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Opinión

La rana, el escorpión y la economía nacional

La rana, el escorpión y la economía nacional_Julio Castillo Sagarzazu
Con el supuesto viraje económico del régimen, ha pesado más la naturaleza del escorpión, esa que resumía la declaración de Aristóbulo Isturiz “si quitamos el control de cambios, nos tumban”

 

@juliocasagar

Todos conocemos la fábula que nos cuenta el favor que hace una ranita a un escorpión para pasar un río que para este era infranqueable. Al llegar a la otra orilla el escorpión clava el aguijón a su benefactora. Antes de morir envenenada, la rana le dice. ¿“Por qué me clavas tu ponzoña?, ¿acaso no te hice el favor de pasarte sobre mi espalda para que atravesaras el río? “Disculpa, le respondió el bicho, es que está en mi naturaleza”.

La reciente presentación del proyecto de Reforma a la Ley de Impuesto a las Grandes transacciones financieras despertó del sueño a muchos que han apostado a que los virajes del régimen significaban una apertura hacia una economía de mercado. Los más cínicos, aquellos a quienes el tema de las libertades y de la democracia les tiene sin cuidado, celebraban que nos encaminábamos hacia una versión tropical del modelo chino.

Lo único cierto es que el modelo económico de Maduro es el que está contenido en la eufemísticamente llamada Ley Antibloqueo. Esta puede resumirse así: “vamos a crear unas burbujas, unas zonas económicas especiales, unos incentivos particulares; en resumen, buenos negocios para alguno. Pero eso sí, tienes que voltear para otro lado, asistir a nuestras reuniones, aplaudir a Maduro cuando hable del progreso económico. Te puedes portar mal con tus clientes, puedes poner un corralito para esquilmar a tus depositantes; si vienes a nuestros saraos comunicacionales, puedes estar seguro de que nadie te hará daño. Puedes depredar el ambiente, tener tu mina o construir lo que quieras. Si lo haces con los panas, no tendrás problemas”.

Ley Antibloqueo y el fantasma de la privatización rusa

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Maduro está consciente de que la libertad económica se traduce en libertad personal para muchos y de que un crecimiento de la economía, que no esté regimentado y controlado, puede dar alas a mucha gente. Más libertad económica es también más libertad individual. Y, por consiguiente, más peligro para su ya deteriorada imagen.

El régimen ha tenido que poner en una balanza continuar con las “aperturas”, y con ello arriesgarse con que aparezcan focos y burbujas no controladas de prosperidad, o atajar la amenaza. Está optando por lo último, aunque eso signifique retroceder en algunos avances que se habían traducido en mejoramiento para algunos sectores.

La situación en el país ya estaba dando señales de desgaste. La falta de circulante estaba conspirando contra la propia economía de bodegones y semidolarizada. En efecto, la no incorporación al mercado de millones de empleados públicos, profesores, docentes y obreros de pequeñas y medianas explotaciones, que son los que se pueden permitir pagar bonos en dólares, ya se estaba haciendo sentir en supermercados y en la demanda de bienes y servicios en general.

En una economía libre las medidas deberían haber ido en el sentido contrario al que está ocurriendo. Es decir, incentivar la inversión y la circulación de mercancías; surfear la virtual dolarización y seguir haciéndose de la vista gorda y dar los pasos institucionales para ofrecer seguridad jurídica y personal.

Sin embargo, ha pesado más la naturaleza del escorpión, esa que resumía la declaración de Aristóbulo Isturiz “si quitamos el control de cambios, nos tumban”.

Esta realidad tiene su correlativo en el terreno político. Los partidarios de una “normalización” con el régimen deben verse en el espejo de la economía.

Los esfuerzos de las fuerzas democráticas venezolanas no pueden estar centrados en una colaboración como la de Pétain con Hitler, sino en una política que ponga como norte apuntar a un proceso de acumulación de fuerzas para plantar cara, en unas elecciones libres, a un régimen que no sabe mucho de convivir, sino de exterminar.

Por supuesto (y esto lo hemos señalado en muchas notas anteriores) esto no significa caer en la trampa de la polarización. Y mucho menos la de correr detrás de fantasías insurreccionales, para las que no hay ni condiciones y que son cada vez menos aceptadas por la comunidad internacional.

Significa, como también hemos dicho en ocasiones anteriores, darnos una agenda que contemple: a) poner orden en las organizaciones políticas opositoras, reorganizarse después de un debate crítico y profundo; b) avanzar en una estrategia unitaria que contemple dotarnos de una dirección política legitimada; y c) preparar el terreno para enfrentar al régimen en unas elecciones libres, acordadas (CON GARANTES) en un proceso de negociación.

Mientras todo esto ocurre, los liderazgos locales y nacionales de los partidos y la sociedad civil deberían salir al encuentro de los sectores sociales que día a día protestan por sus derechos o que están esperando que alguien les acompañe para hacerlo. Organizar y federar esos liderazgo espontáneos y naturales y centralizar la lucha en la recuperación de la democracia.

Dicho en otras palabras, o mejor dicho, en las palabras del Gran Timonel: “Tenemos que desechar las ilusiones y prepararnos para a la lucha”.

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