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Claudio Fermín Ago 18, 2016 | Actualizado hace 8 años
Todo era mentira, por Claudio Fermín

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Cuando el gobierno de Chávez sustituyó al de Rafael Caldera, el nuevo Presidente aseguró haber logrado un gran cambio político, no por el mero triunfo electoral sino porque impulsaría en Venezuela una democracia participativa y protagónica.

Proclamaba que quedaba atrás la democracia representativa, que no bastaba con elegir concejales, alcaldes, diputados y gobernadores. Había que ir más allá. La voz del pueblo tenía que ser escuchada todos los días, no sólo cada cinco años al momento de votar.

Fue así como la Asamblea Constituyente de 1999 decretó una nueva Constitución en la que su artículo 72 consagraba el derecho a revocar un mal gobernante. No había que esperar que un presidente inepto, corrupto, o negligente, terminara su período. Si ya sabemos que una gestión lesiona al país, para qué entonces permitir que continúe.

La lógica del referendo revocatorio era impecable y se presentó a los venezolanos ese mecanismo como una reivindicación, como un nuevo derecho político.

El propio Hugo Chávez, promotor de la idea, se ufanaba de haberle dado a los electores más poder con el derecho a revocar.

El bienestar de los ciudadanos, decía, estará siempre por encima de una elección en la que el ganador no había estado a la altura. Los votantes podían revocar a quien los había defraudado y les hacía daño con sus errores y su incapacidad para gobernar.

Esa oferta de dar más poder a los ciudadanos atrajo millones de votantes quienes respaldaron el proyecto de Constitución y se acercaron al chavismo como movimiento político porque daba importancia a la opinión del común. Se sintieron interpretados.

Hoy Venezuela está hundida en desabastecimiento de alimentos, medicinas, repuestos para automóviles, fertilizantes e insumos para la producción agropecuaria y de muchos otros bienes, además acosada por la inseguridad y los pésimos servicios públicos. Quienes creyeron que de verdad se podría revocar a un mal Presidente, están desconcertados.

Los dirigentes del PSUV han engañado al país. Y usan como piedra de tranca a las rectoras del Consejo Nacional Electoral, cuya principal función es organizar elecciones pero se dedican realmente a obstruirlas. Por ese trabajo sucio cobran 500.000 bolívares mensuales en sueldos y primas. ¿Ahora entienden?

@claudioefermin

Farsa gubernamental, por José Vicente Carrasquero A.

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Lo que se espera de un gobierno es la puesta en marcha de un plan para lograr el cumplimiento de las promesas hechas al electorado, el funcionamiento óptimo de los servicios al ciudadano, la garantía de seguridad personal y el desarrollo y mantenimiento de una infraestructura que procure los mejores estándares de calidad de vida. Por encima de todo esto, se espera de los gobernantes un sentido de respeto al marco legal imperante, la rendición de cuentas y hablar con la verdad en momentos de crisis por muy duro que sea.

El caso venezolano está muy lejos de ese ideal. Lo primero que hay que decir es que el poder está ocupado por una secta política que pone por encima del bienestar de los venezolanos, un credo comunista que hasta el momento nos ha costado caer a los niveles más bajos del continente en cuanto a calidad de vida. Además, ha generado expectativas decrecientes de tener servicios de salud, educación y seguridad adecuados a las exigencias de la población.

Luego hay que mencionar la ausencia de una agenda pertinente. Es decir, una lista de temas y prioridades que coincidan con los deseos del pueblo en cuanto a la direccionalidad del gobierno. Basta una somera revisión de las encuestas para saber que la gente quiere superar la escasez, la delincuencia, la pérdida del poder adquisitivo, tener electricidad y agua todo el tiempo y no cuando la naturaleza nos lo conceda.

Maduro y su equipo de incapaces ministros andan en otra cosa. Tratando de tapar el sol con un dedo. Simulando situaciones que no existen. Atacando unos problemas inventados en las salas situacionales de tácticas cubanas. La creación continua de amenazas, la denuncia permanente de enemigos tanto internos como externos y la promesa de una batalla final que nos llevará a la conquista de la paz, que al final podrá permitir la realización de la revolución: ¡la gran farsa!

Hagamos un rápido análisis de la vocería oficialista para que veamos de qué va este gobierno. Comencemos por las nulidades engreídas, uno de ellos director de un matutino de alta circulación quien sostiene que lo que pasa en Venezuela es producto del plan Cóndor. Sostiene que los malucos gringos están haciendo zozobrar a los gobierno de “avanzada” de América Latina. Este señor no se ha enterado de la caída del Muro de Berlín. Usa excusas para tratar de salvar la imagen de unos gobernantes corruptos que se ha demostrado se enriquecieron a costa del sufrimiento de sus pueblos. No hay tales avances. Solo se puede mostrar retroceso.

Luego aparece un diputado, previamente ministro de vivienda, diciendo que la empresa más eficiente del país, Polar, no puede ser manejada óptimamente por manos privadas. Solo le faltó la nariz de payaso. Debe estar convencido este señor de la estupidez de los venezolanos. Este gobierno diputado, quebró empresas de café, empresas de producción de harina de maíz para hacer arepas, fundos, empresas de electricidad, CANTV y, como si fuese poco, arruinó PDVSA. Este gobierno es responsable del hambre que están pasando los venezolanos. ¿Hasta cuando los discursos en defensa del peor gobierno en la historia de las Américas?

El ministro de economía aparece de los más orondo diciendo que habrá un límite a las importaciones para forzar a la empresa privada a producir más. Si no fuese por la nefasta implicación de esta declaración, provocaría carcajadas sonoras y prolongadas. Fue este gobierno señor ministro el que quebró al empresariado nacional para favorecer importaciones que enriquecieron groseramente a militares, funcionarios y empresarios ad hoc allegados al gobierno. La tragedia detrás de la declaración del ministro es que el gobierno de Maduro le seguirá dando prioridad al pago de la deuda externa y los intereses que genera. Es mucho más importante para el socialismo del siglo XXI cumplir con los grandes capitales que con el pueblo venezolano. Por cierto, muchos de los papeles de la deuda soberana y de PDVSA están en manos de venezolanos, muchos de ellos, muy allegados al gobierno.

Dentro de la farsa que significa este gobierno, Maduro inventa la invasión por parte de una potencia extranjera y convoca a unos ejercicios militares para defender nuestro territorio. Nunca una propaganda había tenido efectos negativos tan devastadores sobre el gobierno. Ver al vicepresidente disfrazado de teniente y con gorra de general aclara a cualquier enemigo que la defensa de Venezuela está en manos de unos improvisados que no tienen idea de lo que es una guerra.

Los ejercicios mostraron a uniformados con una condición física verdaderamente deplorable. Obesos que difícilmente podrían correr cien metros sin caer víctimas del cansancio, ancianos y personas cuya sola postura física indica que no están preparados para el rigor de una guerra.

Esto sin hablar de una de las dimensiones fundamentales de todo apresto operacional: alimentos, insumos de salud y productos para la higiene personal. No se puede pensar en una guerra si estos elementos no se encuentran plenamente garantizados.

Gracias a Dios lo de la invasión es mentira, parte de la farsa gubernamental. Caso contrario, el potencial invasor estaría celebrando de antemano su victoria. El circo que se vio el fin de semana llama a la reflexión sobre el futuro de la institución militar en Venezuela. La necesidad de recuperarla para los objetivos previstos en la Constitución es urgente. Eso no se puede hacer con políticos uniformados como el actual ministro.

El gobierno de Venezuela es una farsa. Quiere minimizar los problemas que sufrimos los venezolanos. Un irresponsable Maduro trata infructuosamente de desmentir a los medios internacionales. Su única preocupación es mantenerse en el poder para que ni él, ni su familia y adláteres enfrenten el inevitable destino de ser sometidos a la justicia. Los espejos de Argentina y Brasil lo tienen muy preocupado.

 

@botellazo

Gobierna una mentira, por Claudio Fermín

PlazaVenezuela#18M_

 

Tanquetas en las calles. Policías y militares por todas partes. Piquetes de efectivos niegan el libre tránsito. El Metro sin servicio en muchas estaciones. Todo para impedir que quienes plantean revocar a un mal gobernante reclamen cuenta de su solicitud ante el organismo electoral.

Han paralizado a la ciudad capital para acallar el descontento, como si ese sentimiento no estuviese dentro de millones de personas, muy adentro, en sus conciencias.

No se consiguen medicinas, alimentos ni repuestos para automóviles. No hay insumos para la producción agropecuaria ni industrial. No hay sueldos dignos para profesores universitarios ni para maestros. Jubilados y pensionados sin cobrar en muchas gobernaciones.

El racionamiento de electricidad cada vez peor. Las matazones, a plena luz del día. Matan a quien sea, policías, militares, escoltas. Nadie se salva.

A todas estas, Maduro ha gobernado con dos habilitantes y un decreto de emergencia económica. No rinde cuenta de nada y ahora con un decreto de excepción suspende garantías, de un plumazo desaparecen los derechos que la Constitución garantiza.

Uno de los derechos que desconocen es el de revocar. Todo ha sido una farsa.

Chávez se presentó como el promotor del derecho a revocar. Ya el voto universal para las mujeres, los jóvenes y para analfabetas lo habían conquistado los adecos, al igual que el voto directo. Sin intermediarios los venezolanos pueden elegir Presidente, Senadores, Diputados y Concejales. También el derecho a elegir gobernadores y alcaldes fue decretado por un Presidente de Acción Democrática. El golpista del 4 de febrero no quiso quedarse atrás.

Incluyó en la Constitución de 1999 el revocatorio pero a la vez metió la trampa. Dispuso que si se revocaba en los dos últimos años de gobierno, seguiría mandando el mismo partido, los mismos ministros, con las mismas políticas y a la cabeza el vicepresidente que el revocado dejase instalado.

Por eso todo el conflicto de hoy. Quieren burlarse del pueblo. Impedir el revocatorio este año les permitiría seguir en el poder aunque eso sea para hundimiento y ruina de Venezuela.

Lo que siempre le interesó y le interesa a esa logia militar es el poder por el poder, el asalto a las arcas públicas, la instalación de camarillas familiares. Eso es lo que han hecho en diecisiete años.

 

@claudioefermin

Gonzalo Himiob Ene 03, 2016 | Actualizado hace 8 años
Hipocresías por Gonzalo Himiob Santomé

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“Odioso para mí, como las puertas del Hades, es el hombre que oculta

una cosa en su seno y dice otra”.

Homero

Hasta quien es uno de los intelectuales más respetables de la izquierda mundial, y además fuera hasta hace nada uno de los más importantes referentes de Chávez y del chavismo en general, Noah Chomski, en varios de sus ensayos sobre la “Guerra contra el Terror” (entre ellos “Distorted Morality: America’s War on Terror”. Harvard University, 2002, que no son precisamente benévolos con “El Imperio” del que, con harta hipocresía por cierto, tanto reniegan de la boca para afuera algunos de nuestros “revolucionarios mayameros”, tan “patriotas” y “anti imperialistas” y a la vez tan ganados a tener sus verdes y sus propiedades en la tierra de Mickey Mouse) lo tiene claro: Un hipócrita es una persona que le aplica a los demás estándares que no se aplica a sí mismo. O lo que es lo mismo, hipócrita es el que se niega a aceptar que lo que tiene por “bueno” o “malo” para sí mismo, debería tenerlo igualmente como positivo o negativo para los demás.

Si nos guiamos entonces por esas definiciones, pocas veces en la historia de Venezuela ha visto un despliegue de hipocresía tan grande, y tan peligroso, como el que ahora, ante la contundente derrota del madurismo en la Asamblea Nacional el 6D, se ve en nuestro Gobierno y en sus principales voceros.

Hagamos un breve ejercicio hipotético. Imaginemos que el pasado 6D el oficialismo hubiese obtenido la mayoría calificada en la AN. Seguramente Lucena no hubiese sido tan lenta en la difusión de sus famosos resultados “irreversibles” y no hubiésemos tenido que esperar tanto para conocer, en el lado opositor, la hipotética derrota. De inmediato Maduro, acompañado por todos los Diputados oficialistas electos, sin duda habría convocado a una cadena nacional, en la que ensalzaría el “triunfo de la democracia”, de “la voluntad del pueblo” y probablemente haría uno que otro llamado meloso, aunque seguramente también profundamente hipócrita, “a la paz”.

En consonancia con la “línea oficial”, de allí en adelante, en esta hipótesis, todos los voceros oficiales vestirían sus mejores pieles de oveja para mostrarse al mundo como inocentes paladines del respeto a los resultados electorales. Se mostrarían “respetuosos”, por pura impostura, de la “nueva minoría” y nos invitarían de nuevo, como tantas veces ha ocurrido, a dejar de soñar con trochas y atajos (que nadie quiere, por cierto, y el 6D se demostró) y a seguirnos midiendo en elecciones dirigidas por el CNE que, en este ejercicio, seguiría siendo el “ejemplo para el mundo” de un Poder Electoral cristalino, moderno y perfecto.

Pasado un tiempo, se empezarían a escuchar también advertencias y juegos de palabras en los que, como tantas veces lo hizo en vida Chávez, nos recordarían a los disconformes que “la revolución es pacífica, pero está armada”. Quizás por unos días las aguas parecerían en calma, pero no tardarían mucho las herramientas del miedo en dejarnos claro que las cosas se quedarían como fueron anunciadas. Por las buenas o por las malas.

Imaginemos que aun siendo diciembre, ya cerrado el plazo constitucional para las sesiones ordinarias de la AN y en plenas vacaciones judiciales, la oposición, hipotéticamente derrotada, promoviera ante el TSJ y antes de la juramentación de los nuevos Diputados acciones legales dirigidas a disfrazar de legitimidad “sesiones extraordinarias” para terminar de hacer lo que, por su propia desidia, no pudo hacer cuando tenía que hacerlo. Algo como, por ejemplo, terminar de designar a la carrera los Magistrados del TSJ con una mayoría exigua que dista mucho de ser la que exige nuestra Carta Magna. Y todavía más, imaginemos que se le pidiera a la Sala Electoral que “habilitara el tiempo que fuese necesario” para impugnar los resultados electorales que nos resultaron adversos, solo porque ahora, el que habíamos pregonado como “sistema electoral más perfecto del mundo”, ya no nos parece tan maravilloso.

Las trompetillas, lengua afuera y con el pulgar en la nariz, que hubiésemos recibido serían tan sonoras y abrumadoras como las que derrumbaron los muros de Jericó.

También imaginen que los Diputados derrotados, encabezados por ejemplo por Ramos Allup, hubiesen acudido a la AN a instalar, pese a que en la Constitución eso ni aparece, una supuesta “Asamblea Comunal” dirigida a usurpar las funciones de la AN recién electa, solo porque en ella no alcanzamos la mayoría que creíamos nuestra. O más allá, imaginen que mientras Capriles o cualquier líder opositor da un discurso sobre la derrota, viene un loquito y le dice que al que se rinda, pese a los resultados, hay que meterle “un pepazo en la cabeza”, tras lo cual, lejos de reaccionar como debe hacerlo un verdadero demócrata, lo que hace el aludido es sonreír, como si se tratase de una gracia.

Todos sabemos qué hubiera pasado. Las casas de estos opositores hubiesen sido allanadas de inmediato y, sin la menor duda, se hubiesen montado las acciones necesarias a meterlos a todos presos ipso facto por mostrar tanta osadía y tanto irrespeto contra nuestra Constitución, contra nuestras leyes y contra la voluntad del pueblo soberano.

Pero el rasero con el que los líderes oficialistas miden sus actos no es el mismo con el que miden los actos de la oposición. En esto, incluso siguiendo la definición de uno de los acérrimos intelectuales de la izquierda mundial, son profundamente hipócritas. Lo que los demás tenían que dar por “bueno”, porque les convenía, a ellos ahora les parece “malo”. Como las elecciones no les sirvieron, ahora son “dudosas”; como se sienten “traicionados” por el pueblo y como olvidaron de que eso de poner “la otra mejilla” tiene el inconveniente de que solo tenemos dos, hoy por hoy, a los derrotados, lo que haya decidido el pueblo, que no es bobo, o lo que digan la Constitución y la ley, les tiene absolutamente sin cuidado.

Siguen el ejemplo de Chávez, que aunque era mucho más hábil en las artes políticas de la simulación y el disimulo, jamás pudo ocultar que lo único que realmente le quitaba el sueño no era el bienestar de su pueblo, sino mantenerse en el poder “como sea” ¿Nos suena? ¿O ya se nos olvidó que cuando perdió su reforma constitucional en 2007, de inmediato se jugó “las de Rosalinda” imponiendo luego lo que, al final, era lo único que en verdad le interesaba: La reelección indefinida?

Ojalá abran los ojos quienes así se manejan y quienes les hacen coro. Ojalá terminen de entender que las reglas del juego democrático previstas en nuestra Constitución son válidas y aplican para todos aunque, a veces, no nos den lo que queremos. La voluntad del pueblo, expresada pacíficamente a través del voto, se respeta. Nuestra Carta Magna, con todo y sus defectos, se respeta… Y como decía hasta el mismo Chávez (¿O ya se les olvidó?): “Dentro de la Constitución, todo. Fuera de ella, nada”.

Todo lo demás, pataletas incluidas, no es más que burda y muy peligrosa hipocresía.

 

@HimiobSantome

Oct 28, 2015 | Actualizado hace 8 años
La maldad, la mentira y Venezuela por Ricardo Hausmann

Comportamiento

 

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha vuelto a tener un problema conmigo. El canal nacional de televisión, controlado por el gobierno, recientemente emitió una conversación telefónica privada, grabada de manera ilegal, en la que yo propongo realizar un estudio para ver cómo rescatar la economía venezolana consiguiendo el apoyo de la comunidad internacional. El gobierno, sin éxito, editó la grabación para hacer sonar nefasto lo que yo digo, mintió sobre el significado de la conversación y sobre mí, y ahora piensa entablar un juicio en mi contra.

Esto me ha hecho pensar sobre el eterno problema de la maldad. ¿Es ella enteramente relativa o existen bases objetivas para definir una conducta o un acto como maldad? ¿Ocurren todas las confrontaciones entre partes legítimas –siendo, por ejemplo, la persona que uno considera un terrorista el combatiente por la libertad para otro– o se puede decir que algunas peleas realmente son entre el bien y el mal?

Como hijo de sobrevivientes del Holocausto, siempre he sentido una aversión intuitiva hacia el relativismo moral. Pero, ¿qué bases objetivas existen para afirmar que los nazis encarnaban el mal? Según lo señala Hannah Arendt, abundaban los individuos como Adolf Eichmann y ellos “no eran perversos ni sádicos”, sino que, más bien, “eran, y todavía son, terrible y aterradoramente normales”. Una normalidad semejante surge del retrato que Thomas Harding pinta de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, un hombre orgulloso de haber sobresalido en el desempeño de la labor que se le asignó.

Entonces, ¿qué quiere decir maldad en primer lugar?

La filosofía moral ha enfocado esta cuestión desde dos puntos de vista muy diferentes. Para algunos, el objetivo es encontrar principios universales de los cuales derivar juicios morales: el imperativo categórico de Kant, el principio utilitario de Bentham y el velo de ignorancia de John Rawls, constituyen algunos de los ejemplos más conocidos.

Para otros, la clave consiste en comprender la razón que nos lleva a tener sentimientos morales para empezar. ¿Por qué la mente humana ha evolucionado de manera que genera sentimientos de empatía, repugnancia, indignación, solidaridad y piedad? David Hume y Adam Smith fueron los pioneros de esta corriente de pensamiento, la que eventualmente generó los campos de la psicología evolutiva y moral.

De acuerdo con este último punto de vista, los sentimientos morales evolucionaron para sustentar la cooperación entre los seres humanos. Nuestros genes nos programan para que sintamos preocupación ante el llanto de un bebé y empatía ante alguien que padece un dolor. Buscamos que los demás nos reconozcan y evitamos que nos rechacen. Uno se siente mejor sobre sí mismo cuando hace el bien, y peor cuando hace el mal. Estos son los fundamentos de nuestro sentido inconsciente de la moralidad.

En consecuencia, dudo de que una sociedad moderna alguna vez haya apoyado ampliamente lo que ella consideraba maldad. Hechos como el Holocausto o los genocidios en Ucrania (1932-1933), Camboya (1975-1979) o Ruanda (1994) se basaron ya fuera en el secretismo o en la diseminación de una visión del mundo distorsionada, diseñada para hacer que el mal pareciera el bien.

La propaganda nazi culpaba a los judíos de todo: de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, de los valores morales que impedían que la raza aria ejerciera su superioridad, y hasta del comunismo y del capitalismo. A los ucranianos se les acusó de ser espías polacos, kulaks, trotskistas, y de todo lo demás que se le ocurrió a Stalin.

La diseminación del mal requiere de mentiras porque ellas forman la base de la visión del mundo que hace que el mal parezca el bien. Pero el hecho de que la gran maldad dependa de la gran mentira nos da la oportunidad de contraatacar.

El biólogo Martin Nowak sostiene que la única forma en que los seres humanos han logrado mantener la cooperación es desarrollando maneras de bajo costo de castigar el mal comportamiento. Para desalentar a A de perjudicar a B, la reacción de C puede ser importante, porque si A sabe que C lo va a castigar por lo que le haga a B, posiblemente lo piense dos veces antes de hacerle daño a B.

Pero si el castigo es de alto riesgo o de alto costo para C, es posible que no dañe mucho a A, con lo que A puede creer que no tiene límites. Pero si C puede castigar a A de un modo que no tenga un alto costo y sea incluso agradable, la amenaza para A posiblemente sea de mayor contundencia.

Según este punto de vista, la necesidad de solucionar el dilema anterior constituye la base evolutiva de los chismes y la reputación. A los seres humanos nos gusta chismorrear, lo que puede perjudicar nuestra reputación, lo cual, a su vez, afecta la manera en que nos tratan los demás. Por lo tanto, el castigo a través de las habladurías es tanto de bajo costo como agradable –y el temor de A de convertirse en objeto de chismorreo por parte de C puede ser suficiente para desalentar su mala conducta hacia B.

Esto abre una importante vía para el control del mal. En las palabras del senador estadounidense y profesor de la Universidad de Harvard Daniel Patrick Moynahan, “cada uno tiene derecho a sus propias opiniones, pero no así a sus propios hechos”. Por lo tanto, una de las formas de detener el mal es atacando las mentiras en que se basa y condenando a quienes las proponen.

En Estados Unidos existe la tendencia natural a castigar a los candidatos políticos cuando mienten, pero especialmente sobre sus pecadillos personales. Sería estupendo, por ejemplo, si las calumnias de Donald Trump sobre los mexicanos impidieran que él fuera elegido presidente. Si dentro de la cultura política de algún país todos estuvieran de acuerdo en condenar las mentiras y a los mentirosos intencionales, sobre todo cuando su meta es promover el odio, ese país podría evitar un gran mal.

Pero, este no es el caso de Venezuela. Su gobierno ha hundido la economía y a la sociedad del país, encargándose de crear la tasa de inflación más alta del mundo y la segunda de homicidios, la mayor caída de la producción de todos los países a escala mundial, y para qué hablar de una escasez sin igual. Y, ahora, está mintiendo de manera sistemática sobre las causas del desastre que ha provocado e inventando chivos expiatorios.

El gobierno de Maduro les echa la culpa de su colapso económico a una “guerra económica” liderada por Estados Unidos, la oligarquía y el sionismo financiero internacional, del cual se supone que yo soy agente. El problema reside en que el gobierno prácticamente no ha pagado nada por sus sistemáticas mentiras, incluso cuando entre ellas se cuenta el haber hecho chivos expiatorios de los colombianos pobres, culpándolos de la escasez en Venezuela, expulsando de forma ilegal a cientos de ellos y destruyendo sus hogares.

Si bien algunos ex presidentes latinoamericanos se han pronunciado en contra de este ultraje, líderes importantes, como las presidentes Dilma Rousseff, de Brasil, y Michelle Bachelet, de Chile, han permanecido en silencio. Ellos deberían prestar atención a la advertencia de Albert Einstein: “Quienes toleran o fomentan la maldad ponen al mundo en mayor peligro que quienes realmente la practican”.

 

@ricardo_hausman

El Nacional

 

Del caradurismo y otros demonios por Laureano Márquez

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Es muy común en lengua española el llamar «caradura» a las personas  que -como dice el diccionario- actúan con «descaro y sin vergüenza».  Establecer una teoría general del caradurismo no es fácil. Lo primero que hay que decir es que está emparentado  con eso que se denomina «cinismo». Esta última palabra es la mutación en el significado del nombre de una escuela filosófica de la antigua Grecia, cuyo comportamiento era muy comprometido con la ética, cosa que no sucede en la acepción moderna de la palabra.  Un exponente de esta escuela  es Diógenes de Sínope y para dar idea de su actitud basta con recordar una anécdota: una vez le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres, pero nunca a los filósofos, siendo que estos también llevaban una vida cargada de miserias, a lo que él respondió: «porque todo el mundo piensa que algún día puede llegar a ser pobre, pero nunca a ser filosofo». Los cínicos antiguos -a diferencia de los de hoy- eran emblema de sinceridad y honestidad de vida, mientras que los actuales son expresión de «desvergüenza en el mentir y de la práctica de acciones o doctrinas vituperables».

    Una de las grandes preguntas que uno se hace frente a los cínicos o caraduras, sea en la cotidianidad de la cercanía o en las alturas del poder  es si efectivamente  se creen todo lo que dicen o mienten con premeditación. No deja de ser curioso que uno llame  «descarado» a un caradura, puesto que descaro viene de no tener cara. ¿Y como no puede tener cara quien la tiene de piedra? Cosas del idioma.

    Veamos algunos ejemplos de malos gobernantes: Nerón, para irnos bien lejos. ¿Sabía Nerón que estaba destruyendo a Roma o pensaba realmente que todo lo que acontecía era parte de una guerra religiosa desatada por los primitivos cristianos? Lo que llamamos ideología en el fondo es convertir nuestra particular visión del mundo en doctrina universal.  Marx no mentía, creía que su análisis de la sociedad era como el de Fleming de las bacterias, algo absolutamente científico y objetivo. Parece que muchos gobernantes tienen que perseverar ciegamente en la defensa de su discurso aunque este acabe con su patria. Naturalmente, en este caso los adulantes o como llamamos nosotros » jalabolas», cumplen un papel fundamental en hacerle creer al líder que nunca se equivoca. Stalin, para venirnos mas cerca, cambiaba la historia a capricho. Trotsky, uno de los grandes líderes de la revolución de octubre, termino siendo un traidor porque así lo decreto «el padrecito» y hasta se dispuso que desapareciera de las fotos en las que había figurado y que su vida fuese reinveintada con hechos en los que no tuvo nada que ver. Por algo Orwell tiene a la URSS como fuente de inspiración de sus novelas.

   El caradura puede ejercer su desverguenza conscientemente. En este caso también necesita un ingrediente moral: un fin superior. Hitler culpó a otros del incendio del Reichstag, pero lo hizo por la «superioridad» de su «raza», que para él era lo esencial.

Como se habla tanto de fascismo en estos tiempos es bueno recordar los 11 principios de Goebbels, el propagandista del fascismo:

1) Establecer un único enemigo.

2) Reunir diversos adversarios en una sola categoría.

3) Culpar al adversario de los propios errores.

4) Hacer de cualquier cosa intrascendente una amenaza grave.

5) Asumir que  las masas no son inteligentes y pueden ser manipuladas con engaños hábiles y que creerán cualquier cosa que se les asegure con determinación.

6) Entender que la propaganda debe ser simple, de pocas ideas, fácil de captar para el alma primitiva a la que le resulta mejor verlo todo en blanco y negro.

7) Crear elementos de distracción permanente, para decirlo en criollo, trapos rojos de forma que la gente tenga la mente ocupada en ellos y no sé de cuenta de la miseria que padece.

8) Armar falsedades a partir de la union de muchas medias verdades.

9) Acallar la expresión de todo aquello de lo que no se tenga respuesta coherente y creíble.

10) Fomentar odio a partir de criterios primitivos. Por ejemplo: enemigos fronterizos, xenofobia, etc.

11) Crear sensación de unanimidad, de que el que piensa como el poderoso, piensa como piensa todo el mundo.

    Si últimamente algo de lo descrito le suena familiar, seguramente es que algún cínico caradura se ha atravesado en su camino. Se reconocen fácilmente porque al escucharlos uno siente la sensación de que haber perdido la razón y por otra cosa: huelen a azufre.

 

@laureanomar 

 

¿Cree la gente las mentiras del Gobierno? por Reyes Theis

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El uso de la mentira es algo delicado que requiere algunos elementos para que el contenido sea creíble por la audiencia. Lo fundamental y que sabe desde un niño hasta un marido infiel, es que la mentira debe ser creíble.

No entramos aquí en las consideraciones de orden ético, que sin duda, nos llevaría a defender la defensa de la verdad a ultranza. Pero la verdad es que la mayoría de políticos caen en la tentación de no decir información que moleste a la audiencia y como sus éxitos dependen del juicio de la opinión pública, mentir puede ser una vía expresa, pero peligrosa.

Una vez que el Gobierno venezolano ha logrado el control hegemónico de los medios de comunicación, se podría pensar que esta realidad podría facilitar la difusión de información falsa o de rumores que al no tener contrapeso periodístico, se acepte como verdad sin ningún tipo de resistencia por la audiencia.

Esa es la base de la Teoría de la Aguja Hipodérmica planteada por Harold Lasswell (EEUU 1902-1978): la audiencia es inerme y manipulable ante unos medios de comunicación todopoderosos. El detalle es que esta tesis en 2027 cumplirá 100 años y que la investigación en el campo de la comunicación ha demostrado que los valores, las experiencias, los deseos, sentimientos y diversos aspectos relacionados con la audiencia, juegan un papel importante para que esta acepte o no el contenido del mensaje.

Cuando el Gobierno señala a paramilitares colombianos de ser los responsables de la inseguridad en Caracas, el Gobierno cuenta con que su maquinaria hegemónica hará el trabajo para que la gente así lo crea, de igual forma cuando el presidente de la República Nicolás Maduro acusa al “imperialismo” y a la “derecha” de los disturbios y saqueos en San Félix, estado Bolívar.

Pero, ¿Le puede creer el ciudadano humilde de las barriadas caraqueñas al Gobierno, cuando en su día a día tiene que lidiar con los malandros, muchos de los cuales vieron crecer? Cuando además saben que si algo se asemeja al paramilitarismo colombiano es al uso de colectivos oficialistas, que muchas veces manejan el negocio de la droga y del robo de vehículos en el barrio.

¿Puede creer el venezolano que se sacrifica en largas jornadas de colas en supermercados, la tesis gubernamental de que los disturbios en los centros de abastecimiento son generados por la oposición o por EEUU, cuando conocen de primera mano la realidad, porque la sufren a diario?

A estas alturas de juego, la hegemonía comunicacional, si bien sirve de dique momentáneo, ya que la gente se demora un poco en conocer lo que acontece en otras partes del país, al final la información fluye y la gente se termina enterando por diversas vías, las redes sociales, Internet o la llamada de un familiar o amigo.

En este sentido, el tamaño de la basura que ha acumulado el Gobierno es tan grande que es imposible esconderla debajo de la alfombra y más bien, en la medida que insiste en la mentira como argumento, no solo se deslegitima frente a sus adversarios, sino que va perdiendo además la credibilidad frente a sus seguidores. Las cifras de la encuestas no son entonces fruto de la casualidad.

 

@reyestheis