“¿Y si soy yo el que sigue?” Miedo y desesperanza en el personal de salud venezolano al llegar a 309 colegas fallecidos por COVID-19 - Runrun
“¿Y si soy yo el que sigue?” Miedo y desesperanza en el personal de salud venezolano al llegar a 309 colegas fallecidos por COVID-19
Así como el COVID-19 puede dejar secuelas físicas de larga duración, el personal de salud que ha trabajado incansablemente desde que se decretó la pandemia en Venezuela también evidencia secuelas emocionales. Cargan a cuestas vivencias muy difíciles de sobrellevar del pico de la primera ola, como pacientes que se desplomaron en las emergencias de los hospitales y colegas que murieron uno detrás de otro. El miedo a ser el próximo profesional de la salud en morir, o de ser el vector que contagie a su familia, es el mayor de sus temores

 

Por @GitiW

 

No había terminado la primera semana de enero de 2021, cuando el recuento no oficial que lleva la ONG Médicos Unidos de Venezuela (MUV) asentó el hito de 300 miembros del sector salud fallecidos con sintomatología de COVID-19 desde el inicio de la pandemia. 

Los reportes semanales o quincenales de MUV, publicados a través de su cuenta de Twitter desde junio de 2020, han sido la única forma de superar la censura de la gestión de Nicolás Maduro y de dar a conocer los nombres de los 230 médicos, 54 enfermeros, 7 odontólogos y 18 miembros del personal técnico, administrativo y obrero que han perdido su vida a causa del COVID-19. En total, son 309 profesionales de la salud fallecidos hasta el 12 de enero de 2021.  

Una encuesta realizada por MUV en octubre de 2020 evidenció que más de 70% del personal de salud venezolano presentaba síntomas de ansiedad y depresión, como consecuencia de los retos y riesgos que impuso el virus en la rutina de los centros de salud. Numerosos estudios internacionales dan cuenta del enorme costo emocional que ha dejado la pandemia en el personal de salud, como el publicado esta semana en el Reino Unido según el cual la mitad del personal de cuidados intensivos sufre de estrés post-traumático tras lidiar con la primera ola de la pandemia. 

 

Runrunes contactó a seis médicos y a una enfermera de los estados con más personal fallecido, a saber: Zulia (70), Distrito Capital (28), Carabobo (26), Bolívar (21), Anzoátegui (21) y Mérida (13), para hacerles una sola pregunta: ¿Cómo te sientes? 

 

“Nos estamos desangrando” 

 

Todos los médicos y todo el personal de salud tenemos miedo. Miedo no sólo a enfermarnos sino, peor aún, a enfermar a nuestros familiares, a nuestros padres, tíos, hermanos e hijos. Hay un miedo muy grande al laborar con este riesgo de enfermarse o de enfermar a los demás. Yo personalmente he tenido pánico de enfermarme o de enfermar a alguien porque sabemos que después de que estemos enfermos, la forma en la que vayamos a evolucionar solamente la sabe Dios. Realmente no podemos decir que hemos encontrado el tratamiento adecuado, incluso si se hace a tiempo. 

Después de un año de pandemia, yo puedo decir que en Venezuela estamos igual que al inicio. Estamos absolutamente paralizados, tenemos un país que no arranca, donde la cuarentena mantiene al país en un paro total, lo que hace que haya más hambre, pobreza y miseria. 

En el área de la salud, en el estado Zulia hemos sido afectados tan fuertemente con la pérdida de valiosos y preparados especialistas, que puedo asegurar que hay áreas de especialidades que van quedando prácticamente desiertas, y en aquellas en las que no hay una falta absoluta de especialistas, hemos perdido a las personas más capacitadas debido a su gran experiencia. 

En el estado Zulia, en el área de las especialidades hay una hemorragia, nos estamos desangrando. Estamos perdiendo algo tan valioso como el consejo de aquellos maestros que siempre se necesita para los casos más complejos. 

Freddy Pachano, cirujano pediatra

Estado Zulia | 70 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19 

 

“¿Cuándo nos va a tocar a cada uno de nosotros?”

 

Como parte del personal de enfermería al que le ha correspondido ser parte de la primera línea de atención de los casos de COVID-19, puedo decir que nos encontramos con una sensación de profunda indefensión. Por un lado tenemos que lidiar con la grave crisis económica que nos está afectando, producto de la desaparición total de nuestro salario que no tiene ningún poder adquisitivo. 

Por otro lado, muchas enfermeras tienen el dilema de ir o no a trabajar pues sólo en pasaje gastan 1.300.000 Bs., y cuando llegamos a los hospitales tenemos que lidiar con el temor a contagiarnos pues cada día se incrementan los casos, y encontramos que no tenemos las medidas de bioseguridad para minimizar el riesgo. Tampoco tenemos previsión social: si un profesional de enfermería se contagia, tiene que asumir el costo del tratamiento y eso ha generado una suerte de paranoia, de terror por no tener los insumos de bioseguridad requeridos. 

Cuando vemos las cifras del personal de salud fallecido por COVID-19 nos preguntamos ¿cuándo nos va a tocar a cada uno de nosotros? Esa pregunta es como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Trabajar con personas enfermas requiere que los profesionales de la salud mantengamos la serenidad y la calma, pero cuando vemos la catástrofe humanitaria en la cual estamos enfrentando esta pandemia caemos en la desesperanza. 

Nos sentimos angustiados, desesperanzados e impotentes porque estamos tratando de garantizar a los pacientes el derecho a la salud, pero no tenemos los insumos que se requieren para asumir con responsabilidad nuestras buenas prácticas profesionales. 

En el personal de enfermería vemos como la depresión ha cobrado campo y la desesperanza es muy generalizada. Cuando sumamos estas dos, la decisión de abandonar la profesión para la cual nos formamos es inminente y esto acarrea una arista más al problema de salud que es el déficit de personal. En el caso de enfermería, la ausencia del personal incide directamente en la recuperación del paciente. De hecho, hay estudios que concluyen que cuando en un hospital disminuye el número de enfermeras, exponencialmente aumenta el riesgo de morir de los pacientes pues no hay quien los cuide.  

Ana Rosario Contreras, presidenta del Colegio de Enfermería del Distrito Capital

A nivel nacional | 54 enfermeras y enfermeros fallecidos por COVID-19 

 

“En cualquier momento yo puedo adquirir la enfermedad”

 

Me siento angustiado porque sé que en cualquier momento yo puedo adquirir la enfermedad por cualquier circunstancia, desde el uso inadecuado del equipo, por cansancio, o por el descuido al atender a un paciente asintomático. Ese estado de alerta permanente ha significado cansancio y agotamiento. 

El problema es que no solamente se puede enfermar el médico sino su familia. Yo tengo a mi madre de 94 años, la posibilidad de que yo sea el culpable de que se infecte es altísima, por suerte ella no vive conmigo. La cadena de enfermedad en nosotros es una angustia que la gente no ve. Esa doble angustia no la tienen otras profesiones. Saber que cada día puede ser el momento en el que adquieras la enfermedad es una angustia constante. 

¿Qué me motiva a seguir? Lo que soy: médico. Esa es mi gran motivación, eso y ver a la que manda en mi casa que tiene 13 años, por ver su futuro.

Jaime Lorenzo, cirujano general y especialista en Salud Pública

Distrito Capital | 28 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19 

 

“No somos superhéroes”

 

Debo decir que nos sentimos agotados, no sólo físicamente por el esfuerzo realizado en nuestros hospitales y en nuestras charlas a la ciudadanía, sino también emocionalmente. Hemos tenido que dedicar mucho de nuestro tiempo para tratar de frenar la propagación del virus. Hemos abandonado muchas veces nuestras familias, nuestro quehacer cotidiano, nuestra rutina y recreación, por lo que muchas veces también nos sentimos dolidos. Dolidos porque creemos que estamos arando en el mar. 

Los médicos, especialmente el gremio que represento, tenemos temor de contagiarnos. En nuestros hospitales no nos equipan con los equipos de protección personal, no hay insumos, no hay medicinas, y nos duele ver cómo muchas veces no tenemos cómo tratar a los pacientes que acuden a nosotros. 

Nos enfrentamos a un Estado indolente al que parece no importarle la salud del personal médico y sanitario. Ya tenemos más de 300 médicos fallecidos en Venezuela con sintomatología COVID-19, ¿y cuántos de ellos están reflejados en la estadística oficial? Parece que no les importa la vida de todo este personal valioso que se nos está yendo sin poder despedirse de sus queridos, y sin poder ser despedidos como ellos se merecen. 

También vemos cómo nos enfrentamos a la indiferencia de muchos de los ciudadanos que no acatan las medidas de prevención, parece que subestiman el virus y que no les importa contagiar a sus familiares. Es insólito ver cómo todavía hay gente que no practica las medidas de protección. 

Quiero cerrar con esta frase: nosotros no somos superhéroes, somos seres humanos con una familia que nos espera y que requiere no solamente de nuestro aporte económico, sino de nuestro aporte afectivo, tenemos metas y sueños por cumplir. No queremos aplausos, queremos que nos doten de los equipos de protección personal y que existan medicinas para que cada paciente pueda cumplir su tratamiento. Nos duele ver cómo el personal de salud, cuando está hospitalizado, tiene que recurrir a las redes para solicitar colaboración ya que es demasiado elevado el costo del tratamiento para el COVID-19. 

Jorge Pérez, obstetra ginecólogo

Estado Carabobo | 26 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19 

 

“Colegas psiquiatras me ayudan a sobrellevar mis emociones”

 

Es una mezcla de sentimientos: miedo porque siento que puedo contagiarme y no se si estaré en el porcentaje que se complica y requiere de terapia intensiva, y sin saber que pueda contar con los medicamentos que requiera. Frustración porque el material de protección es limitado y su reposición en los centros de salud es irregular, tanto así, que muchas veces no disponemos ni siquiera de un tapaboca N95. Frustrado también porque muchas personas no toman las medidas preventivas en serio, sobre todo en San Félix, donde podemos ver que la gran mayoría ya ni el tapaboca usa.

Siento dolor al ver cómo han muerto tantas personas que conforman el equipo de salud a causa del COVID-19. Indignado al ver cómo, de forma descarada, el gobierno oculta la verdad, haciendo un subregistro de los casos positivos y las muertes reales. Esto lo logran limitando el número de pruebas PCR en tiempo real. No pueden tomarse las medidas adecuadas sin un diagnóstico acertado.

La situación económica del venezolano no permite cumplir una cuarentena como se debe, ya que debemos salir a diario para poder conseguir el dinero que nos permita cubrir nuestras necesidades básicas de alimentación. He llegado a sentirme tan deprimido ante esta situación que he tenido que recurrir a colegas psiquiatras para que me ayuden a sobrellevar mis emociones.

José Chavero, pediatra neonatólogo

Estado Bolívar | 21 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19 

 

“Rezábamos todas las noches para que sobrevivieran”

 

Me tocó muy personalmente esta gran tragedia; esta gran pandemia que aún padecemos. Desde principios del 2020 veía con mucha preocupación cómo en el mundo entero se reportaban los casos de este terrible virus, porque sabía en qué situación estaba el sector salud en toda Venezuela y en particular en el estado Anzoátegui. Me preocupaba que no se estaban realizando planes ni programas por parte de los entes gubernamentales para prepararnos para afrontar la pandemia. 

Anzoátegui fue uno de los estados donde el personal de salud se expuso más y eso se tradujo en pérdidas muy valiosas para sus núcleos familiares, para la sociedad y para la comunidad médica. Agosto fue el mes en el que perdimos diez colegas. Perdí muchos amigos, en especial a una querida amiga de la infancia y la universidad, la Dra. Luz Marina Farías, médico ocupacional que trabajaba en la Clínica de los Trabajadores de Saludanz. 

Ese mes fue el más terrible para todos porque veías cómo cada colega se complicaba y caía en gravedad. Ya no quedaban camas para entubar, no había material farmacológico, no había cupos en terapia intensiva. Rezábamos todas las noches para que sobrevivieran y en la madrugada fallecía uno y al día siguiente otro. El que estaba atendiendo también caía grave. Recuerdo la historia de un camillero del Hospital Razetti de Barcelona (Pablo Márquez, 22 años), quien se ofreció para trasladar los cadáveres de terapia intensiva y de la sala de cuidados intermedios hasta la morgue, ese joven también murió. Tres emergenciólogos también fallecieron. 

El personal médico está preparado para afrontar situaciones de vida o muerte, pero lo que vivimos fue muy duro. Aquel mes de agosto los pacientes caían desplomados en la entrada de la emergencia y no daba tiempo de que el médico de guardia los atendiera. Fue un tiempo muy desesperante y agobiante. 

Belkis Rodríguez Salázar, cirujana general y cirujana vascular periférico

Estado Anzoátegui | 21 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19 

 

“¿Y si soy yo el sigue? ¿Y si me toca a mí?”

 

La situación es bastante difícil porque uno comienza su día con una dicotomía: o voy a cumplir con mi deber en mi hospital de cuidar a las personas, o cumplo con mi deber moral de cuidar a mi familia y quedarme en la casa para no correr el riesgo de ser el portador de la enfermedad.

Cuando vemos que nuestros compañeros se enferman, y nos ponemos a recordar que en una guardia no se tuvo el material adecuado, o que tuvo que entrar al área restringida con un traje roto, o que ya tenía mucho tiempo usando el mismo tapaboca, empezamos a pensar que esas muertes se pudieron haber evitado y nos queda un sentimiento de culpa porque no pudimos hacer algo más para evitarlo. 

Nosotros vemos en nuestros compañeros algo que tal vez la gente no ve: que el médico es un ser humano más, que es papá, es hijo, es esposo, hermano, primo, y que al morir deja una familia vacía, huérfana, y que entendemos que la pandemia es difícil y que en todas partes del mundo se ha muerto mucho personal de salud, pero hay muchas muertes que sentimos que se pudieron haber evitado con adecuada protección y tratamiento. 

¿Cuántos médicos han muerto porque no tuvieron el tratamiento necesario? No sabemos, pero son bastante. Eso nos llena de mucho pesar porque allí en esa persona había deseos, anhelos, un plan de futuro y, particularmente en los profesionales de la salud venezolanos, no solamente se pierde al médico o a la enfermera, sino que en la misma persona se pierde a un investigador, a un profesor, un desarrollador de políticas sanitarias, una persona que brindaba algo más a la comunidad. 

Todo esto lo analizamos con un miedo: ¿y si soy yo el sigue? ¿Y si me toca a mí? Capaz mañana otro dé la entrevista porque los que están aquí se murieron. Es bastante difícil esta situación y lo peor de todo es la incertidumbre, pues lo único seguro es que la incertidumbre va a seguir. 

Pedro Javier Fernández, urólogo

Estado Mérida | 13 médicos y enfermeras fallecidos por COVID-19