América Latina, lo peor está por venir
Han pasado tan solo nueve semanas desde que comenzamos la cuarentena, y digo tan solo porque desde mi encierro en 50 m2 pareciera que hubieran pasado años.
El aislamiento antes de la pandemia, la falta de movilidad por la escasez de gasolina y la presencia de un régimen que no considera los efectos económicos de las decisiones que toma habían mantenido a raya los nuevos contagios de la COVID-19.
Hagamos un breve recuento de lo que significa la entrada de la pandemia en la región y, por supuesto, muy especialmente en Venezuela.
Estamos viviendo una situación sin precedentes, de mucha incertidumbre, cuyo análisis precisa mucha humildad. Estos son momentos de mucho pragmatismo, pues debemos asimilar que se van a cometer errores y también se deben definir los errores que no se pueden cometer. Estos son momentos en los que hay que dar espacio a lo impensable. Ejemplo de ello ocurrió hace apenas cuatro semanas, cuando al no haber donde almacenar el petróleo de un contrato a futuro, los propietarios tuvieron que pagar casi 40 dólares por barril (precios negativos) para que el comprador recibiera el crudo.
La pandemia está atacando a los países que tienen sistemas de control de epidemias muy enflaquecidos. En términos relativos, países ricos como Italia y España, con excelentes centros de salud para el cáncer, o el Alzheimer, no estaban bien dotados para encarar una pandemia dado que tenían muchos años sin sufrirla.
Los países de América Latina, o África, con sistemas de salud con muchos menos recursos, suelen dedicar una proporción mayor de esos recursos a sus centros epidemiológicos, pero también recursos insuficientes. Es por ello, que la COVID-19 se sigue expandiendo con gran fuerza en el mundo, y ya voces calificadas, como la fundación Gates, están llamando a cambios para evitar que esta situación se repita.
Como resultado de lo anterior, la data que se está generando es de muy mala calidad, y lo más probable es que se esté subestimando tanto el número de casos infectados como el de fallecidos por la COVID-19. A pesar de estas deficiencias, toda la información que poseemos es que el pico en los países europeos se produjo a finales de marzo y que estos han sido capaces de reducir el número de nuevos casos de manera más acelerada que los Estados Unidos, donde el pico se produjo a mediados de abril y ha venido cayendo de una forma mucho más lenta.
Lo que llama profundamente la atención es que América Latina, que había logrado una tasa relativamente baja entre febrero y marzo, se halla ahora en una fase exponencial y está sufriendo el mayor número de casos nuevos en el mundo, a pesar de que su capacidad de hacer pruebas es mucho menor que la de Europa o Estados Unidos. De hecho, en los siete días anteriores al 26 de mayo el mundo presentaba 99.347 nuevos casos, de los cuales 30.885 o el 31,1 % correspondían a América Latina.
Desafortunadamente, es posible esperar que, ante la menor capacidad de infraestructura hospitalaria, los países de la región tendrán una mayor tasa de mortalidad que el resto del mundo. De hecho, de las 3978 muertes promedio por día que el mundo ha sufrido en los siete días previos al 26 de mayo, 1476 o el 37.1% de las muertes totales por COVID-19 se han producido en la región.
Si bien ya somos la región con mayor número de nuevos contagiados y de muertes por COVID-19, dadas las altas tasas de informalidad laboral, muchos latinoamericanos tienen que salir todos los días a generar sus ingresos de subsistencia, lo que hará que la reducción en el número de nuevos casos y por ende el número de muertos sea mucho más lenta que la de Estados Unidos y Europa.
Si bien muchos países están empezando a planificar la apertura, la verdad es que nadie sabe qué puede pasar cuando la sociedad empiece a suspender la cuarentena. La mayoría de los científicos han venido señalando la posibilidad de una segunda ola de infecciones. Y es que el problema está en que una vacuna se podrá aplicar masivamente en la población para el último trimestre de este año o principios de 2021, y el uso de la infección como mecanismo natural de vacunación tampoco ha sido efectivo hasta ahora.
Los diferentes estudios realizados a la fecha —casi todos con defectos en la selección de la muestra— apuntan a que las tasas de infección hasta ahora son relativamente bajas. Por supuesto que estas varían de una localidad a otra, pero, por ejemplo, la tasa de infección de Suecia, que es un país que nunca aplicó la cuarentena, está en alrededor del 33 %, la de Manhattan en torno al 21 % y la del estado de Nueva York en cerca del 13,9 %. A pesar de que estos son los lugares donde el brote de la COVID-19 fue mayor, la tasa de infección y el porcentaje de personas que han desarrollado inmunidad temporal dista mucho del 70 % – 80 % que se necesita para que puedan volver a una cierta normalidad.
En este ambiente de tanta incertidumbre hay una sola certeza: las economías del mundo están en caída libre. La mayoría de los países, quizás con la excepción de China, van a mostrar contracciones de dos dígitos en el segundo trimestre del año, y la mayoría de las bancas de inversión han seguido incrementando sus estimados de contracción.
En Estados Unidos, principal economía del mundo, se prevé que el desempleo llegará al 25 % y que la contracción económica se situará entre el 30 % y el 40 % para el segundo trimestre del año. El intentar proyectar más allá, nos lleva de nuevo a un análisis de escenario donde la profundidad de la contracción dependerá de si viene una segunda ola.
Y es que, en general, y aunque en diferente medida, los países latinoamericanos tienen muy poco espacio para hacer políticas fiscales y monetarias expansivas que detengan el efecto negativo de la COVID-19. Es decir, la mayoría de los países de la región van a ver reducidos sus ingresos por la caída del precio de las materias primas, la desaparición del turismo, la gran contracción de las remesas y el rompimiento de las cadenas de suministro, con una muy deteriorada capacidad de respuesta.
Cuando utilizamos a Venezuela como ejemplo encontramos que el precio del petróleo es el que más ha caído durante la pandemia dentro del grupo de las materias primas, con una reducción del consumo mundial de 30 millones de barriles diarios. Las remesas, que esperábamos que representaran la segunda fuente más importante de divisas, han tenido un paro súbito en el mes de abril. Si bien los ingresos por turismo eran ya mínimos por los altísimos niveles de inseguridad, el sector privado venezolano es muy dependiente de la importación de productos intermedios, y estos serán cada vez más inaccesibles por el rompimiento de las cadenas de suministro.
Al igual que en términos sanitarios, todo parece indicar que la crisis económica será mucho más fuerte en América Latina que en Europa o en Estados Unidos y que Venezuela volverá a liderar las cifras de contracción y crisis de los países de la región.
Ciertamente es una condición necesaria, mas no suficiente. Es decir, la solución pasa inexorablemente por que Nicolás Maduro salga de Miraflores y se logre conformar un gobierno de amplio espectro que sea capaz de escuchar, inspirar y convocar con sinceridad a la sociedad civil, profesionales, empresarios, trabajadores y partidos políticos para comenzar a reconstruir al país.
Un gobierno que logre trabajar con otros gobiernos, multilaterales e inversionistas internacionales para atraer donaciones y financiamiento internacional y reestructurar los pasivos heredados en los últimos 20 años. Un gobierno que llame a elecciones libres y justas, en las que los venezolanos en cualquier parte del mundo tengan el derecho a elegir y a ser elegidos.
Tengo la certeza de que Venezuela cuenta con los recursos y las capacidades para salir adelante, pero la única manera de hacerlo es con el cambio político que la mayoría de los venezolanos estamos deseando. Lo que nos queda es seguir trabajando desde cualquier posición en que nos encontremos.
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