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Las lágrimas de Hernán Cortés: una nueva interpretación

Izq.: óleo de la leyenda del Árbol de la Noche Triste (UNAM), en El Economista; Der.: Estampilla alusiva al Árbol de la Noche Triste, foto Enrique Krauze en Twitter.

@eliaspino

Se están cumpliendo 501 años de la azarosa retirada del español  Hernán Cortés de la ciudad de Tenochtitlan, agobiado por la resistencia de sus pobladores. Después de breve dominio, un levantamiento cada vez más tenaz, provocado por la prisión de la primera autoridad de los mexicas, y por la prohibición de rendir culto a las deidades tradicionales, originó una multitudinaria revuelta de la cual se libraron los coraceros blancos mediante urgente escape.

Hoy el gobierno del presidente López Obrador aprovecha la conmemoración del episodio para proponer una interpretación diversa de lo que realmente sucedió. Haremos ahora un comentario del asunto, que puede tener utilidad.

De acuerdo con la leyenda, conmovido por los acontecimientos, presa de una desazón que no podía controlar, en su huida el capitán Cortés detuvo a los soldados frente a un árbol llamado ahuehuete en la lengua de los naturales, y derramó lágrimas sobre cuya copiosidad se hicieron eco los cronistas y los testigos del momento para que pasaran a la posteridad. Al analizar los pormenores del suceso se refirieron a una tragedia que llegaba a su clímax bajo la ramazón del ahuehuete: la tragedia de “la noche triste”. Y realmente era dolorosa la situación para el conquistador extremeño a quien humillaban entonces las huestes del aguerrido Cuitláhuac, joven descendiente de la nobleza mexica que había asumido el desafío de la resistencia frente a un enemigo inesperado y poderoso, después de la prisión del mandatario Moctezuma Xocoyotzin. Pasado el tiempo y dominada la situación por los españoles, después de sanguinaria represión, se siguió hablando de lo que se juzgó como un hecho nefasto y en la corteza del ahuehuete se puso un cartel que lo identificó como “el árbol de la noche triste”.

Hoy la jefa del gobierno del Distrito Federal ha ordenado que se cambie el mensaje de ese cartel, que había permanecido inalterable hasta la actualidad y sobre cuya tendenciosa orientación nadie había reflexionado con la debida profundidad. Por disposición de la autoridad local y con el regocijo del presidente de la república, el ahuehuete se llamará en adelante “árbol de la noche alegre”. Además, desde el Palacio Nacional, en diaria conferencia matutina, se  sugiere  a los gobernados que cambien de opinión sobre la lacrimal efusión de un  malvado conquistador a quien se recordaba por una desolación supuestamente compartida por la sociedad, debido a que solo contadas personas, especialmente los historiadores progres, asomaron la necesidad de proponer una calificación distinta de los plañidos.

Ahora lo dolorido se vuelve holgorio y la pesadumbre se hace alborozo por superior mandato.

Una mudanza con todo el sentido del mundo, desde luego, especialmente en una sociedad sobre cuya rica y densa cultura, anterior a la dominación española, han sobrado los motivos para el enaltecimiento. Que el futuro comparta el dolor de uno de sus destructores es una enormidad, o una evidente deformación de la sensibilidad colectiva, desde todo punto de vista.

Pero las cosas no son tan simples, según sugieren los puntos que se ofrecen a continuación. Hernán Cortés llega de Cuba a México con 100 marineros y 508 soldados que se multiplican en breve. Después de hacer tratos con los líderes autóctonos de Tlaxcala, se le juntan 6.000 soldados de una tribu cuyo principal enemigo reside en Tenochtitlan. Desde su palacio, Moctezuma Xocoyotzin, como sus antecesores, ha esclavizado a los tlaxcaltecas y les ha exigido el pago de onerosos impuestos. Lo mismo ha sucedido con comunidades aledañas, tratadas como animales y sometidas a vejámenes infinitos, que ahora ofrecen sus guerreros a los españoles contra un imperialismo insoportable hasta fortalecer las filas de Cortés con 100.00 hombres armados hasta los dientes.

Para una explicación de lo sucedido no se debe pensar solo en las argucias del conquistador para tener como aliados a los indígenas, que no debieron faltar, sino también en la oportunidad acariciada por sus interlocutores para librarse de una tiranía inhumana.

Situaciones de esta naturaleza, a las cuales generalmente no se alude, ofrecen un entendimiento cabal de los hechos, alejado de la trillada idea del buen salvaje y del enfrentamiento del poderoso frente al débil sometido a humillación. Si de llorar se trata, o de hacer fiesta, no estorba una observación a través de la cual se demuestra que la historia no es una simpleza. Ni cuando se hace, ni cuando se escribe.

En especial cuando nos enteramos del destino de los indígenas a partir del establecimiento de la república, de la suerte que les espera al librarse los políticos mexicanos de la hegemonía española para gobernar a sus anchas. ¿Mejoran su situación los descendientes del destronado Moctezuma Xocoyotzin? ¿Recobran la justicia negada por el artero conquistador? ¿Termina su “noche triste”¨, como está terminando hoy la “noche triste” inspirada en una pasajera frustración de Hernán Cortés? Solo en la parcela de una retórica que ha encontrado nuevo impulso gracias al ascenso de un mandatario que se presenta como vengador de la raza de bronce, pero que, de momento, no ha pasado de rebautizar un ahuehuete.

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