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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | Lazos de sangre. Logias militares e izquierda nacional (XI)
La conspiración liderada por Chávez era ampliamente conocida en las FFAA y en los círculos cercanos al poder político. ¿Por qué no se hizo nada para detenerla?

 

@YsaacLpez

El historiador mexicano Enrique Krauze en su libro El poder y el delirio (Titivillus: 2008) señala: “Los sobrevivientes de la guerrilla de los sesenta que tienen ahora 75 años de edad en promedio y ocupan las posiciones más diversas: son funcionarios clave del régimen –como Alí Rodríguez Araque, actualmente ministro de Finanzas-; críticos desde la izquierda más radical -Douglas Bravo-, o críticos desde la democracia como Teodoro Petkoff, Américo Martín, Pompeyo Márquez, Freddy Muñoz, Héctor Pérez Marcano. Pero todos sin excepción coinciden en algo: estos son polvos de aquellos lodos: ‘El sueño imposible de los sesenta –comenta Pérez Marcano- hecho realidad en los comienzos del siglo’. El régimen de Chávez es tal vez un nuevo libreto del que fueron protagonistas. Es el tenaz libreto de la Revolución cubana, con un nuevo protagonista en el escenario. Hugo Chávez no es un ‘bufón’ como aseguran sus críticos superficiales. Es el continuador del proyecto de Fidel Castro para Venezuela y América Latina. Nada menos. Los chavistas lo consideran vigentes; los críticos, absurdo, anacrónico.” (p. 48).

Ensayista, compilador, articulista, director de periódicos, filosofo, crítico de arte, periodista y politólogo, el argentino Alberto Garrido (Buenos Aires, 1949-Caracas 2007) fue uno de los primeros en tratar de unir hilos de identidad entre la lucha armada y el proyecto cívico-militar liderado por Hugo Chávez. Entre el fracasado intento de la izquierda insurreccional de los años sesenta, y el movimiento que llevó a la presidencia de Venezuela al teniente-coronel en 1998. Teniendo en cuenta que en el primero de los casos tanto militares como civiles jugaron las cartas de alzamientos y guerrillas, y en el segundo las de conspiraciones y vía electoral.

Treinta años median entre las dos, treinta años y situaciones muy distintas para el proyecto democrático venezolano.   

Ese el basamento de su trabajo, el señalar que en ambos procesos hubo la unidad de esfuerzos y coincidencias ideológico-políticas entre sectores civiles y militares por la toma del poder: los activistas del Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria con logias militares comprometidas en alzamientos como los de  Carúpano y Puerto Cabello en 1962; y el acercamiento entre antiguos guerrilleros -nunca amoldados al sistema democrático- y los militares nacionalistas descontentos con la creciente corrupción de los estamentos políticos del país que llevó al alzamiento militar de 1992.

Producto del análisis de ese proceso es un corpus de obras entre las cuales destacan: Guerrilla y conspiración militar en Venezuela. Testimonios de Douglas Bravo, William Izarra y Francisco Prada (1999), La historia secreta de la revolución bolivariana (2000), Chávez y la revolución bolivariana (2001), Documentos de la revolución bolivariana (2002), Testimonios de la Revolución bolivariana (2002), Notas sobre la revolución bolivariana (2003) y Guerrilla y revolución bolivariana (2003), textos cuyas ediciones y reimpresiones se agotaban prontamente ante un público afanoso por conocer la trama de sus nuevos héroes.

En La Revolución bolivariana. De la guerrilla al militarismo (Revelaciones del comandante Arias Cárdenas), Alberto Garrido asume la entrevista a un protagonista principal. Francisco Arias Cárdenas (San Juan de Colón, estado Táchira, 1950), licenciado en Ciencias y Artes militares (1974), con maestría en Ciencias Políticas por la Universidad de Los Andes en Mérida y en Historia Social y Política por la Universidad Javeriana, de Bogotá. Involucrado en movimientos de conspiración militar desde los años iniciales de la década de 1980, en febrero de 1992 tomó Maracaibo, capital del petrolero estado Zulia y retuvo al gobernador. Derrotado el levantamiento cumplió prisión en la Cárcel de Yare, de donde salió en 1994 por sobreseimiento de pena otorgado por el presidente Rafael Caldera. Ese mismo año fue designado por el mismo presidente como responsable del Programa de Alimentación Materno Infantil, y luego obtuvo por votación popular la gobernación del estado Zulia con el apoyo del partido de izquierda Causa Radical.

Para el momento en el cual se publicó la entrevista con Alberto Garrido, año 2000, el que fuera compañero de conspiración se había distanciado y rivalizó con Chávez en una virulenta campaña electoral que incluyó propaganda con gallina en un desafortunado símil de la actuación del paracaidista barinés en Caracas. Sin embargo, en esta entrevista con Garrido es notoria la intención de acercamiento y vuelta al cauce de participación en el proyecto que comenzaba. 

En la introducción de La Revolución bolivariana. De la guerrilla al militarismo, el autor señala que fue en 1984 en un congreso que conspiradores militares y civiles organizaron en San Cristóbal, cuando se logró romper la línea insurreccional del Partido de la Revolución Venezolana (PRV) de Douglas Bravo, para asumir la centralización, organización y desarrollo del movimiento insurgente los miembros de las Fuerzas Armadas.

Según Garrido “la decisión del Congreso de San Cristóbal también representó el fin de la influencia que Douglas Bravo –el legendario jefe guerrillero que diseñara la ‘fusión cívico-militar’ que llevaría a la realización de la Revolución bolivariana- ejercía sobre los jóvenes oficiales del MBR-200. Se cerraba de esta manera el ciclo abierto por el propio Bravo en 1957, cuando el aparato del Partido Comunista de Venezuela, que él integraba, caracterizó que las Fuerzas Armadas Venezolanas eran permeables a una política de inserción, por parte de la izquierda, que las colocaría al servicio de la revolución.” (p. 7).

Al tratar de logias de conspiradores en el Ejército nacional venezolano como el Ejército Bolivariano Revolucionario (EBR), antecedente del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, y de la Alianza Revolucionaria de Militares Activos (ARMA), Arias Cárdenas señala en respuesta al autor que la relación se estableció a través de David López Rivas, cuyo hermano Samuel López era cuadro del PRV de Douglas Bravo en el fronterizo estado Táchira.

Señala Arias Cárdenas: “Esa primera relación con el PRV se daba a través de Harold, el profesor Nelson Sánchez. Con Harold teníamos conversaciones permanentes, discusiones políticas. Otros militares habían desarrollado antes relaciones directas con el PRV. Fueron cuadros que ingresaron a las FAN con la idea de penetrar y tomar espacios dentro del mundo militar. Uno de ellos fue Tito Orozco Romero. Orozco Romero, al final, era tal vez un buen cuadro. Pero no estableció un liderazgo y no sirvió para levantar una plataforma. En la Escuela de Infantería del Ejército me enteré que había un grupo de amigos cercanos al PRV que estaba trabajando para constituir un movimiento político. Yo, desde teniente, cuando formaba parte del grupo de Artillería Vázquez N° 11, había sido contactado políticamente por Ramón Guillermo Santeliz Ruiz, quien ya se encontraba conspirando dentro de ARMA.” (p. 12)

La conversación señala la estrategia de inserción del PRV en las Fuerzas Armadas y su participación en la conspiración militar del MBR-200, coordinando una parte fundamental de la misma, pero también la necesidad que tuvieron los jóvenes efectivos de distanciarse de un proyecto que no les pertenecía. Expone Arias Cárdenas: “Teníamos que diferenciarnos. Sabíamos que para crecer dentro de las Fuerzas Armadas no se podía correr el riesgo de que las propuestas se cimentaran en una visión marxista de la historia, del hombre, de la economía. Eso no podía encajar en las FAN.” (p. 15)

Y más adelante, como para establecer cronológicamente versiones que se han escrito y reescrito sobre una fundamentación marxista de la conspiración militar, expone: “Es cierto que los conceptos esenciales de referencia histórica que nosotros adoptamos venían del PRV. Eso es innegable. Ya yo los había leído en las revistas de Ruptura y las compartía. Estas ideas fundamentales las asumíamos como nuestras, pero la elaboración inicial fue de Douglas y de su equipo de análisis: Argelia Melet, el Flaco Prada y la gente que estaba con ellos en las discusiones.” (Ídem)

Y luego: “Nosotros todos los días arriesgábamos la vida; es decir, sentíamos que, tal vez por un error de apreciación de ellos, se nos manipulaba. Además de eso, había enfoques fundamentalmente distintos. Una era la concepción guerrillera del trabajo en las FAN y otra la concepción bolivariana revolucionaria que podía desarrollarse en el cuerpo militar.” (p. 16) 

La mitología de la lucha armada y la guerrillera venezolana de los años sesenta, que sus propios protagonistas se han encargado de sostener y difundir, estaba presente en la conspiración militar.

Así declara Arias Cárdenas: “La presentación que hizo Chávez (en San Cristóbal en 1984) se apoyaba en el criterio de que para tomar el poder debíamos actuar como si fuéramos una guerrilla metida dentro de las Fuerzas Armadas. (…) Teníamos que realizar acciones calcadas de la lucha guerrillera de los años 60. Es decir, volar torres de electricidad, puentes. Yo me paré en la reunión y dije: “No acompaño frustraciones ni fracasos. Si queremos tomar el poder para producir cambios efectivos tenemos que comprender que no podemos salirnos del papel de las Fuerzas Armadas. Nosotros mismos nos vamos a descalificar si agarran a uno de los nuestros volando un puente o robándose unas armas, cuando lo que necesitamos es ideologizar a nuestra propia gente”. (p. 18).

Además de la relación con la eterna conspiración de Douglas Bravo, el militar señala que: “Existía una relación con gente de la Causa Radical. Había también alguna referencia sobre lo que fue el trabajo de Maneiro. Comenzamos a acercarnos, sobre todo a Pablo Medina, que era el que más agitaba las cosas dentro de la Causa Radical. Lucas Matheus y Andrés Velásquez estaban a la defensiva. En un momento faltó franqueza. Y no fue por parte nuestra. Hubo una reunión en Canoabo (en 1988), con la dirección de la Causa Radical, donde estaban Tello Benítez, Roger Capella, Lucas Matheus, Pablo Medina.” (p. 19). 

Sin embargo, y a pesar de todo lo que ha pretendido revestirse a la conspiración militar del Movimiento Revolucionario 200 −integrado entre otros por Chávez, Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández y Joel Acosta Chirinos− de una relación determinante con algunos sectores de izquierda, se evidencia en el discurso de Arias en el 2000 que tal cercanía no fue de confianza por ambas partes.

Privaban los recelos, la disparidad de enfoques, la primacía en la dirección de la conspiración. Indica el militar que: “De 1988. Lucas (Matheus) me dijo: ‘Nosotros somos un partido que existe para construir el poder con la ruptura del actual sistema y estamos dispuestos a hacerlo’. Pero no había muestras. Es decir, la frase de Lucas quedó allí. La relación con los cuadros civiles era sumamente difícil. La relación con el PRV se hizo muy lejana. De pronto la mantuvo Chávez, más a título personal que como representante nuestro. Harold (Nelson Sánchez) fue perdiéndose en la distancia”. (p. 20).

Y sobre otro personaje destacado en la trama de esa conspiración: “Kleber Ramírez entró al movimiento por su relación con algunos amigos comunes. Samuel López, Víctor Sánchez y otros amigos suyos me hablaban de su aporte a la lucha armada, de su estilo muy respetado. A Kleber fui a buscarlo a Chiguará. Lo conseguí en una casa vieja, una casona blanca, con su mamá, una ancianita que se movía con una andadera. Estaba dedicado a criar vacas. Por bondad de algún familiar había logrado un crédito para comprar unas vacas importadas y entonces, cuando comenzó su relación conmigo, yo no sé si era verdad o fue una excusa para volver a su vida revolucionaria (…). Era como si de pronto viera una cosa con la que soñó muchos años. (…) Vendió las vacas, se vino para Caracas y activó el grupo de las FALN que había estado con él. Incorporó cuadros en Falcón, en Yaracuy, en Barquisimeto y comenzó a relacionarlos directamente conmigo.” (p. 21)

De particular interés esta entrevista de Alberto Garrido a Francisco Arias Cárdenas para conocer y comprender la relación de los sectores militares conspiradores que encabezaban Chávez y el mismo declarante, con los sectores de la izquierda radical y legal como el PRV, Causa Radical o Bandera Roja.

Así señala Arias Cárdenas: “La disciplina dentro del movimiento comenzó a debilitarse y se filtraron informaciones hacia Bandera Roja. Chávez y yo no estábamos de acuerdo en establecer contactos que no fuesen aprobados por el directorio. Pero Rojas Suarez (sic) y Ronald Blanco hicieron contacto con Bandera Roja, con Puerta Aponte. (…) Rojas Suárez y Ronald Blanco establecieron nexos directos con Puerta Aponte. Nosotros no sabíamos hasta dónde se había llegado. Nos pusimos de acuerdo y Chávez quedó con la responsabilidad de tomar la relación con Bandera Roja con el fin de que, nosotros mismos, como jefes del movimiento, la asumiéramos.” (pp. 27-28).

Interesante toda la urdimbre de relaciones que muestra Arias Cárdenas de una conspiración ampliamente conocida no solo en los sectores de izquierda, sino en las fuerzas armadas en general y en los círculos de mando cercanos al poder político. Lo mismo en los partidos tradicionales. Tanto que uno llega a preguntarse por qué no se hizo nada para detenerla.

Alberto Garrido indica que después del 4 de febrero de 1992 se frustró el alzamiento, revelándose por “la documentación que se ha conocido públicamente” que ya en la Cárcel de Yare había una clara división en las líneas de pensamiento y acción de los comprometidos.

Señala el entrevistador que “Chávez primero se separa, con sus compañeros, del grupo que usted (Arias Cárdenas) lidera, y comienza a establecer relaciones con otra gente. Uno de ellos es Domingo Alberto Rangel. Entonces Chávez era abstencionista, políticamente muy beligerante. Posteriormente entran a escena, de manera decisiva, Luis Miquilena y José Vicente Rangel. Ahí comenzó a plantearse para Chávez la posibilidad de llegar al poder por la vía electoral, y surgió el concepto de la “revolución pacífica y democrática”. Primero revolución, y después pacífica y democrática, que yo creo que ha sido el gran espacio formado y tomado por Miquilena y por José Vicente. Y luego, hacia 1994-95 entra en escena Norberto Ceresole, cuyo papel es fundamental para comprender el modelo que hoy comienza a establecerse. Con Ceresole aparece la fórmula “Caudillo-Ejército-Pueblo”, por la vía de un movimiento que basa la expectativa revolucionaria en la Fuerza Armada y sobre todo en el Ejército.” (p. 41)

Sobre esas mismas relaciones expone más adelante Arias Cárdenas: “El primer contacto externo que tuvo Chávez en la cárcel fue con Domingo Alberto Rangel. Jorge Giordani acudió a ayudarlo con una tesis que le hacía falta para terminar sus estudios en la Simón Bolívar. También llegó Miquilena. La primera vez Miquilena fue a verlo con Elías Vallés, quien luego murió. El contacto más sistemático fue con Miquilena, quien antes nos había prestado, a través de Pablo Medina, una oficina que estaba cerca de la avenida Fuerzas Armadas. Allí hacíamos reuniones clandestinas. Pero ni Chávez ni yo conocimos a Miquilena en la época de la conspiración. Cuando Miquilena aparece en el escenario Chávez todavía creía en la abstención y proponía la vía violenta para llegar al poder.” (pp. 50-51).

Queda claro que el movimiento conspirativo de los jóvenes militares del MB-200 se fue nutriendo de experiencias político-ideológicas, que fueron asimilando o desechando de acuerdo a su particular visión de entender el país, el cambio de estructuras y la toma del poder.

Un sentido pragmático parece orientar la acción, la fundamentación teórica del proyecto ni siquiera es un constructo importante al momento de llegar al poder; por lo tanto, no hay un programa claro y definido para la gobernabilidad del país.

Es un grupo de militares críticos, con diversidad de alianzas políticas, que aprovecha el particular estado de debilitamiento de los partidos para tomar el poder. Luego vendrá la necesidad de dotar al movimiento de una definición ideológica, y eso se dará desde el dominio de las instituciones con el acercamiento a Fidel Castro y la experiencia cubana. Las divergencias al interior del grupo parecen evidenciarlo: “Yo pienso que las diferencias se van marcando inicialmente sobre la cuestión de la participación política y tienen un trasfondo: el deseo de protagonismo y de hegemonía que se va estableciendo cada vez más en Chávez, contra una visión de participación y de apertura democrática, que fue nuestra posición desde el principio.” (p. 47)

Como se observa, para el año 2000, apenas transcurridos dos años de presidencia de Hugo Chávez no se había producido el reacercamiento entre los principales líderes de la conjura militar de principios de los noventa, que a partir de 2006 llevaría a Arias Cárdenas a ocupar papeles secundarios ante las cámaras –algunos no olvidan los intentos de burla que Chávez le devolvió– como organizador del Partido Socialista Unido de Venezuela, diputado a la Asamblea Nacional, gobernador del Zulia, o embajador de Venezuela ante la ONU.

Al contrario, en el 2000 Chávez y Arias compitieron en “las megaelecciones”, donde el segundo recibió el apoyo de la Causa R y Bandera Roja. De importancia este trabajo de Garrido como parte del conjunto de obras que pretendieron comprender el movimiento conspirativo de la llamada Revolución bolivariana.

Alberto Garrido. La Revolución Bolivariana. De la guerrilla al militarismo. (Revelaciones del comandante Arias Cárdenas). Mérida, Producciones Karol, 2000. 129 pp.

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

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