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Opinión

#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | La izquierda: ¿se suicidó o la mataron? (VII)

Isaac López
06/03/2022
Hoy propongo acercarnos a un baluarte de la izquierda venezolana. Un persistente opinante, Domingo Alberto Rangel

 

@YsaacLpez

Teodoro Petkoff en su libro Las dos izquierdas (Caracas, Alfa Grupo Editorial, 2005) presenta dos sectores de la propuesta socialista en Venezuela. Uno reflexivo, comprometido con la democracia, abierto a enmendar sus yerros históricos, decidido por la modernidad y el progreso del país. Otro, al que llama “la izquierda borbónica”, modelado por su nostalgia por la derrota de la lucha armada de los sesenta, anclado en concepciones verticales; de tendencias aventureras, repulsivo del modelo democrático, y consecuente en su adhesión al castrismo cubano.

Habría que otorgar otras características al segundo de los sectores nombrados por el autor de Proceso a la izquierda y Checoeslovaquia. El socialismo como problema. Esa izquierda es, además, propensa a la soberbia y la arrogancia, escasa en la discusión de aspectos teóricos e históricos, grosera y radical, impuntual y floja. Eso que fueron muchos de mis profesores, compañeros y alumnos universitarios.

Hoy propongo acercarnos a un baluarte de la izquierda venezolana. Un persistente opinante, un crítico consecuente desde dentro y desde fuera: Domingo Alberto Rangel. ¿Sobrevalorado sin base? ¿Referente de cuál izquierda? ¿Eslabón de nuestras decadentes formas de entender la política? ¿Anacrónico actor de una política anacrónica?

Domingo Alberto Rangel, inteligencia exaltada de la izquierda venezolana, joven promesa del partido Acción Democrática que luchó junto con la vanguardia comunista contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958). Preso y exiliado, líder radical de los años sesenta, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partidario de la lucha armada y luego crítico de la misma. Político cuestionador, articulista polémico, ensayista y novelista, economista y profesor universitario, parlamentario y opinante constante en más de medio siglo del devenir nacional.

Nacido en Tovar, estado Mérida en 1923 y fallecido en Caracas en 2012, en su extensa bibliografía figuran géneros como ensayos, memorias, novelas, poesía, estudios, y diatriba política. Algunos de cuyos títulos son: Con Estados Unidos o contra Estados Unidos (1947), Una teoría para la revolución democrática (1958), La industrialización de Venezuela (1958), Venezuela: país ocupado (1960), Historia económica de Venezuela (1962), Los andinos en el poder. Balance de una hegemonía, 1899-1945 (1964), El proceso del capitalismo contemporáneo en Venezuela (1968), Capital y desarrollo: el rey petróleo (1969), Los mercaderes del voto: estudio de un sistema (1973), La invasión de Mister Ford (1975), El desastre (1976), Elecciones de 1978: la pipa rota (1979), Fin de fiesta (1982), La rebelión latinoamericana (1989), El socialismo hoy: una visión desde y para Venezuela (1992), Socialismo: el sueño continua ( 1992), La resurrección del comunismo (1997), Gustavo Machado, un caudillo prestado al comunismo (2001) y Un socialismo para el siglo XXI (2003), entre muchos otros. (Ver: Rafael Ángel Rivas Dugarte y Gladys García Riera. Quiénes escriben en Venezuela. Caracas, CONAC, 2006, p. 663).

La lucha armada de la década de 1960, un tema fundamental en su biografía, quedó plasmada, sin embargo, no en su obra de reflexión política sino en su novelística, principalmente en Los héroes no han caído (1965) y La revolución de las fantasías (1966).

Como puede observarse, Rangel fue un intelectual dedicado al análisis y crítica de la izquierda venezolana; a la formulación y reflexión sobre un proyecto socialista para nuestro país. No puede estudiarse ese sector de nuestra política sin acudir a su obra.

El periodista Ramón Hernández decidió entrevistar a Domingo Alberto Rangel en 2010, cuando pudiera creerse que ya venía de vuelta de todas sus guerras, cuando ya había escrito dos autobiografías Una mujer llamada Consuelo (2000) y Alzado contra todo (memorias y desmemorias) (2003). Tenía entonces 87 años aquel que fuera líder del sector del partido Acción Democrática que en 1960 Rómulo Betancourt bautizara como “los cabezas calientes”, y el tema central de la conversación es la situación de la izquierda a propósito de la consolidación del régimen chavista, ocho años después de los encuentros de Rangel con uno de los líderes más destacados de la conspiración militar de 1992.

Comenzaba una nueva crisis del modelo económico rentista, ahora revestido de una retórica no solo populista, sino también socialista. Y los venezolanos comenzaban a preguntarse cómo se había llegado a semejante situación, despiertos ya tras la borrachera de la exaltación o la indiferencia ante las ejecutorias de quien fuera visto como salvador de la patria en 1998. Por lo cual el interés de los lectores se traducía en aquellos textos que prefirieran una crítica a la izquierda, lo cual era captado y capitalizado por varias empresas editoriales, Libros Marcados una de ellas. De allí que el título completo del libro es El suicidio de la izquierda. Del Che a Chávez. Conversación con Domingo Alberto Rangel.

A un hombre de copioso hablar hay que seguirlo con cuidado. En esta lectura trataremos de establecer la visión que para el momento tenía Domingo Alberto Rangel sobre el proceso armado de los años sesenta y las coincidencias y vínculos que plantea con respecto al proyecto de los militares sublevados en 1992, cuyo hilo conductor es también el del libro, de allí el suicidio de la izquierda.

Anecdotario interesante, pero demasiado complaciente y adecuado a la hora venezolana y al anticubanismo de los sectores políticos adversos al chavismo.

Esta fuente, un testimonio que recuerda al detalle gestos y palabras proferidos cincuenta años antes, requiere de un trabajo meticuloso del historiador, una compulsa de fuentes sobre lo expresado por el político en diferentes momentos.

Si por algo se caracterizan testimonios como este es por la constante acusación y crítica a otros, la justificación de los propios actos y la defensa de aquello en lo cual se tuvo participación protagónica. Así nos señala Domingo Alberto Rangel con respecto al MIR venezolano surgido en 1960: “El MIR no surgió de una disputa electoral o por una candidatura presidencial, sino por razones ideológicas, como todas las demás disidencias y rupturas de AD, que han sido producto de una ambición o de un pleito personalista; igual que la Causa R, el MEP, el chavismo… Productos de ambiciones electorales, el MIR no.(…) EL MIR aparece en 1960, pero en 1962 ya estaba alzado y había guerrillas o lo que llamábamos “guerrilla”, porque es mentira que en Venezuela hubo guerrilla. Es una de las invenciones más irresponsables. Aquí no hubo guerrilla”. (pp. 19-20)

Y ante la lógica pregunta de Ramón Hernández “¿No eran guerrillas lo que llamaban “guerrillas?”, el entrevistado evade con una disquisición que nada tiene que ver sobre el 23 de enero y las posturas del PCV.

“Los hechos son tercos” escribiría el mismo Domingo Alberto Rangel el 11 de mayo de 1980 en el Suplemento cultural del diario Ultimas Noticias, en un artículo titulado América Latina: ¿otra vez la lucha armada? donde en varios párrafos habla de “la estrategia insurreccional que tuvo su escenario en la Venezuela de los años sesenta” (p. 2), o expone que: “Derrotadas las grandes manifestaciones que obligaron a movilizar en Caracas el aparato militar del gobierno vino la idea de calcar la experiencia cubana. Una lucha desde la periferia hacia el centro, adosada a las montañas donde el dispositivo armado del régimen no podía ser tan eficaz, podía repetir el esquema de la guerra prolongada.” (Ídem)

¿Hubo guerrillas en Venezuela o no hubo? ¿Quién es el irresponsable? ¿Desmemoria, interrupción que no deja completar la propia idea, empeño en aparecer como contrario a todo, senilidad? Parece superficial y frívolo Domingo Alberto Rangel ante el esfuerzo –equivocado o no- por crear condiciones para la guerrilla, instaurar una base social y desarrollar enfrentamientos con el ejército en varias zonas del país que hicieron el PCV y el MIR. De La Azulita al Turimiquire, de Aroa a Cabure, de las montañas de Lara a El Bachiller. En todo caso es una apreciación que no puede dejarse sin la debida argumentación.

Sin embargo, abunda Domingo Alberto Rangel en la contradicción en esta entrevista con Ramón Hernández. Más adelante, sin corregir lo ya señalado, expresa: “El MIR no se radicalizó por influencia del Partido Comunista, sino como consecuencia de sucesos objetivos que ocurrieron en la política internacional y en la política nacional. (…) Para escoger la vía armada no tuvimos que hacer el menor esfuerzo ni esperar. Surgió como una consecuencia de los acontecimientos políticos que nos llevaban a romper con AD y nos colocaban como única fuerza de oposición revolucionaria en Venezuela. (…) Fue muy bien pensado. Surgió como consecuencia de la posición que adoptamos: lucha antimperialista, ruptura con la democracia formal, enfrentamiento con los poderes oligárquicos venezolanos. La lucha armada surgía con una fuerza espontánea que arrollaba cualquier obstáculo que intentara atajarla. Era una pasión racional. En toda política hay pasión, pero esta pasión descansaba sobre un lecho de razonamiento y análisis histórico y político. En el Tercer Mundo menudeaban los conflictos de ese tipo. En América Latina no solo había guerrillas en Venezuela, o supuesta guerrilla, también la había en Colombia, Guatemala, El Salvador, Bolivia, Nicaragua…” (pp. 22-23-24)

Y más adelante, el llamado “paladín, jefe de la izquierda venezolana” por Gumersindo Rodríguez en el mitin de Maracaibo del 9 de abril de 1960, señala 50 años después de aquella jornada: “El error de izquierda es pretender hacer una lucha de guerrillas cuando nada en la sociedad venezolana predisponía a eso. (…) aquí ya no había una dictadura y la guerrilla surgió para combatir al régimen de Rómulo Betancourt, que era democrático. Decir que el gobierno de Betancourt fue dictatorial es una mentira que ha durado demasiado tiempo y que ya hay que comenzar a desvanecer. (…) Esa guerrilla tenía que ser derrotada. No había ambiente para su victoria. La guerrilla triunfa cuando en el campo hay tal grado de contradicciones, problemas y tragedias que el rebelde es visto con simpatía, y es sostenido y ayudado por la comunidad. Aquí las guerrillas se veían como algo ajeno y remoto, como una película de vaqueros que pasaban en algunas aldeas del país. Solo pudo concitar una cierta atención. El resultado estaba claro: las guerrillas iban a ser derrotadas inexorablemente, cualquiera fuera su estrategia, cualquiera fuera su rumbo o estilo.” (26-27).

Sobre la relación de los insurgentes venezolanos y la Revolución cubana señala más adelante Rangel ante la pregunta de Ramón Hernández: “-¿Qué fue lo primero que recibió la gente del MIR de Cuba? –Dinero. Una noche dormí en esta casa sobre 200.000 dólares. (…) El MIR necesitaba mejorar la organización política en ciertas zonas para instalar frentes guerrilleros. Ese dinero lo utilizamos para reforzar la organización en los sitios donde era probable que surgiera la lucha armada: Lara, Trujillo, Monagas y Sucre. Hubo otras ayudas, como el desembarco de Machurucuto, que ocurrió estando yo preso.” (p. 28)

No faltan en esta entrevista los ataques y críticas a otros jefes de la revolución, como es común en las comparecencias de los actores de nuestra izquierda. Rangel se expresa en los peores términos de Douglas Bravo, quien según él: “…nunca combatió en los frentes guerrilleros. Iba a Falcón a pasar los fines de semana y regresaba. Desde entonces ha vivido del petardeo. Siempre tiene un movimiento de bolsillo del cual vive, llámese Tercer Camino, Ruptura…” (p. 32).

Relata Domingo Alberto Rangel que luego de ser detenido en 1963, una vez allanada su inmunidad parlamentaria, sostuvieron en el MIR grandes discusiones sobre la pertinencia de la lucha armada. Señala el viejo polemista: “Yo consideraba que en Venezuela no había posibilidades de lucha armada sino en las ciudades, que nos tocaba enconar las contradicciones urbanas (…) La discusión se quedó allí porque el MIR se dividió y ya no era posible el debate. En la calle, Américo Martín, Moisés Moleiro, Héctor Pérez Marcano y otro empezaron a intrigar contra los que estábamos presos. Cuando salimos, en 1965, el MIR estaba desecho, dividido en dos pedazos de manera neta e irremediable. Era demasiado tarde para discutir. Cada quien tenía que organizarse conforme lo pidieran sus convicciones políticas, y lo admitieran sus posibilidades personales de trabajo.” (p. 35)

Como de referir una vez más la opción personal parece tratarse, Domingo Alberto Rangel señala que luego militó en el PRIN “el partido más infeliz que ha tenido el país”; y después “Ahí comenzamos con la abstención, que ya era una ruptura con el orden político del país.” (Ídem)

Ramón Hernández pregunta: “¿Entendió que su función era ser un teórico y no un activista?” Y Rangel responde: “No había fuerzas de izquierda organizadas; y organizarlas implicaba un trabajo muy largo. Era mejor hacerlo a través de la prensa, escribiendo o hablando que poniéndose a construir pacientemente algo que iba a tardar mucho en brotar. En definitiva, Chávez cosechó los frutos de todo el esfuerzo hecho por nosotros. Junto con una caterva de mercenarios de la política, despreciables todos ellos, capitalizó ese esfuerzo para pisotearlo, corromperlo y prostituirlo.” (p. 36).

La mitad de este libro se ocupa de la lucha armada, la otra de Chávez y su proyecto político. Lamentablemente, como en toda conversación de este tipo, se pierde la cronología de lo relatado y no se especifican fechas de los acontecimientos. Uno se pregunta ¿por qué sigue debatiéndose en Venezuela en 2010 la pertinencia de unos hechos ocurridos entre 1962 y 1969? Es decir 50 años antes. Y como si solo cinco años hubiesen transcurrido.

Creo que este Domingo Alberto Rangel, de 2010 y con 85 años, lleva también –al igual que Douglas Bravo, Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Héctor Pérez Marcano, Guillermo García Ponce, Moisés Moleiro, Américo Martín, Simón Sáez Mérida, Freddy Muñoz, Julio Escalona o Gabriel Puerta Aponte– medio siglo justificando, defendiendo o negando el porqué de la lucha armada de los años sesenta en Venezuela.

Pareciera que el único hecho de la izquierda venezolana en la segunda mitad del siglo XX es la guerra de guerrillas.

Nada de importancia pareció hacer en su desenvolvimiento parlamentario, en su crítica a los gobiernos de AD y COPEI, en una nueva lectura del país.

Es el trauma y la frustración de una derrota que marcó a una generación de venezolanos. Siempre presente el encono y la asignación de culpas. Los fantasmas de los jóvenes muertos en ciudades y montañas del país, de los policías asesinados en barrios y pueblos, de los combatientes o soldados.

Una historia que se hace y rehace, que se manipula y acomoda de acuerdo a los intereses de los declarantes. Lo cual hace de esos testimonios un importante corpus que, como toda fuente histórica, exige el máximo celo y disciplina crítica del historiador.

Ya vimos en esta entrevista de Ramón Hernández a Domingo Alberto Rangel a quiénes responsabiliza del error de izquierda de la lucha armada.

Y si otros lanzan puentes comunicantes o hilos de identidad entre la lucha armada de los sesenta y el proyecto político de los conspiradores militares de 1992, Domingo Alberto Rangel también lo hace y es de interés aquí su argumento: “Después, con la rectificación que se da en los años setenta, el golpismo se convierte en algo tan natural y tan característico de la izquierda como la lucha electoral. Sectores importantísimos de la izquierda, que conservaban su independencia o se mantenían alejados de la lucha política, devienen en clientela de las luchas electorales o del golpismo militar. De todo eso surge Hugo Chávez, una consecuencia directa e inevitable del fracaso de la lucha armada, de la desmoralización que cunde en los cuadros populares. (…) El golpe de 1992 y el ascenso fulgurante de la popularidad de Chávez son consecuencia de la derrota inferida a la izquierda revolucionaria, a las luchas populares. También son producto del profundo cinismo en el que cayó la izquierda venezolana, que se mostró dispuesta a entenderse con quien fuera.” (p. 52)

Más adelante se ratifica en las mismas ideas: “Chávez es el último eslabón de una cadena que empezó a forjarse en Venezuela con el fracaso de la lucha armada en la década de los años sesenta, que condujo a un debate y a una rectificación. Cuando aparentemente el MIR y el PCV tenían fuerzas idóneas para enfrentar el orden y vencerlo, todo terminó en una desastrosa derrota que llevó a la desmoralización de no pocos revolucionarios. El MAS y la Causa R son un producto directo del fracaso de la lucha guerrillera, que desmoralizó a revolucionarios ejemplares, que en los años posteriores devienen en seres cínicos y trepadores. Dentro del espíritu de rectificación que brota en las filas de la izquierda, apareció la reconsideración del golpe militar, que nunca fue totalmente descartado por la izquierda. Nadie puede explicarse a Chávez sin la crisis profunda que vivía el sistema democrático venezolano el 4 de febrero de 1992, un régimen de cabaret de lo más inmundo.” (p. 96).

Para luego sentenciar: “El socialismo oficial venezolano es una pirotecnia demagógica para encubrir las lacras que sobrelleva el país; el burladero detrás del cual se refugia una camarilla que no está con los explotados, pero si con los explotadores. Chávez llegó al poder porque los capitalistas le franquearon el paso. Vieron que no representaba, ni representa, riesgo alguno. (…) El gobierno de Chávez es lo más deshonesto y lo más desordenado que haya visto Venezuela. ¿Por qué un sector de la izquierda, que fue muy radical, muy combativa y muy llena de virtudes, acompaña a Chávez? Porque es una izquierda corrupta.” (pp. 106-107 y 152)

Y para aclarar los vínculos afectivos entre militares e izquierda radical indica: “En Mérida, fui amigo de su hermano Adán, que siempre estuvo con la izquierda. El que diga lo contrario miente. Adán Chávez, siendo profesor en Mérida, fue un hombre representativo de la izquierda universitaria. Militaba honradamente en esos grupúsculos que organizaba Douglas Bravo: PRV-Ruptura, Tercer Camino.” (p. 161).

En más de un exceso y arbitrariedad, en más de un argumento sin sustento ni base, en más de una aseveración carente de sentido probatorio incurre esta larga disquisición de Domingo Alberto Rangel; por ejemplo, cuando señala que Lula Da Silva es un instrumento de la burguesía paulista o que Pinochet no reprimió a las masas populares, sino que la acción fue hacia minorías cultas (pp. 69 y 97).

Para terminar la entrevista Ramón Hernández asume lo que parece el reclamo a quienes dirigieron la lucha armada de los años sesenta en Venezuela, al señalar: “Nadie en la izquierda ha asumido la derrota política y militar de la lucha armada…”. A lo que Rangel le responde: “Eso no corresponde a los políticos, es asunto de historiadores.” (p. 169). Hernández replica: “El PCV y el MIR no asumen la derrota ni dicen: “Nos equivocamos de camino y lamentablemente tantos venezolanos perdieron la vida…”. Y el líder del MIR vuelve a replicar: “No sé por qué razón no lo asumen, deberían hacerlo. El MIR ya no existe, ¿quién va a asumir la responsabilidad? Ese es un problema para historiadores, para literatos, no para políticos.” (p. 170).

Isaac López * Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

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