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Derechos sin revés: La tolerancia no es indulgencia o indiferencia, es respeto

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La tolerancia es una virtud, con una doble perspectiva: moral y política. En realidad es una virtud de la democracia porque el respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad ni la razón absolutas, son el fundamento de la tolerancia. “Sin la virtud de la tolerancia, la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo» (Victoria Camps Virtudes públicas, 1990).

La tolerancia es la aceptación consciente y positiva de las diferencias culturales, políticas o morales (de grupos estables organizados o de personas individuales) porque representan otras formas de pensamiento o de acción, sin que esto suponga una renuncia a las propias convicciones ni ausencia de compromiso personal.

La tolerancia a veces es mal entendida como la necesidad de aguantar, soportar, resistir, sufrir, consentir, permitir, cuando  en realidad el acto de tolerar conlleva una actitud caracterizada por el esfuerzo para reconocer las diferencias y comprender al otro, es decir, reconocer su derecho a ser distinto. “La tolerancia hace posible la diferencia; la diferencia hace necesaria la tolerancia” (Michael Walzer, Tratado sobre las tolerancia, 1998).

Lamentablemente, desde la infancia se enseñan y refuerzan nociones ligadas a prejuicios y rigidez en las propias creencias e ideas, vistas como las únicas válidas y que impiden el reconocimiento del otro.  A veces, solo por  ignorancia y por temor a lo desconocido, a otras culturas, religiones y naciones, a distintas formas de pensamiento, se practica la intolerancia.

La injusticia, la violencia, la discriminación y la marginalización son formas comunes de intolerancia, pero la educación es un elemento clave para luchar contra estas formas de exclusión y ayudar a los jóvenes a desarrollar una actitud independiente y un comportamiento ético. La diversidad de religiones, culturas, lenguas y etnias no debe ser motivo de conflicto sino una riqueza valorada por todos.

De allí que la Organización de Naciones Unidas se comprometiera a fortalecer la tolerancia mediante el fomento de la comprensión mutua entre las culturas y los pueblos, imperativo presente en la base de la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En 1995, los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) adoptaron una Declaración de Principios sobre la Tolerancia. La Declaración afirma, entre otras cosas, que la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, es el respeto y el saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos. La tolerancia reconoce los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. La gente es naturalmente diversa; solo la tolerancia puede asegurar la supervivencia de comunidades mixtas en cada región del mundo.

La Declaración describe la tolerancia no sólo como un deber moral, sino como un requerimiento político y legal para los individuos, los grupos y los estados. Sitúa a la tolerancia en el marco del derecho internacional sobre derechos humanos, elaborados en los últimos cincuenta años y pide a los Estados que legislen para proteger la igualdad de oportunidades de todos los grupos e individuos de la sociedad.

La Declaración de Principios sobre la Tolerancia la adoptó la Unesco el 16 de noviembre de 1995, y un año después, la Asamblea General invitó a los Estados Miembros a que cada año, en esa misma fecha, se observara el Día Internacional para la Tolerancia con actividades dirigidas tanto a los centros de enseñanza como al público en general.

La Declaración establece que una conducta tolerante implica un discernimiento individual para respetar y aceptar las diferencias raciales, políticas, sexuales y sociales de los demás. Asimismo, la tolerancia se encuentra estrechamente ligada al deber que tiene toda persona de respetar los derechos humanos de las otras personas. El derecho a la libertad e igualdad y la prohibición de la discriminación son derechos humanos reconocidos expresamente en tratados internacionales de los que Venezuela es parte.  

El deber que todos tenemos de respetar los derechos de los demás no le resta responsabilidades al Estado, en el sentido de ser el garante y responsable último de la protección de los derechos humanos.

Por eso es importante que los Gobiernos protejan y promuevan una cultura de respeto por los  derechos humanos, prohíban los crímenes y las prácticas discriminatorias contra las minorías, independientemente de que se cometan por organizaciones privadas, públicas o individuos.

Sin embargo, las leyes son necesarias pero no suficientes para luchar contra la intolerancia y los prejuicios individuales. Por eso es necesario poner énfasis en la educación y enseñar la práctica de la tolerancia y los derechos humanos, aunque la educación es una experiencia vital que no empieza ni termina en la escuela. Los esfuerzos para promover la tolerancia tendrán éxito si se aplican a todos los grupos en todos los entornos: en casa, en la escuela, en el lugar de trabajo, en el entrenamiento de las fuerzas del orden, en el ámbito cultural y en los medios sociales.

Ausentismo, indiferencia y …, por Armando Martini Pietri

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Lo que sucede en esta maravillosa Venezuela destrozada por un sistema que ha carcomido, contagiando y contaminado a gran parte de la sociedad y sus ciudadanos. ¿Qué nos está pasando? ¿Cuándo ocurrió? ¿Dónde extraviamos el rumbo? En realidad, lo venimos perdiendo desde hace muchos años, cuando estalló aquella avalancha de dólares tras la crisis petrolera que embaló los precios hacia arriba, curioso que con el excremento del diablo hallan reventado importantes crisis, de moralidad y aparición de sospechosos nuevos ricos que no pueden justificar sus formidables éxitos económicos; suele ser cierto que dinero trae dinero, pero algunos sinvergüenzas exageran de manera vergonzosa.  

Nos hemos convertido en una colectividad indiferente, con miedo, desesperada por comida y medicina, azotados por la inseguridad, con pocos políticos y demasiados politiqueros, sin dirección, esperanza o futuro. Se alcanzó el extremo irresponsable de dirigentes que captaron la confianza de ciudadanos dignos, esforzados, valerosos, que una y otra vez han aguantado promesas incumplidas y desengaños, problemas que se repiten con nuevas caras, nacientes voces que ofrecen lo ya prometido y vuelven a fallar. Engañan a la ciudadanía y luego los culpan por no confiar en ellos. Que ironía e incoherencia.

De lo terrible, lo más inexcusable es la ausencia, al dejar lo que esperan y demandan los pueblos por hacer lo que aspira el político -gerente, capataz, o profesional. No importa quién sea. Quienes dirigen comunidades públicas o privadas tienen un deber prioritario con los grupos humanos que lideran; no es tarea fácil, es una gran responsabilidad y eso es lo grande de ser dirigente. Algo a lo que no se puede fallar y de fracasar, lo aconsejable es retirarse.

Que algunos diputados -y sus suplentes- dejen solitaria la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, para la cual no los nombraron sino mucho más, fueron electos, es pura y simplemente imperdonable. Se entiende que muchos tienen problemas de toda índole, pero ¿y los relevos? ¿Cómo es posible que el presidente de la Asamblea Nacional se encuentre, con un salón semivacío?

Los oficialistas vienen malogrando a sus electores a causa de una política intransigente del Polo Patriótico, -que no es ni patriótico ni polo- y del régimen al cual obedecen ciegamente y sin la menor personalidad. Que exista el ilegítimo organismo paralelo de la Constituyente no los exime de su responsabilidad con quienes, por ideología, fantasía u órdenes del partido los eligieron.

Mucho más delicado e irritable es con los parlamentarios opositores, pues no sólo fueron electos por fe y esperanza, sino que además miles de ciudadanos salieron día tras día a las calles a seguir sus llamados, a defenderlos como representantes de la libertad de elección y expresión, a enfrentarse a la más feroz represión con riesgo de sus vidas, y por eso ahora ni entienden ni tienen por qué entender que sus dirigentes estén pendientes de unas elecciones ilegales, descuidando la batalla diaria, el testimonio fundamental en el centro de la democracia, el Poder Legislativo.

El ausentismo es aceptado como sinónimo de absentismo, un error. Abstenerse es cumplir con la asistencia optando no decidir entre una y otra propuesta. Ausentismo es no asistir, no hacerse presente, dejar el campo vacío. Causan hilaridad cuando de conquistar espacios se trata. 

En el terreno laboral, el ausentismo es el incumplimiento de la obligación de un trabajador de asistir al lugar donde desarrolla sus tareas habituales. Eso precisamente es lo que está ocurriendo con algunos representantes a la Asamblea Nacional. No acuden a su trabajo y en consecuencia deben ser despedidos por inobservancia de la ley. No cumplen el compromiso para su elección, concebir leyes y legislar. De ningún modo fue para convertirse en candidatos a gobernadores o activistas en respaldo a candidaturas. Un diputado –y la convocatoria del suplente, que para eso está- no puede, en la situación terrible que vive hoy la democracia, abandonar su responsabilidad. Ambiciones egoístas e intereses, perjuros a su juramento se postulan. El pueblo necesita la atención de sus dirigentes. Pero entre codicias y avaricias están embelesados.

Sólo la enfermedad, causas de fuerza mayor, o muerte justifican semejante irresponsabilidad que, por incivil, merece castigo ejemplar. Son ustedes quienes deben dar ejemplo de buenos ciudadanos, en vez del patético, lastimoso y deplorable que están proporcionando.

Adicionar, otra angustia a los ya demasiados golpeados venezolanos. Gracias a las elecciones -que ni siquiera son “regionales”, sólo de gobernadores- los líderes del enfrentamiento a la dictadura han dejado al pueblo en una gran confusión. Quizás al final acudan a votar, pero no serán votos de certidumbre y convicción sino actos de cumplimiento y obligación sin entusiasmo. 

La Constituyente cubano castrista -al decir de algunos- se consolida poco a poco a pesar del inmenso rechazo y desconocimiento de más de 40 países, múltiples organizaciones alrededor del mundo y la gran mayoría de los venezolanos. La razón: el politiquerismo haragán y displicente de dirigentes que creen ser dueños de voluntades y no como debe ser, representantes de anhelos ciudadanos.

Han mediocrizado la dignidad del político, dejándose usurpar espacios naturales, prácticamente desatendieron su sede, como lo han hecho con exiliados y presos políticos que no tienen padrinos sino avidez abnegada de libertad, y a quienes sólo mencionan como consigna política cuando conviene. Sin embrago, atrevidos indecorosos van más allá y hacen campaña, profiriendo que son o representan a los escuderos y la resistencia. Un ultraje ofensivo, una argucia que por absurda merece repudio.

No se obligan con mandatos ciudadanos, sólo atienden comodidades y oportunidades. Oficialistas retribuirán el favor, agradecidos que los abastezcan de oxígeno y tiempo; para luego dejarlos sucumbir, como siempre lo han hecho. Ahora sucede que los diligentes aprovechados se han dado cuenta, por eso, con castidad virginal conciertan agazapados añorando que esta vez no sea así.

 

@ArmandoMartini

Enrique, Carlos… ¡gracias!, por Carolina Jaimes Branger

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Venezuela es un país de grandes contrastes. De contrastes en todo. En las grandes mentiras y en las grandes verdades. En los actos más viles y en las mejores acciones. En las fiestas más rocambolescas y en la gente comiendo basura. En la capacidad de no ver más allá de las propias narices y en entregarse a los semejantes con absoluto desprendimiento.

En los procesos ideologizantes que se llevan a cabo en las escuelas y en los gritos que claman “libertad” desde las mazmorras más escalofriantes. En la superficialidad de quienes ven al mundo sin problemas y en quienes tienen todos los problemas del mundo. En los actos de valentía más elevados y en las acciones de cobardía más despreciables. En los que están dispuestos a morir por un ideal y en los que no tienen ideales. En los que tienen de sobra y en los que les falta todo. En los que creen que se las saben todas y en los que están convencidos de que no pueden sabérselas todas. En los fanfarrones y en los humildes.

En los que quieren y no pueden y en los que pueden y no quieren. En los que desean mejorar y en los que quieren quedarse en una eterna mediocridad. En los que esperan que alguien les resuelva sus problemas y quienes les resuelven los problemas a los demás. En quienes se van y quienes se quedan. En quienes quieren volver y quienes se quieren ir. En quienes sueñan y en quienes lloran. En los cínicos y en quienes tienen esperanzas. En quienes son indiferentes y en quienes velan por los demás. En quienes celebran y en quienes gimen.

La tragedia es que la balanza se inclina hacia el lado de la indiferencia o la maldad. Por esto, porque en estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir, estoy convencida de que hay que celebrar los actos de hermandad, de solidaridad y de amor. Les he hablado en otras ocasiones de Tuti, mi hija especial. Ella va todas las semanas a un acto cultural que le fascina. Ahí se siente a gusto, porque todos la quieren. No sólo es bienvenida, sino celebrada e integrada. Dentro de ese grupo maravilloso de personas, hay dos en particular que le han dado amor, que la han incluido y a quienes quiero agradecer desde el fondo de mi corazón de madre. Son ellos Enrique Berrizbeitia y Carlos Bendahán. Tuti habla de ellos todo el tiempo y los días de verlos son una anticipación gozosa.

No se necesita mucho para hacer feliz a Tuti. Y en su discapacidad, como en todas las discapacidades, lo que le falta por un lado lo tiene con creces por otro: ella puede recibir y dar amor a raudales. Lo aprecia, lo entiende, lo transmite. No sé por dónde andará su edad mental, tal vez alrededor de los ocho años, pero es conmovedor escucharla mencionar a Enrique y a Carlos como si fueran sus contemporáneos. Como si fueran sus compañeros de juegos. Y como los amigos a esa edad, ellos entienden todo, saben todo, se compenetran en todo. Si alguien que no los conoce le pregunta a Tuti quiénes son ellos, su respuesta es contundente: “son mis amigos”.

Que dos adultos que tienen sus trabajos, sus familias, sus intereses y sus problemas se tomen ratos de su tiempo –cada vez más precioso en la Venezuela de hoy- para hacer feliz a una joven especial, es algo muy hermoso. Y si para Tuti ellos son sus amigos, estoy segura de que tanto Enrique como Carlos consideran que Tuti también es amiga de ellos y que además, no es distinta de otras amigas.

¿Cuándo volveremos los venezolanos a ser personas de amar a los semejantes, sin importar su condición?… Tal vez Enrique y Carlos tengan la respuesta…

 

@cjaimesb

Lo que hemos olvidado, por Carolina Jaimes Branger

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Los venezolanos somos otros. Cuando nos dijeron que Venezuela cambió para siempre, muchos creímos que era una fanfarronada. Pero no, fue verdad.

A los venezolanos se nos olvidó lo que es vivir. En Venezuela sobrevivimos. Al hampa, al gobierno, a las colas, a la escasez, a la indiferencia. Se nos olvidó lo grato que es salir a caminar por las calles sin preocupación, sin suspicacias, sin paranoia. Por esos cuando ocurren esos pequeños reductos –relámpagos de la Venezuela que se nos fue- como las ferias de lectura o actos culturales en plazas, nos lanzamos a la calle para revivir algo de aquellos tiempos de tranquilidad y lo agradecemos.

Los venezolanos sospechamos de quienes se nos acercan, porque no creemos ya en la buena voluntad de las personas. Nos hemos convertido en unos cínicos insensibles. Dudamos de quienes piden ayuda, porque puede ser una trampa para un secuestro, robo o asesinato. Muchos han muerto de mengua porque a la piedad la mató el miedo. Tememos por igual a los malandros que a los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado.

A los venezolanos se nos olvidó lo que es departir y compartir con amigos, porque nos hemos autoimpuesto un toque de queda. Salir de noche es una obligación más que un placer. Y cuando decidimos hacerlo, vamos con el santoral a cuestas y todo el pavor del mundo en nuestros corazones. A nuestros vecinos casi no los vemos y a los nuevos que llegan los tratamos de lejos, porque no creemos en nadie.

Se nos olvidó que éramos un pueblo alegre, con gran sentido del humor. Aunque seguimos haciendo chistes, éstos no son los de antes: son una manera de reírnos para no llorar. Ahora somos un pueblo agresivo, lleno de prejuicios, con odios que parecen centenarios, siempre dispuestos a responder con hostilidad, a tomar como enemigos a los adversarios, a no reconocernos. Se nos olvidó lo que era ir a un juego de béisbol cuando lo que nos dividía era la afición por un equipo. A los venezolanos se nos olvidó lo que era ir a la playa y compartir con todos los que nos rodeaban. Ahora nos vemos con recelo, porque siempre hay un motivo para barruntar.

A los venezolanos se nos olvidó la compasión. Hoy siempre prejuzgamos y estamos dispuestos a censurar sin conocer las circunstancias, a llegar a conclusiones a la ligera, a reenviar mensajes que denigran de personas sin corroborar los hechos de los que se les acusan. No nos importa nada ni nadie, sólo nosotros mismos… ¡qué tristeza que aquel pueblo que era el más solidario del mundo (según todos los que venían a buscar aquí lo que sus países les habían negado), se le haya olvidado la solidaridad!

A los venezolanos se nos olvidaron las parrandas hasta el amanecer, las tenidas en familia hasta la madrugada, las Navidades con los seres queridos, porque ahora las familias no sólo están divididas por simpatías y antipatías políticas, sino que están fragmentadas por la emigración que se ha llevado a los venezolanos a todas partes del mundo.

Los venezolanos hemos cambiado palabras amables por insultos, solidaridades por repulsas. Convertimos a villanos en héroes y a héroes en villanos sin meditar. Calificamos, juzgamos, hundimos. Nuestra memoria ya no puede ser más corta.

Se nos olvidó que un día teníamos paz, que la esperanza no era una entelequia, que el nuestro era un país al que la gente llegaba, no del que la gente se iba. Ahora parecemos un pueblo en el preámbulo de una guerra civil. Nuestra mayor tragedia es que se nos olvidó ser venezolanos.

@cjaimesb

¡No es la economía, estúpido! por Orlando Viera Blanco

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Fue notable la frase que le espetó el joven Bill Clinton a su rival George Bush padre, en la campaña presidencial de EEUU-92. En momentos que Bush lucia imbatible por los éxitos de su política exterior, el fin de la guerra fría y la guerra del Golfo Pérsico, el estratega de Clinton, James Carville, le recomienda que aborde los problemas cotidianos de los americanos. Así emerge el demoledor «¡es la economía, estúpido!», como eslogan fulminante y suficiente para conectar con su pueblo. Clinton, un político «naranjal» en un país guerrerista, alcanza una victoria inesperada. Pero en el caso venezolano, lo económico no es el conector…

Después de 16 larguísimos y costosísimos años de reparto (y despilfarro), algunos dirán que el pueblo venezolano sufre de una borrachera revolucionaria, cuyo ratón aún no ha comenzado. Ha sido un festín de dinero fácil -por adjudicatario y becario- que no ha formado una sociedad productiva, sino parasitaria. Sin embargo, habría que analizar que otros elementos han acompañado esta indudable marea de dádivas, impregnadas de un ineficiente cooperativismo y un rimbombante discurso socialista, generador de más pobreza, pero también de las más faustas oligarquías psuvistas y militares. Sin duda el pueblo venezolano desde finales de los setenta hasta la llegada de Chávez, vivió en un estado de abandono y depauperación que no puede escudarse en la antipolítica como argumento de quiebre de la mal llamada IV-R. En medio de un clientelismo irresponsable, AD y Copei, promovieron un Estado paternal y populista que enaltecía al actor político como agente principal de las demandas colectivas y ciudadanas. No les convenía a los partidos levantar un milímetro de consciencia social en los administrados, porque manteniendo el monopolio de la ayudantía, se reservaban la calculadora y el control de los ingresos públicos, mismos que terminaron más en los bolsillos de «los apóstoles», que en los famélicos ‎venezolanos de-a-pie. Esta perversa dinámica adeco-social-cristiana, con la impronta del pacto de punto fijo, fue la fórmula que condujo a la degeneración de AD y Copei, pero también a la banalización de toda una sociedad embriagada de saudismo petrolero, esto es, del ta’ barato dame diez, del whisky 18 años y de una movilización social que si bien es meritoria en logros académicos (masificación educativa), no vino escoltada de reflexiones impostergables en materia de sensibilidad social, consciencia cívica, solidaridad y sentido contributivo.

Por estas calles comenzaron a prodigar los sentimientos de relegación. Actitud grupal, mayor expresión de violencia que conoce el hombre: la indiferencia. El desprecio que deriva de ver al otro comer mal y andrajoso; viviendo en la extrema miseria y muriendo en la extrema impunidad, sin perplejidad. Poco a poco nos fuimos convirtiendo en una sociedad adulante y plástica, pendiente de nuestro cosmos; de nuestro viajecito a Aruba, Margarita o NY, preocupados de nuestras zapatillas nike, sin mirar los abedules podridos en los cerros de Caracas o en los pueblos de provincia. Porque vivir rodeados de un cordón marginal en nuestras narices, de Petare a Macarao, de Mamera a Nazareno, era un barbarismo cuyo  desconocimiento -por apáticos y omisos- fue criminal. Al tiempo que niñas abortaban sin haber tenido infancia o niños se hacían jíbaros y pistoleros, por no haber tenido el estómago ni corazón atendido; mientras crecía el hambre y el olvido de un pueblo hacinado y desdentado, aquellos que lograban sobrevivir y salir de nuestros barrios, no volvían la mirada atrás, acaso por vergüenza, acaso por indolencia. Y esta Venezuela despreciada fue acumulando decepciones, desplantes y reflujos, pero, ojo, no odios. Porque el pueblo no puede odiar si antes no se sabe vulnerable.  Si carece de la educación para reflexionar odios y concientizar la incuria. El pueblo simplemente resiente y sufre mientras busca quien le tienda una mano. Y dejamos a los políticos ser los únicos mesías. Pronto la ineficiencia y la corrupción hicieron estragos y el resto de la sociedad «que si mordió», se fue de farra. Así  esos abedules de sangre, sudor y lágrimas; de dolor y desesperanza, de reflujos y rémoras, le hicieron la alfombra roja a la llegada de Chávez.

Dieciséis años después, la historia sigue viva y la rémora sigue ahí. El pueblo antes de decepcionarse de Chávez o de su sucesor, no olvida ese pasado mal-vivido y reaviva su rencor hacia aquella sociedad indiferente que le vio depauperarse. Responsabilidad que no es sólo de AD y Copei, sino de todos, por lo que decir que fue la antipolítica, Ibsen Martínez, o Eudomar Santos los que acabaron con el antiguo régimen, no es más que un reduccionismo ramplón.

Desanudar el conflicto venezolano no depende de lo económico. Depende de nuestro afecto por los pobres. El líder que pretenda conectar con el pueblo como Clinton con el suyo en su momento, deberá acuñar su frase, pero al revés: ¡No es la economía, estúpido! Es el prójimo a quien debemos amar tanto como a nosotros mismos. Es lo social. Es lo humano. No es nada más.

 

@ovierablanco

vierablanco@gmail.com

El Cristo Roto por Víctor Maldonado C.

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Vivimos una cuaresma perenne mientras esperamos que los tiempos perfectos de Dios se cumplan. Olvidamos que somos nosotros los segunderos y minuteros de nuestro acontecer histórico, y que los tiempos serán tan buenos como nosotros los hagamos ser. El sentarnos a esperar nos coloca en la circunstancia de no entender que hay una condición ineludible en relación con lo que la Divina Providencia pueda hacer al respecto. Dios ayuda solamente a aquellos que están comprometidos con el bien, y en ese sentido, nosotros somos –o deberíamos ser- la acción de Dios. San Ignacio lo predicaba constantemente: “Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en el resultado como si todo dependiera de Dios”. Nada va a caer del cielo. Mucho menos el poder. Así que “cazar güiros” solo demuestra el estado de confusión que estamos sufriendo.

Vivimos y sentimos en carne propia los tiempos de la mutilación. Somos un pueblo sometido al escarnio de perder la razón, los derechos y la libertad. Nos pesan los grilletes de las mentiras, y mucho más el tener que sufrir las consecuencias reales de ficciones, montajes y falsos procesos inventados para someternos. Sin embargo, cada uno lo vive a su manera, cada quien  lo interpreta a su real saber y entender, sobran las versiones incompatibles y las iniciativas personalísimas que obstaculizan el imperativo de la alineación política y estratégica. Esa perturbadora condición del héroe solitario es capaz de transformar la situación más unívoca en un inmenso galimatías, perturbando el avance precisamente por el caos que provoca tantas iniciativas individualistas, como si todo el infierno se redujera a que todos jugamos a ser caciques, pero sin un solo indio.

Mientras ocurre nuestra propia Torre de Babel, la gente cae y vive su propio Getsemaní, pasión y muerte, sin que nadie se compadezca demasiado, sin que nadie intente detener el curso de los acontecimientos, esperando más bien la próxima noticia, asumiendo el reto de no terminar de enloquecer por tener que vivir el reto de la ficción entregada por capítulos y la siguiente puesta en escena con su guión de víctimas y victimarios. Antonio Ledezma lleva más de un mes lidiando con el insensato encierro. ¿Alguien recuerda por qué?  En eso consiste el trapiche totalitario, en que una agresión sucede a otra con la velocidad suficiente para provocar olvido e indiferencia. Pasan los días y es más difícil tener a mano qué fue lo que pasó. Pasan los días y son otros los afanes y otras las formas de demostrar la estupidez. Pasan los días y a alguien se le ocurre que es mejor gastar el tiempo escribiendo y publicando una inútil e insensata carta al presidente Obama para arrimarse al mingo de los supuestamente intocables. La traición tiene muchos matices.

Es difícil mantener una actitud contemplativa mientras ocurren estos sucesos. Por eso es bueno imaginar y hacer propia la tragedia que vive un perseguido político, y tal vez, concebirlo al compás de siete frases, siete momentos de desolación, o de excesivo realismo, para intentar esa empatía que se nos hace tan dura. Las mismas siete de la pasión originaria. La misma soledad.

 

¡No saben lo que hacen! Eso pensó cuando se dio cuenta que era demasiado tarde para intentar cualquier cosa. Sin aviso y sin eso que llaman “debido proceso”, sin ninguna posibilidad de defenderse, fue allanada su oficina, rotas sus puertas, amedrentados sus empleados, y despojado de la última y más sagrada atribución, su propia libertad. El alcalde Ledezma salió esposado, rodeado como si fuera un criminal peligroso, y forzado a los primeros minutos de lo que parece ser una larga estadía en prisión. Siempre cabe la pregunta de lo que pensaron y sintieron aquellos que protagonizaron la celada. ¿De qué se sentirán orgullosos? ¿Qué le contarán a sus mujeres e hijos? ¿Qué cara les pondrán a sus madres –de tenerlas-?  Pasaron horas en las que nadie supo dónde estaba el encierro y cuáles eran los barrotes en los que estrenaba su nueva condición hasta que en la madrugada, luego de un día tan largo y azaroso, pudo sentir la seguridad  del amor incondicional de su mujer, ese beso apretado que ahora se va a espaciar, y la duda repentina que le viene a la mente en forma de ojos aguados sobre si va a volver a ver a sus hijos. ¡Diles que estoy bien, y que voy a seguir luchando! Una lágrima se le escurre por dentro de la garganta y le deja el sabor del trago amargo y salobre. No llora todavía. Aún perdona. Aún le parece increíble que él hubiera sido el siguiente en el sorteo de la infamia. Todavía todo luce provisional y comienza a salivar esa cuota de esperanza que le aconseja esperar la presentación ante el juez, la presión de la calle, la exigencia de sus compañeros. El tiempo dirá…

 

¡Ahora somos más! La noche es la única cómplice que les queda. Una larga vigilia se transformó en reclamo y exigencia, que sin embargo no fue atendida. El trapiche autoritario sigue su molienda, destrozando una tras otra todas las garantías procesales. El verdadero acusador anuncia en cadena nacional cuales son los cargos y cuáles los insultos. Mientras la infamia transcurre nadie sabe a ciencia cierta cómo el reo ve pasar las horas. Eso solo se sabe cuando se vive. Nadie imagina lo que le pasó por la mente. Solo, él y su conciencia, ve sus manos esposadas y  piensa en este después que se le impone como un cepo. Él es el único que sufre esa muda angustia de tanto silencio exigido, con la sensación de ser uno más que se llena de interrogantes y que es obligado a sufrir en carne propia las ficciones paranoicas de otros. No hay forma de defenderse de la insensatez y de la locura. No hay forma de evitar el intento de aniquilación simbólica en el que todos los gestos y decisiones tienen la intención de la extinción. La cárcel que le toca tampoco es cuestión de azar.  Exiliado de la ciudad de la que es líder –porque eso es parte del castigo-, siente la frialdad de un presidio ajeno al compromiso con los derechos humanos. En algún momento el abrazo fraterno de otros que le antecedieron en el suplicio le hará sentir que es también un preso político, que su suerte no depende de la justicia –que no existe- sino del cálculo artero. Unos y otros se reconocerán como parte del mismo guión y de los mismos sacrificios. Unos y otros ratificarán que aspiran y esperan la promesa del mismo paraíso. “Nuestro país será libre de nuevo… libre y próspero de nuevo…”  Mientras tanto el carcelero ronda, intenta e inventa el maltrato, y estima la cuota de sobrecosto que le tiene asignada.

 

¡Tu madre, sus hijos! Afuera quedaron ellos. La cárcel es una interrupción incondicional de la cotidianidad que otros intentarán sin que él pueda tomar parte. Es una forma de muerte,  ausencia y desmontaje que duele hasta en los tuétanos. Hay que intentar la mejor sonrisa mientras las horas se descuentan para la primera oportunidad de la visita. Es lo único que diferencia esta cárcel de una muerte súbita. Que el despojo no es definitivo, pero es peor porque comienzan a ser comunidad de la desolación. Empero, la adversidad no lo puede vencer. Allí están ellos buscando de nuevo las señales y códigos que les permita comprender toda esa tragedia. Y que les permita atravesarla juntos. La desventura que vive hoy es el resultado de intentar jugar sin reglas creyendo que todavía hay límites. No los hay. “Somos todos presas potenciales de la misma bestia autoritaria, y esta vez nos tocó a nosotros. Pero hay que continuar la lucha. Esa es la consigna”. Seguir la cotidianidad y hacer como si todo fuera excesivamente normal. La regla de oro es cuidarse, sin olvidar que nos están mirando aquellos que esperan que nuestra familia naufrague. Mitzy está dispuesta para el combate por una verdad que debería transformarse en libertad. Sus hijos están allí para respaldarla. La mujer transformada en otra “madre coraje” comienza una cruzada que la hermana con otras que como ella sufren la iniquidad sin que las quiebre. La verdad debería imponerse, pero hay que predicarla insistentemente. Ahora Mitzy será un clamor que recorre el mundo tratando de pedir ayuda. Será con Lilian una perfecta tejedora de alianzas perturbadoras de esa prepotencia autoritaria que se cree inapelable. Ledezma aguarda detrás de los barrotes. Aguarda, aguanta y ama más que nunca.

 

¡Larga es la noche! Cada quien está abandonado a su suerte. Un día tras otro suman olvido recalcitrante y esa soledad que consiste en desamparo. La molienda sigue hasta transformarte en silencio y distancia. Nadie puede verlo. Nadie puede verlos. Ellos son el castigo y los castigados. Son ahora víctimas de ese carcelero cuya violencia es de filigrana. Su hija, requisada al intentar salir del país. Su mujer desalojada de la cárcel el día de la visita bajo el argumento de un documento que no está en orden. Ledezma vive todos estos agravios sabiendo que lo quieren enloquecer hasta transformarlo en rabia irreversible. El castigo es el procedimiento y la burocracia que impone sus sinrazones mientras aplasta al derecho sustantivo. Ledezma hace el inventario. El castigo de ayer, el que le infligieron a otros, el de hoy y los que sucederán mañana.

 

¡Sed de fraternidad! Lo peor es el silencio y la indiferencia de los demás. La tibieza es un indicador de esa mediocridad indecisa que tan poco hace en la liturgia política. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Lee esa frase del Apocalipsis y concuerda con la sentencia. La maldición está en esa indiferencia que se escuda en el pésame formal y distante.  La herida más profunda es ese “individualismo anárquico del yo” que tanto lamentaba Mario Briceño Iragorry a la hora de extrañar el compromiso cívico que hacía avanzar los proyectos colectivos. Ganas frustradas de querer saber cómo y por qué los demás juegan a la conveniente ignorancia. Certezas terribles de que el equipo juega sin alma, creyendo que todo consiste en seguir jugando a los dados, ignorando el truco, tramoyando el silencio para “pasar agachados”. La falta de solidaridad es tan dolorosa como la ausencia de justicia. La solidaridad tiene una liturgia cuyo ritual se ha olvidado.

 

¡Los plazos se cumplen! No hay alternativa a la cárcel y a la espera. Una tras otra todas las instancias dan la misma respuesta. Se recorre la trama como si hubiera autonomía, pero se sabe que todas ellas son el mismo puño de hierro. La llave, el candado y las rejas no son propiedad de la justicia. El dueño es otro. Su propietario es el señor de este caos. El que tiene la llave simula sordera pero escucha perfectamente el reclamo universal para la liberación de los presos políticos. Sabe que la crueldad desgasta y que la violación de los derechos trae consigo ese distanciamiento que seguramente ya está sintiendo. Son tiempos de pesos y medidas faltantes. El cancerbero sabe que “fue pesado y medido para ser hallado defectuoso”.  Ledezma es quicio y gota que rebosa.

 

¡En manos de Dios! Y del pueblo. La posibilidad de un amanecer de justicia y libertad dependen de la recomposición de lo que hoy luce roto por el resentimiento de unos, la indiferencia de otros y el miedo mal encauzado de todos. No puede haber ruta democrática ni margen constitucional mientras haya presos políticos. No podemos hacerlos a un lado. Ni a Ledezma, ni al más desconocido de todos ellos. Ni al que está preso, ni al que pretende haberse salvado. Ni al que arriesgó todo con su coraje, ni al que hoy luce comprado por la extorsión. Algunos están en Ramo Verde pero otros son víctimas de sus propias pesadillas. Unos viven la cárcel pero otros están perdidos en el laberinto de su propia confusión sin saber qué hacer. Unos sienten barrotes de acero y otros el peso de sus propios egos. El trabajo será separar el trigo de la paja, y buscar entre todas esas imposturas el esplendor de la verdad. “Guíame Luz amable, entre tanta tiniebla espesa…”

 

Solón hallaba el espíritu de justicia sólo en comunidades donde los no perjudicados se sientan tan lesionados como los que recibían el daño. Lo recordaba Mario Briceño Iragorry en 1955. Extrañaba la sabiduría del viejo sabio ateniense, verdadero fundador de la primera experiencia democrática. ¿Es ese nuestro caso? ¿Convive entre nosotros el verdadero espíritu de justicia? ¿Nos sentimos tan presos como Ledezma? ¿Nos sentimos tan agobiados como su esposa Mitzy? ¿Nos sentimos infamados por lo que les pasa? ¿Imaginamos sus días? ¿Nos duelen sus angustias? ¿Son sus lágrimas las nuestras? ¿Están en nuestras oraciones y acciones?

 

Al Cristo venezolano le faltan piezas, le falta forma, le sobra vacío que deberíamos saber llenar de solidaridad, testimonio, consecuencia y capacidad de lucha.

 

@vjmc

José Antonio España: La soledad y la indiferencia marcaron elecciones internas del Psuv

España

El pueblo del Psuv no está contento con sus dirigentes

El diputado a la Asamblea Nacional y dirigente de Primero Justicia, José Antonio España, manifestó su posición en torno a las elecciones internas del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), señalando que a dicha organización política “le dejaron el pelero en las internas”.

En ese sentido el parlamentario indicó que “el pueblo del Psuv no está contento con sus dirigentes, porque los engañaron, los estafaron, no les han respondido, no les han cumplido, no le sirven al pueblo, hablan y hablan, prometen y prometen, pero no cumplen. La tristeza, la soledad y la indiferencia, marcaron las elecciones internas del Psuv”.

Asimismo agregó: “El pueblo Psuvista la está pasando muy mal, porque no tienen con qué comer, también hacen colas y además no consiguen ningún producto, y lo que consiguen está caro, la escasez y el no hay los lleva locos, a ellos también los persigue la delincuencia, y sufren a diario porque no hay bombonas de gas, no hay agua, y la electricidad les falla casi todos los días”.

Según el diputado por el estado Miranda, “cada vez que el Gobierno y la dirección del Partido Socialista Unido de Venezuela amenaza con que va a aumentar la gasolina, surge una nueva devaluación”.

De igual manera destacó que el Gobierno nacional “ha fracasado en todos los niveles”, ya que a su juicio, los programas que han implementado en contra de la inseguridad, de la pobreza, de la inflación, “no han funcionado, y por eso es que tienen a Venezuela hecha un desastre”, agregó.

España consideró que no hubo participación masiva en las elecciones internas del Psuv, al tiempo que alegó: “La verdad es que fue muy baja la participación, se debaten si votaron entre el 6% o el 12%, pero ningún número apunta que haya sido un proceso para la democracia. De verdad que es una muestra más de la indignación del pueblo venezolano, el pueblo castigó a los que han gobernado mal y Venezuela está cambiando”.

En el mismo orden argumentó que “está claro que fue una fiesta sin invitados, una fiesta a la cual la gente no fue, le dejaron el pelero al Gobierno, el pueblo del Psuv no quiere que lo sigan engañando, no quiere que lo sigan embarcando”.

Por otra parte expresó: “Hemos escuchado declaraciones de dirigentes del Psuv que hablan de victorias cualitativas, ellos tratan de adornar, de pintar pajaritos en el aire, pero no pueden ocultar lo que está pasando, ellos perdieron el cariño, el amor y la emoción del pueblo, los venezolanos no los quieren, lo que quieren es un cambio”.

Para finalizar el dirigente de la tolda amarilla se refirió en torno a las elecciones parlamentarias del 2015, resaltando que “así quieran cambiar las reglas, así quieran cambiar el árbitro, la verdad es que van a perder en el proceso electoral del parlamento venezolano”.