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Fórmula infalible para fracasar, por Armando Martini Pietri

Hay quien piense, y sostenga, que cuando Hugo Chávez las cosas iban mejor en Venezuela. De hecho, se alardea en algunos sectores -viudos del fallecido comandante, otros pobres y soñadores, como se suele ser cuando el único capital que se tiene es la esperanza- de que con el galáctico eterno al frente estaríamos viviendo mejor.

En realidad estaríamos peor, porque Chávez fue el inventor de las bases de la revolución venezolana, que fueron derroche y prometer sin pensar ni parar; cuando Venezuela recibía más ingresos que nunca por los altos precios petroleros, Chávez endeudó al país alegre e irresponsable, de supina ignorancia económica y política, puso al mismo petróleo como garantía a los chinos, que no actuaban con generosidad solidaria sino con criterio de previsión a sus intereses.

Esos recursos no fueron al pueblo que amaba ciego a Chávez y tanto esperaba de él. 

Conste que decimos “infalible” y no “fácil”. Porque arruinar un país no es tan sencillo como parece, y mucho menos cuando, además, es de los más importantes y avanzados productores de petróleo del mundo. Los árabes, que pocas décadas atrás andaban en sandalias y montados en camellos cruzando desiertos entre oasis y oasis, hoy diseñan y construyen ciudades nacidas para ser capitales mundiales, mantienen sus tradiciones sociales y religiosas mientras reajustan sus naciones a ser como mínimo líderes regionales, alimentan a sus poblaciones -aunque reyes y príncipes se hagan inmensamente ricos y dejan los dromedarios como elementos para fotografías de turistas.

La diferencia es que en Venezuela los imbéciles y estúpidos que se creen majestades y altezas no tienen tradiciones ni formación y se hacen infinitamente ricos, pero sus poblaciones se mueren de hambre; es decir, la cúpula que manda como si el estado fuera de su propiedad mejora en lo financiero -lo cultural es otra cosa-, mientras la ciudadanía empeora cada día en lo económico, la salud, educación, seguridad, dignidad y oportunidades.

Por allí anda la fórmula que, como advertimos, no es compleja de mezclar pero complicada de aplicar; hay que reconocerle a chavistas y maduristas, cada grupo en su momento, han sido, al menos en eso ya que en más nada, exitosos. Un país afable, bueno y en desarrollo, donde pocos tengan mucho, unos cuantos hayan creado con empeño empresas de varios tamaños y especialidad, y dígale a la mayoría que no tienen nada ni coraje para levantar compañías, que esos ricos y emprendedores son los culpables de todos los males de los pobres y desposeídos, que les han robado su dinero y petróleo -en el caso venezolano- y por eso están en la miseria.

Y asegúreles, entonces, que usted les resolverá todo, les dará viviendas, automóviles y trabajos en los cuales perciben lo mismo que ganan los que son expertos porque son ellos, los necesitados, el pueblo, los verdaderos dueños de todo y por eso víctimas del bandidaje de una minoría apoyada en la maldad de quienes inventaron y sostienen el capitalismo salvaje -suma y conspiración de todos los males- con armas en las manos, poderosos aviones en los aires y enormes buques llenos de mercenarios invasores en los mares, es decir, los yanquis rectores del imperialismo.

Usted se encargará de castigar a los malos, regalar bienestar y riqueza a los buenos, que son el pueblo. 

Allí está la fórmula y muchos pendejos ignorantes la creerán, como creyeron los obreros y campesinos rusos a Lenin y bolcheviques, los alemanes al asesino de Hitler y sus nazis, italianos a la ópera bufa del tirano Mussolini y sus fascistas, cubanos de la mitad del siglo XX al sinvergüenza de Fidel Castro y los venezolanos de fines del mismo siglo, que no leen información ni libros y siempre creen ser los más vivos, cayeron en la misma trampa.

Porque viene la ejecución de la fórmula, los nazis mataron judíos, gitanos, intelectuales y a todo el que no pensara igual que el energúmeno déspota austríaco atiborrado de complejos, los italianos al enloquecido Duce, nosotros a aquellos militares de tercer nivel -y casi todos de oscuras trayectorias y bajas calificaciones- que prometieron revolución y nos la han dado, han revolucionado y destrozado la economía, comida, medicamentos, salud, educación, producción agropecuaria e industrial, petróleo y moneda.

En apenas 20 años han llevado a la Venezuela sometida al imperialismo entre buenas comidas tres veces al día, auto mercados repletos de productos tan de lujo como leche en polvo y variedades diferentes de aceites comestibles y una moneda nacional que, aunque progresivamente golpeada mantenía fuerza, a ser la actual Venezuela Potencia Socialista que busca su comida en las bolsas de basura, no consigue ni siquiera los billetes que valen menos que el papel y la tinta usados para imprimirlos pero nos evitan pedagógicamente caer en esas enfermedades de los ricos que son el consumismo, derroche, y por el contrario nos han enseñado el valor de la solidaridad con la Cuba castro arruinada y cualquier gobierno que le cante un par de alabanzas.

Hay que reconocer que en esto existen fallas, pero nadie es perfecto. Por ejemplo, los excesos de rigor con quienes pretenden seguir engañando a los venezolanos (los que todavía no se han ido) con los embustes prejuiciados del imperialismo, y la creciente incapacidad para defender a los próceres revolucionarios de la rapacidad imperial que clava sus uñas en sus modestos ahorros en bancos estadounidenses y europeos.

Cuando un país se enferma gravemente tendrá más depredadores y carroñeros que amigos. Venezuela está muy cerca del abismo, no es ficción es realidad.

 

@ArmandoMartini 

Víctor Maldonado C. Abr 16, 2018 | Actualizado hace 1 semana
El mal se llama socialismo
¿No son acasos malos frutos, agrios y ponzoñosos, esos que nos da todos los días el socialismo del siglo XXI? Sus frutos son el mal, y el mal produce esos frutos

 

@vjmc 

El mal es real, y tiene consecuencias reales. No es solamente una disquisición académica. Es una pregunta que queda por responder en el transcurso de esto que estamos viviendo en términos de violencia, crueldad, muerte, hambre, enfermedad, infortunio y la indiferencia colectiva respecto de lo que otros conciudadanos están padeciendo. Algunos temen el planteamiento explícito de la vivencia del mal. Esto es así porque su reconocimiento obliga a la denuncia y a la decisión personal sobre cual flanco escoger. El mal, su presencia, obliga a las definiciones, y a las consecuencias de esas definiciones.

Los cuatro jinetes del apocalipsis están cabalgando sobre el país. Comencemos por lo obvio. El jinete de la muerte nos está afligiendo. Los venezolanos estamos sufriendo los estragos de una incomprensible violencia. 307.920 víctimas de un sistema que inhabilita el derecho a la vida equivalen a la afectación del 1 % de la población actual. El jinete que complementa y da sentido a este baño de sangre es el de la guerra. Una guerra civil no declarada, cuyos argumentos son la impunidad y un Estado en condiciones fallidas, colocan a todos los venezolanos en riesgo mortal. Una guerra civil emprendida contra la protesta civil, a la que se aplasta a sangre y fuego, con el costo terrible en vidas humanas, cárcel y exilio. Una estrategia de aniquilamiento que se hizo patente en los excesos aplicados al caso de Oscar Pérez, y que ahora permite al gobierno ir más allá de cualquier frontera del Estado de derecho para lograr sus objetivos.

El régimen tiene años en guerra contra la libertad.  El jinete del hambre se ceba en los sectores más vulnerables de la población. Las cifras de desnutrición anticipan generaciones enteras desvalidas de la posibilidad de encarar, en condiciones competitivas, sus propios proyectos de vida. El hambre asola la capacidad para pensar y crear, pero sobre todo la capacidad para reaccionar. Los que comen basura han descendido a los infiernos donde la dignidad y los derechos se han subordinado a la precaria supervivencia. 

No es menos pavorosa la presencia del jinete de la conquista. A pesar de que nos cuesta reconocerlo, estamos invadidos por los intereses del narcoterrorismo regentados por Cuba, que actúa como potencia imperial, a pesar de lo insólito que resulta la forma como se apropió de nuestro territorio, recursos y centros de decisión. Hugo Chavez fue a la vez el mal encarnado y su canal más conspicuo. No puede ser otra cosa que el mal en acción el que permite tanto ultraje sin que nosotros consigamos sacarnos de encima toda esa iniquidad. O la conquista interna que supone la ocupación de los espacios institucionales a través del despotismo destructivo que practica la espuria entidad constituyente. Somos población invadida, cercada, confinada a los grises espacios de la sobrevivencia.

El mal es un resultado que tiene actores. Es a la vez protagonismo y secuelas. El mal es el poder corrompido que deja de ser útil para el orden social de la libertad, y comienza a propagar la servidumbre. Y no hay puntos medios. Por eso mismo resulta inaceptable la práctica del “perdonavidismo de los promedios”. La descripción del mal no es exacta si se practica la tibieza argumental. Encararlo exige claras definiciones y la visualización de dolorosas tendencias. No hay derecho a la vida donde hay temor por la vida. No se respeta la propiedad si un funcionario, ejerciendo la más obscena impunidad, decide si la vas a conservar o no. No hay dignidad cuando para sobrevivir necesitas hurgar entre la basura. No hay felicidad si tienes hambre. No hay visión de futuro cuando el temor es constante. No hay humanidad en el silencio, la censura y la represión.

Y la soberanía es una mascarada si las decisiones estratégicas y el destino de los recursos esenciales son decididos por Cuba. Como se aprecia, no es un tema de estadísticas, mucho menos de encuestas. No se trata de si el mal es popular. Se trata de que es inaceptable. Hitler era muy popular, y ya sabemos los ardores internos que provocaba Fidel Castro. Lo que pasa es que el mal se sirve de la seducción y el engaño. Por eso San Pablo en la segunda carta a los Corintios advertía contra su táctica: “No debe sorprendernos, porque el mismo satanás se disfraza de ángel de luz”.

El mal se aprecia en el sufrimiento de los demás. Permitir el desconsuelo, el dolor y la desolación de los otros exige primero un esfuerzo de cosificación mediante el cual se despoja de la condición humana a quienes se quiere someter o destruir. Por eso el mal se vale de la indiferencia criminal y de la explotación de los perjuicios. Se es indiferente desde la inacción o desde la mera expectación. Cuando el régimen deja morir de hambre a un preso, o no le importa dejar sin medicinas a los trasplantados, ejerce una apatía criminal que los hace culpables y responsables.

Cuando un ciudadano no se escandaliza de los infortunios del prójimo, cuando no levanta su voz y sus manos exigiendo rectificación, está siendo corresponsable de lo que por cuenta del régimen está ocurriendo.

El pecado capital de pereza se exhibe cuando en lugar de hacer, exigimos a los otros propuestas y acciones. No es endosable la responsabilidad ni la virtud. El mal abunda en la descalificación. Es desgraciadamente rico en la posibilidad de segmentar entre los propios y los demás. Es por eso por lo que gusta de la división y es abundoso en descalificativos. Ellos siempre se adjudican la esencia de lo indispensable, el resto terminan siendo descartable. El mal es discriminación. ¿Por qué no nos rebelamos a seguir en el pozo de la displicencia?

El mal se solaza en el análisis y en la digresión retórica. En el plano de la teoría el mal se hace pasar por bien. Transforma crímenes en costos, y abismos en plataformas para seguir avanzando. El mal reducido a estadísticas se hace leve. El mal se despliega cómodamente en el cálculo de las conveniencias que asumen como perfectamente normales los tiempos de espera, progresividad y exigencias de conversión que resultan imposibles de implementar. El mal se alimenta y fortalece con esos desplantes de corrección política, de falsa decencia republicana que pide al hambriento que siga pasando hambre, al enfermo que se inmole, al preso que aguante y al que padece violencia y represión que siga sacrificándose, mientras ellos, los adalides de la falsa decencia juegan a los dados, negocian, y se pasean por el mundo pidiendo mejoras incrementales en la calidad de los procesos electorales.

¿Cuántos muertos, lágrimas y vidas desgastadas se habrán sacrificado en el altar de las malas estrategias, de la ingenuidad culposa, de los arreglos subyacentes?

San Agustín propone que el mal es la privación de todo bien, que nos conduce a la nada. En eso consiste la liquidación de cualquiera que se oponga, y para eso sirve la brutal capacidad que en la actualidad tiene el poder para violentar la promesa originaria de servir a la vida y a la propiedad de los ciudadanos a su cuidado. El mal siempre tiene vocación totalitaria, absoluta. El filósofo argentino Víctor Massuh lo narra como “la quiebra de la razón y la locura que pierde su pudor”. Toda experiencia totalitaria es irracionalidad lujuriosa, que se va perfeccionando con cada crimen. Parafraseando a Jorge Semprún, en nuestro caso “nada es verdad, salvo la lista personalizada de todos aquellos que han padecido y perecido por esta ráfaga de violencia socialista. Nada es verdad, salvo la ausencia y el vacío que todos ellos han dejado. Nada es verdad salvo el miedo, el sufrimiento acumulado, la rabia, la decepción y la desbandada”.

Anatomía del mal

Anatomía del mal

Algunos previenen contra este discurso centrado en el mal. Lo tildan de pretencioso y peligroso, porque ¿quién asegura que ellos son los malos, y que en todos los casos ellos participen de esta lógica del mal? ¿Quién nos permite escindirnos entre ellos y nosotros? El mal es actor y consecuencias, y también se ceba en nuestro recato. ¿Cómo sabemos que ellos son el mal y nosotros estamos en el flanco del bien? Jesús nos da la pista. Es malo quien produce el mal. Es bueno quien provoca el bien. Por sus obras los conoceréis, dice el Evangelio.

El mal germina en esos momentos de nuestra historia en los que las normas de moralidad mínimas, aquellas necesarias para la convivencia desaparecen o son fatalmente eliminadas.  Y de allí se extiende hasta confines inenarrables de muerte, violencia y destrucción. ¿No es eso lo que estamos viviendo? ¿No sabemos nosotros cual es la causa raíz de todas nuestras angustias? ¿No hemos inventariado una y otra vez nuestras derrotas, duelos, traiciones, represión, sacrificios y muertes? ¿No nos sentimos ahora más desvalidos? ¿No se nos hacen lejanas la felicidad, la autonomía y la libertad? ¿No son acasos malos frutos, agrios y ponzoñosos, esos que nos da todos los días el socialismo del siglo XXI? Sus frutos son el mal, y el mal produce esos frutos.

Dos lecciones adicionales servirán de epílogo a esta larga reflexión. La primera lección es la irreversibilidad del mal. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos, dice el evangelio. La segunda lección es la necesidad de extirpar de raíz la causa del mal. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. No se preserva, se elimina porque no se puede convivir con el mal absoluto que siempre significa la desgracia del otro, el envilecimiento del otro, la ignominia del otro.

El silencio de Dios

El silencio de Dios

Jesús Chuo Torrealba expone en 10 puntos por qué Venezuela está “al borde del abismo”

Vzlaconstituyente

Jesús «Chuo» Torrealba, ex secretario de la Mesa de la Unidad explicó a través de su acostumbrada columna dominical por qué Venezuela se encuentra en un abismo.

Aquí el texto:

 

1) La decisión de la cuestionada Asamblea Nacional Constituyente de disolver de hecho al parlamento venezolano, expresada en el «decreto constituyente» emitido el viernes 18 de agosto, tiene una primera víctima evidente: El régimen de Nicolás Maduro Moros, pues acentúa su aislamiento y acelera su deslegitimación.

2) Nadie puede afirmar que exista una relación de causa-efecto entre la adopción de esa medida y el reciente viaje a Cuba de Maduro. Pero ciertamente luce lógico y altamente probable que una decisión de ese calibre e impacto haya sido debatida en ese encuentro entre Maduro y su mentor.

3) La dictadura cubana, forzada a renegociar el estatus de sus relaciones con Estados Unidos tras la decisión del Presidente Donald Trump de revisar las políticas que hacia ese régimen había adoptado la Administración Obama, si pudiera tener interés en una agudización atroz del conflicto venezolano, para poder utilizar como «amenaza creíble» en el marco de esa «renegociación» EEUU-Cuba la posibilidad de una crisis política y humanitaria en toda la región.

4) Ese pudiera ser el interés de la dictadura antillana. Pero obviamente, no es el interés de Venezuela. Ni siquiera es el interés del chavismo. Por el contrario, ese es un camino que impondrá a la sociedad venezolana un incremento desmesurado de la violencia política, la precariedad económica y la conflictividad social, y es un rumbo que al chavismo como proyecto terminará de sepultarlo, pues en el imaginario popular las penurias atroces del presente terminarán diluyendo o sepultando los afectos de la ya muy disminuida nostalgia por Chávez, hoy por hoy único capital político de esa formación.

5) En el ámbito opositor, esta medida oficialista también puede tener el desastroso efecto de dificultar más aún la urgente tarea de re-articular su táctica y su mensaje, tras el descalabro de la «Salida Parte II», el errado intento de pretender evitar con la pura fuerza de «la calle» la elección e instalación de la ANC.

6) En efecto, el pueblo democrático no se imaginó «por su cuenta» que la épica de los escudos y el derroche de heroísmo y sangre de la juventud venezolana bastaría para evitar la ANC y «salir del régimen»: Aquí hubo un liderazgo que el 3 de Julio desde el Teatro Chacao le hablo al país de «rebeldía ascendente», «levantamiento nacional», «hora cero» y «huelga general».

7) El mismo liderazgo que hace apenas 46 días usó esa retórica inflamada, ahora inscribe candidatos y llama votar en las elecciones regionales. Lo cual por cierto puede ser justo y correcto, pero requiere una explicación convincente a la sociedad democrática, sobre todo a ese sector que arriesgó su vida, su seguridad, su trabajo y su familia, acicateada por latiguillos verbales que transformaban en ansiedad cortoplacista el legítimo sentido de urgencia del país ante la crisis.

8) La construcción, con palabras y sobre todo con conductas, de esa explicación es lo que hoy puede ser dificultado por esta nueva andanada de destrucción institucional y de represión política que desde la ANC y desde Miraflores ya se anuncia y practica. Y no es casual: Al régimen no le conviene que la mayoritaria sociedad democrática supere las supersticiones y se reencuentre con sus fortalezas. Al disminuido Diosdado-Madurismo no le interesa que la Unidad rearticule un discurso que permita que toda la sociedad democrática se reencuentre con la realidad de que la única estrategia que nos ha dado victorias es la estrategia constitucional y democrática, y que esa estrategia solo puede seguir sumando victorias si no nos desviamos de la táctica electoral y pacífica.

9) Mientras el régimen está empeñado en un rumbo suicida, y mientras la dirección opositora sigue a medio camino entre corregir errores y reincidir en ellos, el país cae estrepitosamente por el barranco de la hambruna y la hiperinflación. Ocho muertos en El Callao, 37 en Puerto Ayacucho, una canasta alimentaria por encima de los dos millones de bolívares y protestas callejeras de pacientes de paludismo, de enfermos renales y de víctimas de politraumatismos a la espera de un cupo quirúrgico, revelan lo lejos que están de la realidad-real aquellos que solo creen en su «realidad política»: Venezuela hierve por los cuatro costados en sangre y protestas, mientras Maduro dice que «la Constituyente le devolvió la paz al país» y en la oposición hay los que se quejan porque «la calle se enfrió»…

10) En Venezuela no hay pueblo vencido. Aquí no hay sociedad democrática derrotada. El deterioro del régimen, sin dólares, sin liderazgo, sin confianza, es una «tendencia irreversible». Por otro lado, el país que quiere cambio, el país descontento, sigue siendo una inmensa mayoría que no está dispuesta a responder a la represión con sumisión. Todo esto implica un equilibrio extremadamente inestable. Venezuela está al borde del abismo. Pero precipitarse en él no es obligatorio. Estos últimos cuatro meses nos han dejado un muy costoso aprendizaje: Un gobierno sin pueblo y una oposición sin ejército no pueden pretender resolver el drama venezolano por la pura fuerza. No tienen con que hacerlo. Es imperativo entonces que unos y otros asuman la responsabilidad de producir una negociación política con resultados, que permita que los venezolanos construyamos entre todos la transición a la democracia. Es lo que le conviene al país y a los actores políticos. Pero también demanda, del país y del liderazgo, niveles de madurez muy superiores a los exhibidos hasta ahora. Pero es eso, o la catástrofe. Es eso o la muerte multiplicada. Es eso o la repetición en Venezuela de las historias de sangre, ruina e inestabilidad que nuestros vecinos vivieron en décadas anteriores, mientras a nosotros nos protegía la burbuja petrolera y la democracia representativa.

 

@ChuoTorrealba

[ANÁLISIS] <i>AFP</i>: Venezuela está al borde del abismo

EscasezTáchira

La amenaza de un estallido social acecha a Venezuela, el país con mayores reservas petroleras del mundo, que se encuentra bajo un estado de excepción dictado por el presidente Nicolás Maduro en medio de una creciente ira popular por el colapso de la economía.

«Se sabe que llega una crisis», comentó un funcionario de inteligencia estadounidense citado el viernes por el diario The Washington Post.

Esto es lo que está ocurriendo y qué podría pasar:

¿Qué es el estado de excepción?

Este nuevo decreto es «más completo, más integral, de protección de nuestro pueblo, de garantía de paz, de garantía de estabilidad, que nos permita durante este mes de mayo, junio, julio, y toda la extensión que vamos a hacer constitucionalmente durante el año 2016 y seguramente durante el año 2017, recuperar la capacidad productiva», dijo Maduro.

Pero en el marco del decreto, el mandatario ordenó realizar el próximo sábado ejercicios militares para afrontar lo que denunció como una amenaza externa -refiriéndose a Estados Unidos- en la que justificó la imposición del estado de excepción.

La Fuerza Armada venezolana emitió un comunicado el sábado para expresar «su más firme y categórico rechazo a la sistemática campaña de desprestigio y provocación orquestada desde el exterior».

Maduro también anunció que su gobierno tomará las fábricas paralizadas y apresará a sus dueños, que a su vez se quejan de que no tienen insumos para producir.

¿Qué tan grave es la situación económica?

Las proyecciones de inflación para este año ascienden a 700%, la más elevada del mundo. La economía se contrajo 5,7% en 2015 y lo hará aún más este año.

En el país con las mayores reservas de crudo del mundo y dependiente de las importaciones, la debacle significa la escasez de más de dos tercios de alimentos y medicinas, a lo que se suman los cortes cotidianos de agua y luz, y una violencia galopante.

Con los precios del crudo a una tercera parte de lo que estaban hace apenas dos años, los ingresos de Venezuela se han desplomado y se está quedando sin dinero.

Pese a que aún cumple con sus compromisos de deuda, se espera que en unos meses entre en default.

¿Disturbios?

Han habido protestas, tanto en contra como a favor del gobierno. También han habido informes de saqueos y el enorme descontento que genera el racionamiento de la energía eléctrica ante una severa crisis energética.

Hasta el momento, no hay un conflicto abierto en las calles, pero crecen los temores de un estallido social.

Para mantener el orden, Maduro cuenta con la policía y el ejército. También hay grupos motorizados pro-gubernamentales que reprimen las protestas, a menudo en forma violenta.

Maduro, impopular, resiste

El presidente es impopular. Según la firma Datanálisis, siete de cada diez ciudadanos reprueban su gestión.

Pero Maduro ha desestimado intentos de la oposición -que desde diciembre ostenta una mayoría de tres quintos en el Congreso- de alejarlo del poder a través de un referendo revocatorio, en tanto el Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Tribunal Supremo de Justicia (STJ) han puesto obstáculos en el proceso.

Maduro insiste en que terminará su mandato, que expira en 2019.

No hay señales de vacilación en el apoyo a Maduro de las Fuerzas Armadas, de las que surgió y a las que aclamó Hugo Chávez, el carismático predecesor y mentor del actual mandatario.

¿Qué podría ocurrir?

Estados Unidos, con su historial de manipulaciones políticas en América Latina durante la Guerra Fría, ha evitado hacer comentarios públicos sobre la crisis venezolana.

Pero un alto funcionario de inteligencia dijo a la prensa el viernes que «se puede oír el crujido del hielo».

El propio Maduro sigue la retórica anti-estadounidense que aplicaba Chávez, y achaca los males que atraviesa a conspiraciones orquestadas por Washington.

La oposición advirtió que el estado de excepción decretado por Maduro y sus tácticas de mano dura para evitar un referendo revocatorio aumentaban la exasperación social y que no celebrar la consulta podría llevar a un estallido.

Los analistas y observadores especulan sobre los siguientes escenarios: una rebelión pública, un golpe militar, o un gobierno de Maduro cada vez más autoritario para mantener a raya el conflicto y mantenerse en el poder.

La mirada al abismo por Gonzalo Himiob Santomé

abismo

“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.

Friedrich Nietzsche

 

Las señoras conversaban de modo casual. Si se las veía sin prestar mucha atención a la tertulia improvisada, la escena hubiera resultado completamente inocua y hasta agradable. Todas eran mujeres mayores, coronadas con canas que ya no tenía sentido disimular, pero como buenas venezolanas, llevaban sus años con elegancia, gracia y dignidad. Eran bellas y educadas, y por lo que se intuía de sus atuendos y maneras, eran parte de lo poco que queda de esa clase media que nació, creció y se formó en esa otra Venezuela que, aunque tenía también su lado oscuro, comparada con la de hoy nos parece un verdadero paraíso. Amenizaban su charla con algunos canapés y con café. De hecho, aunque no suelo ser entrometido, lo que llamó mi atención fue la expresión de sorpresa de una de ellas, algo así como un salto de alivio agradecido, cuando apareció la humeante jarra escoltada por un juego de tazas blancas dispuesto en la bandeja con muy buen gusto.

“¡Qué bueno! –dijo en voz alta la dama, tomando con disimulada ansiedad la jarra para servirse una generosa taza- ¡En casa tenemos más de dos semanas que no conseguimos café!”.

Al comentario le siguió la respuesta de todas las demás, indiscernible y cacofónica pero unívoca en tono e intención. Como si la frase previa hubiese roto un dique a rebosar, todas a la vez dejaron correr, airadas, su descontento por la escasez. Al vuelo, entendí que ésta le faltaba azúcar, a aquella harina de maíz, a la otra jabón, y así. Tema común en estos días, pensé.

Como siempre ando a la caza de temas para escribir, me acerqué un poco para ver qué más podía escuchar de esa conversación, qué otros puntos de vista hallaría en esa peña en la que no participaba ningún hombre ni alguien que fuera de mi generación. Me sentía como un espía, como un acosador clandestino, pero era una buena forma de pasar el rato en aquella reunión a la que había llegado por carambola y en la que hasta ese momento me había aburrido un poco. No fui un derroche de buena educación, lo confieso. Si me hubiese visto en esas mi mamá, que me enseñó a no andar husmeando en asuntos ajenos, probablemente me hubiese soltado un amoroso pero certero chancletazo pedagógico que me pondría en cintura de inmediato; pero ella ya no está, así que aún con algo de vergüenza me sentí amparado por una relativa impunidad. Seguí entonces tomando nota mental del curso de la conversación.

“Es que nunca hemos estado así –añadió otra, ya al alcance de mis oídos intrusos- jamás en mi vida había tenido que hacer cola para comprar nada, y ya no respetan ni la edad de una”.

“Pero eso no es lo peor –terció la que estaba sentada más cerca de mí, dándome la espalda- a mi nieto lo secuestraron la semana pasada, le quitaron el carro y le sacaron un realero luego de dejarle la cara hecha un Cristo. Ahora mi hijo lo quiere sacar del país”.

Todas entonces empezaron a contar un rosario de historias similares. Me impresionó la inmediatez, la cercanía, de las experiencias que relataban. No eran cuentos de segunda mano ni de oídas, el hampa les había lanzado, a todas, directos hachazos. Al nieto secuestrado le siguió el hijo de otra, la hermana de ésta, el esposo de aquella. Todos víctimas inmediatas de la delincuencia, todos unidos en la misma tragedia.

Una de ellas guardaba silencio. Algo en su negra vestimenta debió haberme alertado, pero afanado como estaba en que no me descubrieran escuchándolas no le preste atención hasta que habló.

“A mi nieto Joaquín lo mataron porque tardó un poco en sacar su celular cuando los malandros se lo pidieron –dijo en un breve instante en el que todas callaron- estaba por graduarse de médico, como su abuelo. Me lo mataron”.

El silencio se impuso. La señora no hablaba desde la ira ni desde la tristeza. Su tono era neutro, atónico, impersonal, pero tan contundente que por un momento el salón entero quedó mudo. No era posible, pero fue como si todos los que allí estaban la hubiesen escuchado y se hubieran puesto de acuerdo para honrar su dolor. Por unos segundos no se oyó ni una palabra más, de nadie… El tiempo se detuvo hasta que la señora volvió a hablar. Lo que dijo a continuación, en el mismo tono seco y desapasionado que había utilizado antes, me heló la sangre.

“En este país no hay justicia, –continuó, mirando a nadie en particular- la policía no sabe quién lo mató y la investigación está parada. Mi nuera y mi hijo están devastados. Si por mi fuera, tomaría el revólver de mi difunto esposo y yo misma mataría a los que lo asesinaron”.

“Es que los choros no son gente –añadió inmediatamente la que había hablado primero, la que captó mi atención al inicio- son menos que animales. La culpa es del gobierno, que está lleno de malandros también. Hay que matarlos a todos”.

“Con Pérez Jiménez estas cosas no pasaban, –siguió la que parecía más entrada en años- podías salir de tu casa a la hora que quisieras y no había problema. A los ladrones se los trababa como ladrones, y jamás hubieran puesto de rodillas al poder. Podrán criticarle lo que quieran, pero si no te metías en política vivías tranquilo. Ahora es peor, porque te metas o no te metas en política estás a merced de los criminales, de los comunes y de los del poder. Yo les aplicaría, a todos, la pena de muerte”.

Aún obviando el pase “por debajo de la mesa” de los demostrados abusos y crímenes de la dictadura de Pérez Jiménez, revelador por sí mismo, era evidente que cuando se trataba de los criminales, todas pensaban igual. Estuve tentado a intervenir, no solo para recordarles que ninguna dictadura es buena, que si eres demócrata y humanista de verdad reconoces hasta en el más terrible criminal a un semejante que también tiene derechos, sino también para probarles con datos y cifras en mano, que manejo porque son mi especialidad, que contra la muerte y contra el crimen no se lucha con más muerte y con más crimen. Quise preguntarles si habían pensado en el riesgo que implica poner en manos de jueces penales como los que tenemos ahora el poder de decidir sobre la vida y la muerte, pero me abstuve.

Era evidente que tras 16 años de padecer en carne propia los errores y la ineficiencia del poder en materia de seguridad, en materia económica y en materia política; tras vivir más de tres lustros contemplando abusos, abismos y oscuridades, ellas habían terminado aceptando, como los mismos criminales que criticaban, como el mismo poder desaforado, a la muerte y a la violencia como arma y respuesta.

¿Cuántos venezolanos más piensan igual? ¿Cuántos han terminado pareciéndose tanto a los que tanto nos han dañado? ¿Cuántos ven también la vida acá como una lucha en la que todo, absolutamente todo, vale? ¿Nos hemos, o nos han, deshumanizado tanto? ¿Vamos a permitirlo? Al final del día, ver en el espejo no nuestro rostro, sino el del abismo que tanto nos aterra y nos duele, sería nuestra derrota mayor.

@HimiobSantome

Dic 10, 2014 | Actualizado hace 9 años
El caminante sobre el mar de nubes por Andrés Volpe

BanderadeVenezuelaDONALDOBARROS

The gods had condemned Sisyphus

to ceaselessly rolling a rock to the top of a mountain,

whence the stone would fall back of its own weight.

They had thought with some reason that

there is no more dreadful punishment

than futile and hopeless labor.

Albert Camus.

 

Cualquier ojo desprevenido que se encuentre enfrente de él podrá verlo claramente. Demanda la atención del observador más humilde, porque golpea de frente y fuerte, como los puños del Ávila a cualquier caraqueño que lo ve por primera vez, o al despertar cada mañana, o incluso a aquel extraño que en Caracas alce la vista y vea entonces la presencia del formidable cerro verde eterno que como un coloso nos ha visto vivir y morir y nos sobrevive cada vez. Es él el dueño primigenio del valle sagrado que con fiereza nos castiga y nos ama y se le ha llorado cuanto se le ha tenido que llorar y se le ha vivido cuanto se le ha tenido que vivir. ¿Cómo no vernos reflejados en él?

Pero volvamos al principio, a la pintura que golpea de frente y fuerte para poder ver al hombre que allí se encuentra. Nos da la espalda en su abrigo verde oscuro mientras sujetando un bastón contempla la inmensidad de las Elbsandsteingebirge, las montañas alemanas en Sajonia, y como toda obra de Caspar David Friedrich evoca una simbología esclarecedora atendiendo a la naturaleza del ser humano. El caminante dirige su vista en soledad hacia las montañas que asoman sus picos y siluetas entre un mar de nubes que lo embarga todo, extendiéndose hacia el horizonte infinito. Mira hacia lo profundo del abismo y, dándonos la espalda, nos invita a compartir su identidad y, a través de la metamorfosis, tener sus ojos y sentir el abismo, sentir el soplo cierto del viento en nuestro rostro, en nuestro pecho y extraer de él nuestro espíritu.

Friedrich Nietzsche, en su obra Más allá del bien y del mal, habla como este caminante y dice: “Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo mira también dentro de ti”, y comentario tan abstracto se traduce en la voz múltiple de la infinitud de las opiniones, pero el caminante quiere decir que la identidad es susceptible de ser perdida y por eso el venezolano del siglo pasado se extingue y cambia, porque de tanto mirar al abismo de los recientes años el venezolano se ha vuelto eso, un abismo profundo y ha formado parte de él para disolverse y ya no ser más. ¡Ah, pero es que la frase dicha es antecedida por “quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo”! ¿No se habría convertido Bolívar en un monstruo, tal como lo era Morillo, al decretar la exterminación de la raza de los españoles y canarios del territorio americano? ¿No somos nosotros monstruos también al ser hijos de Bolívar? ¿No nacimos nosotros los venezolanos como vegetación nutrida de la sangre de nuestros enemigos? El venezolano es un monstruo que nace bautizado luego de correr la sangre enemiga.

De voltearse el caminante y enseñar su rostro nos veríamos reflejados en él y su rostro sería el nuestro, nos veríamos entre el miedo y el aislamiento, porque todos los venezolanos estamos al borde de un abismo contemplándolo y tentándonos a arrojarnos hacia lo profundo, porque ¿cómo pedir el sacrificio de la vida sin estar dispuesto a darla? Mejor la huida y caminar entre las nubes. ¿Qué es el país sino el abismo que nos mira de vuelta?

El historiador venezolano Elías Pino Iturrieta comentó en una charla dada en la plaza Altamira que, ante la crisis político-social en la que se vive diariamente, el individuo ha tornado hacia los libros de historia para encontrar sucesos y patrones que den explicaciones y respuestas, y así poder lograr el entendimiento necesario para vivir una vida en coherencia. Lo que se traduce en que el venezolano mira hacia atrás por primera vez para tratar de esclarecerse a sí mismo, entre los machetes y las montoneras, para encontrar que luego de tantos años de repúblicas y pendejos con delirios napoleónicos seguimos con machete en mano y de alpargatas metidos en la misma montonera, pero con diferentes rostros y diferentes nombres.

Cualquier ojo desprevenido que se encuentre enfrente de El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich, y que por carambola sea venezolano, podrá ver que el caminante se da media vuelta y, mientras le guiña el ojo junto con un ademán de la mano, lo invita a presenciar el abismo. Asómese para que se vea reflejado en la infinitud de rostros, de sangre, de años, de historia y pueda comprender que la lucha por el concepto “Venezuela” se pierde de vista más allá del horizonte y que la independencia no fue final sino comienzo de la construcción de ese concepto. Solo en el abismo profundo puede contemplarse el concepto de esperanza ciega o resignación consciente, ya que ellos son la consecuencia de entender que el hombre es Sísifo y la vida política consiste en soportar la repetición del trabajo fútil y desesperanzador que demanda la reconstrucción constante de un ideal venezolano.

 

@andresvolpe

El Nacional