#CrónicasDeMilitares | Para Pinto y contra Páez
Tras la muerte del adalid conservador Andrés Pinto, Juan Vicente González redactó en 1861 un párrafo contundente contra Páez, a quien antes siguió con lealtad contra las fuerzas del liberalismo
El coronel Andrés Avelino Pinto fue un célebre oficial de la causa constitucional, admirado y temido por los federales. Su fama comenzó en 1858, cuando apoyó con entusiasmo el movimiento armado contra José Tadeo Monagas. Durante la Guerra Federal aumentó su prestigio debido a sus victorias en los combates de El Palito, El Juncal y Píritu, y por sus fulminantes cargas en la batalla de Coplé. En 3 de septiembre de 1861 murió en el combate de El Toro contra el general José Eusebio Acosta, quien lo sepultó con honores después de derrotarlo. Acosta ordenó la escolta del cadáver por sus edecanes y guardó su espada en un cofre, para entregarla a la madre del ilustre difunto cuando hubiera oportunidad. Las tropas federales se despojaron de la gorra y guardaron respetuoso silencio mientras sucedía el entierro.
La muerte de Pinto hizo que Juan Vicente González, un aguerrido enemigo de los federales y autor esencial en la época, escribiera un escrito en su loa, el 12 de septiembre de 1861. Concibió un texto de especial interés porque aprovechó la desaparición del adalid conservador para romper públicamente con Páez. Después de un compromiso con la causa del León de Apure, que se remontaba a 1830, anunció su divorcio en términos capaces de conmover a la opinión pública. Ahora se verán unos fragmentos que compendian lo fundamental del asunto.
Primero la apología del héroe caído en El Toro, con vehemencias como las que siguen:
¡Qué vida y qué destino! Barcelona ya le abre sus puertas vencida, ya le invoca su salvador. Coro le saluda al frente de sus huestes, hermoso de promesas y esperanzas. Ilustró al Palito con personales combates, dignos de Ayax y de Aquiles. Llevó la luz de su acero a los oscuros antros de Morón y Ocumare. Su espada dispersaba a los enemigos como disipa el viento las hojas secas. Dos veces con cuatrocientos hombres da paz a Barlovento, dos veces respira el Tuy a la sombra de sus laureles”.
Pero, después de la troyana referencia, describe la inutilidad de un sacrificio que desembocaba en el regreso de Páez al poder sin las limitaciones habituales. Redactó un párrafo contundente contra el jefe a quien antes siguió con lealtad contra las fuerzas del liberalismo. Vincula los esfuerzos y el final de Pinto con el indeseable encumbramiento de un dictador con cuyos propósitos no podían comulgar, ni el recién caído ni el escritor.
Estas son ahora las afirmaciones fundamentales:
Es para otro que recorriste la República, esforzado y terrible, exponiendo tus preciosos días, que sacrificaste en flor; para otro, que ayudaste a esa prodigiosa epopeya, que va a abismarse en la noche eterna del olvido; para el que nos impuso al héroe del 24 de enero, y le temió cobarde y le imploró cautivo, y esperó a que le derrocasen los fuertes para sucederle; para el que dio su espada por almohada a la patria incauta, a fin de herirla, aleve, en el sueño de la confianza; para el que une su coy de vergüenza a los caballos del sol; para el Padre de Venezuela, el Ciudadano Esclarecido, el sostenedor del Poder Civil.
¡Oh si tú vivieras! Te abrías adelantado ya a pasos de gigante para tomar cuenta de las ultrajadas leyes al violador inicuo. Despertaría tu voz al engañado ejército, que no se cubrió de tanta gloria para obscurecerla; y que parece no esperaba sino un desterrado para hacer un dictador. Id -les dirías con atronador acento a los que quedaran sordos a la voz del deber-; habéis negociado, nuevos Judas, con la sangre de los mártires; y pues ha marchado por sobre la de vuestros compañeros el tirano caduco, no lamed más sus pies, para que marquen bien vuestra frente abyecta”.
Páez había desconocido el gobierno constitucional y se había convertido en dictador. Después de leer el escrito dedicado a Andrés Avelino Pinto, el “tirano caduco” ordenó el encarcelamiento de Juan Vicente González en las bóvedas de Puerto Cabello. “Un sepulcro en vida”, según el historiador liberal Francisco González Guinán.
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