lobo ya eran cosa del pasado. Pero una noche, mientras dormían plácidamente, llegó el lobo candidato del partido apátrida de la derecha retorcida, corrupta y parasitaria y sopló… y sopló… y sopló… hasta derribar la casa de madera. Despavoridos, los dos cerditos pegaron la carrera hasta la casa de su hermano mayor.

El último cerdito era miembro destacado del Partido. En poco tiempo había alcanzado los títulos de Diputado, Ministro y Gobernador por sus grandes logros dentro de los cuadros organizacionales. Por eso, le asignaron una gran casa de concreto en una linda urbanización. Cuando sus dos hermanos llegaron, se asombraron ante el estilo de vida merecido por tan ardua labor en defensa del pueblo. Al día siguiente ellos también se alistaron en el partido, sacándose su carnet. Esa noche, celebrando este gran logro patriótico frente al fuego de la chimenea de la casa; sintieron unas fuertes ventiscas entrando por la ventana. Era algo inusual para la época del año. En seguida fueron a la caseta de vigilancia de la mansión y las cámaras de seguridad develaron todo. Era el lobo yanqui imperialista soplando y soplando para tumbar la fortaleza de concreto dignamente merecida por el cerdito que más sacrificaba su existencia por el beneficio y la reivindicación histórica de las clases más desposeídas y pisoteadas por los intereses transnacionales de los países capitalistas y opresores del primer mundo.

Tras varios soplidos, el lobo gringo invasor y colonizador sintió lo inútil de sus esfuerzos para tumbar ese palacio construido en homenaje al proletariado. Entonces decidió escalar las paredes de aquel monumento al obrero para entrar por la chimenea. Adentro, los cerditos se alistaron y pusieron en práctica las tácticas de guerra asimétrica para disuadir los ataques del lobo ciudadano presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Tomaron una olla de la cocina, la llenaron de agua y la pusieron a hervir sobre el fuego de la chimenea. El lobo se paró en la punta de ésta, se lanzó de clavado… ¡y plas! Se materializó la estrategia que honraba el empíreo de los gloriosos próceres de la patria: el lobo extraterrestre colonizador de Marte salió disparado de la quemazón para no volver nunca más.

Así fue como nuevamente el gobierno democrático y popular hizo morder el polvo de la derrota a las fuerzas imperiales del Lobo Vader de la Estrella de la Muerte. Una vez más triunfaron las estrategias de guerra de guerrillas de los gloriosos escuadrones de ollas de agua hirviendo. ¡Que vivan los cerdos!… ¡Vivan!

@reubenmorales
¿Cuáles elecciones?, por José Vicente Carrasquero A.

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El legado del comediante eterno está en pleno desarrollo. La miseria se ha apoderado del país y somete a los venezolanos a una situación de hambre y postración sin precedentes en nuestra historia contemporánea. Contrario a lo que piensan muchos venezolanos, lo que nos está pasando no es producto de un inteligente plan de sometimiento. Es simple y llanamente el resultado de otro capítulo de un país sujeto de las maldades del comunismo. Ya en su momento se establecerán las responsabilidades.

El comediante eterno llega al poder con los pies encharcados de la sangre de aquellos soldados que llevó inocentemente al sacrificio para satisfacer sus febriles sueños de emular a un gigante como Bolívar cuya imagen no hizo más que explotar en su propio peculio.

Se une a Chávez lo peorcito de la política venezolana. Algunos profesores universitarios convencidos de que el socialismo es la salida le facilitan apoderarse de nuestras riquezas y dilapidarlas de forma criminal. No hubo inteligencia en este accionar, solo ansias de poder y la estúpida creencia de que el petróleo podía financiar una sociedad policial como la cubana manteniendo un nivel de vida tolerable para los venezolanos.

La inexorable justicia divina se llevó al comediante que durante años trató al país como si fuese de su propiedad. Atrás quedaron los tiempos en los que decía que el pueblo era el soberano. Fueron al saco de la basura todas aquellas veces que se usó la celebre frase del Libertador que condenaba el uso de las armas contra la gente. Borracho de poder y dinero Chávez se rodeó de todo aquel mediocre que estaba dispuesto a aplaudir sus ridículas intervenciones públicas. Al momento del cierre de su ciclo vital, aparece sentado en medio de dos grises figuras que auguraban una tragedia horrible para los venezolanos: el poco instruido, analfabeta funcional Nicolás Maduro y la nulidad engreída Diosdado Cabello.

No veo hasta el momento más inteligencia que la perfidia de unos cubanos que ni siquiera pudieron mantener una Venezuela que les ayudará a amparar a la quebrada isla antillana. Por lo visto tengo una definición distinta de inteligencia de aquellos que sostienen que esto es producto de un plan perfecto.

Como era de esperarse, el país en manos de dos limitados mentales solo pudo ir por la ruta que estamos viviendo. Estos personajes han cometido todos los desafueros posibles para mantenerse en el poder. Desde asesinatos y compromisos con el terrorismo internacional hasta relaciones con el narcotráfico han construido un expediente que los obliga a rendir cuentas a la justicia tanto nacional como internacional.

¿Cree usted que estos individuos venderán tan barato su pellejo yendo a unas elecciones que perderían con toda seguridad? Evidentemente no. Lo que se ha convocado para el 22 de Abril no es una elección. Es una puesta en escena del mismo corte que la farsa comicial del 31 de Julio de 2017 a través de la cual el legado del comediante eterno confiscó el poder constituyente a los venezolanos.

¿Hay alguno oportunidad de salir victorioso en esa puesta en escena? Evidentemente no. Las señoras que dicen ser poseedoras del poder electoral cometieron un delito el 31 de Julio que se paga con cárcel. Eso quiere decir que estas camaradas se hicieron cómplices de los crímenes atroces de los siameses Nicolás-Diosdado. Con esa espada de Damocles sobre sus cabezas las usurpadoras del poder electoral tienen todos los incentivos necesarios para declarar que Maduro, el presidente más rechazado de nuestra historia, ganó las elecciones por 12 millones de votos y que otros 6 se quedaron en cola esperando para votar por este grande hombre de la miseria nacional.

¿Existe alguna posibilidad de repetir la proeza de 2015? No, definitivamente no. El proceso electoral no existe. La apertura en el exterior del registro electoral es parte de la farsa. La puesta en funcionamiento del consulado de Venezuela en Miami es otro fragmento de la parodia que el chavismo está montando como una tramoya para hacerle creer a los Zapateros del mundo que su victoria es producto de una equitativa lucha electoral.

En 2006 el chavismo, ante la posibilidad de que Rosales se retirara de unas elecciones groseramente desiguales, inscribió dos decenas de candidatos fantasmas que todos juntos no pudieron reunir votos para llenar un autobús. Para los chavistas las elecciones son mal necesario que justifican ante el mundo las atrocidades que comenten contra el pueblo.

Esta vez no tendrán ni siquiera esa previsión. Quienes se inscriban en esta tramoya electoral estarán cometiendo un crimen contra la democracia y contra el pueblo venezolano. Yo no se si calificarlo de inocencia o falta de conocimiento claro de lo que está pasando. Lo cierto es que no hay manera que la cúpula putrefacta que se ha hecho del poder lo entregue mansamente a través de un proceso democrático.

No se podrá decir que los venezolanos no agotamos los extremos de la lucha por el poder con métodos pacíficos. El mundo tiene que despertar. Los pequeños países del Caribe tienen que olvidarse de la Venezuela con capacidad de ayudarlos a sobrellevar los costos del petróleo. Los socios ideológicos tienen que reconocer que los siameses de Chávez no son de izquierda sino unos delincuentes con terror de ser presentados ante la justicia.

La repulsa internacional al gobierno de Maduro debe tener un eco interno de rechazo a la farsa electoral del 22 de abril. La dirigencia venezolana tiene la oportunidad de convocar un paro electoral que demande la renuncia de Maduro y la instauración de un gobierno de transición que limpie las instituciones de la escoria seguidora del comediante eterno y cree las condiciones para unas elecciones competitivas para las cuales, ojalá, se presente un programa de rescate nacional que de una vez por toda asuma que el petróleo no es suficiente para lograr el desarrollo de un país y apueste por una economía de libre mercado y rigurosidad fiscal.

Las elecciones del 22 de abril, no existen, son una farsa con el precedente del 31 de Julio de 2017. Ya lo hicieron una vez, y por su supervivencia delincuencial están obligados a repetirla.

@botellazo

La muerte de un sistema, por José Toro Hardy

Comunismo

Concluida la II Guerra Mundial se desata una nueva y feroz contienda entre las dos superpotencias que habían emergido vencedoras del conflicto. Cada una de ellas encarnaba un sistema diferente con filosofías opuestas. En la primera la primacía era del individuo y en la otra del estado. Eran dos visiones confrontadas de la sociedad. En una, la propiedad privada era un derecho fundamental, en la otra la propiedad de los medios de producción en manos del estado era la base del modelo económico. La libertad del individuo, la libertad de expresión, los DDHH, eran la columna vertebral de uno de los dos modelos, en tanto que en el otro privaba la subordinación del individuo a los fines del estado. Uno de aquellos sistemas defendía la libertad de culto y para el otro la religión era “el opio del pueblo”. Un modelo se inspiraba en los filósofos políticos del Siglo de las Luces que propiciaban la división y el equilibrio de los poderes, en tanto que el otro tomaba su inspiración del materialismo dialéctico de Hegel según la visión de Carlos Marx. Uno propiciaba el establecimiento de gobiernos democráticos, en tanto que el otro derivó hacia la formación de regímenes policiales. En fin, eran dos sistemas irreconciliablemente enfrentados a la cabeza de los cuales estaban, por una parte, EEUU y por la otra la URSS.

Las dos superpotencias contaban con armamento atómico capaz de destruir a la humanidad. La paz se basó en la llamada “destrucción mutua asegurada”. Ninguna de las dos se atrevía a enfrentarse directamente con la otra, a pesar de lo cual se enfrentaban en sus respectivas áreas de influencia.

Aquella Guerra Fría, término acuñado por Bernard Baruch -consejero del presidente Roosevelt- y popularizado por el editorialista Walter Lippmann, copó las angustias de la humanidad.

Muy pronto uno de los dos sistemas demostró que era capaz de propiciar un mayor bienestar económico. Dentro del capitalismo el funcionamiento del mercado permitía un más eficiente aprovechamiento de los recursos. Las preferencias de los consumidores orientaba a los productores a través de los precios. Cuando los consumidores estaban dispuestos a pagar un mayor precio por un producto, surgían productores dispuestos a ofrecerlo para obtener una ganancia, hasta que la oferta superaba a la demanda y el precio de ese producto bajaba. La sociedad en su conjunto se beneficiaba y sus miembros lograban un mejor nivel de vida.

Por el contrario a quienes el destino obligó a vivir bajo regímenes comunistas no les tocó la misma suerte. Ciertamente el comunismo permitió la creación de estados y ejércitos poderosos. Al existir en ellos un sistema de planificación centralizada, sus responsables canalizaban la mayor parte de los recursos a atender las necesidades de los gobiernos. No contaban aquellos planificadores con el mecanismo de los precios para orientar la producción. Sólo después de satisfechas las prioridades del estado, se destinaba el remanente a atender las necesidades básicas de la población.

El comunismo murió por ineficiente. No fue capaz de resolver el problema de los ciudadanos ni de los países. Durante el llamado “Otoño de las Naciones”, en 1989, se vino a pique en todas las naciones europeas de la órbita soviética y en 1991 en la propia URSS que se desintegró en 15 naciones diferentes. Todo ocurrió sin que se disparase ni un tiro. “Es el fin de la historia” proclamó Fukuyama.

Por desgracia Venezuela se ha transformado en un nuevo ejemplo de la destrucción social, moral y económica que puede acarrear el marxismo. Mientras exhalaba sus últimos suspiros, el comunismo, aupado por una isla arruinada del Caribe, clavó sus garras en nuestra patria, la expolió y la destruyó. Su fracaso fue tal que, el “caso Venezuela”, será estudiado como un absurdo en las universidades del mundo.

Pero hoy no existen la URSS ni la guerra fría. Hay empresas rusas y chinas aprovechándose tanto como pueden del país y recibiendo contratos a dedo, pero ni Rusia ni China están librando una guerra por imponer un sistema. El marxismo feneció. Su último intento ocurrió en tierras venezolanas. Estamos siendo testigos de la muerte de un sistema.

@josetorohardy

Raul Castro saldrá de presidencia cubana en abril de 2018

raulCastro

La Asamblea Nacional cubana retrasó la designación del sucesor del presidente Raúl Castro a abril de 2018, anunciaron los medios estatales.

La elección por parte de la Asamblea General del Consejo de Estado, encargado de elegir al presidente, que estaba inicialmente prevista para finales de febrero, fue fijada para el 19 de abril.

Este aplazamiento de febrero a abril ocurre después de la postergación de las elecciones locales de este año, la primera etapa de las elecciones generales de 2017-2018, tras el paso en septiembre del huracán Irma.

 

Titular del cargo desde 2008 tras una interinidad de dos años, Raul Castro, de 86 años, ya anunció que no se presentaría a un nuevo mandato y que cedería su lugar a un dirigente de la nueva generación.

Su salida pondrá fin a seis décadas de poder de los hermanos Castro en la isla más grande del Caribe, si bien está previsto que Raúl siga a la cabeza del todopoderoso Partido Comunista Cubano (PCC) hasta el próximo congreso de la organización, previsto en 2021, cuando el mandatario tendrá 90 años.

Su primer vicepresidente y número dos del gobierno, Miguel Díaz Canel, de 57 años, se anuncia como posible sucesor.

Cuentas que siempre se pagan, por Ramón Hernández

Cuentas-

 

La historia no perdona ni absuelve, tampoco olvida. No importa cuán hondo se entierren los cadáveres ni qué minúsculas sean las cenizas siempre aparecen sobre la mesa de un historiador o de un juez. Nunca un Estado se esforzó tanto como el soviético para tapar sus crímenes, sus fracasos y sus farsas; nunca antes había existido un sistema propagandístico tan eficiente y cautivador ni nunca se había derramado tanta sangre en la consecución de una utopía. Creyeron que las crueldades, los robos, las violaciones, las torturas quedarían sepultadas, ocultas, bajo la nueva civilización y el resplandeciente nuevo amanecer. Se equivocaron.

A pesar de la actitud triunfadora de Vladimir Putin, Rusia y lo que queda de la antigua Unión Soviética es una gran cleptocracia que cada vez se aleja más de ser un Estado moderno, con menos posibilidades de convertirse en ejemplo de crecimiento, de progreso y más en la víctima de una predatoria burocracia que ha llenado su territorio de parches feudales, unos aparentemente tecnológicos y otras auténticas zonas sin ley ni justicia. No ha desaparecido el hambre ni ninguna de las consabidas humillaciones de la dictadura del proletariado, aunque ya no se hable de socialismo ni se repita aquello de a cada quien según sus necesidades y de cada quien según sus posibilidades.

Los muertos que quedaron atrás en la construcción de ese presunto paraíso terrenal que sería el socialismo de los bolcheviques se cuentan por decenas de millones, sin incluir los 20 millones que fueron sacrificados en la Segunda Guerra Mundial, más por la incapacidad militar de Iosif Stalin que por la superlativa crueldad de los nazis. Los costos en vida de cada batalla que ganaba indican que pocos han sido más incompetentes que el Koba ni sus resultados más pírricos. Nunca hubo socialismo; mucho menos comunismo, su fase “superior”. Todavía sus promotores y ejecutores –tantas veces trasmutados en verdugos– tienen cuentas pendientes con la humanidad. El tiempo histórico tiene su propio paso.

La impiedad no desaparece en los huecos negros ni bajo toneladas de concreto, siempre hay una frágil hoja, una nota extraviada, un verso, una foto o un cargo de conciencia que deja al descubierto robos, tropelías, abusos e iniquidades, delitos de lesa humanidad –torturas y sucedáneos– con nombres y apellidos. Los esbirros de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez siguen en la memoria, también los verdugos que declarados comisarios políticos “ajusticiaban” por contrarrevolucionarios a los muchachos que habiendo jurado hacer la patria libre o morir por Venezuela se habían apropiado de un paquete de galletas, de una lata de sardinas o enamorado a la soldadera del jefe. Ay, comandante Fausto, cuántas historias ocultas, pero habrá tiempo.

Al contrario de lo que imaginamos por la experiencia de cada uno en la estratósfera digital, los bites son resistentes a los errores ex profesos, sean de mala fe o de los otros. Nunca se borran y andan dando vueltas en los huecos negros, surfeando en los saltos magnéticos y pescando en el caos de los protones, neutrones y similares. Los clusters son 99% resucitables, lo saben los forenses digitales, los hackers rusos y los ex becados por Ernesto Villegas. No valen rezos, ofrendas ni sacrificios, tampoco que muestre sonriente, muy sonriente, el nunca leído ni respetado ejemplar de la Constitución. Siempre queda un caché, una huella.

Mientras estuvo confinado en el gulag, Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn construía las oraciones entre un maltrato y otro. Las corregía y las anotaba en papelitos diminutos, que en las requisas más fuertes guardaba en la boca y en cualquier otro orificio disponible; si faltaba papel memorizaba los párrafos y los recitaba mentalmente día tras día para hacerlos resistentes al olvido. En lo que pudo los organizó y logró que los publicaran. Fue tan demoledor como el accidente atómico de Chernóbil. Uno y otro mostraron al mundo la gran mentira soviética. Ni civilizados ni científicos, simples hampones en el poder. El saqueo en Rusia no ha terminado, en otros países apenas empieza. Vendo retrato de espejismo al borde del precipicio del Arco Minero.

@ramonhernandezg

El Nacional

Putin, Maduro y el fantasma de Lenin, por Kenneth Ramirez

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Junto a las murallas del Kremlin, se encuentra el Mausoleo que resguarda la momia de Lenin. Un fantasma del pasado que ya no recorre Europa como antes, pero que sigue clavado en pleno corazón de Moscú. Ante el Centenario de su Revolución, el otro Vladímir que es hoy el hombre fuerte de Rusia, prefirió mirar hacia otro lado. En nuestros días, la élite rusa celebra otras fiestas, como el “Día de la Unidad de la Patria”, el 4 de noviembre; este año con acto encabezado por el Presidente Putin y el Patriarca Kirill en el Monumento de Minin y Pozharski en la Plaza Roja –los héroes de la rebelión que echó a los polacos de Rusia en 1612. En cambio, Lenin tuvo que conformarse con el silencio oficial tres días después.

La ambivalencia de Putin hacia el fantasma de Lenin se debe a varias razones. En primer lugar, debido a la división que aún genera el período soviético en la sociedad rusa, apenas 25 años después de la caída de la URSS. En segundo lugar, debido al fuerte rechazo de la Iglesia Ortodoxa –aliada de Putin– hacia Lenin, quien ordenó confiscar sus propiedades, ejecutar sus obispos y acosar a sus creyentes. En tercer lugar, por el rol del Partido Comunista de Rusia como principal fuerza política dentro de la fragmentada oposición rusa. En tercer lugar, porque Lenin representa a las “revoluciones” que en la visión actual del Kremlin rara vez responden a los anhelos genuinos de la población, sino que tienden a ser el resultado de manipulaciones de sectores sediciosos en conjunción con intrigas geopolíticas, orquestadas desde Occidente para atacar a Rusia. Es decir, aquellos que hoy desafían el poder de Putin dentro de Rusia y en su esfera de influencia, mediante las llamadas “revoluciones de colores”: Yugoslavia (2000), Georgia (2003), Ucrania (2004 y 2014), Kirguistán (2005), Belarús (2006) y, Moldavia (2009). Al fin y al cabo, fue el Imperio alemán quien facilitó –lo envió “cual bacilo de la peste” en palabras de Churchill– el épico viaje en tren de Lenin desde su exilio en Zúrich hasta Petrogrado (como se conocía a San Petersburgo) para desestabilizar al Imperio ruso y provocar su salida de la Primera Guerra Mundial. Ergo, idealizar ahora la Revolución de Octubre sería caer en una contradicción; así como un error al dar una potencial bandera a eventuales protestas sociales debido a una economía rusa que apenas se recupera de la recesión provocada por la caída de los precios del petróleo y las sanciones internacionales tras la anexión de Crimea. En cuarto lugar, tenemos las críticas públicas de Putin hacia el personaje: “Lenin puso una bomba atómica bajo el edificio que llamamos Rusia al conceder derecho a la secesión a las repúblicas integrantes del Estado y luego explotó. No nos hacía falta una revolución mundial”. En quinto lugar, porque en el proceso de definición simbólica de la nueva Rusia, Putin ha escogido elementos del pasado zarista (la bandera, el escudo, y la citada alianza con la Iglesia Ortodoxa) a la vez que del pasado soviético (el himno, las Fuerzas Armadas, y la nostalgia imperial por la Guerra Fría). Esta mezcla denota la puesta en marcha de una nueva narrativa nacional simplificada, sincrética, y vinculada a los aspectos más destacables de su pasado; según la cual Lenin “traicionó”, Stalin recuperó”, Gorbachov volvió a “perder” y Putin ha logrado “rehabilitar” a la “Madre Rusia”. Así, Putin no enarbola las banderas de la revolución ni de la reacción, sino que representa la síntesis: unidad, estabilidad y grandeza. En este contexto, se explica la erección de monumentos al Príncipe Vladímir –quien cristianizó la Rus de Kiev en 988– junto al Kremlin en 2016, o a Kaláshnikov –inventor del famoso fusil de asalto– en 2017. También explica la reivindicación del “Día de la Victoria” (en la “Gran Guerra Patria”, como denominan los rusos a la Segunda Guerra Mundial, el 9 de mayo): la celebración del 60 Aniversario en 2005 fue fastuosa y se utilizó para rehabilitar la figura de Stalin; mientras la celebración del 70 Aniversario en 2015 supuso una demostración de fuerza militar sin parangón desde la caída de la URSS. En resumen, para el Kremlin no hay nada que celebrar a un siglo de la Revolución. Mejor no reabrir heridas dolorosas.

Paradójicamente, la celebración oficial negada a Lenin en Moscú se hizo presente en la tórrida Caracas, donde Nicolás Maduro convocó una marcha “en honor al Centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre”. Al invocar el fantasma de Lenin en la Venezuela de hoy, Maduro y su camarilla asumen abiertamente la  verdadera naturaleza del putsch que han venido dando a “las reglas democráticas-burguesas” de la Constitución de 1999, al ya no poder ganar una elección libre y justa: desde la suspensión del referéndum revocatorio hasta las fraudulentas elecciones de la Constituyente comunal y de gobernadores. De hecho, para no dejar lugar a dudas, Maduro recibió la marcha en una tribuna instalada en el Palacio de Miraflores con la figura de Lenin como telón de fondo, arengando: “Venezuela, inspirada en la Revolución de Octubre, ha tomado el camino de la Revolución Bolivariana para construir una nueva sociedad y humanidad. Todo el poder para el pueblo”. Así, Maduro nos grita que sigue la estrategia que ejecutaron los bolcheviques hace un siglo, donde una minoría cohesionada, utilizando las armas y el control social (de los Sóviets a las Comunas y CLAPs), doblegó al resto de la sociedad en nombre de una mayoría que en realidad le adversaba. Empero, donde flaquea la estrategia leninista de Maduro es a nivel internacional, ya que ningún “país desarrollado socialista” vendrá en su ayuda como mecenas. China ha tomado una postura prudente y privilegia el cobro de deudas contraídas a partir de los proyectos en marcha. Mientras desde Rusia, un Putin que –como vimos– tiende al conservadurismo, observa con cierta aprensión al imitador tropical de Lenin: prefiere hombres fuertes y solventes. De allí que haya resultado absurda –y hasta jocosa de no haber sido por su plegamiento e indignidad–, la declaración de Maduro durante su última visita a Moscú el mes pasado: “El líder del Mundo en que queremos vivir es el Presidente Vladímir Putin”. Cabe esperar, eso sí, que Putin siga dando respaldo diplomático a Maduro en el marco de su gran estrategia de erosión del orden internacional liderado por EEUU; y que refinancie deudas a cambio de activos petroleros: ¿acaso tiene otra opción? No obstante, cualquier apoyo económico será limitado debido a la propia situación rusa (con un PIB actual apenas similar al de la ciudad de Nueva York) y la baja prioridad de Venezuela en su política exterior. Además, están los riesgos que supone una figura como Maduro que viaja en Cubana de Aviación, representa una minoría y fomenta la división de su propio país con el fantasma de Lenin como guía.

El problema de fondo, tanto en Moscú como en Caracas y más allá, es que aún no se han ajustado todas las cuentas con el comunismo como se hizo con el fascismo, lo cual hace que muchos puedan seguir defendiendo “legítimamente” sus banderas a pesar de todo el sufrimiento que ha causado desde 1917. Debemos recordar que el comunismo se sustenta en tres ideas fuerza: una revolución social como mito apocalíptico inevitable; un Estado jacobino que en nombre de la emancipación de las masas las termina oprimiendo (suprime la libertad negativa en nombre de la libertad positiva, siguiendo el magistral ensayo Dos conceptos de Libertad de Isaiah Berlin); y una concepción hegeliana de la Historia como progreso dialéctico hacia un fin, lo cual permite aseverar que existen retrocesos y avances de acuerdo a determinados criterios políticos y morales, y hace a su vez posible justificar tautológicamente las acciones revolucionarias y del Estado jacobino. De ese credo se desprenden sus dos grandes errores: el fanatismo extremista y la falta de una dimensión ética en lo que respecta al derecho de las personas frente a la coacción del Estado; lo cual supone que los comunistas no pueden reivindicar la emancipación humana. También explica el lado oscuro de sus revoluciones. En un discurso intitulado Mensaje al Siglo XXI, Isaiah Berlin nos advierte de los peligros de abrazar en forma intolerante ideales simples como lo hace el comunismo. Una vez que un líder comunista expone las verdades esenciales, sólo los estúpidos y los traidores ofrecerán resistencia. Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no es posible, es necesario aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejerce la represión del Estado jacobino. Y por último, de ser necesario, el terror. Lenin creía en todo esto después de asumir como biblia El Capital de Marx y Engels. De allí el Terror Rojo, los fusilamientos y deportaciones, los gulag, y el Holodomor  (“matar de hambre”) en nombre de la utopía; con un saldo final de 20 millones de muertos en la URSS.

Isaiah Berlin conocía bien todo esto, ya que lo había visto durante su infancia: “Cualquiera que, como yo, hubiera visto la Revolución Rusa en acción hubiera tenido pocas probabilidades de sentirse tentado con ella”. Con unidad, todos los venezolanos debemos detener la necia conjura del fantasma de Lenin que viene haciendo Maduro, antes de que sea demasiado tarde. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

*Doctor en Ciencias Políticas, MBA en Energía e Internacionalista. Profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI).

 

Alejandro Armas Nov 03, 2017 | Actualizado hace 3 semanas
Un centenario y nada que celebrar

RevolucióndeOctubre

 

Este martes se cumplirán cien años de la Revolución de Octubre, etapa crucial de la Revolución Rusa, en la que los bolcheviques tomaron el poder. Es el centenario de un evento que, sin dudas, cambió la historia de la humanidad para siempre, aunque yo particularmente no veo nada que celebrar. Lo contrario pasa con el chavismo, que al parecer prepara una gran conmemoración. Para un gobierno que pone su dogma por encima de todo es normal gastar dinero en actos para festejar algo ocurrido un siglo antes y al otro lado del planeta, mientras los ciudadanos comunes pasan hambre y padecen enfermedades solo imposibles de tratar por la falta de medicamentos.

Por estos días, al llegar a la redacción del medio donde trabajo, un televisor con VTV sintonizado llamó mi atención. Un grupo de dirigentes del PSUV y de esas rarezas que son los intelectuales que todavía hoy apoyan sin condición al oficialismo discutía sobre la importancia de los sucesos desatados por el asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo en 1917. Una de las exponentes más entusiasmadas era María León, a quien siempre recordaré por plagar sus intervenciones en la Asamblea Nacional con historias de sus días de juventud, entre las filas de la fracasada guerrilla venezolana de los años 60. Al verla en esa pantalla, muy sonriente, fue inevitable pensar que todos estos marxistas criollos, reliquias de la Guerra Fría, han de sentirse satisfechos de saber que, aunque fuera en el ocaso de sus vidas, ven realizado su sueño de una revolución socialista en el país. Que ello implique pulverizar las esperanzas de la juventud sobre un futuro próspero en su tierra natal, como lo evidencia la estampida de muchachos de mi generación hacia otras latitudes, ha de ser para estos señores de la tercera edad un detalle irrelevante. Y tienen el descaro de decir que su ideología es la fase suprema del atruismo.

En fin, consideraciones morales aparte, puedo entender la excitación del chavismo con el centenario de la Revolución de Octubre (llamada así debido a que en la Rusia de entonces no se usaba el Calendario Gregoriano, sino el Juliano). Porque, si bien son más manifiestamente adoradores de Castro y el Che, antes de estos hubo un Lenin. Los acontecimientos de San Petersburgo originaron el primer Estado socialista duradero, pues experimentos anteriores, como la Comuna de París, se derrumbaron en poco tiempo. Además, el resultado no fue una mota roja en el mapamundi, aislada y de escasa trascendencia más allá de sus propias fronteras. El poderío político y militar de la Unión Soviética catapultaría con el tiempo la influencia del marxismo-leninismo en todo el orbe. Así fue sembrada la semilla de una planta de ultraizquierda, en la que el chavismo es una rama brotada hace relativamente poco tiempo.

Dicha izquierda, por tanto, rememora la toma del poder por los soviets como uno de los eventos más gloriosos en todo el devenir de la humanidad. Según ellos, el mundo pudo ver la aparición de una “democracia popular, directa y real”, a diferencia de la “falsa democracia burguesa”. No obstante, los bolcheviques fueron bastante rápidos en demostrar sus tendencias autoritarias.

Desde antes de la Revolución de Octubre, el gobierno provisional republicano ruso (sucesor del zarismo, desmantelado más temprano ese año) convocó elecciones para una Asamblea Constituyente que estableciera los pilares del nuevo Estado. Los comicios se realizaron poco después del golpe rojo, cuyos protagonistas, confiados en que ganarían de forma aplastante, decidieron participar. Pero el apoyo de las masas de toda Rusia a ellos resultó ser un espejismo. Creyeron que todo el país era como su bastión de Petrogrado (hoy San Petersburgo), la capital. En cambio, en el campo (y hay que recordar que hablamos de una sociedad desproporcionadamente rural entonces), arrasaron los Socialistas Revolucionarios, una facción rival dentro de la izquierda rusa

Los resultados no agradaron a Lenin, quien decidió “lograr con las balas lo que no se pudo con los votos”. La asamblea se instaló a principios de 1918, en un clima de hostigamiento. Solo pudo sesionar una vez. Al día siguiente, por orden gubernamental, amaneció tomada militarmente. Así, los bolcheviques dejaron claro que no tolerarían ningún tipo de oposición. Este proceder autoritario fue criticado con dureza ni más ni menos que por Rosa Luxemburg, acaso máxima heroína femenina del comunismo mundial, y a quien Maduro asegura haber estudiado con atención y admiración, aunque por lo visto esa parte decidió omitir. Hoy, los herederos ideológicos del bolchevismo no disuelven organismos colegiados que pierden en las urnas. Se conforman con quitarles todos sus poderes.

Los primeros años de la Rusia soviética estuvieron marcados por la Guerra Civil. Tanto los bolcheviques como la coalición de los defensores del zarismo y otros opositores cometieron atrocidades. En el caso de los primeros, las aberraciones han pasado a la historia conocidas como “Terror Rojo”. Toda actitud considerada opuesta al nuevo orden fue criminalizada. La Cheka, policía secreta, torturó y ejecutó a miles de personas. Una víctima notable fue la princesa Isabel, hermana de la última zarina y mujer destacada por su humildad y caridad. Su esposo fue asesinado por un revolucionario en 1905, y ella hizo campaña activa (aunque sin éxito) para que el asesino no fuera condenado a muerte. Abandonó la corte imperial para fundar y ponerse a la cabeza de una orden de monjas dedicadas a ayudar a los pobres de Moscú. Nada de eso importó a los bolcheviques. La ejecutaron.  

Para este artículo quise limitarme a la Revolución de Octubre y sus secuelas inmediatas, si bien los horrores asociados con la Unión Soviética siguieron por décadas. Noten que ni siquiera fue necesario mencionar a Stalin, a veces admitido por parte de la izquierda como el único “malo” en toda esta película. Purgas, ejecución de disidentes dentro del propio partido único, hambruna, gulags, millones de muertos … Todo eso es demasiado a menudo omitido por los devotos de la URSS, y cuando lo sacan a la luz, asumen la denuncia de Jrushchov ante el Vigésimo Congreso del Partido Comunista como expiación satisfactoria. Nada dicen sobre la persecución de opositores en las eras de Jrushchov y Brezhnev. Tampoco sobre la extensión internacional de los tentáculos del totalitarismo soviético, manifestado en la represión militar de alzamientos democratizadores en Alemania Oriental, Hungría y República Checa. La Primavera de Praga, por cierto, sirvió para mostrar a varios comunistas venezolanos la verdadera naturaleza de la URSS, lo que los llevó a buscar un socialismo democrático ajeno a los designios de Moscú. Hasta el sol de hoy, ni la vieja escuela marxista ortodoxa ni el chavismo les perdonan eso. A Teodoro Petkoff, solo por nombrar el caso más notable, lo tildan de traidor y le han hecho la vida de cuadritos. Así, Tal Cual, el periódico que Petkoff fundó y que ha sido un faro de libertad de expresión en medio de la tormenta censora, se ve obligado desde esta semana a circular solo digitalmente.

En conclusión, la Revolución de Octubre fue un hecho que ningún demócrata debería celebrar. Siempre me he opuesto a la persecución de marxistas solo por el hecho de ser marxistas. Sin embargo, pienso que los ciudadanos conscientes, en todo el mundo, no tenemos nada que conmemorar este próximo martes. Eso hay que dejárselo al chavismo. Considere todo lo expuesto en estas líneas y verá que la cosa pega con nuestros gobernantes.

@AAAD25