Ramón Hernández, autor en Runrun

Ramón Hernández

Absurdos digitales, engaños reales. Por Ramón Hernández

LA REVOLUCIÓN DIGITAL puede ser más destructiva para el periodismo que la bolivariana, y ya sabemos cuán demoledora han sido las acciones y omisiones de la tiranía contra el noble oficio de informar: desde el asesinato rampante de periodistas como el cierre de medios o su desdoblamiento en auténticas máquinas de fango o en simples emisores de bobadas y dogmas doctrinarios.

En España, donde siguen viendo a sus antiguas provincias de ultramar con aguzado desdén y poca simulada lástima, siguen las noticias del Nuevo Mundo con un singular cristal. Solo son noticia los hechos que se ajusten a sus composiciones de lugar, a sus deseos o a lo que ellos andan buscando, a sus prejuicios, de lo contrario no existen. Así, el cierre de medios impresos o su desaparición lo reseñan no como otra grave herida a la libertad de expresión y el libre flujo de información, sino como el origen de la “irrupción (es el término que utilizan) de una primavera digital”.

Consideran un gran logro que cada día sean más los portales que se presentan como informativos, y hasta hablan de democratización del periodismo. Saltaron de júbilo cuando un tribunal estadounidense sentenció que los blogueros son periodistas, como si solo se tratara del cognomento y no de la formación. Mientras, la sociedad queda más indefensa y es menos dueña de su destino. Influyen más el poco ético dueño de Facebook o los robots noticiosos de Google que Robert Caro o el Truman Capote, que hizo escuela con la manera como reportó el asesinato de una familia en Holcomb, Kansas.

No es casualidad el silencio de la televisión venezolana privada. Pagan el derecho de sobrevivir como esas vallas abandonadas en carreteras intransitadas que anuncian productos, servicios o candidatos que ya ni existen. Por miedo o por comodidad han dejado de ser útiles a sus “usuarios y usuarios”, las palabrejas traídas de Cuba para hacer creer a los televidentes que participaban en la comunicación cada día más unidireccional que recibían. Ni los culebrones son atractivos y los clientes están menos interesados en pagar sus altas tarifas publicitarias con una audiencia que se reduce por cientos de miles con cada apagón.

Demasiados portales operan con modelos de negocio que se fundamentan en los bajos costos. En lugar de periodistas, pasantes que se conforman con lo que capta la mirada o les dicen por teléfono, sin llegar al sitio de los hechos, y paga mínima; en vez de noticias, triquiñuelas para generar tráfico o simularlo. Obvian, contra su existencia, que pueden engañar una vez a todo el mundo, pero no a todo el mundo todas las veces. Los picos son efímeros, saltos al abismo. No por talento, sino a pesar de no tenerlo, las noticias del oficialismo encabezan cada minuto el algoritmo del resumen informativo de Google, que no jerarquiza las noticias por su relevancia para la sociedad, sino por la cantidad de medios que las reproducen. Si todos los portales del oficialismo abren con una declaración del hombre del mazo, Google erradamente dirá en todo el mundo que esa es la noticia más importante de Venezuela. Es absurdo confiar en los robots informáticos o creer las tendencias que marca el chavismo en Twitter. Son datos trucados.

Venezuela, sin proponérselo, se ha adelantado a la tendencia digital que impera en el planeta, y ha devenido en un archipiélago de medios que para subsistir apenas cuentan con un pequeñísimo porcentaje de la minúscula torta publicitaria. Ya no hay corresponsales ni enviados especiales, ni trotamundos como Juan Manuel Polo describiendo los rincones más olvidados del país. Las noticias se cubren por su bajo costo y por el alto tráfico que puedan generar, no por las consecuencias que tengan en la sociedad en la que sirven los medios. Serán pocos los que sobrevivirán y no por mucho tiempo, salvo que inventen un modelo de negocios que permita no prestar atención a los costos de cubrir una noticia vital, pero de poco interés para unos lectores que están lelos con la saga de Juego de Tronos. La web amarilla es más destructiva que el periodismo ibídem. Las civilizaciones, los países se suicidan o se entregan cuando ceden a la superficialidad.

Los teóricos y académicos españoles y franceses empiezan a echar de menos el buen periodismo ido. Aparecen voces que quieren “resucitar” y colocar como fuentes de inspiración a olvidados mitos como Albert Camus, Ryszard Kapuscinski, Gabriel García Márquez y algún otro más famoso por su literatura que por los aciertos periodísticos, mientras ven con desdén el verdadero buen periodismo estadounidense y manifiestan admiración por un diario que ha traicionado demasiadas veces la confianza de sus lectores, el The New York Times, pero que da mucho prestigio nombrarlo con acento newyorkino. Crece la ola de la estupidez. Vendo patraña en la web y sus alrededores.

 

@ramonhernandezg

Peor de lo pensado, por Ramón Hernández

NO HAY ESTADÍSTICAS, SOLO CIFRAS AL AZAR, lo cierto es que cada día circulan menos vehículos, aunque las colas por gasolina en las estaciones de servicio sean enormes. Las ciudades se han ido quedando solas y a oscuras. Pocos se arriesgan a salir de noche, a menos que sea una emergencia médica o a buscar una medicina. Un país de fantasmas con pueblos fantasmas, sin agua, sin electricidad y sin nada que hacer. Es el socialismo del siglo XXI azuzado con un retrato falso de Simón Bolívar en cada anuncio oficial.

Un país destruido, una nación a la deriva, un Estado carcelero. En el sur, en la zona más indefensa y vulnerable, donde se guardaba la fábrica de agua para el futuro y se protegía la biodiversidad, que es la vida de todos y no solo de los que detentan el poder, mandan la codicia y la ignorancia. El Arco Minero ha sido la legalización del genocidio y la destrucción. Unos pocos se hacen muy ricos mientras condenan a la indigencia más miserable al resto de la población. Los diamantes, el oro, el uranio y el coltán que ofrecen a rusos, bielorrusos, iraníes y chinos deja sin futuro a los nacionales, a los verdaderos dueños de esas riquezas naturales.

En noviembre de 1998, en el extinto Gran Salón del Caracas Hilton, el candidato que lideraba las encuestas y que se había ganado el respaldo de los ambientalistas porque rechazaba el aprovechamiento minero de la reserva forestal de Imataca y que un tendido eléctrico atravesara zona sagrada pemón en la Gran Sabana profirió la mayor mentira de todos los tiempos, que prefería un vaso de agua fresca que todo el oro que se pudiera extraer de las selvas al sur del Orinoco. El enorme aplauso que le dieron todavía retumba en la conciencia de la mayoría de los engañados.

No solo se desdijo sobre el tendido eléctrico, sino que no le importó la muerte a mano de la represión militar, sus hombres, de doce indígenas que se oponían a la construcción de las torres. Al decreto que le entregaba a la minería lo que dejaban los explotadores forestales de Imataca solo le cambió el número, el palabrerío siguió apuntando contra la conservación de los bosques y sus habitantes. Veinte años después se agudizó la corrupción y se multiplicó la destrucción irreversible de la naturaleza. La minería ilegal –gambusinos con fusil al hombro y respaldo del hamponato internacional– extrae metales preciosos de los parques sin consecuencias legales y con grandes ganancias que no declaran al fisco, apenas al jefe militar que los cuida y alienta.

Nadie habla ahora de especies en peligro de extinción. Todas corren el riesgo de desvanecerse para siempre. El jardín botánico se quedó sin agua y sin dolientes. Desaparecieron, se carbonizaron, colecciones completas, y del herbario que era el orgullo de Tobías Lasser y Leandro Aristeguieta apenas quedan dos macetas de plástico y una de arcilla. El Museo de la Estación Biológica de Rancho Grande agoniza con la misma prontitud que lo hacen los museos de arte y desaparece el mobiliario urbano de las ciudades que se quedan sin alumbrado, sin plazas y sin bancos dónde sentarse. El país en su totalidad se transforma en polvo cósmico, en vacío, en un indetectable hueco negro en el cual reverberan las consignas y amenazas de los personeros de la revolución y sus matones de sueños.

Nadie se hace responsable ni en el alto ni el bajo gobierno. No explican, decretan; no hablan, ordenan; no disienten, matan; no gobiernan, usurpan para salvar la cartera y los dineros mal habidos. Parecen estatuas de sal con los ojos fijos en la nada. Tampoco hay dónde quejarse ni nadie que escuche los reclamos. Los lamentos se multiplican y el ay, mi madre se repite de boca en boca. Ha sido mucho peor que lo advertido y de lo esperado, pero las esperanzas no ceden aunque carezcan de fundamento. Vendo callejón de milagros inéditos y alegrías por inventar.

@ramonhernandezg

El Nacional

Infierno propio, por Ramón Hernández

EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI no hay campos de concentración, hay hospitales. Los resultados son los mismos. Las muertes son diarias y no existe compasión alguna. Los pacientes van cayendo como fichas de dominó y nadie conoce su posición en la cola ni cómo funciona el algoritmo. Es una guerra del Estado contra la población en general en el nombre de la construcción de una sociedad más justa y más libre. Mientras funciona la dialéctica de Hegel, la lucha de los contrarios que generará la irrupción de la síntesis con los mejor de ambos –es los que enseñaba Carlos Marx–, campea la muerte, la destrucción, la inseguridad y el sálvese quien pueda.

Inversionistas a juro y limpios, por Ramón Hernández

MI AMIGO EL TECNÓCRATA NO ES políticamente correcto ni tan mal educado y grosero como el mecánico italiano que tenía una cafetería en la esquina de Panteón y nunca le fio a los periodistas de Últimas Noticias. Tampoco dice groserías, pero llama “cretinos tecnológicos” a los lerdos en el uso y manejo de computadoras, teléfonos inteligentes o cualquier herramienta digital que “requiera utilizar más de una neurona, como ocurre para mascar chicle y caminar”. Es su descripción. A los denominados “millennials” los trata con desdén y apenas les ofrece el beneficio de la duda.

Frustrado y arrecho apagó su computadora y la desenchufó. Su malestar no se debía a la poca velocidad de Internet, la intermitencia de la banda ancha ni el bloqueo informativo que aplica la Cantv a los medios informativos que contradicen y se burlan del control comunicacional del régimen, sino a su imposibilidad de recuperar todos los bolívares del tercer mes de aguinaldo de la pensión del Seguro Social que el gobierno convirtió sin aviso y sin protesto en medio petro, cuidado.

Confiado, acudió a la página www.patria.org.ve y trató de revertir su dinero siguiendo las instrucciones que publicó un diario capitalino que tuvo fama de serio y que se rocheleó antes de que su ex dueño decidiera regresar a su Nueva York anhelada. Siguió las instrucciones con rigor. Primero tropezó con el lenguaje utilizado por el medio que fundó Andrés Mata en un arranque de poesía; luego quedó a mansalva de la estupidez –artificial, no congénita– de la web que transpira un dejo antillano tan fuerte que casi se le escucha el “mira, tú” y las palabrotas que más se oyen en bulines y paladares de La Habana.

No se amilanó. Cuando se disponía a “ingresar usuario y clave, ir a la pestaña ‘Monedero’, luego pinchar la opción ‘Plan de Ahorro’, a la izquierda de la pantalla”, mi amigo soltó una palabrota. No se había perdido la conexión ni había aparecido la pantalla azul de “fatal error” tan frecuente en los equipos obsoletos que sobreviven a la revolución. No, era algo peor. La página dejó de funcionar. Eran las 9:59 de la noche. El servició se restablecería a las 6:00 de la mañana. Muchos minutos después de lo anunciado, la página estaba operativa. Puso la clave o contraseña y luego hizo clic en la opción “Retención Anticipada”. Sin anestesia apareció una ventana con el monto de la comisión que le cobraba Miraflores por recuperar su dinero “ahorrado”. Poco le importó que apareciera el solecismo “a pagar” ni otras incorrecciones gramaticales de peor cuantía, la mentada de madre al de siempre se escuchó y reverberó más allá de Fuerte Tiuna.

El madurazgo no solo lo obligó a “ahorrar” una importante porción de sus menguados ingresos en una criptomoneda inexistente, sino que además tuvo que pagarle “vacuna” para recuperar sus activos. Igual que en las operaciones que los muchachos del ELN y los disidentes de las FARC realizan en la frontera y más acá de San Juan de los Morros, pero con un oficioso toque de legalidad que deja en babia hasta a los aplatanados de la constituyente.

Mi amigo no cuestiona las buenas intenciones implícitas en la medida: la acumulación de capital, lo que no entiende es que el ahorro lo haga el régimen desde el bolsillo de los pensionados y no desde el buen manejo del Tesoro que tanto descosió Alejandro Andrade con la complicidad y la asesoría de los hermanos Sánchez, Tomás y el otro de la pistola al cinto. Quien recibe unos emolumentos que apenas le alcanzan para comprar unos muslitos de un pollito desmirriado no puede ahorrar ni una locha, mucho menos medio petro. Al contrario, le falta dinero para las medicinas, el alquiler, los trapos, los zapatos, el agua, la electricidad y el aseo urbano. Le faltará todavía más si tiene que ponerse en manos de un avispado que desde su computadora le haga la reversión de los petros y le pida para el cafecito, siempre en diminutivo, el bien que más pagan los venezolanos en efectivo. Vendo portal con Niño Jesús, sin ganado mular ni parientes cercanos.

@ramonhernandezg
El Nacional 
En peligro de extinción y olvido, por Ramón Hernández

@ramonhernandezg

LA PALABRA SE LES ESCUCHA a los burócratas de Centro y Suramérica, también a importantes políticos del Viejo Mundo; en América del Norte la repiten con cautela, demasiada quizás, excepto en ciertos guetos de la península de la Florida. La utilizan para calificar la situación política y económica que atraviesa Venezuela: “preocupante”, un malhadado adjetivo.

La repiten en los organismos claves de la Unión Europea, en el Grupo de Lima, en la Organización de Estados Americanos y también en las aclimatadas y cómodas oficinas de la ONU y de los palacios de gobierno, en el café al final de la tarde. Es el término que utilizan cuando hay grandes catástrofes, sea por un terremoto, una inundación o guerras intertribales en África con cientos de miles de cadáveres. Un sonido neutro, vacío, preocupante.

Entre las organizaciones no gubernamentales que se ocupan de la defensa y protección de la naturaleza, de la supervivencia del planeta, que asumen en términos reales la inutilidad de sus gestos frente al cataclismo que viene si no hay un cambio de rumbo, esa palabra no se escucha. No caben preocupaciones estériles; las estadísticas son más exactas y no vacías declaraciones de principios, mientras tanto y por si acaso.

Saben que las comunidades de seres vivos nunca tienen garantizada la supervivencia, que son esencialmente muy frágiles a los cambios más sutiles, a veces imperceptibles. La llegada de un extraño o la proximidad a un elemento tóxico puede ser el fin. Botánicos y zoólogos, biólogos en general, también diletantes de la historia natural han publicado libros rojos en los que registran las especies extinguidas y las causas, así como las que corren peligro de desaparecer, y cómo podría evitarse.

Los legos en asuntos ambientales, igual que aquellos que están atentos a las discusiones de la constituyente y de “la quietud” opositora, se asombran de que animales como el pájaro dodo y la vaca marina de Steller desaparecieran a los pocos años de ser descubiertos. Solo bastó la acción depredadora del hombre, el animal más destructivo y peligroso del planeta. El caso de la vaca marina, Hydrodamalis gigas, es muy didáctico. El enorme mamífero –acuático, herbívoro, de cuerpo robusto fusiforme, con las mamas en posición pectoral, sin extremidades posteriores y con los dedos de las anteriores transformadas en aletas, que alcanzaba 8 metros de longitud y pesaba hasta 10 toneladas– fue descubierto en 1741 y se convirtió en una presa codiciada por los marineros. La cazaron de manera irracional e inmisericorde hasta 1768, 27 años después, cuando se extinguió.

En el Orinoco abundaba –ahora escasea– un pariente cercano, el manatí, también herbívoro, que con 3 metros de largo puede pesar más de 600 kg. Es un animal tímido y pacífico, ajeno a la bulla y de reproducción lenta, por tanto, muy vulnerable. Su caza está prohibida en Venezuela por tiempo indefinido, pero los cazadores furtivos, por hambre, lo siguen considerando una excelente presa por su carne, su grasa, su piel y sus huesos. Se encuentra en peligro crítico, pero las organizaciones que velan por la conservación del planeta no pronuncian, ni siquiera en voz baja, la palabra “preocupante”. Conocen su inutilidad. Quizás los manatíes tengan más posibilidades de sobrevivir en un ambiente hostil y pranatizado; nadie antepondrá sus principios políticamente correctos a la existencia de tan nobles animales, como ocurre con los burócratas que visten Armani y hablan de crisis humanitaria.

Las civilizaciones, los países y sus culturas, también desaparecen. Abundan los ejemplos. Las causas son simples o complejas, pero con resultados igual de catastróficos. Quizás la peor sea simple, que cuando el dedo señala que el Sol se apaga la dirigencia se empeña en ver el dedo y no el problema que vendrá con la oscuridad que se asoma y siguen sacando cuentas de las reservas de minerales e hidrocarburos que quedan sin extraer, como hacían Elías Jaua y Juan Carlos Loyo con las cosechas que nunca recogieron en las fincas expropiadas. Vendo escapulario ajeno y un cachamoto gordito.

El Nacional

 

El espía ruso y el otro, por Ramón Hernández

ROBERT MAXWELL FUE ENTERRADO en el Monte de los Olivos, al este de Jerusalén, uno de los lugares más sagrados de Tierra Santa. Espía ruso, miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido y empresario periodístico, dejó rastros de mala conducta, de negocios poco sanctos y de haber estafado a sus lectores tanto como a sus socios y clientes, pero a su sepelio asistieron importantes políticos, jefes de Estado, luminarias de la radio y la televisión y una numerosa representación de lo que se conoció como el jet-set internacional.

No era buen mozo ni de trato agradable, se imponía con su estatura –1,90 metros– y su ausencia de buenos propósitos. Nada le estaba vedado. La trampa, el engaño, la incuria, la abyección y la total falta de escrúpulos eran sus principios y sus fines. Sus empleados del Daily Mirror no se mostraron compungidos con su muerte; al contrario, sentían que se habían quitado un gran peso de encima, se sentían liberados de un editor que había llevado el amarillismo, el sensacionalismo y la “prensa popular” a sus peores extremos. Un diarismo que no respetaba camas ni cuartos de baño y que podía anunciar con letras bien gordas que había logrado fotografiar, y ahí estaba la muestra, el cáncer de garganta de Sammy Davis Jr. La imagen del príncipe Harry orinando en un parque apenas era una travesura banal.

Poco después de que se divulgaran pruebas de que era un espía del Mossad y tras una semana de fuerte polémica en la que reconoció que era un traficante de armas, Capitán Bob, como le decían, se fue de vacaciones al Atlántico, a los remansos canarios y se lanzó al agua en alta mar. Tenía 68 años de edad.

La verdad se fue conociendo por trozos y demostró que había sido un espía de la KGB, que desde sus inicios atesoró en sus filas hombres públicos, artistas y filósofos que mantenían ocupados a los pensadores para que no descubrieran las porquerías ocultas del socialismo real ni cuestionaran la viabilidad del marxismo-leninismo-estalinismo. La foto de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir pescando con Fidel en Cuba sirvió más que todos los manifiestos que firmaron en su vida, pero las “complicaciones” filosóficas que creaba Louis Althusser eran más útiles para la expansión del materialismo dialéctico y el materialismo histórico, las herramientas “científicas” del marxismo.

Althusser era alto y buen mozo, también maníaco-depresivo. Al contrario de Stalin, sabía escribir y pensar. Sus amigos dicen que era un spinozista triste, que le gustaba sufrir, que era un masoquista y que acudía a los electroshocks no para curarse sino para disfrutarlos; que asesinó a su esposa porque no soportó más que le leyera la correspondencia y se hubiese convertido en su alter ego. No fue a la cárcel. El Partido Comunista de Francia logró que se quedara en su casa, pero con el crimen se acabó el debate filosófico y el camino estructuralista del marxismo, su invento, su diversión, su estafa. Se acabó la idea de la ideología como una relación imaginaria con la realidad, y el principio gramsciano de la hegemonía. Aparecía otra discusión: la perestroika, que fue otra muerte de Stalin, pero por poco tiempo.

Después se supo, por su propia confesión, que este innovador del marxismo que separaba al Marx joven del Marx maduro, al igual que casi los demás “expertos”, nunca leyó a Marx completo, que no lo entendía, que no le encontraba sentido y que era más divertido inventar charadas, disquisiciones vacías.

Stalin descubrió antes la vaciedad de Marx y la aprovechó mejor. No siendo alto sino achaparrado y feo, con la cara marcada con la viruela, además de tosco y mal hablado, y falto de destreza en la escritura y lerdo en el arte de articular ideas, se atrevió –la ignorancia es audaz– a pergeñar un folletos de 40 páginas sobre el lenguaje y la revolución. Todavía se lo aplauden los más abyectos. Su secreto para tanto éxito no era el control que tenía sobre vidas y haciendas, que era exagerado, sino su lancinante complejo de inferioridad y su ignorancia supina. Vendo espejo de cuerpo entero, casi dos metros.

Súbito pueblo súbdito, por Ramón Hernández

@ramonhernandezg

LA LOCUCIÓN ADVERBIAL CALAMO CURRENTE SE USA POCO EN AMÉRICA, quizás se puede decir que es desconocida. Se utiliza para indicar que se escribe sin reflexión, con presteza y de improviso, que es la manera rápida de cometer desaguisados y estropicios tanto con las ideas como con el idioma, también con amigos, personajes emblemáticos e instituciones insignias. A todos nos ocurre. Nos damos cuenta de que lo hicimos otra vez cuando hemos enviado la “respuesta” del correo electrónico o publicado nuestro “parecer” en las redes sociales.

Basta que pulsemos “enter” para que veamos clarito el error ortográfico o de sintaxis. Afortunadamente, la tecnología permite detener el correo segundos antes de que llegue a su destino y hasta editar o eliminar lo publicado, aunque pueden quedar algunos bites en el ciberespacio que reaparecen con el desaguisado en el momento más inoportuno.

En mi experiencia he constatado que casi todos escribimos primero y después pensamos, que esas dos o tres primera palabras productos del azar o de la inspiración romperán el hielo y nos permitirán avanzar con lo que se nos vaya ocurriendo. Y no solo eso. Después de escribir podemos corregir, tachar, reformular y hasta rehacer por completo, pero extrañamente sin tocar las primeras palabras.

Nunca reflexionamos sobre la improvisación, quizás por la regla de la comunicación que nos dice que lo obvio no se escribe –aunque insistamos en repetir el día lunes y no solo lunes, que tiene sus explicaciones y despistados–.

De un tiempo para acá vivo en zozobra, siento que mi capacidad de asombro, ampulosa de origen y hasta flexible por convicción, se ha ido reduciendo de manera superlativa. Como si el calamo currente fuese parte inseparable de la acción del gobierno, cada dos por tres nos sorprenden con una ley, un decreto, una resolución, una normativa, una declaración, un anuncio informal o un rumor y a los pocos segundos, en la misma secuencia y sin solución de continuidad, se suceden las aclaratorias o rectificaciones.

Ocurrió con algo muy importante como el anuncio del aumento del encaje legal a 100%, sin decir que era del excedente; ocurrió con la aplicación de la unidad tributaria, que con la aclaratoria del Seniat se sabe menos qué se paga y cuánto se debe; y ocurre, especialmente, con la declaración de la emergencia económica de la cual nos enteramos por mampuesto.

No siendo, por razones de salud pública, la información y la comunicación un asunto de psiquiatras, se puede entender que tan importante y crucial anuncio no se hiciera en cadena de radio y televisión, en horario estelar y con los ministros y expertos explicando los alcances de cada artículo y sus apartados, sus razones y consecuencias. Nos enteramos por azar como si alguien hubiese mandado el decreto a la Imprenta Nacional sin pensarlo y todavía no se ha percatado del error o, peor, fue ex profeso, para modificarlo, incumplirlo o aplicarlo “como vaya viniendo, vamos viendo”, ¿calamo currente?

Cumplidos 173 años de que España nos reconociera como nación y no como lo súbditos rebeldes que fuimos, insurge en este remanente republicano una modalidad de los antiguos bandos reales que, sin corneta ni redoblante, cambia las reglas de juego con un único firmante: Yo, el rey. Cerrado por pérdida del cono.

El Nacional

Rueda de molino sin eructo, por Ramón Hernández

Alguien, a modo de burla o de alerta, colgó en Twitter que habían designado ministro de Educación a un repitiente. De inmediato, como es ley, aparecieron burlas, insultos, incurias, panegíricos, más mofas y hasta una foto de la normativa sobre los repitientes y las sanciones que se les aplican. El nuevo-viejo-reincidente es Aristóbulo Istúriz, quien en su periplo como empleado del Estado ha cubierto todas las instancias, con la excepción de guardaespaldas.

Es la segunda vez que ocupa el despacho de la esquina de Salas y uno recuerda el día que no bajó por el ascensor ministerial sino por el de los empleados, ese que se para en todos los pisos, con sus macundales en una cajita de cartón y con la vista fija en el piso. Adán Chávez estaba juramentándose en Miraflores y quería que la oficina, sobre todo el escritorio, estuviera limpia al llegar, sin adornos y contratos a medio firmar.

En los tiempos de la democracia, Aristóbulo era bien simpático y entrador. No se quedaba callado ante la injusticia y siempre tenía una sonrisa franca. Flaco y sin lujos indumentarios, pasaba por un soñador, un perseguidor de utopías radicalizado. Su vida política antes de La Causa R, el PPT y el PSUV tuvo visos de leyenda urbana. Estuvo en AD y en el MEP. De vez en cuando aparecía en los conflictos de los educadores por mejores sueldos –unos pocos– y por motivos políticos –todos los demás–. Fue cabecilla en la división del movimiento magisterial, que perdió su fuerza para reclamar y el poder de convocatoria.

Su vida académica, igualmente, está llena de mitos. Aunque en el currículo aparece que se graduó de maestro en el Instituto Experimental de Formación Docente y como profesor de Historia y Ciencias Sociales en el Instituto Pedagógico de Caracas, todo dicen que su verdadera especialidad es la educación física. Ciertamente, casi nadie lo reconoce como su maestro, dio pocas clases. Sin haberse terminado el escrutinio, se plantó un par de días con un piquete de seguidores frente al CNE para que le entregaran la Alcaldía de Caracas y, por esos inexplicables e inexcusables acuerdos de la clase política, la democracia cedió y Aristóbulo ocupó con María Cristina Iglesias el gobierno de Caracas.

Su gestión también fue de leyenda, acabó con el Mercado al por Mayor de Coche y cientos de honrados comerciantes quebraron, al tiempo que se fortalecieron las mafias detrás del negocio de los alimentos, sean hortalizas o harina de maíz. Obvio, en su crecimiento político se sumó al proceso bolivariano, aunque tuvo algunos tropiezos que, así es la dialéctica, incrementaron su popularidad con falsos rasgos de independencia frente a lo que se veía venir. Sin pensarlo ni medir consecuencias, quizás le quedaba algo de la franqueza de los muchachos de Alfredo Maneiro, dijo con su particular entonación de curiepeño que Chávez se había fumado una lumpia. Hasta ahí.

Su ostracismo fue corto. Fue perdonado y volvió a los cargos públicos. Sigue siendo un tesista del doctorado de Planificación y Desarrollo del Cendes, pero fue hasta vicepresidente ejecutivo de la República y gobernador tipo virrey en el oriente del país. Todavía no se ha declarado afro-venezolano, una a su favor, pero empezó a engordar, a arrugar el entrecejo, a regañar a la audiencia, a actuar sin fingimientos y con sonrisas fingidas. Mientras, aparecían y se iban rumores sobre yates y negocios de variado entramado. Ya no era el ex alcalde que conducía por el centro de Caracas su carro baratón sin aire acondicionado, reluciente de choques y falto de pintura.

Once años después vuelve a la esquina de Salas, al último piso del Ministerio de Educación, con sus grandes ventanales hacia el sur de Caracas, con la torre del Banco Central a pocos pasos, con los certificados de los lingoticos de oro que ofrecen a los venezolanos para que ahorren, aunque reciben un salario único e insuficiente para adquirir la cesta básica de 50 productos. La gran sonrisa no la perdió del todo, sí la franqueza y la llaneza de gente de Barlovento. Vendo molino dando vueltas y sin rueda de piedra.