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Del sueño bolivariano de moldear la región a un aislamiento autoinfligido, por Ramiro Pellet Lastra

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Durante dos días de la semana pasada, el Palacio de Miraflores fue un hervidero de discusiones sobre qué hacer con la OEA. Su prédica democrática ya había hartado a más de uno en el seno del chavismo y el gobierno dudaba sobre si valía la pena ser parte de un club donde los demás socios lo miraban mal o le daban la espalda. «¿Debemos irnos o debemos quedarnos?», se preguntaban en el entorno de Maduro, en una versión bolivariana de la legendaria canción de The Clash.

Con más o menos detalles, la versión de ese brainstorming en Miraflores circuló en medios políticos, y la respuesta la dio el chavismo anteayer, con el portazo con que se fue de la organización. Pero el significado del gesto, sin duda ruidoso y espectacular, todavía está por verse. ¿Fue para evitar la tormenta que se asomaba por la ventana, esto es, un voto en su contra que dejara en evidencia sus prácticas autoritarias? ¿Acaso fue para salvar el orgullo y salir antes de ser echados? ¿O respondía a una estrategia más amplia?

«Vale la pena recordar que Venezuela era posiblemente el país latinoamericano más influyente en la OEA, por sus aliados del ALBA y los beneficiarios de la diplomacia petrolera. Ahora una simple mayoría estaba lista para expulsarla. Venezuela se fue aislando. Sin Chávez y sin los ingresos del petróleo, perdió la fuerza que tenía en asuntos regionales», dijo a LA NACION Peter Hakim, presidente emérito del centro de estudios Diálogo Interamericano.

Según Hakim y otros analistas, Venezuela decidió distanciarse de sus vecinos antes que suavizar sus modales puertas adentro. Nada de sacar los trapitos al sol. Lo que se dice en casa queda en casa.

«Los chavistas siguen teniendo casi todo el poder en Venezuela, y la OEA y otros países tienen poca capacidad de cambiar eso. La oposición tiene que encontrar una manera de unirse, desarrollar un conjunto claro de objetivos y propuestas, y estar dispuesta a negociar con el gobierno, si el gobierno es serio», sostuvo Hakim.

Hasta ahora, muchos creen que el gobierno no ha sido serio. Las sucesivas mesas de diálogo que se fueron armando para mediar con la oposición se transformaban en un monólogo de Maduro. Hasta el Vaticano quedó mal parado, en una de esas piruetas, por la costumbre chavista de ganar tiempo con el diálogo.

«Venezuela ha tomado el camino de encerrarse sin tener que dar cuentas a nadie. Y va a ser peor para el país. Sospecho que tal cual se muestran las cosas no va a haber ninguna intención de suavizar la situación, de distender el mecanismo autoritario y represivo que funciona actualmente», dijo el ex canciller argentino Dante Caputo.

A la represión se puede sumar que se profundice la crisis humanitaria si, como teme Caputo, Venezuela, con serios problemas de deuda por una economía en ruinas, entrara en algún momento en cesación de pagos.

Las consecuencias serían un mayor desabastecimiento de los productos más elementales, todos importados, que desde hace años tienen a medio país haciendo cola desde la mañana con la ilusión de llevar algo de comida a la mesa.

Encierro a la coreana

El grado de encierro del gobierno chavista llevó al boliviano Jaime Aparicio, ex presidente del Comité Jurídico Interamericano de la OEA, a decir en declaraciones a la agencia AFP que Venezuela «se va a convertir en una especie de Corea del Norte de América latina, porque están cortando toda relación con el sistema interamericano».

Corea del Norte fue el país que más sonó desde el momento de la ruptura con la OEA para comparar la situación venezolana, un símil que da cuenta del tobogán por el que se desliza el gobierno de Maduro. ¿Llegará el chavismo a ese nivel de hermetismo?

Caputo estima que las historias de los dos países no tienen mucho que ver. Corea, históricamente cerrada, y Venezuela, abierta al mundo. Hasta ahora. Pero el hecho de que muchos analistas hayan relacionado los dos países es un reflejo del chavismo.

Sí está claro que la mirada que planea desde el balcón del Palacio de Miraflores se extiende a tierras lejanas. A Rusia, China e Irán, según señaló el politólogo venezolano Carlos Romero. Maduro y el resto del elenco chavista le dan un trato preferencial a esa zona del mundo, como lo demostró la amistad de Hugo Chávez con el ex presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad. ¿Habrá llegado el momento de formalizar la relación?

«Estudié cuantitativamente las votaciones de Venezuela en la ONU y siempre vota con Rusia y con China. El gobierno quiere dejar atrás a los países de la región, señalarlos como lacayos del capitalismo norteamericano y fortalecer esas relaciones», dijo Romero. «Aunque los negocios con esos países han sido muy malos -aclaró-. Muchos se quedaron a mitad de camino.»

 

La Nación 

Vexit: la salida venezolana de la democracia, por Mariano Turzi

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La revolución bolivariana en Venezuela es cada vez un sueño más lejano y una pesadilla más real. El fracaso es doble: por el lado “bolivariano” y por el lado “revolucionario”. Ya sea que la observemos desde una perspectiva más republicana y liberal o desde el lado más “nacional y popular”, los déficits se agravan y acrecientan. Desde la tradicional democracia liberal, el régimen que comanda Maduro es percibido como dictatorial. Venezuela es el único país del continente –con Cuba- “no libre” de acuerdo al Índice de Libertad en el mundo 2017 que elabora Freedom House. Si bien las elecciones han hasta el momento sido transparentes, los servicios de inteligencia regularmente llevan a cabo espionaje, intimidación y encarcelamiento de la prensa y los partidos políticos de la oposición. La Secretaría General de la OEA y el Centro Carter se expidieron en septiembre de 2016, condenando conjuntamente la existencia constatada de presos políticos en el país. Amnistía Internacional constata, en su informe 2017, el deterioro de la situación de los derechos humanos en el país, incluyendo denuncias de tortura y uso excesivo e innecesario de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad. El Observatorio Venezolano de Violencia estimó 28.479 muertes violentas en 2016, o 91.8 cada 100.000 habitantes. Venezuela es así el segundo país más violento del mundo fuera de los que no están en guerra. Lo mismo se repite para la situación económica. El Índice de Libertad Económica 2017 de la Heritage Foundation pone a Venezuela en el puesto 179 de 180, entre Cuba y Corea del Norte. De acuerdo al informe Doing Business 2017 Banco Mundial, es más fácil hacer negocios en Siria o Afganistán que en Venezuela. El FMI espera para 2017 una inflación del 1640%.

Si tomamos la perspectiva bolivariana, la revolución también ha fallado. John William Cooke le dice a Eva Perón en una conocida ficción que “cuando una revolución es una dictadura, se justifica. Ahora, cuando una dictadura es meramente una dictadura y no es además una revolución, es algo lamentable.” Venezuela ha caído precisamente en este casillero. No desde el liberalismo sino desde la concepción más pura del populismo revolucionario. Como enseñaba el maestro Samuel Huntington: “no es el tipo de régimen sino el grado de régimen”. El chavismo de Maduro ha perdido la capacidad de gobernar. Es desde esta mirada huntingtoniana más parecido al fujimorismo que a los mejores tiempos de la Cuba de Fidel. Y si la democracia “institucional” fue deliberadamente dejada de lado en favor de una concepción “radicalizada” (al estilo de Laclau), ello no parece haber sido logrado en Venezuela.

Los regímenes híbridos se multiplican en el mundo y América Latina no es la excepción. El caso venezolano es un ejemplo de esa morfología cambiante del poder: democracias delegativas o “iliberales”, autoritarismos competitivos y demás caracterizaciones expresan una diversidad conceptual que refleja una realidad heterogénea y compleja de este momento de (des)orden mundial que atravesamos. Con la medida tomada ayer, al disolver el Congreso, el presidente Nicolás Maduro disipa dudas: cruzó el límite y se refrendó en el campo de las dictaduras.

Mariano Turzi es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella. Es autor de «Todo sobre el desorden mundial» (Paidós, 2017)

 

Clarín 

El Comercio: El ocaso del eje bolivariano en América Latina

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La casi segura derrota de Evo Morales en el referéndum con el que pretendía postular por cuarta vez a la Presidencia de Bolivia en el 2019 es el último golpe al llamado eje bolivariano, cuya debacle se inició en el 2013, con la muerte de Hugo Chávez, líder de esta corriente populista que tuvo su auge en la década pasada.

El triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 dio inicio a un proceso político en la región marcado por el ascenso al poder de organizaciones ligadas a la izquierda y, en algunos casos, de líderes sin mayor pergamino político, apoyados por sociedades frustradas con el desempeño de partidos tradicionales que no supieron solucionar sus más acuciantes problemas.

 

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En enero del 2003, Luiz Inácio Lula da Silva, un ex líder sindical, asumía la Presidencia de Brasil y llevaba al poder por primera vez al Partido de los Trabajadores (PT).

De manera formal, Brasil no ha pertenecido al eje bolivariano; pero Lula, gran amigo de Chávez, sí simpatizaba con esa corriente política y fue un aliado clave de Chávez en numerosos foros regionales, además de impulsar estratégicas asociaciones comerciales.

 

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Hoy Brasil es gobernado por la heredera de Lula, Dilma Rousseff, quien debe enfrentar los pasivos de más de una década de corrupción incubada en el Estado a través de la empresa Petrobras, con políticos del PT y sus aliados como los principales protagonistas.

Con su popularidad en el piso, Dilma corre el riesgo de ser sometida a juicio político y finalmente ser sacada del poder. Además, si hoy fueran las elecciones en Brasil, la derecha tomaría el poder.

Un proceso similar sucedió en Argentina, otro país que no integró de manera formal el eje bolivaria, pero que sí fue un aliado clave de Chávez.

En mayo del 2003, el peronista Néstor Kirchner asumió la Presidencia de Argentina. Pronto se empezó a entender bien con Chávez, al punto que el venezolano, que tenía la billetera llena gracias a los altos precios del petróleo, le pagó la deuda externa a Argentina.

Otro hito en la relación entre Argentina y Venezuela fue la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata en el 2005 y recordada porque en ese lugar se firmó el acta de defunción del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovido por Estados Unidos y rechazado con vehemencia por los bolivarianos, con Chávez a la cabeza.

 

A Néstor le siguió su esposa Cristina Fernández en el poder en Argentina. Durante su gestión también se mantuvo la estrecha relación con los bolivarianos.

 

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Sin embargo, hoy la realidad de Argentina es otra. La derecha está en el poder desde diciembre del año pasado, cuando Mauricio Macri asumió la Presidencia del país. Demás está decir que Macri es un enemigo declarado del heredero de Chávez, Nicolás Maduro.

En el caso de Ecuador, Rafael Correa asumió la Presidencia del país por primera vez en enero del 2007, luego de que el país se viera marcado por un inicio de siglo inestable políticamente, con presidentes que salían del poder sin completar sus períodos para los que fueron elegidos.

 

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Luego, el carismático y autoritario Correa ganó de manera arrolladora otras dos elecciones. Sin embargo, este ha desistido de llevar adelante una reforma constitucional que lo habilite para volver a postular en las elecciones del 2017 (finalmente, el Congreso ecuatoriano aprobó la reelección perpetua a partir del 2021).

En Venezuela, el país donde nació este fenómeno político, el presidente Maduro está en una caída libre que pone en duda la posibilidad de que pueda terminar su gestión en el 2019. A los casi endémicos problemas de inflación y escasez de alimentos se ha sumado la caída estrepitosa del precio del barril de petróleo.

El precio del crudo venezolano tuvo un pico de 103,42 dólares por barril en el 2012, lo que significó para el país un ingreso por US$48.000 millones. La caída ha sido terrible para las arcas, pues el año pasado esos ingresos se desplomaron a US$12.500 millones. Y las proyecciones para este año son más pesimistas.

Entre 1999 y el 2014 el chavismo destinó 717.900 millones de dólares a la inversión social, casi nueve veces más que en el período 1983-1996, según datos del propio gobierno.

Pero lo anterior no ha servido para corregir las distorsiones de la economía, que han terminado afectado a quienes en el pasado respaldaron sin condiciones al chavismo. Prueba de ello es la estrepitosa derrota electoral en los comicios parlamentarios de fines del año pasado, donde muchos ciudadanos chavistas desencantados con la realidad del país terminaron apoyando a la oposición.

Y la situación en el país en el que iniciamos este recorrido, Bolivia, no es diferente a los antes mencionados. Si bien la gestión de Evo Morales tiene altos índices de aprobación y económicamente la nación marcha mejor que, por ejemplo, Venezuela, la ciudadanía le ha dicho al mandatario que no es eterno.

Si se confirma el conteo rápido, que le da el triunfo al No en el referéndum del domingo, Evo Morales será el último protagonista del ocaso del eje bolivariano.

 

El eje bolivariano se reorganiza mientras Venezuela queda aislada

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La victoria de la oposición venezolana en las elecciones parlamentarias del pasado domingo, junto a la de Mauricio Macri en las presidenciales argentinas hace dos semanas, ha evidenciado un giro que, de facto, se inició el 5 de marzo de 2013. La muerte de Hugo Chávez dejó sin cabeza el proyecto bolivariano, constituido en torno a la figura del líder venezolano gracias al desorbitado precio del petróleo. Poco más de dos años y medio después, los aliados del chavismo tratan de salvaguardar sus intereses sin el apoyo económico de Venezuela, cada vez más aislada en la región.

El 6 de diciembre de 1998 supuso un punto de inflexión en la historia reciente de América Latina. Ese día Hugo Chávez llegaba por primera vez al poder. A su triunfo se fueron sumando varios con mucho contenido simbólico: en 2000, Ricardo Lagos se convertía en el primer socialista en presidir Chile después de la dictadura de Pinochet; dos años después, Lula, un exsindicalista, alcanzaba el poder de Brasil con el apoyo del Partido de los Trabajadores; llegaría un indígena, Evo Morales, a lo más alto de Bolivia; Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay. En 2009, el rojo predominaba en una región en la que 17 países estaban gobernados por partidos de centro izquierda o izquierda, dos bloques que muchos analistas resumían en pragmáticos y populistas.

Integrado principalmente por Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, con el respaldo de Cuba, la simpatía de Argentina y el visto bueno del Brasil de Lula, el eje bolivariano creció y se propagó gracias al liderazgo de Hugo Chávez y a una situación económica boyante. El país con las mayores reservas de crudo del mundo pudo contribuir, con el precio del petróleo rozando los 200 dólares, a pagar la deuda de Argentina, colaborar en el desarrollo de los países andinos o entregar a Cuba crudo por valor de unos 7.000 millones de dólares anuales a cambio de médicos, profesores o servicios de inteligencia. A cambio, Venezuela recibía un apoyo absoluto pese a consumarse una deriva autoritaria.

En poco más de dos años, ese escenario ha saltado por los aires. La muerte de Chávez dejó sin liderazgo al bloque y el desplome de los precios del petróleo ha obligado a sus aliados a resguardarse en políticas pragmáticas para tratar de salvaguardar sus economías. Mientras organismos de integración como el Alba y Petrocaribe pierden relevancia, otros bloques económicos como la Alianza del Pacífico cobran cada vez más protagonismo en la región.
El único país del que no brotan aires de apertura es Venezuela. La pérdida de respaldo de Maduro en poco más de dos años y medio es elocuente. El chavismo alcanzó su mejor resultado electoral en 2012. Entonces, 8,1 millones garantizaron la reelección de un Chávez ya enfermo. Unos meses después, ungido como sucesor por el fallecido líder bolivariano, Maduro ganó las elecciones a Henrique Capriles con el apoyo de 7,5 millones de personas; ocho meses después, para las elecciones municipales, el oficialismo consiguió movilizar a 5,7 millones de ciudadanos para apoyar a sus candidatos, una cifra que el pasado 6 de diciembre, con la participación del 74% del electorado, se redujo hasta los 5,5.

Aunque el apoyo no necesariamente ha ido a parar a la oposición —su tope son los 7,7 millones obtenidos el pasado domingo— sí ha quedado evidenciado que los venezolanos han dado la espalda a su gestión de la crisis económica. A los ciudadanos les duele más la inseguridad y el desabastecimiento que el discurso del “no volverán” lanzado contra la oposición.
Maduro aceptó los resultados adversos, pero no ha dado visos de moderar su discurso. Mientras, sus aliados en el exterior son cada vez menores. Al sur, la victoria de Macri en Argentina le ha restado un aliado y para la brasileña Dilma Rousseff, acuciada por una crisis económica galopante y un más que probable proceso de destitución, la situación de Venezuela no entra entre sus problemas a resolver a corto plazo.

Pese a las palabras de solidaridad de los hermanos Castro con Maduro tras el varapalo electoral, entre las prioridades de Cuba tampoco está salvaguardar el proyecto chavista, toda vez que su mentor ya no está. El Gobierno cubano vive inmerso desde hace meses en un proceso de deshielo de las relaciones con Estados Unidos y una leve apertura tras 60 años de revolución castrista.
En los Andes, Ecuador y Bolivia hace años que iniciaron su propio proyecto de desarrollo, menos ideologizado que el de Venezuela. En el primero de los casos, aunque el autoritarismo de Correa ha quedado patente en la persecución a la prensa crítica y los límites a la oposición, los avances también son indudables. El mero trayecto de una hora del nuevo aeropuerto de Quito al centro de la capital ecuatoriana a través de autopistas de tres carriles que cruzan puentes imposibles sirve para hacerse una idea del moderno plan de infraestructuras desarrollado en estos años. No obstante, sabedor de la crisis económica que asoma el país, el presidente ha rehusado eternizarse en el poder de momento. El Gobierno aprobó recientemente la reelección indefinida a partir de 2021, con lo cual habrá al menos un mandato sin Correa en el poder.

La salud de Bolivia

En el caso de Bolivia, desde la llegada al poder de Morales, el país ha conseguido reducir la pobreza extrema 10 puntos (del 24% pasa al 14%) y 20 puntos (del 63% al 43%) en las zonas rurales. A base de contentar a los pobres, pero también de acercarse al empresariado, ha mantenido una senda de crecimiento económico que no cesa. Pese a ser económicamente el país con mejor salud económica del eje bolivariano, sin embargo, nunca ha optado por dar un paso adelante y apoyar a sus aliados, como hiciese Hugo Chávez.

De todos los líderes bolivarianos, Evo, inmerso en una campaña para lograr el sí en el referéndum de febrero que le permita seguir en el poder, es quizás el que más se asemeja a Chávez en cuanto a liderazgo y carisma. También es el ejemplo más gráfico de esa combinación de retórica anticapitalista y pragmatismo. Hace tres meses viajó, a la par que Lula, a Buenos Aires a apoyar la candidatura oficialista de Daniel Scioli.

“Es un amigo argentino y latinoamericano, pero sobre todo un revolucionario de la patria grande”, dijo entonces el líder boliviano. En noviembre, tras los resultados de la primera vuelta electoral, y ante el escenario de una más que posible victoria de Mauricio Macri, Morales advirtió que si vencía el candidato conservador podría haber “conflictos” entre ambos países. Argentina es el segundo mayor comprador de gas a Bolivia. Un mes después, un sonriente Evo Morales jugaba al fútbol con Macri y asistía a la toma de posesión del nuevo presidente argentino. El único ausente fue el presidente de Venezuela.

 

Franco el bolivariano por Elías Pino Iturrieta

FranciscoFranco

 

En 1971, Ernesto Giménez Caballero escribe “El parangón entre Bolívar y Franco”, fragmento de un libro que circula en Madrid con el título deBolívar regresa a España, en el cual se informa sobre contactos de representaciones diplomáticas de América Latina con el dictador. En sus páginas abundan las loas para Isabel la Católica, “reina fundadora” de una comunidad de pueblos que de nuevo procuran la unión. Como prólogo de la publicación se incluye “El Generalísimo define”, texto que considera a don Simón como “uno de los grandes héroes de la emancipación americana, síntesis genial de esta raza nuestra, creadora de pueblos para la libertad”.

Como Franco suscribe las letras, los lectores desprevenidos estarían de acuerdo en calificarlo de bolivariano, esto es, como discípulo de las ideas del inspirador de su entusiasmo. Pero tal vez solo esté arrimando la sardina de la Independencia para la brasa de la Hispanidad, no en balde aprovecha la ocasión para hablar de la existencia de una raza encarnada en un conjunto de pueblos cuya vocación conduce a la realización de grandes hazañas, entre ellas una escaramuza pasajera de padres e hijos que por fin se juntan en la familia marmórea de siempre para ascender otra vez a la cumbre de la historia. No pasa de allí el Generalísimo, pero Giménez Caballero se ocupa de revelar la definición que quedó pendiente y que convierte a su jefe en bolivariano.

Se sabe que Giménez Caballero fue propagandista del fascismo en España, promotor de la Falange y letrado cercano a Franco, trabajos en los que llegó al extremo de asegurar cómo el Caudillo superó al insurgente en la tarea que se propuso contra la monarquía. Franco se inspiró en Bolívar, de acuerdo con el panegirista, porque fue “gran lector y meditador sobre esa auroral y precursora figura hispanoamericana”. Pero cuando se refiere a la fuente como “auroral” y “precursora” apenas habla de un comienzo de historia, de la raíz de una planta que no ha crecido o que dará frutos debido al trabajo de una figura o de un suceso del porvenir. ¿Quién es esa figura? ¿Cuál es el suceso?

Leamos un fragmento de “El parangón entre Bolívar y Franco”: “Había que substituir una monarquía hereditaria –planteó ya Bolívar– que era la estabilidad, la continuidad y el orden de tres siglos, por un sistema republicano que era lo contrario, lo que él llamó ‘El hemisferio de la anarquía’. Y para ello solo cabía un presidente vitalicio (continuador del rey) con derecho de elegir su sucesor (continuidad del príncipe) y con un Senado hereditario (transformación de la antigua aristocracia). Y ese fue el gran triunfo político de Franco al encarnar tal pensamiento: presidente o jefe de Estado vitalicio, con un Senado o Cortes orgánicas. Y –son palabras textuales de Bolívar– ‘un ideal príncipe hereditario que asegure la continuidad, pero con mérito propio. ¿Qué fueron los príncipes hereditarios elegidos por el mérito y no por la suerte, sino los monarcas más esclarecidos? Harían la dicha de sus pueblos”.

La maniobra de Giménez Caballero parte del fracaso de la Constitución de Bolivia, cuya monarquía sin corona no se convirtió en realidad por el rechazo que produjo en los sectores liberales de Lima, Quito, Bogotá y Caracas. Ni Bolívar ni los bolivarianos pudieron superar el escollo, para que el proyecto de una república autoritaria condujera a la decadencia política del proponente y a la desaparición de Colombia. El designio de Bolívar fue “como arar en el mar”, concluye el escribidor, mientras el futuro “hace la interpretación decisiva: la del auténtico pensamiento bolivariano realizado en la historia: ni siquiera por el propio Bolívar, sino por Francisco Franco”.

De lo cual se deduce que Giménez Caballero fue un franquista redondo y sin fisuras, hasta el punto de disfrazar a su líder de bolivariano partiendo de una analogía cuyo anacronismo solo tiene cabida en los espacios de la propaganda política más burda. Sin negar que el cesarismo español del siglo XX pudiera encontrar mejores argumentos en la tela del uniforme de Bolívar, hispanidad aparte. Pero también sin dudar que, si alguien ya se atrevió a asegurar que Franco perfeccionó la obra inacabada del Libertador, cualquiera puede decir lo mismo sobre Chávez y Maduro.

 

 

El Nacional

Jose A. Guerra Mar 12, 2015 | Actualizado hace 9 años
El Psuv por José Guerra

 PSUV

 

El PSUV fue concebido como una especie de mezcolanza, entre ideas marxistas leninistas estalinistas y nacionalismo bolivariano, ambas irreconciliables por definición. El PSUV pareciera ser una fotocopia maltrecha de lo que fueron los ya olvidados partidos comunistas que giraban bajo la órbita soviética, que en lugar de partidos eran consulados moscovitas. Su declaración de principios comienza con un ritornelo sobre la crisis del capitalismo global en su etapa terminal, la fase imperialista del capitalismo, entre otros lugares comunes que signaron el discurso de los partidos comunistas de la Tercera Internacional. No hay nada original sino una recreación anticuada de lo mismo que han dicho todas las formaciones partidistas de orientación comunistas en todos los tiempos para todos los países. Su relato parece haber consistido en copiar y pegar otros programas de otras épocas.

Hacer coincidir el Árbol de las Tres Raíces con el marxismo leninismo, en su versión estalinista es una absoluta temeridad. Ese sincretismo crea en el PSUV una especie de menestrón ideológico donde el liberalismo de Simón Bolívar trata de fundirse con el antiliberalismo de Carlos Marx. Procurar fusionar en una sola doctrina el ateísmo marxista con el cristianismo es por lo menos una osadía. Uno de los aspectos que llama poderosamente la atención en la conformación del PSUV es la quincallería que lo conforma. Así, fue recogiendo ese partido los residuos que fueron quedando de lo más atrasado de la izquierda en sus múltiples divisiones y subdivisiones.

Los que provienen del MAS, que había roto con el marxismo leninismo y el estalinismo se volvieron a reencontrar como por arte de magia con esa ideología. Quienes llegaron de la Causa R, que también se apartó oportunamente del dogmatismo, se hicieron nuevamente dogmáticos. Los procedentes de la Liga Socialista, esos si están más cómodos por cuanto esa organización jamás cuestionó ni un ápice la práctica del socialismo real. Es más, durante un tiempo la Liga Socialista además de marxista leninista estalinista, se declaró maoísta. Algo similar sucede con quienes desde Bandera Roja ingresaron al PUSV.

Junte todos estos elementos y mézclelos con el militarismo y el resultado no puede ser sino una especie de figura ideológica, que no tiene pie ni cabeza. Por esa razón es que su práctica de gobierno repite una y otra vez la de los experimentos socialistas del pasado. Su modelo económico es la estatización de la economía y ahora se tiene un conglomerado de empresas públicas quebradas. Su forma política es el autoritarismo, el control por parte del Estado de todas las instituciones y la fusión del partido, el gobierno y el Estado en un solo ente. Y para rematar algo que no podía faltar: el culto a la persona, hecha religión.

Pero es que tampoco hay luces en el PSUV. No hay un dirigente, muerto Chávez, que pueda hilvanar una idea completa sobre lo que somos y podemos ser como nación, que vaya más allá de la retórica de la transición al socialismo. El pensamiento fue sustituido por el cliché y la razón por las frases hechas. Todo esto tal vez explique por qué, agotada la chequera petrolera y fallecido inoportunamente Hugo Chávez, el PSUV ande a la deriva y con un apoyo popular menguante, que de representar 40% hace dos años, ronda 15%.

 

@JoseAGuerra

El Nacional

La crisis en Venezuela puede sacar a Maduro del poder

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Por Antonio María Delgado

El rápido deterioro de la economía venezolana, marcado por angustiantes niveles de escasez que mantienen los anaqueles de los supermercados vacíos, está empujando al régimen de Nicolás Maduro hacia una nueva etapa de inestabilidad política que podría incluso conducir a un cambio de gobierno, dijo la firma de inteligencia empresarial IHS Country Risk-Foresight.

Pero el colapso del régimen bolivariano se produciría solo si la ya agobiante escasez que padecen los venezolanos empuja a la población hacia un estallido social de grandes proporciones, y las probabilidades de que Maduro sobreviva son aún mayores que las de que pierda el poder, según el informe preparado por el analista para América Latina de IHS, Diego Moya-Ocampos.

Aún así, no hay dudas de que Maduro enfrenta uno de los peores momentos en la historia del chavismo.

Si la economía sigue deteriorándose al acelerado ritmo de los últimos días, entonces, el descontento – registrado en los últimos días bajo la forma de conatos agitación social y saqueos– podría aumentar para afectar la estabilidad del gobierno, cambiando totalmente el juego en Venezuela, dijo el informe.

El recrudecimiento del descontento social “llevaría el escenario de que Maduro sea obligado a renunciar de uno de baja probabilidad a uno de alta”, resaltó el análisis.

“No obstante, el gobierno hasta el momento ha demostrado tener un control significativo sobre el Estado y, cada vez más, sobre los medios privados de comunicación (además de sobre el poderoso sistema público de medios de comunicación), además de un aparato represivo que todavía es capaz de neutralizar protestas antes de que se generalicen”, agregó.

Los problemas económicos del país están siendo agravados por la abrupta caída de los precios del petróleo, en un país donde las ventas de crudo generan el 96 por ciento de las monedas duras que ingresan al país.

Las autoridades del régimen no cuentan con planes de contingencia para contrarrestar la caída de los precios, que han bajado desde los niveles de $95 por barril que registraban en septiembre a los $39.19 con que cerraron la semana pasada.

Según el informe, el gasto público o social del régimen no puede ser garantizado bajo el actual modelo económico, que no puede ser sostenido bajo los actuales precios.

La estabilidad política está intrínsicamente vinculada a la habilidad del presidente de administrar las finanzas del país y prevenir el descontento social generalizado.

“Este es especialmente el caso dentro de los barrios pobres de Venezuela, dado a que la renta petrolera ha sido usada para suministrar alimentos a precios subsidiados”, resaltó el informe.

Por otro lado, el informe advierte que la popularidad de Maduro ha caído ha niveles alarmantemente bajos, sumando solo 22 por ciento, según datos de la encuestadora Datanalisis.

Otros sondeos de opinión, sin embargo, colocan la popularidad del gobernante por debajo del 15 por ciento.

Según el análisis, el régimen bolivariano ya no tiene posibilidades de conseguir financiamiento en los mercados internacionales, en momentos en que los precios de los bonos soberanos del país ya dan por descontado que el país incurrirá en un incumplimiento de pagos en algún momento en los próximos tres años.

Pero IHS cree que el gobierno seguirá cumpliendo con sus obligaciones ante Wall Street, por lo menos por este año.

No obstante, la situación podría cambiar en los proximos años si los precios del crudo no mejoran.

Los pronósticos de un año de intensa volatilidad brindados por IHS coinciden con las conclusiones de la firma Stratfor, que advirtió recientemente sobre el riesgo de que sectores dentro del chavismo decidan actuar para remover a Maduro en vista de su incapacidad por resolver la grave crisis económica del país.

“Las potenciales acciones contra Maduro de parte de rivales internos son también un riesgo posible para el presidente. Rumores que han circulado en Caracas desde inicios del año sugieren que facciones políticas no identificadas dentro del gobierno planean sacar a Maduro del poder”, declaró Stratfor en un informe publicado la semana pasada.

“Pero los problemas económicos de Venezuela son estructurales –la remoción de Maduro no los resolvería– y en todo caso, sería difícil ejecutar un golpe de Estado bajo un ambiente político tan fragmentado”, señaló la firma.

El Superlibertador, por Elías Pino Iturrieta

 

@eliaspino

Si era una película de encargo, cumplió el cometido. Algunos hablaron de una encomienda del comandante Chávez, quien quería ver al héroe en la pantalla grande partiendo de un guion que no defraudara sus hipérboles. Pero no fue un trato entre los realizadores del filme y el amo del poder, como la malicia ha murmurado, sino un asunto más colectivo. Fue un mandado de toda la sociedad, o de su inmensa mayoría, que quería solazarse ante un espectáculo capaz de ofrecer mayor fortaleza a las atribuciones sobrehumanas que ha concedido al Padre.

Considerado como un semidiós desde el siglo XIX, apenas le faltaba a Bolívar una producción grandilocuente a través de la cual se confirmaran sus proezas y, sobre todo, su augusta soledad en la cumbre del patriotismo.

Debe sentirse regocijada la mayoría de la población ante el desfile de unas aventuras con las que siempre soñó y sobre las cuales jamás albergó dudas. Ahora resucitadas sin recato por los recursos dirigidos con prodigalidad a la industria del cine.

El vestuario estuvo bien cosido y acorde con los tiempos. Nada de gorras de cartón piedra, como en las harapientas pelis del pasado patriotero, ni de uniformes sacados del almacén de la zarzuela. Jamás se vio gente engalanada con tanta propiedad, en especial el protagonista. La escena del candidato a héroe jugando a un antecedente del tenis con el príncipe de Asturias, ante la vista de los cortesanos en Madrid, fue un superfluo primor que debe verse con la debida pausa, aunque jamás se viera cuando se supone ocurrió.

Por la presentación de los escollos colosales y la magnificencia del paisaje, las escenas del Paso de los Andes se parangonarían con las hazañas que las crónicas atribuyen a Aníbal en los Alpes, si no fuera porque el cartaginés las realizó con ayuda de sus colaboradores y el nuestro se ocupó de pensarlo y hacerlo todo a solas, de acuerdo con un guion tan ciclópeo como el tránsito que reconstruye. Ni hablar de las batallas que desfilan ante nuestra vista, calcos de Marengo y Waterloo si no fuera por los morenos y los indios que en ellas participan para beneficio del color local. Ni hablar de la manera de presentar a Páez, estropajoso como los piratas del Caribe que últimamente nos han deleitado con estrafalarias fechorías. Más cinematográfico, imposible.

Fundamental la escena de la entrevista entre el banquero inglés y el Libertador Presidente, el demonio acicalado y el santo en día de estreno, rapaz el primero y colmado de virtudes el segundo.

Debería servir de modelo para volver hacia la fantasía de negocios y decencias que entonces no podían convertirse en realidad, debido a que el detentador del poder jamás ocultó sus simpatías por los negociantes de Londres. Sin embargo, la insólita encerrona conduce la historia a una tensión capaz de anunciar las vicisitudes posteriores del titán y de satisfacer a los espectadores crédulos. Así es cierto cine.

En ese cierto cine el protagonista es de una sola pieza, sin debilidades que no sean las que puede superar el oportuno regaño de un maestro a cuyo cargo quedan las declamaciones de enmienda. El héroe es igual desde el principio hasta el fin.

Ni una cana le producen las guerras, ni un mínimo quebranto las asperezas del camino, ni una duda sobre la desolación que ha causado, ni un pensamiento digno de atención sobre sus rivales, pero tampoco sobre sus seguidores más fieles, ni una pasajera sensación de mortalidad. Es el todo y la circunstancia.

El resto, añadidura. De allí la irrelevancia de las actuaciones de la mayoría de los miembros del elenco, que cumplen a duras penas la función de comparsas, pero también el trabajo de quien hace de radiante sol. Solo actúa como personaje sol, una peripecia previsible y tediosa que no conduce a desafíos de interpretación. El actor apenas torea por estatuarios, aunque de funciones anteriores le recordemos trasteos serios. Ahora no deja nada memorable para el arte que interpreta, tal vez por la simpleza de sus líneas. Tampoco para la faena que le encomendaron de apuntalar la fe en un paladín incomparable. Pero quién sabe, porque el héroe, el actor y el escritor del guión cuentan con una legión de espectadores entusiastas y cautivos.

Artículo publicado originalmente en el diario El Nacional