Dos décadas de gobierno chavista y casi dos años de hiperinflación han provocado una serie de hábitos entre los venezolanos que, inclusive, se llevan pegados como un tatuaje a la hora de emigrar a otro país.
Voltear atemorizado cuando se escucha una motocicleta, comprar productos de más por si se acaban, recoger agua, esconderse el teléfono celular, llegar a un sitio con mucho tiempo de antelación por si hay cola y esperar siempre lo peor de los servicios públicos son algunas de las manías que arrastra el testigo de una Venezuela con una precariedad económica acentuada y altos índices de violencia.
“A mí me pasó bastante que iba al mercado y compraba cosas repetidas para almacenar por si no conseguía después”, dijo la venezolana María Angela Calabrese, quien emigró junto a su esposo e hijos a Zaragoza, España.
Haber sido protagonista y testigo de hechos de criminalidad también influyeron en la conducta de María Angela. “Compramos un carro usado y me costó mucho adaptarme porque no tenía alarma”, agregó.
“Recién llegada estaba trabajando con mi hijo en un reparto a domicilio nocturno, él se bajaba a entregar los pedidos a los apartamentos y yo me quedaba sola en la moto y cuando me pasaba algún hombre cerca en otra moto o a pie automáticamente escondía el celular y empezaban las taquicardias”, dijo María Angela.
“Lo de escuchar el sonido de una moto y asustarse es un clásico”, confesó Daniel Gómez desde Buenos Aires.
Manías que rayan en la paranoia
En la cuenta de Twitter @PetipuaSaturno hicieron una consulta sobre el tema que genero una centena de comentarios que van desde picar las servilletas por la mitad hasta pedirle a los amigos que avisen cuando lleguen a sus casas.
Abramos hilo de pequeños -y absurdos- traumas que nos dejó vivir en comunismo en Venezuela.
Comienzo yo: a veces echo solo $6 dólares de gasolina “para estirar la plata” cuando tengo para llenar el tanque e igual lo voy a necesitar.
— Isadoro Saturno (@PetipuaSaturno) August 16, 2019
Y es que venir de una nación donde en 2018 hubo una tasa de 81,4 homicidios por cada 100 mil habitantes, la más alta de Latinoamérica según el Observatorio Venezolano de la Violencia, causa estragos en la psique de cualquiera.
“Yo quedé traumatizada con los robos y me paro a cualquier hora de la noche a asegurarme que todas las puertas estén con seguro. No sé para qué porque las paredes aquí se pueden romper con la mano y las ventanas no usan protección de barras”, dijo la venezolana Bárbara Burgos, actualmente habitante de la comunidad de Gainesville en Florida, Estados Unidos.
“Yo después que hago una transacción en un cajero le doy a todos los botones para que no me clonen la tarjeta”, dijo Marco Lira desde la ciudad de Leiria en Portugal.
“Comprar Harina Pan en exceso. Mi papá me hizo llevarle en marzo varios paquetes, pensé que me iban a detener pensando que era droga”, añadió Manuel hermano de Marco, quien vive en Madrid, España.
Algunos efectos secundarios de migrar son menos dolorosos: “No dejo la manía de poner el freno de mano al carro todo el tiempo y aquí todo es plano”, dijo Bárbara Burgos, quien primero estuvo en la ciudad estadounidense de Atlanta y ahora hace vida en Gainesville. “Yo más nunca me puse una camisa roja”, sostuvo Alejandro Álvarez, quien vivía en Miami y ahora reside en Ciudad de México.
Mientras que a algunos les cuesta despojarse de mañas típicas venezolanas, a otros no y ello responde al paso del tiempo. “Yo ahora ando con los seguros del carro arriba, pero obvio que si estoy por una zona fea los bajo. De resto estoy curado de la paranoia”, dijo Roberto Pérez, quien emigró hace casi tres años a Orlando, Estados Unidos.
“Se pasa rápido al ver que todo el mundo anda por la calle con los teléfonos en la mano”, dijo María Angela Calabrese.
Mientras Roberto y María Angela aseguran que ya no padecen los “traumas del venezolano del siglo XXI”, en algún lugar del extranjero uno de sus compatriotas estará sacando efectivo de un cajero por si se acaban los billetes o echando gasolina en procura de no quedar al margen a la hora de una escasez de combustible. Enseñanzas que les dejó el subdesarrollo.
Mc Donald’s y mi trabajo se convirtieron en mi principal proveedor de servilletas, azúcar, sal, pimienta y salsas.
He comprado azúcar, sal y salsas aparte (no servilletas) pero todo lo que me traigo son mi “en caso de emergencia rompa el cristal”— Bianca (@Bianca_GTI) August 16, 2019
https://twitter.com/kellymporta_/status/1162348550233165824?s=20
OH! yo siempre tengo un microinfarto cuando paso la tarjeta. a pesar de que sé que tengo plata en la cuenta, pero los bancos me marcaron de por vida (?)
— Marianne Díaz Hernández (@mariannedh) August 16, 2019
Gastar hasta la última gota de champú, enjuagar el envase. El jabón hasta el final.
— Claudina Castillo (@ClaudiCastillo) August 16, 2019
Me impresiona el cumplimiento de algún proceso democrático, un elección, una discusión de alguna ley en el congreso, me asombra que se acaten las decisiones y que sea todo tan civilista, sin milicos armados en las calles.
— Eleonora Requena 🐞 (@elerequena) August 16, 2019
Picar la servilleta en dos partes para que rinda más. Sentir un microinfarto cuando pasa una moto a mi lado. Estar demasiado activa cuando camino sola en la calle.
— Alexandra (@Ale_Moradita17) August 16, 2019
Yo guardo la leche donde mi hijo remojó la galleta para el cereal del otro día. Me baño rapidito para no gastar tanta agua del tanque. Guardo la poquita masa de arepa que queda para completar el día siguiente. Rindo la media pechuga de pollo para 2, bajo los seguros del carro.
— Erika Montiel (@emontiel) August 17, 2019
*Todos los tuits empleados son interacciones con la cuenta de @PetipuaSaturno