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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | La izquierda venezolana, ¿una autocrítica que terminó en la nada? (II)
En su tesis de grado (1979), Pastor Heydra define a buena parte de la izquierda que respaldó a Rafael Caldera en 1993 y en 1998 a Hugo Chávez, un militar arrojado sin ningún proyecto coherente para el país

 

@YsaacLpez

En este cuadro que nos pinta Pastor Heydra en 1979 se define a buena parte de la izquierda que respaldó a Rafael Caldera en 1993, un viejo exponente de la más conservadora política nacional, y en 1998 a Hugo Chávez, un militar arrojado sin ningún proyecto coherente para el país. Sin pretensión de visionario, al régimen que ha gobernado a Venezuela desde 1999 le seguirá seguramente la muerte de la izquierda nacional, aquella que a decir de Domingo Alberto Rangel –creador de mil tentativas de ese mismo espectro político nombrado- se suicidó al apoyar al salvador de la patria, oriundo de Sabaneta de Barinas.

“La izquierda marxista venezolana es poliforma. Se presenta bajo diferentes formas sin cambiar básicamente su naturaleza. A partir de la derrota político-militar que sufrió en los años 60, se produjo un proceso de atomización de sus dos principales organizaciones (PCV y MIR) que se agudizó después de 1968 con la crisis mundial del marxismo, luego de la Primavera de Praga y el ingreso de un (sic) parte de sus agrupaciones a la lucha legal y democrática. Actualmente hemos podido constatar la existencia de 27 agrupaciones que conforman el mundo ‘polinésino’ de la izquierda marxista venezolana. Aun cuando en las elecciones de 1978 las ocho agrupaciones izquierdistas que participaron en su conjunto obtuvieron 13.49 por ciento de los votos, y en las municipales del 79 lograron un acuerdo electoral que le reportó 18 por ciento de la votación. Su realidad es suma dispersa de grupos, esfuerzos y votos que integran un archipiélago cromático, con diversas politologías: unos afectos a la ruptura, otros a la evolución. Y cuyo único punto de unión es la búsqueda de una utopía hasta ahora indefinida llamada Socialismo”. (p. 231)

Tesis de Grado de 1979 de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, cuyos jurados evaluadores fueron Jesús Sanoja Hernández, Alfredo Maneiro y Juan Páez Ávila, este trabajo de Pastor Heydra, −destacado dirigente estudiantil primero y después, funcionario de confianza de la presidencia de la república, periodista polémico y parlamentario− es de principal importancia para entender la contemporaneidad de un país que como Venezuela transita desde 2007 las sendas trazadas desde un proyecto político que se enmarca en lo que se ha denominado socialismo del siglo XXI.

Es decir, la constante derrota de las propuestas de la izquierda en su aspiración de tomar el poder que muestra el autor entre 1923 y 1978, al fin alcanzaron la meta y desde hace más de veinte años vivimos en “Revolución Bolivariana, Socialista y Chavista”, un mezclote que bien valdría la pena identificar históricamente, aunque no es ese el objetivo de esta reseña, sino el acercamiento al tiempo precedente que pueda darnos claves para entender el hoy.

Aunque Heydra señala que se trata de un “extenso reportaje”, tanto él como Sanoja Hernández en su presentación asumen la función del historiador. No son periodistas investigadores, son historiadores, o por lo menos así se autocalifican. Importante esto en un momento del país donde los historiadores profesionales no habían salido a la palestra pública, donde el relato histórico se mezclaba con la crónica y el análisis político-periodístico. Donde los operadores políticos y los periodistas se confundían, y los historiadores no ejercían de opinantes y asesores.

Para el Pastor Heydra de 1979, la izquierda había permanecido cincuenta años en el umbral de Venezuela, sin poder ser una alternativa válida de poder. El texto, al que en un momento califica de extenso reportaje y en otro de recuento histórico, se dirige a explicar las causas de esa tara, de ese impedimento de los partidos políticos de izquierda en hacer llegar su mensaje a amplios sectores del país.

Heydra pasa revista a principales sucesos, desde la fundación del Partido Revolucionario Venezolano en 1926 hasta diciembre de 1978 cuando se realizan las elecciones presidenciales que gana por segunda vez el partido socialcristiano COPEI.

Al indagar en los porqués de la eterna minoría de la izquierda venezolana, Pastor Heydra es punzante al señalar: “No es mi culpa que la realidad de la izquierda haya sido en lo fundamental un desencuentro constante consigo misma y con el país, una desesperanza casi permanente, una sucesión de errores humanos, teóricos, políticos, sociales.” (p. 9)

El autor no busca en causas ajenas a la propia idiosincrasia de la izquierda nacional las razones de su escasa ascendencia en las masas populares.

Identifica puntualmente desde la introducción de su trabajo esos factores:

1. El predominio de una peculiar cultura, mezcla de las concepciones caudillistas que prevalecieron en el país durante el siglo XIX y la particular y mecánica interpretación que hicieron de las nuevas teorías sociales y de los cambios revolucionarios;

2. La copia permanente de esquemas foráneos y la incapacidad para comprender al país, lo que la convirtió en una fuerza desarraigada de la nación;

3. El peso de las mediaciones y rivalidades humanas entre sus líderes en la conducción de sus políticas;

4. Falta de soltura y habilidad para salvar los escollos; y

5. Los fantasmas ideológicos que la misma izquierda fue creando.

Señala Heydra entre las constantes en la historia revolucionaria de Venezuela y de las izquierdas marxistas del país la mezcla de conciencia y aventura, también el pensamiento rígido, dogmático, cerrado sobre sí mismo, el subjetivismo, mimetismo, seguidismo, mesianismo, incomprensión de la realidad, sectarismo e inexistencia de perspectiva de poder, visión consular y staliniana. (pp. 29, 38, 56 y 77)

Pero la pregunta que una y otra vez tienta a Heydra es el porqué de la incapacidad de la izquierda venezolana de llegar hasta las grandes mayorías de la población.

No es nada complaciente el autor, que en aquellos momentos había enfrentado a la alta dirigencia del MAS y sus procedimientos tan parecidos a los del Partido Comunista de Venezuela del cual se había escindido en 1971. Pastor Heydra señala que pesaban conveniencias y dificultades a la hora de ensayar una respuesta.

El autor presenta la larga lista de los que, a su juicio, son los errores cometidos por la izquierda marxista-leninista de 1928 a 1978: 1. Desconocimiento de la realidad nacional; 2. Dependencia ideológica de la URSS; 3. Escasa elaboración política propia; 4. Sujeción a esquemas foráneos de comportamiento político; 5. Falta de flexibilidad y de audacia en el tratamiento de las relaciones socio políticas; 6. Interpretación dogmática del marxismo; 7. Defensa principista de otras realidades internacionales por encima de la problemática nacional; 8. Ausencia de una estrategia de poder; 9. Ausencia de un proyecto político venezolano; 10. Incomprensión del fenómeno democrático representativo; 11. Subjetivismo, inexperiencia, seguidismo, voluntarismo y esquematismo; 12. Anteposición de los deseos y de sus dogmas a las realidades; 13. Verticalismo orgánico. Limitación de la democracia interna; 14. La organización entendida como fin; 15. Excesivo peso de las mediaciones humanas, de las pugnas por el liderazgo en sus relaciones internas; 16. Visión mágico-religiosa y mesiánica de la revolución: 17. Incomunicación con la mayoría del país; 18. Extremismo; 19. Subestimación de las fuerzas del contrario, sobreestimación de las propias; y 20. Colaboracionismo.

El autor, que muestra tener fricciones con antiguos jefes de la lucha armada como Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff o Rafael Elino Martínez, sus compañeros-rivales en las contiendas internas del MAS de la segunda mitad de la década de los setenta, señala sobre aquel proceso: “El estruendoso fracaso del movimiento revolucionario. Es decir, la derrota de la cultura y una concepción política desfasados; el fracaso de sus direcciones, sería matizado, como siempre, con sofismas, falsos enunciados y supuestos logros. “conquistamos una voluntad de poder”. (sic) “Ha sido la etapa más rica del movimiento revolucionario venezolano”. “La experiencia que hemos sacado es extraordinaria” y los lugares comunes que son utilizados en toda derrota, acompañados de las promesas luminosas que nuevamente por falta de tino de prácticamente los mismos hombres y de sus mismos convencimientos teóricos, volverán a incidir en nuevos ocasos de la izquierda venezolana.” (p. 139).

Es aun más incisivo Heydra al inquirir: “Cabría preguntarse ¿cuál ha sido la experiencia real de esta época? ¿Cuáles son las conclusiones que pueden derivarse de lo negativo de la lucha guerrillera, de la importancia de la lucha de masas, de la flexibilidad que se debe tener en política etc.? Pero ¿habría que hacer un esfuerzo mayor para indagar las secuelas que en la mente de dirigentes y militantes dejó esta frustración política? ¿Cuáles traumas ocasionó y cómo ellos se expresan hoy? (sic) ¿Por qué un movimiento cargado de mesianismo; voluntarismo; sectarismo? Dogmatismo, desapego a la realidad; (¿calco?) de experiencias foráneas; stalinismo; verticalismo; autocratismo; simplismo; subjetivismo; como el mismo se ha autocalificado, en el proceso que va de 1960 a 1967 tiene que mantener los elementos básicos de esos defectos hacia los cuales no se ha hecho mayor labor de corrección.” (p. 141) ¿Juzgaba Pastor Heydra a la dirigencia de la lucha armada de los años sesenta, o a la del MAS en el cual militaba y cuyas practicas enfrentó hasta desligarse de la organización? A la final, son la misma y el periodista encuentra las mismas prácticas.

Para Heydra, 1968 fue un año de gracia para la izquierda nacional. La polémica y consecuente distanciamiento de los cubanos permitió un deslinde de factores de sujeción político-dogmáticos, y la ampliación de miras en un importante contingente del sector. El Mayo francés y la invasión soviética a Checoeslovaquia servirán de clavidaje para asumir cambios operados como la paulatina política de distensión que sustituía a la Guerra Fría, la multipolarización de los bloques mundiales, la quiebra del modelo burocrático y autoritario del socialismo del Este, y el surgimiento de una nueva izquierda no comunista.

Las polémicas entre vieja y nueva dirigencia, señala Heydra, expondrán un interesante debate sobre la historia reciente y lejana de los revolucionarios venezolanos, la cual valdría la pena seguir en órganos partidistas como la revista Documentos Políticos, Tribuna Popular y Deslinde. Los tres elementos más relevantes de ese debate eran, según Heydra: 1. La definición de qué país era Venezuela, para poder establecer el contenido del proceso revolucionario y propósito que se perseguía; 2. La ubicación internacional del partido, sus relaciones con los centros del poder mundial comunista; y 3. El partido como organización, concepción de vanguardia revolucionaria, relaciones con las masas, modelo de estructura política, principios y normas (p. 159).

Nacerían luego de la política de pacificación de 1969 dos izquierdas, la legal participante del juego democrático y la radical empeñada en la subversión. Ambas, sin embargo, calzaban en la caracterización realizada por Heydra.

La primera era representada para 1979 por el MAS, MIR, PCV y Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), cuya militancia oscilaba entre 8000 y 40.000 personas –según Heydra sin exhibir fuentes-; otras catorce agrupaciones que no habían participado en procesos electorales, entre ellas Tendencia Revolucionaria, PRV (Partido de la Revolución Venezolana), PST (Partido Socialista de los Trabajadores), EPA (El Pueblo Avanza), Primero de Mayo, CUP (Comité por la Unidad del Pueblo), Proceso Político y El Nuevo Venezolano, cuya militancia calculaba Heydra en 300 personas.

Mientras la segunda la representaban BR (Bandera Roja), BR-ML-FAS (Bandera Roja Marxista Leninista-Frente Américo Silva) y MRT (Movimiento Revolucionario de los Trabajadores). También menciona el autor otras organizaciones como Vanguardia, Liga Socialista, GAR (Grupo de Acción Revolucionaria), Causa R, MCR (Movimiento Comunista Revolucionario), y CLP (Comité de Lucha Populares). Unos afectos a la evolución, otros a la ruptura.

Diez años después, en 1978, el 89,97 % de los venezolanos habían optado electoralmente por las alternativas tradicionales, consolidando el bipartidismo. Luis Herrera Campins sería el más adeco de los presidentes copeyanos –Manuel Caballero dixit– y el único copeyano capaz de ganarle una elección a Acción Democrática -Luis Herrera dixit-.

El candidato del MAS, José Vicente Rangel, –junto con los otros tres candidatos de la izquierda- no lograron el milagro de superar el 7.76 % de la votación, en un país donde el Consejo Supremo Electoral mantenía niveles de independencia e imparcialidad frente a la maquinaria del poder.

En 1998, dos décadas andadas, la izquierda llegaría a ser la convidada de piedra en un Volkswagen a ninguna parte, pero en 1978: “Su realidad la sigue constituyendo la suma dispersa de votos y esfuerzos de las ocho organizaciones de vida legal que la integran sin contar la veintena de agrupaciones que conforman su archipiélago. Su incidencia en la vida nacional, hasta ahora, persiste en sostener el curso tangencial que sus programadores le han imprimido en los últimos diez años.” (p. 16)

Adherente de la candidatura de José Vicente Rangel en el MAS, participante de la acalorada disputa interna, la oligarquía partidista que nombra Heydra en 1978 tiene nombres propios: Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Freddy Muñoz… en aquel Movimiento al Socialismo que se ufanaba en público de la convivencia y beligerancia de tendencias en su seno: teodorismo, rangelismo… y después halcones, perros, tucanes, tercer mundo… pero donde al final pareció imponerse la voluntad del soviet supremo, del comité central, de la cúpula.

Lo que cuestionaron ellos al PCV, y lo que años más tarde trataría de hacer Caldera con COPEI –y ante la oposición de los delfines prefirió dividir al partido–, o Alfaro Ucero con AD, y ante la resistencia de sus compañeros optó por acabar con la organización. Característica de la cultura política nuestra, impositiva y escasamente democrática, sin que nada de eso tenga que ver con la presencia militar. Estos y aquellos se encontraron e hicieron feliz convivencia.

Una cultura encadenada –de una u otra manera a pesar de algunos esfuerzos importantes por diseñar otros caminos- a la visión inmediata, violenta y radical del cambio.

Plagada de prejuicios y reticencias hacia todas aquellas concepciones sociales que no sean la particular interpretación que en nuestro país se ha hecho del marxismo. Una cultura que en lo más íntimo de su ser concibe su participación en el régimen democrático representativo como un mero tacticismo, para recuperar, agrupar, preparar y promover sus fuerzas hacia el anhelado “nuevo asalto revolucionario” (pp. 210-211). La explicación queda servida, las fuentes de sustento parecen todas válidas y validadas. Sobre ellas debía volver el historiador preocupado para ratificar el análisis del periodista militante o negarlo.

Para el autor era urgente, para la sobrevivencia de la izquierda nacional, el establecimiento de nuevas definiciones que rompieran con el pensamiento y la actuación tradicional que los socialistas habían tenido, con su pasado y su raíz cultural.

Apunta Heydra que la actuación de la izquierda no estaba complementada con prácticas fundamentales de trabajo en el seno de la población, por lo cual era una fuerza de escasa implantación en las capas y clases que aspiraba a reivindicar históricamente.

Esta historia hecha desde la óptica del periodista, aunque presenta un aparato de notas y referencias con muchas obras de carácter político, también presenta abundante información y datos sin sustento, donde no hay fuentes, referencias, aparato crítico. Privilegio de la narración y el juicio de valor. Dos historiadores profesionales son apenas recurrencia en este escrito de Pastor Heydra: Manuel Caballero y Germán Carrera Damas, más opinante público entonces el primero que el segundo.

El relato de Heydra es el de un participante de la contienda política interna del MAS, desde allí sus aseveraciones, declaraciones y sentencias, desde el debate político que lo enfrenta a otros protagonistas.

Texto importante e imprescindible, hay que reconocer su esfuerzo en el manejo de materiales diversos, el empeño en reconstruir el proceso de la izquierda nacional, y su capacidad para identificar posturas, personajes y momentos a lo largo de cincuenta años de encuentros y desencuentros con el país. Su texto es para el combate, para la pugna político-partidista, para el alegato de asuntos políticos que afectan su militancia.

Ensayo político-periodístico inteligente y agudo, también contiene los intríngulis, manejos, chismes internos del partido, lo pequeño y prosternado.

País de valoración extrema de la verticalidad y consecuencia revolucionaria, la fidelidad a los principios revolucionarios que no son objeto de discusión sino dogma ético, el paso de Pastor Heydra a engrosar las filas de AD y el entorno de Carlos Andrés Pérez marcó la valoración de este y otros trabajos del autor, sin calibrar sus evidentes aportes en el diagnóstico de la trayectoria de la izquierda nacional.

(Pastor Heydra. La izquierda: una autocrítica perpetua (50 años de encuentros y desencuentros del marxismo en Venezuela). Caracas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación, 1981, 252 págs.)

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

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