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maldad

Dic 29, 2015 | Actualizado hace 8 años
Paz, cielo y tierra por Alejandro Moreno

CieloyTierra

 

Tiempo de proclamación de la paz; no necesariamente de paz. Proclamación que es al mismo tiempo anunciación, pregón, desde los cielos y promulgación del amor que Dios tiene a todos los hombres. No sólo a los “de buena voluntad”, como una errónea interpretación del texto original del evangelista Lucas ha fijado en la tradición, pues la buena voluntad es la que Él nos tiene, dado que “nos quiere tanto”. No es la condición de bondad o maldad de cada persona lo que merece su amor sino el puro acontecimiento de ser hombre. Tanto nos quiere que nos da a su Hijo. “Un Niño nos ha nacido; un Hijo se nos ha dado… Príncipe de la paz (Is: 9,5)”.

Esto en el cielo y desde los cielos.

En la tierra, y en esta tierra hoy, todo un pueblo ha gritado, cantado, publicado a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales y a todas las olas del mar, que quiere, como Dios, paz total entre hermanos tengan el color del arco iris que quieran. El voto no sólo ha sido la proclamación de un deseo de paz sino una manera práctica de hacerla, de ponerla en marcha.

Por otra parte, no del cielo sino de las cavernas más profundas, sórdidas y tenebrosas de la tierra también está brotando el anuncio de guerra, de odio entre hermanos, no proclamado por ángeles sino por los espíritus inmundos que al parecer habitan los ánimos de algunos detentores de caducos y agonizantes poderes puestos al servicio de la arbitrariedad, la violencia y la opresión.

Las palabras de paz son divinas, celestiales, palabras hechas de la esencia del Niño y del Hijo, palabras cristianas, empapadas del amor de Cristo.

Las palabras de guerra son del maligno, cavernosas, hechas de la esencia del mal, anticristianas por estructura, empapadas del odio que también habita en la parte más sórdida de lo bestial del hombre.

A estos hombres, sin embargo, también los quiere Dios, les anuncia su voluntad de paz y los llama a integrarse al mundo de los pacíficos. No les pide la renuncia a ninguno de sus ideales, de sus colores, de sus proyectos y deseos; lo que les pide es que renuncien a toda violencia, a toda pretensión de forzar las voluntades, a toda práctica de imposición para lograrlos.

La Navidad nos llama a todos a ejercitar y ejecutar la paz y, por ende, al diálogo sincero, trasparente y fraterno en el que cada cual pueda ocupar su espacio en el momento sin dejar de promover al mismo tiempo, sin pretensiones de imposición y dominio, las novedades, revolucionarias o no, que le convencen como ideales para el bien de todos, sin exclusión alguna.

La paz sea con todos nosotros.

El Nacional

ciporama@gmail.com

Nov 06, 2015 | Actualizado hace 8 años
No tienen perdón por Marcelino Bisbal

No

 

Mucho se ha escrito y discutido sobre el tema del pecado y, por supuesto, también del perdón. Hay reflexiones ligeras que se dan a la luz de una conversación entre amigos y otras más profundas que se orientan en el campo de los estudios morales y teológicos. De ninguna manera pretendo entrar en esos terrenos. Mis palabras recogen una inquietud: la manera como últimamente se están dando los hechos y las acciones desde el gobierno hacia la sociedad, hacia los ciudadanos. Trato de ejercer el pensamiento en tanto crítica de lo visto, de la forma como se están ejerciendo las políticas públicas que deben ir orientadas a satisfacer las demandas sociales en pro de la felicidad y del bienestar.

Dentro de la narrativa cristiana, en su versión católica, el pecado tiene el significado de la mala voluntad de un ser libre. Hasta el mismo vocablo suena abominable. El pecado tiene que ver con la maldad. Es la trasgresión –nos dirá el humanismo cristiano– de la ley y “una ofensa libremente cometida contra el amor humano y divino, que el hombre no puede reparar”. Se nos dice también que el pecado no es más que un curso irregular de los acontecimientos.

¿El pecado, el mal, puede ser reparado? Aparece entonces el perdón. ¿Es posible reparar las consecuencias del pecado? Todo va a depender del tipo de pecado que se quiera perdonar. Para el evangelista Juan el perdón tendrá sus variantes: “A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”. Todo pecado, aunque no sea muy grave, ocasiona daños al otro, al prójimo. Mucho más las acciones graves que involucran la vida del otro, su existencia, su desarrollo en cuanto ser humano, su futuro y el de todo un país… “No se trata principalmente de que el hombre haya pecado y esté corrompido. El hombre peca y se corrompe”, se nos dirá desde una cierta postura religiosa que el tiempo ha logrado conservar en casi todas las creencias.

El título de este escrito es la expresión que en ocasiones usaba mi padre para repudiar alguna acción pública o privada que se ejercía desde el poder en contra del país, o algún ciudadano en particular.

La reflexión, con la que arrancamos el texto y su título, viene a cuento porque en los últimos tiempos han aparecido un conjunto de resoluciones que emanan desde el poder, que involucran nuestras vidas presentes y futuras. Son decisiones que atentan gravemente contra la supervivencia del país. Determinaciones que vemos y sentimos como pecado porque sus consecuencias son mortales para la mejora moral y material de la sociedad. Así vamos…

1-Un país a la deriva

En el noticiero gubernamental (Noticiero de la Patria), difundido en todo el espectro radioeléctrico del país por disposición de la Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos, el ministro para la Defensa, Vladimir Padrino López, anunciaba con voz marcial que el presidente de la República le había aprobado la cantidad de 480 millones de dólares para potenciar y alargarle la vida útil a los aviones Sukhoi. Porque “a pesar de la debacle de los precios petroleros, de toda la guerra económica contra el país, que es un  hecho concreto y real, a pesar de eso, el presidente es consciente de la necesidad de nuestra FANB, para que esté equipada para cumplir su misión constitucional”. Seguía diciendo el ministro que de esta forma se garantizaba la protección a nuestro espacio aéreo, al igual que la soberanía e independencia.

Preguntas: ¿Cuál soberanía? ¿Cuál independencia? Respuestas: los anaqueles están vacíos; las colas para adquirir alimentos se multiplican por todo el país desde horas de la madrugada; aumentan las cifras de muertes por violencia e inseguridad; crece la impunidad; tenemos la más alta inflación del planeta; escasean las medicinas para todo tipo de dolencias y enfermedades, pero el ministro de Salud dice que “no hay escasez de medicamentos”; los pañales y las toallas sanitarias son un bien preciado por su inexistencia; estallan granadas contra sedes policiales a la vista de la Operación para la Liberación y Protección del Pueblo, se producen detenciones arbitrarias y allanamientos ilegales, pero la ministra Iris Varela declara que “somos campeones en derechos humanos”… También hemos sido sorprendidos por la huida y las declaraciones del ex fiscal nacional Franklin Nieves cuando dice que: “El 100% del caso Leopoldo López lo inventamos. Las pruebas y la investigación fueron inventadas. Todos los testimonios son falsos”.

Cuando vemos todo lo que está pasando y hacia dónde han llevado al país no podemos más que escribir aquello que nos recuerda el escritor José Saramago referido a Cicerón: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”. Quiero pensar que el 6-D será el comienzo de la restitución democrática, no con armas; bastarán tan solo los votos.

2-Ilusiones perdidas

Hubo un tiempo en que cierta intelectualidad mundial se sintió atraída sobre lo que en Venezuela se quería instaurar con el llamado socialismo del siglo XXI. Este fue el caso, entre otros, del norteamericano Noam Chomsky, padre de la llamada gramática generativa y lingüista.  Recientemente Chomsky declaraba que “el modelo de Chávez ha sido destructivo” y se pregunta el por qué: “Hubo varios cambios instituidos desde arriba, bastante pocos relacionados con la iniciativa popular, con algo de participación, pero no. Venían desde arriba principalmente… Pero en este momento, de nuevo, la tremenda corrupción y la incompetencia del país nunca lograron liberarse de la dependencia casi total de una exportación única, el petróleo”. Cuatro años atrás este intelectual de izquierda había marcado sus diferencias en carta pública pidiendo la liberación de la jueza María de Lourdes Afiuni.

La voz discordante del presidente se hizo notar: “Yo creo que Noam Chomsky no está bien informado… es bueno conseguir el contacto… y conversar con él un rato porque no está bien informado, porque de pronto solo se informa con CNN o con algunas publicaciones estadounidenses”. Vuelve a repetir: “Conversar para informarle sobre la nueva realidad del país”.

Hoy, todas las encuestas coinciden revelándonos esa nueva realidad: “76% cree que la situación económica de su familia es mala; a 75% no le alcanza lo que gana y 21% dice que vive con lo justo; 81% considera que la cosa está empeorando; 36% echa de menos todos los productos; 87% cree que las colas son injustas; 46%, que los saqueos se deben a que la gente tiene hambre; 68% cree que vivimos en dictadura; 71% cree que el hobierno es mentiroso…”. Esta es la nueva realidad en la vida del venezolano.

Es tal el des-orden que no tienen perdón. Aquel sueño nacido a finales de los años noventa, se convirtió en pesadilla.

 

El Nacional

En el mal la vida es más sabrosa por Laureano Márquez

bienymal

 

    Vistos los acontecimientos de esta semana, es inevitable una reflexión sobre el mal y la maldad. ¿Existe la maldad? Muchos venezolanos de este tiempo estamos convencidos de que sí y de que, además, tiene demasiado tiempo veraneando en nuestra tierra.

I

    La primera cuestión que surge sobre el mal es si realmente existe, o dicho en términos filosóficos, tiene ser. ¿Es el mal la ausencia de bien o la abundancia de bienes mal habidos? ¿Puede un corrupto ser feliz sabiendo que es malo o requiere de un proceso psicológico que justifique su maldad? Las respuestas a estas preguntas son de suma importancia en la tradición occidental cristiana. Es la indagación más común en la gente el preguntarse: ¿si Dios es bueno por qué permite tanta maldad? En un tiempo, la respuesta teológica era que el mal no existe, solo es una privación del bien (“privatio boni”), es ausencia de lo que debería ser. Vamos a ver: supongamos que yo soy por decir algo…  un… lo primero que se me viene a la cabeza: …un fiscal del ministerio público y mis acciones condenan a un inocente. Eso parece ser algo más que una “privatio boni”. Un teólogo me dirá que en verdad yo conocía cual era el buen camino, pero en función de la libertad, que es un don divino, yo decidí no tomarlo.

II

    Según los antiguos griegos, el mal solo puede ser consecuencia de la ignorancia. Una persona sabia entiende que lo que más conviene a sí mismo es obrar bien porque el mayor bien es el bien moral y como somos egoístas por naturaleza y queremos para nosotros el mayor bien, no hay mejor negocio, ni nada más inteligente que ser bueno. En  otras palabras, Sócrates les diría a todos los titulares de cuentas mal habidas en Andorra, que más que millonarios vivos, son unos pobres brutos al creer que porque se chorearon 1.000.000.000.000,00 de $ van a alcanzar el mayor bien que es el de ser virtuosos (como sí lo es el rector de la UCAB). Claro que ellos desde su Ferrari, su yate y su casota se reirán del filósofo que bebe cicuta por obedecer las leyes, pero el filósofo será eternamente bueno y eso sí que no tiene precio. Sócrates les diría: si todo el mundo se comportara como ustedes no tendrían ni siquiera donde gastar ese dinero. ¡Imagínense un mundo solo poblado de corruptos! Dicho de otra manera: ser malo puede producir dividendos únicamente porque la humanidad es mayoritariamente buena y por ello hay esperanza en el hombre. Dios no tolera el mal, acompaña al hombre que lo sufre y lo sufrió en su propia carne, para redimirnos de él aquí y ahora.  

III

   Hegel decía que el mal también tiene su utilidad en la formación del espíritu del mundo. ¿Cómo sabríamos si no dónde está el bien? Sin Hitler o Stalin en toda su maldad, quien quita que la humanidad hubiese caído en una experiencia fascista o comunista peor, irremediable y definitiva. Dios y la maldad coexisten porque sin la opción de escoger el mal no seríamos libres. Somos libres porque podemos decidir tomar distintos caminos morales y éticos: en este será una cuenta milmillonaria mal habida en Suiza, en aquel encontrar la cura a la lepra y salvar a millones (de personas). Entonces, desocupado lector, si sientes que solo ves maldad a tu alrededor -sea esta porque hay ignorancia del bien o por imposibilidad de tomar el camino correcto aunque lo conozcan-, el día 6 de diciembre tienes la oportunidad de ejercer tu libertad–con todas las limitaciones del caso, lo sé-, de expresar con todas tus fuerzas un contundente ¡yo no!  

   La maldad no debe espantarnos. Lo verdaderamente esperanzador es que siendo el mal tan sabroso, haya tanta gente optando por el bien.

 

 

@laureanomar

Oct 28, 2015 | Actualizado hace 8 años
La maldad, la mentira y Venezuela por Ricardo Hausmann

Comportamiento

 

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha vuelto a tener un problema conmigo. El canal nacional de televisión, controlado por el gobierno, recientemente emitió una conversación telefónica privada, grabada de manera ilegal, en la que yo propongo realizar un estudio para ver cómo rescatar la economía venezolana consiguiendo el apoyo de la comunidad internacional. El gobierno, sin éxito, editó la grabación para hacer sonar nefasto lo que yo digo, mintió sobre el significado de la conversación y sobre mí, y ahora piensa entablar un juicio en mi contra.

Esto me ha hecho pensar sobre el eterno problema de la maldad. ¿Es ella enteramente relativa o existen bases objetivas para definir una conducta o un acto como maldad? ¿Ocurren todas las confrontaciones entre partes legítimas –siendo, por ejemplo, la persona que uno considera un terrorista el combatiente por la libertad para otro– o se puede decir que algunas peleas realmente son entre el bien y el mal?

Como hijo de sobrevivientes del Holocausto, siempre he sentido una aversión intuitiva hacia el relativismo moral. Pero, ¿qué bases objetivas existen para afirmar que los nazis encarnaban el mal? Según lo señala Hannah Arendt, abundaban los individuos como Adolf Eichmann y ellos “no eran perversos ni sádicos”, sino que, más bien, “eran, y todavía son, terrible y aterradoramente normales”. Una normalidad semejante surge del retrato que Thomas Harding pinta de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, un hombre orgulloso de haber sobresalido en el desempeño de la labor que se le asignó.

Entonces, ¿qué quiere decir maldad en primer lugar?

La filosofía moral ha enfocado esta cuestión desde dos puntos de vista muy diferentes. Para algunos, el objetivo es encontrar principios universales de los cuales derivar juicios morales: el imperativo categórico de Kant, el principio utilitario de Bentham y el velo de ignorancia de John Rawls, constituyen algunos de los ejemplos más conocidos.

Para otros, la clave consiste en comprender la razón que nos lleva a tener sentimientos morales para empezar. ¿Por qué la mente humana ha evolucionado de manera que genera sentimientos de empatía, repugnancia, indignación, solidaridad y piedad? David Hume y Adam Smith fueron los pioneros de esta corriente de pensamiento, la que eventualmente generó los campos de la psicología evolutiva y moral.

De acuerdo con este último punto de vista, los sentimientos morales evolucionaron para sustentar la cooperación entre los seres humanos. Nuestros genes nos programan para que sintamos preocupación ante el llanto de un bebé y empatía ante alguien que padece un dolor. Buscamos que los demás nos reconozcan y evitamos que nos rechacen. Uno se siente mejor sobre sí mismo cuando hace el bien, y peor cuando hace el mal. Estos son los fundamentos de nuestro sentido inconsciente de la moralidad.

En consecuencia, dudo de que una sociedad moderna alguna vez haya apoyado ampliamente lo que ella consideraba maldad. Hechos como el Holocausto o los genocidios en Ucrania (1932-1933), Camboya (1975-1979) o Ruanda (1994) se basaron ya fuera en el secretismo o en la diseminación de una visión del mundo distorsionada, diseñada para hacer que el mal pareciera el bien.

La propaganda nazi culpaba a los judíos de todo: de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, de los valores morales que impedían que la raza aria ejerciera su superioridad, y hasta del comunismo y del capitalismo. A los ucranianos se les acusó de ser espías polacos, kulaks, trotskistas, y de todo lo demás que se le ocurrió a Stalin.

La diseminación del mal requiere de mentiras porque ellas forman la base de la visión del mundo que hace que el mal parezca el bien. Pero el hecho de que la gran maldad dependa de la gran mentira nos da la oportunidad de contraatacar.

El biólogo Martin Nowak sostiene que la única forma en que los seres humanos han logrado mantener la cooperación es desarrollando maneras de bajo costo de castigar el mal comportamiento. Para desalentar a A de perjudicar a B, la reacción de C puede ser importante, porque si A sabe que C lo va a castigar por lo que le haga a B, posiblemente lo piense dos veces antes de hacerle daño a B.

Pero si el castigo es de alto riesgo o de alto costo para C, es posible que no dañe mucho a A, con lo que A puede creer que no tiene límites. Pero si C puede castigar a A de un modo que no tenga un alto costo y sea incluso agradable, la amenaza para A posiblemente sea de mayor contundencia.

Según este punto de vista, la necesidad de solucionar el dilema anterior constituye la base evolutiva de los chismes y la reputación. A los seres humanos nos gusta chismorrear, lo que puede perjudicar nuestra reputación, lo cual, a su vez, afecta la manera en que nos tratan los demás. Por lo tanto, el castigo a través de las habladurías es tanto de bajo costo como agradable –y el temor de A de convertirse en objeto de chismorreo por parte de C puede ser suficiente para desalentar su mala conducta hacia B.

Esto abre una importante vía para el control del mal. En las palabras del senador estadounidense y profesor de la Universidad de Harvard Daniel Patrick Moynahan, “cada uno tiene derecho a sus propias opiniones, pero no así a sus propios hechos”. Por lo tanto, una de las formas de detener el mal es atacando las mentiras en que se basa y condenando a quienes las proponen.

En Estados Unidos existe la tendencia natural a castigar a los candidatos políticos cuando mienten, pero especialmente sobre sus pecadillos personales. Sería estupendo, por ejemplo, si las calumnias de Donald Trump sobre los mexicanos impidieran que él fuera elegido presidente. Si dentro de la cultura política de algún país todos estuvieran de acuerdo en condenar las mentiras y a los mentirosos intencionales, sobre todo cuando su meta es promover el odio, ese país podría evitar un gran mal.

Pero, este no es el caso de Venezuela. Su gobierno ha hundido la economía y a la sociedad del país, encargándose de crear la tasa de inflación más alta del mundo y la segunda de homicidios, la mayor caída de la producción de todos los países a escala mundial, y para qué hablar de una escasez sin igual. Y, ahora, está mintiendo de manera sistemática sobre las causas del desastre que ha provocado e inventando chivos expiatorios.

El gobierno de Maduro les echa la culpa de su colapso económico a una “guerra económica” liderada por Estados Unidos, la oligarquía y el sionismo financiero internacional, del cual se supone que yo soy agente. El problema reside en que el gobierno prácticamente no ha pagado nada por sus sistemáticas mentiras, incluso cuando entre ellas se cuenta el haber hecho chivos expiatorios de los colombianos pobres, culpándolos de la escasez en Venezuela, expulsando de forma ilegal a cientos de ellos y destruyendo sus hogares.

Si bien algunos ex presidentes latinoamericanos se han pronunciado en contra de este ultraje, líderes importantes, como las presidentes Dilma Rousseff, de Brasil, y Michelle Bachelet, de Chile, han permanecido en silencio. Ellos deberían prestar atención a la advertencia de Albert Einstein: “Quienes toleran o fomentan la maldad ponen al mundo en mayor peligro que quienes realmente la practican”.

 

@ricardo_hausman

El Nacional

 

Maldad fuera de foco por Gonzalo Himiob Santomé

FueradeFoco

 

 

-Es que esos dos funcionarios están preguntando por usted.

 

Me habían ya bajado del avión en el que con mi flamante esposa me dirigía a mi luna de miel. No entendía muy bien qué pasaba, pues había recibido mis pases de abordaje y pasado la inmigración de Maiquetía sin problemas y la espera, antes de subirnos al avión, había sido relativamente larga, lo suficiente como para que todas estas incomodidades y cualquier duda que pudiera haber sobre mi viaje, mi destino y mis intenciones se resolvieran antes de que ya estuviera sentado esperando por el despegue.

Lo primero que me dijo el supervisor de la aerolínea fue algo sobre que yo tenía “prohibido el acceso” a Norteamérica. Eso me extrañó mucho, pues no existe ninguna razón legal para ello y no es la primera vez que viajo al norte. Algo me decía que la cosa tenía más que ver con los “dos funcionarios” que estaban “preguntando por mí”.

En esas estábamos, y la verdad es que dado el momento en el que se me informó que debía bajarme del avión, a apenas minutos del despegue, ya me había resignado y me había hecho a la idea de que mi viaje quedaría truncado. Ya me hacía saliendo de Maiquetía con mis maletas sin desempacar y buscando un taxi que nos llevara, con nuestra frustración a cuestas, a casa. Lo que más dolía en ese instante era tener que decirle a mi esposa, que me esperaba dentro del avión sin saber qué pasaba, que no nos iríamos de luna de miel. Me costó mucho tener que pedirle a la aeromoza que le informara que debería bajarse también, que aparentemente no había nada que hacer. Ella sabe con quién se casó, y está completamente al tanto de los riesgos que eso implica, pero de todos modos hay ilusiones que cuando se quiebran no pueden armarse de nuevo. Es cuestión de oportunidades que, si pasan, luego no vuelven.

En fin, me volví entonces a ver a los “dos funcionarios” que estaban “preguntando por mí” y que al parecer fueron los que comenzaron todo. Se mantenían a varios metros de distancia, jugando a que “miraban a otro lado” mientras trataban de hablarse sin mover los labios, como para que nadie “se diera cuenta”. Si no hubiera sido tan desagradable la situación, su contradictorio y cantinflérico empeño en parecer “importantes” y “malos” y en “disimular”, todo a la vez y mezclado, hubiera sido hasta cómico. Me llamó también la atención su corta estatura y el gran tamaño de sus barrigas, solo comparables en proporción con el tamaño de sus pistolas, que alguna carencia inconsciente debían estar compensando. Por un segundo, por esas trampas que la mente nos tiende en los momentos más inoportunos, me preocupó que la seguridad de nuestro principal aeropuerto internacional estuviera en manos de sujetos tan risibles y tan poco aptos como esos “dos funcionarios”, que tratando de permanecer “encubiertos”, lo que hacían era mostrarse cada vez más notorios. Cualquiera, sin ser necesariamente un atleta, huiría fácilmente de esas piernas cortas y regordetas en apenas unas zancadas, y si trataran de sacar sus armas, si es que eso les toca, amarradas como estaban a sus cinturones y presas como se las veía bajo unos cuantos, demasiados, kilos de panza, eso les tomaría más tiempo del que cualquier “choro” normal necesitaría para escapárseles, o para algo peor.

Pero estaban disfrutando su maldad desenfocada y eso no había que menospreciarlo. Me imagino que la elección del momento exacto para la gracia era parte de su show. Era una estrategia dirigida a hacerme perder el vuelo, aunque no hubiera razones para ello. Bajarme del avión cuando ya estaban por cerrar sus puertas para despegar, por las razones que fuera, era su manera “revolucionaria” de echarme una buena broma, incluso si no tenían causa justa ni motivos para retenerme.

El personal de la aerolínea, sin embargo, desconfiaba. La situación no era usual, y algo no cuadraba en los oscuros e insidiosos empeños de los funcionarios. Ya la orden de bajar mis maletas estaba dada pero antes de consumar el daño pasó algo que marcó la diferencia: Se les exigió a los “dos funcionarios” que “preguntaban por mí” que mostraran cualquier orden judicial que tuviesen contra mí, o al menos un oficio que justificase la solicitud de información que estaban formulando a la aerolínea. Eso, por supuesto, los desarmó. No tenían autorización alguna para exigir que se me bajara del avión ni tenían orden judicial que les permitiese pedir información a nadie sobre mi destino o sobre mi vuelo. Incluso se les preguntó si sobre mí pesaba una orden de captura y tuvieron que responder, tal como es, que “no tenían conocimiento de eso”. Así las cosas, no había motivo legal alguno que impidiese mi viaje.

Ese acto de simple apego a la legalidad, ese pequeño acto de valentía, reveló a los “dos funcionarios” como lo que en realidad eran. No eran agentes policiales cumpliendo legalmente su deber, no eran garantes del orden haciendo su trabajo, eran simples “sapos”, burdos “patriotas cooperantes” de esos que tanto llenan las bocas de algunos oficialistas pantalleros, que estaban ansiosos por “ganarse unos puntos” con algún revolucionario farandulero que quisiera en algún programa de TV dárselas de informado y de todopoderoso revelando a los cuatro vientos, violando la ley además y como ya lo han hecho otras veces con otros miembros del Foro Penal Venezolano, si uno viaja o no.

Si nuestros “servicios de Inteligencia” funcionan así, qué Dios nos agarre confesados. No solo por la ilegalidad evidente del desempeño, por la ineptitud patente y por la clara cobardía, de los mal disimulados “patriotas cooperantes”, que en ningún momento se atrevieron a darme la cara o a preguntarme directamente lo que querían saber, que se los habría dicho de buena gana porque no tengo nada que ocultar; sino además porque un simple paseo por Internet, una simple revisión de las redes sociales, le hubiera mostrado a quién quisiera saberlo exactamente qué había hecho, con quién estaba y a dónde me dirigía. Hasta para ser malo, digo yo, hay que tener un mínimo de neuronas en la cabeza.

Pero ese el problema de medir a los demás con vara ciega, creyendo que todos nos comportamos como lo hacen quienes no tienen la conciencia limpia. No todos andamos ocultándonos ni escondiendo lo que hacemos o lo que dejamos de hacer. Eso se lo dejamos a los delincuentes, a los que no terminan de decirle al país dónde nacieron en realidad o cuándo en verdad es que murió Chávez, y a los que están involucrados en graves actos de corrupción, de narcotráfico o de lavado de capitales. Los demás, los que no la debemos, no la tememos.

Ya en el vuelo, superado el trance, me preguntaba qué sería de mi país si en lugar de estar persiguiendo espejismos, delirios, utopías y farsas, o si en lugar de perder plata y recursos en “patriotas cooperantes” y en “sapos” incapaces y malsanos, nuestro gobierno se ocupara de cumplir con su deber y de trabajar por el bien de todos.

Otro gallo cantaría, seguramente.

 

@HimiobSantome