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Museo de los Niños

Entrevista | Mireya Caldera Pietri: “Venezuela es la razón de mi trabajo”
“Venezuela es un país maravilloso, donde tuve la suerte de nacer. Es la razón de mi trabajo contribuyendo con la educación de los niños”

 

@cjaimesb

Es brillante, es encantadora, es laboriosa. De una humildad ejemplar. Cuando su papá, Rafael Caldera, fue presidente de la república, se escapaba de los guardaespaldas que le habían asignado para ir a comer con sus compañeros de la UCAB en un restaurante de San Martín.

Su labor como profesora universitaria dejó huella en quienes han sido sus alumnos, quienes ven en ella un ejemplo a seguir en todo sentido. Como socióloga tiene una vasta obra donde analiza y propone soluciones para ese mal que nos aqueja, como lo es el subdesarrollo.

Trabajó con su madre, doña Alicia Pietri de Caldera, tanto en la Fundación del Niño como en el programa “Un cariño para mi ciudad”. Y ha mantenido –contra viento y marea– su obra cumbre, el Museo de los Niños de Caracas, que, a pesar de todo lo que nos ha tocado vivir, sigue siendo uno de los mejores del mundo, un lugar donde los niños –y los adultos– aprenden jugando.

–Te estrenaste a la vida pública como la hija mayor de un presidente, moderna e independiente. Recuerdo las historias de cómo te escapabas de los guardaespaldas, porque te desagradaba que te estuvieran cuidando. ¿Cómo viviste esa época?

–Realmente no puedo decir que he tenido una “vida pública”, solo un poco, inevitable por el protagonismo de mis padres en la historia del país. Por eso, fue difícil acostumbrarme a algunas cosas inherentes a esas situaciones; sin embargo, no fue igual las dos veces: la primera, estaba recién graduada del CENDES y trabajaba en el Centro de Estudios del Futuro en la UCAB. En esa presidencia me casé (fui la primera novia de La Casona) y no tuve ningún protagonismo, solamente ayudaba a mamá en sus actividades en la Fundación del Niño y en todas las inherentes a la primera dama, siempre en el tiempo que me quedaba después de cumplir mis obligaciones laborales y domésticas. En la segunda presidencia fue diferente porque ya era mayor y asumí lo que debía hacer para trabajar “por” el gobierno y en favor de la sociedad; así que a través del programa “Un cariño para mi ciudad” dediqué mi esfuerzo a colaborar.

En cuanto a lo que me preguntas de las escapadas, sí era divertido. Estacionaba mi carro en la UCAB, frente al edificio del rectorado y, a la hora de almorzar, me “escapaba” con los compañeros de trabajo en el carro de alguno de ellos que estaba estacionado arriba, en los edificios de aulas… y nos íbamos a almorzar en un restaurante que estaba –creo que todavía existe– en la avenida San Martín. Los guardias se quedaban en la universidad. Y cuando el general Juan Manuel Sucre Figarella –que era el jefe de la Casa Militar– se enteró… imagínate… ¡Pobre, lo que lo hice sufrir!, y comprendí que tenía que colaborar con ellos y no crear más problemas.

–Tus clases en la universidad –tanto en la USB como en la UCAB– fueron memorables por su excelencia. Háblame de esa experiencia.

¡¡Fantástica!! Es una experiencia maravillosa, no solo por lo que le aporta al profesor para su formación académica y personal, sino por el contacto con los estudiantes que te obligan a estar al día, a estudiar, a pensar para responder a sus inquietudes; hasta a aprender el lenguaje que utilizan y que va cambiando con las generaciones. Además, conoces personas estupendas que después en la vida llegan a ser grandes personajes. Por ejemplo, uno de ellos fue director de un instituto de investigación, otro de un importante centro de divulgación cultural, otro es sacerdote y no puedo dejar de mencionarlo Ricardo, tu hermano, fue un excelente alumno, de esos que te hacen estudiar más para responder a sus preguntas.

–¿Qué tiene Mireya de su padre y qué de su madre?

Tengo de los dos unas características que creo que son la clave para conseguir lo que uno se propone: la tenacidad, la pasión en lo que se hace y la dedicación a trabajar.

–Como socióloga has estudiado a fondo el subdesarrollo. En tus libros te ocupas del tema. ¿Qué ves hoy en nuestro país?

Sí, el subdesarrollo es un problema complejo, que no tiene una solución única. Es necesario combinar variables políticas, económicas y sociales porque el fin último de lograr un nivel alto de desarrollo es que la gente, la población del país, viva como seres humanos: es decir, que puedan disfrutar de la vida, tener una vivienda, alimentarse, educar a sus hijos, gozar del descanso necesario, tener un sano esparcimiento; en fin, trabajar sí, pero para vivir como personas en comunidad con otras personas. Y con la posibilidad de explotar sus potencialidades para su propio beneficio y para el beneficio de la sociedad donde viven.

–El Museo de los Niños, esa maravillosa realidad fundada por tu mamá, tiene en ti hoy a su mejor directora. ¿Cómo ha sido el reto de haberlo mantenido a flote?

Gracias Carolina por calificarme como “la mejor” directora. No sé si es así pero sí es cierto que me he dedicado en alma, vida y corazón, con esa tenacidad que te decía heredé de mis padres, a mantener esta “maravillosa realidad” al servicio de los niños del país. No ha sido nada fácil porque en la época de mamá el museo tuvo un subsidio del Estado, que veía en él un apoyo a la educación; pero cuando me tocó a mí, eso ya no existía y, ante la obligación moral de mantenerlo, hemos tenido que inventar cómo hacerlo.

Nuestros ingresos provienen solo de la taquilla, que no puede ser muy alta porque deseamos que todos los niños puedan venir; pero tampoco puede ser gratis porque entonces ¿cómo pagamos los gastos y las inversiones requeridas? A veces la gente que visita dice que deberíamos hacer más cosas, pero no se paran a pensar en cuánto cuesta y cómo hacemos para conseguir el dinero… Digo siempre que Dios es grande y el Museo de los Niños tiene un ángel de la guarda que lo ayuda… Además, ahora tenemos una buena “palanca” en el cielo porque estoy segura de que “Aliciamía” vela por su “séptimo hijo”.

–¿Qué significa Venezuela para Mireya Caldera Pietri?

Venezuela es un país maravilloso, donde tuve la suerte de nacer: tiene bellezas naturales y un enorme potencial; su gente ha demostrado a través de la historia ser especial, con temple, inteligencia y deseos de hacerla grande. Para mí es la razón para trabajar contribuyendo con la educación de los niños, pues considero que es un pilar fundamental de la sociedad. Antes en la docencia universitaria, y ahora en el Museo de los Niños, la contribución al país es lo que me mueve a trabajar con optimismo y dedicación para las nuevas generaciones de venezolanos, deseando que todos sientan como yo “el orgullo de ser venezolanos”.

Museo de los Niños cumple 39 años
El Museo de los Niños fue el primer museo en América Latina, y desde su creación se ha caracterizado por brindar alegría, aprendizaje y actividades pedagógicas, siempre con el principio de «aprender jugando».

 

El Museo de los Niños está de aniversario. Este 5 de agosto cumplió 39 años al servicio de todos los niños del país. 

En 1982, el Museo de los niños abrió sus puertas en el Complejo Parque Central de Caracas, para que la cultura y la ciencia, a través de los juegos, formaran parte de la vida de los más pequeños de la casa y también de los adultos. 

A través de un comunicado, el Museo de los Niños informó que por las restricciones que ha impuesto la pandemia del COVID-19, en el último año no ha podido recibir a los usuarios. Sin embargo, «Museíto», el personaje icono de la institución, informa que conformó una «pandilla» para leer cuentos todas las semanas y hacer también investigaciones “científicas”.

«Compartimos los cuentos que leemos con muchos niños, amigos incorporados de manera virtual a la pandilla, y entre todos descubrimos sus enseñanzas. Muy pronto invitaremos también a nuestros ′amigos virtuales‘ a aprender contenidos de ciencia con nosotros, ‘Los Curiosos‘, acompañándonos en nuestras investigaciones», se lee en el texto.

El Museo de los Niños fue el primer museo en América Latina, y desde su creación, se ha caracterizado por brindar alegría, aprendizaje y actividades pedagógicas, siempre con el principio de «aprender jugando».

La iniciativa de la creación del espacio fue de la señora Alicia Pietri de Caldera, apoyada por el entonces presidente, Luis Herrera Campins. 

El Museo de los Niños afirmó que tienen la confianza de que pronto podrán encontrarse nuevamente en sus espacios, para que todos los niños venezolanos lo recorran, interactúen con las exhibiciones y puedan continuar jugando y aprendiendo a la vez.

En redes sociales, sobraron las felicitaciones por este aniversario del Museo, y reconocieron su importante aporte para la educación y cultura de los niños venezolanos. 

Humano Derecho con Darwin Sánchez, representante de Fundación Museo de los Niños

¿QUIÉN FUNDÓ EL MUSEO Y CUÁL FUE SU PROPÓSITO? ¿En qué consiste la Sociedad de amigos del Museo? ¿Por qué es importante que el niño interactúe con las experiencias del Museo? ¿Qué servicios ofrece el Museo para el niño? Estos y otros temas los estaremos conversando con Darwin Sánchez, representante de Fundación Museo de los Niños, quien nos viene a contar las experiencias y vínculos que crea el niño con sus docentes y familiares a la hora de aprender, además de la importancia que tiene el arte en las estrategias pedagógicas y cómo las mismas han sido de referencia en el continente.

En la primera pausa del rock escucharás a la banda Blink 182 “What’s My Age Again”, seguido del tema “Ojos Chinos” de Sentimiento Muerto, y finalmente escucharás la canción “Rock Is Dead” de Marilyn Manson; Estas son las pausas del rock planeadas por @medicemouzo para este Humano Derecho.

En esta oportunidad contaremos Génesis Zambrano (@medicenmouzo) como presentadora, quien les estará haciendo la suplencia a @fanzinero y @MelanioBar.  Somos el radioweb show semanal que mezcla la buena música con gente que ayuda gente. Transmitido por diferentes plataformas del país, es producido por RedesAyuda y Provea. Más contenido en www.humanoderecho.com

Ene 16, 2018 | Actualizado hace 6 años
José María De Viana: la ética del compromiso

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Escuchar a José María De Viana es contagiarse de inmediato de una mística profesional en la que se anudan la emoción, la lucidez y el compromiso con los otros. Sus años como presidente de CASETEL y CONAPRI; gerente general de Telefonía Pública de la CANTV; presidente de Hidrocapital y Movilnet; asesor de la presidencia en Digitel y profesor universitario en la UCAB, IESA y UNIMET, entre otros cargos y oficios de comprobada eficiencia, revelan una labor consagrada a mejorar las condiciones de vida del país.

Hijo de Santos De Viana y Milagros del Barrio, inmigrantes vascos que llegaron a Venezuela después de la II Guerra Mundial, José María De Viana –hermano de Mikel, Amaya y Conchita– nació en Caracas el 2 de diciembre de 1954. Estudió la Primaria en la Escuela Parroquial de San Juan, frente a la Plaza Capuchinos. La mayoría de sus condiscípulos provenían de zonas muy humildes y solían aprender cosas que sus mismos padres ignoraban, por lo que el estudio era una emoción compartida entre profesores, hijos y representantes. Sus maestros hacían mucho énfasis en las materias prácticas y artesanales –como mecanografía y carpintería–, y preparaban a los alumnos para dictar clases. Así que desde muy joven, José María no solo aprendió matemáticas, historia y castellano, sino también a reparar los pupitres de su escuela y a enseñarles a los más pequeños lo aprendido de sus maestros. Era una pequeña comunidad estudiantil, consciente de que la importancia del conocimiento no consiste en acumularlo sino en compartirlo y hacerlo útil.

A los doce años inició el bachillerato en el Colegio La Salle Tienda Honda, en Santa Rosalía, donde formó parte de una organización de jóvenes que hacían trabajo social. Uno de esos trabajos era visitar a los enfermos en los hospitales y brindarles atención y compañía. Tal experiencia lo marcó de manera profunda, y le permitió reforzar el aprendizaje paterno: había que pasar por la vida haciendo cosas trascendentes. Luego ingresó en el Instituto de Estudios Teológicos (IET), cuyo director era José Ignacio Rey y, en 1971, empezó a cursar la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Católica Andrés Bello, institución donde ha impartido clases en varias materias como Análisis Matemático, Estadística y Mecánica de los Fluidos.

En 1976 comenzó a trabajar en el Ministerio del Ambiente, gracias a sus conocimientos en materia hidráulica. Siete años después, bajo el gobierno de Luis Herrera Campins, fue director general del proyecto del Acueducto Metropolitano de Caracas, que correspondía en ese entonces al Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). La experiencia de trabajar con el agua a gran escala le enseñó que se podía llegar a transformar la vida y la esperanza de mucha gente. Formado en los valores cristianos, José María vio además en esa experiencia una vía para llevar a cabo el mandato bíblico “de dar de beber al sediento”. Sin embargo, al llegar Jaime Lusinchi a la presidencia del país, fue removido del proyecto y poco después sería contratado como experto hidrólogo en la Agencia de Cooperación Técnica Alemana GTZ.

Durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, en 1992, José María es nombrado presidente de Hidrocapital, Operadora de Acueductos de la Región Capital, donde permanecerá siete años haciendo una labor de profunda transformación que le cambiaría la cara a una empresa con severas deficiencias estructurales y administrativas. “Tomamos una empresa que no era profesional –recuerda–, con serios problemas económicos, que no recaudaba lo que necesitaba. Pero si trabajas en la dirección correcta, con entusiasmo y honestidad, consigues remontar la cuesta… El agua es un elemento de enorme significado en la vida de la gente”.

A lo largo de su vida y de las diversas labores que ha desempeñado, José María De Viana nunca ha dejado de tener presente el ejemplo de su padre: “un soñador social nato cuya meta era construir una sociedad distinta. Un enamorado de la justicia que abogaba por la gente de menores recursos”. De ese modelo familiar, así como de sus años de estudiante, le viene a José María el enorme respeto por la educación, de la cual no se ha desligado en ningún momento. Quien ha sido nombrado este año Vicepresidente de Desarrollo de UNIMET, afirma que “siempre estamos enseñando lo que sabemos. Nunca se termina de estudiar, porque el conocimiento se multiplica todos los días. Satisfacer la curiosidad de lo que no sabemos es una de las cosas más importantes que podemos hacer en la vida. La misión del maestro es como la del sacerdote. No hay forma de tener un país próspero y feliz sin unos maestros comprometidos”. Inspiradoras palabras de quien ejerce hoy la presidencia de Guao, uno de sus más recientes aportes a la educación venezolana.

 

Nov 30, 2017 | Actualizado hace 6 años
Mireya Caldera Pietri y el Museo de los Niños

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Desde su inauguración en el año 1982, varias generaciones de venezolanos han recorrido las instalaciones del Museo de los Niños de Caracas, en lo que ha sido para muchos una aventura lúdica hacia el conocimiento. Más de un visitante seguramente conserva en su álbum familiar alguna fotografía en la que figura dentro de la molécula laberíntica, al lado de la réplica del trasbordador espacial o frente a la Tienda de Museíto, recreaciones emblemáticas de ese lugar que ya forma parte de los iconos urbanos de la capital venezolana. En esta entrega de Guao, su actual directora, Mireya Caldera Pietri, revela algunos momentos de su vida ligados a su trabajo en esa institución con más de tres décadas de labor educativa.

Hija del dos veces presidente de Venezuela, Rafael Caldera, y de Alicia Pietri, presidenta de la Fundación del Niño y fundadora del Museo de los Niños, Mireya Caldera Pietri nació en Caracas el 2 de julio de 1943. Estudió desde kínder hasta graduarse de bachiller en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, del que guarda puras memorias gratas. “Mi colegio –recuerda– fue un lugar maravilloso: mis maestras, las monjas franciscanas, se encargaban de transmitirnos no solo conocimientos sino valores, fe, actitudes positivas ante las circunstancias de la vida”. Más adelante, durante el bachillerato, contó con profesores de literatura de la talla de Oscar Sambrano Urdaneta y Luis José Silva Luongo, quienes la iniciaron en los clásicos universales y venezolanos. A esta educación ejemplar y humanista, había que sumarle la enseñanza recibida en casa –hogar de intelectuales–, especialmente de la mano de su padre, quien le inculcó la pasión por la lectura y los estudios.

Mireya Caldera se gradúa de socióloga y posteriormente de industrióloga en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego realiza una Maestría en Planificación del Desarrollo y obtiene el título de Doctor en Ciencias del Desarrollo en el CENDES de la Universidad Central de Venezuela. Autora de varios libros, entre ellos: Para entender el subdesarrollo, Democracia y desarrollo, La administración de los contratos colectivos, La evolución histórica de la mano de obra, así como del capítulo “Venezuela” en la Enciclopedia Mundial de Relaciones Industriales, también se ha desempeñado en el exigente campo de la docencia como Profesor Titular en la Universidad Simón Bolívar y profesora de los cursos de postgrado de Relaciones Industriales de la Universidad Católica Andrés Bello.

Su amplia experiencia académica y pedagógica, su estrecha relación con su madre Alicia Pietri –lo que le permitió conocer a fondo el funcionamiento y espíritu del proyecto–, y su amor a los niños resultaron credenciales suficientes para asumir el cargo de Presidenta de la Fundación Museo de los Niños y Directora del Museo, luego de que su madre no pudiera ejercer más esas funciones.

Desde 1974, año en que nace la idea de su realización, el Museo se pensó como una institución privada sin fines de lucro que sirviera como apoyo de carácter lúdico a la educación básica venezolana, orientado a las áreas del arte, la ciencia, la tecnología y los valores sociales; una idea innovadora para aquel entonces en América Latina. Rasgo distintivo del Museo es la filosofía de “prohibido no tocar”, con el objetivo de facilitarles a los visitantes una aventura interactiva en donde se complementen el aprendizaje y el juego. Mención aparte merecen los miles de Amigos Guías del museo, que no solo han contribuido con su funcionamiento, sino que han creado escuela por años en sus instalaciones. Y aunque sus más de 600 exhibiciones –la Aventura Espacial, El Volcán, ADN, Tecnologías de Información, Diabetes, Nanotecnología, Cuerpo humano y Electricidad, La emoción de vivir sin drogas, la Caja de colores…– han estado siempre dirigidas a niños entre los 6 y los 14 años, la experiencia de millones de visitantes, durante sus 35 años de operatividad, ha demostrado que no solo los niños y jóvenes, sino también los padres y maestros redescubren cosas que habían olvidado, o aprenden otras que ignoraban.

“El Museo era el séptimo hijo de mi madre –cuenta Mireya–. Ella se rodeó desde el inicio de un equipo de personas muy capaces, como Roberto Guevara y Alba Revenga, de manera de crear algo verdaderamente valioso para Venezuela en materia educativa. Su mayor recompensa era ver a los niños disfrutando y aprendiendo en el Museo”. Mireya ha sabido prolongar con entusiasmo el legado de su madre, pese a las actuales dificultades del país, pues considera que “el Museo es un libro sin páginas, un aula abierta que despierta la curiosidad por el conocimiento”. Que sigan, pues, abiertas las páginas de ese libro tan valioso para la imaginación y el saber del país.